Hace un tiempo existe un debate sobre lo que se ha denominado una crisis de la Nueva Izquierda (1). No se trata de un debate sobre una crisis superficial, que surja únicamente de deficiencias ideológicas u organizativas de un grupo de organizaciones. Si bien gran parte de la discusión se ha concentrado en el debate […]
Hace un tiempo existe un debate sobre lo que se ha denominado una crisis de la Nueva Izquierda (1). No se trata de un debate sobre una crisis superficial, que surja únicamente de deficiencias ideológicas u organizativas de un grupo de organizaciones. Si bien gran parte de la discusión se ha concentrado en el debate sobre la participación electoral (en un sector de la izquierda que no solía usar esta táctica), no creemos tampoco que el problema fundamental sea la participación en las elecciones parlamentarias; este punto, si bien es de mucha importancia, se subordina a uno más general: el problema del «salto a lo político». Por supuesto, las organizaciones de la Nueva Izquierda no han sido ajenas a la política hasta ahora, pero esto discurría casi exclusivamente en el marco de la construcción de base en distintos territorios, sin abordar una política «de masas», que entendemos como un conjunto de estrategias de interpelación hacia la totalidad de la clase trabajadora y los sectores oprimidos, con el objetivo de instalar una referencia política nacional, capaz de dirigirse hacia el mayoritario sector no organizado del pueblo trabajador.
El primer punto del debate, por tanto, es si existe efectivamente esta necesidad y oportunidad de dar un salto a la política de masas. Creemos que sí. El segundo refiere a las tareas e implicancias que supone ese salto. Este punto requiere una indagación sobre el devenir de nuestras organizaciones en un nuevo período político, que está exigiendo innovaciones organizativas, estratégicas y tácticas. En este artículo nos centraremos en el problema de la forma organizativa, no considerada aisladamente, sino como un eje que anuda muchos de estos debates.
La respuesta más común de las organizaciones que han identificado esta necesidad ha sido presentarse a elecciones sin modificar o problematizar profundamente formas organizativas que surgieron en otro período político, entre las cuales la de Movimiento Social y Político ha sido la más común. Esto implica la presencia de una serie de características (que pueden presentarse más o menos acentuadamente en cada organización particular) entre las que podemos notar la falta de una centralización política democrática (predominando los liderazgos informales), la falta de programas políticos claros, de una discusión estratégica consciente, y de acuerdos sólidos sobre tácticas para intervenir. Así, el Partido-Movimiento es la forma organizativa que tiende a predominar en movimientos sociales y políticos que se lanzan a las tareas político-electorales conservando sus rasgos movimientistas.
Creemos que existe una alternativa posible para asumir el «salto a lo político», que no permanezca ni en los marcos de lo puramente social, ni asuma todos los defectos del Partido Movimiento: la constitución de un Partido de Masas con Libertad de Tendencias (PMLT).
A continuación intentamos recapitular los antecedentes históricos que consideramos a la hora de elaborar nuestra propuesta. En una segunda sección formulamos, retomando dichos antecedentes, qué organización revolucionaria proyectamos y consideramos que se debe construir en términos históricos, y qué vías encontramos para desarrollar ese objetivo. En la tercera sección rastreamos el origen de las formas organizativas de la Nueva Izquierda en el marco de los ciclos políticos y de lucha que se dieron en la historia reciente de Argentina. En la cuarta sección, en respuesta a los nuevos desafíos de la etapa para la Nueva Izquierda y en función de nuestro proyecto organizativo histórico, intentamos especificar algunas determinaciones de nuestra propuesta de PMLT, en contraste con otras formas organizativas que se vienen desarrollando o proponiendo desde las organizaciones de la Nueva Izquierda. Por último, analizamos en la quinta sección otras propuestas de reagrupamiento que tienen relación con la que presentamos en este artículo, con la intención de dialogar y clarificar nuestra perspectiva.
I. La organización política de la clase trabajadora a lo largo de la historia
a. La experiencia bolchevique (2)
A partir de una lectura descontextualizada del ¿Qué Hacer? de Lenin, ha tendido a desarrollarse una visión del bolchevismo como una organización rígida de cuadros profesionales, ideológicamente homogénea y fuertemente centralizada. Esta lectura no considera ni el contexto de producción del escrito ni la historia del partido. El contexto era el de una autocracia feudal, sumamente represiva, que dominaba un país donde se desarrollaba crecientemente un sector capitalista, y donde la clase obrera se daba en condiciones de ilegalidad una organización embrionaria en círculos, a veces con asistencia de miembros de la intelligentsia, que realizaban en condiciones muy precarias un trabajo de educación política. La preocupación de Lenin era cómo ligar estos espacios en una organización, para lo cual proponía crear un grupo de cuadros que operara en la clandestinidad, vinculándose con los círculos obreros, distribuyendo una prensa producida en el exilio, Iskra. Por tanto, la organización de cuadros sólo tenía sentido en la medida que operaba inmerso en este mundo de círculos obreros.
Durante un largo período lxs bolcheviques conformaron una misma organización junto a lxs mencheviques sin ser una organización de una centralización tan vertical y homogénea como a veces se supone. En condiciones de ilegalidad parcial, la iniciativa de los grupos locales era notable, la relación con lxs mencheviques atravesó varias fases de reunificación parcial y nuevas rupturas, y el partido hizo siempre todo lo posible por aprovechar los resquicios legales que se le abrían. Esto puede observarse en las fluctuaciones de su número de miembros, que oscilaba entre unos pocos miembros en momentos de acentuada represión y decenas de miles en momentos en que se abrían grietas para actividades políticas más abiertas. Su libertad de tendencias era importante, como se puede ver en el ejemplo de la toma del poder en Octubre de 1917, cuando dos miembros del Comité Central (Zinoviev y Kamenev) se oponen al plan de la insurrección en forma pública después de haber perdido la votación en el marco del partido. Luego de ese episodio, no sólo no serán expulsados del Partido ni del Comité Central, sino que tendrán importantísimas responsabilidades a su cargo: Zinoviev, por ejemplo, quedará al frente de la Internacional Comunista.
Después de la toma del poder, la libertad de tendencias se vería duramente puesta a prueba por las difíciles condiciones de la Guerra Civil. No obstante, surgirán constantemente nuevas fracciones y tendencias ante importantes debates. Por ejemplo, convivieron fracciones en debates en torno a la restauración de los grados militares en marzo de 1919, sobre los métodos de dirección desde arriba, tanto en la economía como dentro del partido entre 1919 y 1920, e incluso, en el debate sobre el rol de los sindicatos en la construcción del socialismo, que generó tres fracciones en el partido.
El primer golpe serio a esta libertad de tendencias emergió luego de la represión a la rebelión de la base naval de Kronstadt. Después de este episodio, el X Congreso del Partido Comunista Ruso aprobó una resolución que prohibía formar fracciones organizadas dentro del partido. Esto sin dudas facilitó la burocratización posterior, pero no implicó expulsiones en lo inmediato, y los miembros de las oposiciones siguieron teniendo lugares de responsabilidad en el partido. La burocratización del partido comenzó a desarrollarse recién con la subida al poder de la primera troika (Stalin-Kamenev-Zinoviev) en 1922 y el comienzo del proceso de estalinización de los Partidos Comunistas que analizamos más abajo.
En suma, podemos decir que el Partido Bolchevique no era un partido de cuadros, sino un partido que aspiraba a ser de masas pero se basaba, en última instancia, en una firme estructura de cuadros capaz de soportar las exigencias del trabajo clandestino. No era un partido «homogéneo», es decir, sin tendencias y fracciones internas; su transformación en un partido con estas características sucedió paralelamente a su proceso de burocratización, junto a la burocratización del propio Estado soviético.
b. La Internacional Comunista y el ejemplo del Partido Comunista Alemán.
Las consecuencias de la Primer Guerra Mundial y la Revolución Rusa generaron una tendencia irreversible hacia la escisión de los Partidos Socialistas, que tendieron a cristalizarse en la formación de partidos comunistas separados, que aspiraban a agrupar a la vanguardia revolucionaria del proletariado y cuyos programas tenían como punto fundamental la lucha por la dictadura del proletariado, que se concebía a partir del ejemplo ruso como un gobierno de consejos. A continuación analizaremos el caso del Partido Comunista alemán.
El embrión del Partido Comunista alemán fue la organización de la Liga Espartaco. En 1918, este agrupamiento se escinde del USPD (Partido Social-Demócrata Independiente) que, a su vez, es un desprendimiento del Partido Social-Demócrata, y forman el Partido Comunista, inicialmente muy pequeño. En 1919, se organiza un intento de insurrección conocido como la «revuelta espartaquista», cuyo fracaso golpeará duramente al partido por la represión. Paul Levi, el nuevo líder del Partido Comunista, se dará como proyecto atraer a la Internacional Comunista al sector de izquierda del USPD. Como primer paso, organizará en octubre de 1919 la expulsión del ala de extrema izquierda del Partido Comunista, que rechazaba la participación en las elecciones y en los sindicatos reformistas y tenía fuertes tendencias «putschistas» (es decir, de organizar insurrecciones minoritarias con poca preparación). Un año más tarde, se terminará de completar la escisión del USPD, con el ala izquierda uniéndose a los y las comunistas para formar el Partido Comunista Unificado, que tendrá casi 400.000 miembros, liderados por Paul Levi.
Levi será el principal impulsor de una política de Frente Único, es decir, propuestas de planes de lucha por puntos reivindicativos o políticos al conjunto de las organizaciones políticas y sindicales obreras, apuntando especialmente a las grandes organizaciones reformistas. El primer episodio es el lanzamiento de la llamada «Carta Abierta» convocando al frente único al conjunto de las organizaciones políticas y sindicales de la clase obrera alemana; la misma no provocará respuestas favorables a nivel de los y las líderes reformistas pero sí a nivel de base, permitiéndole al Partido Comunista crecer.
En 1921 este rumbo se abandona transitoriamente durante la llamada «Acción de Marzo», intento insurreccional fracasado apoyado por el liderazgo de la Internacional y el ala Izquierda del partido, que provoca choques entre obreras y obreros ocupados y desocupados, así como entre organizaciones influenciadas por comunistas y otras influenciadas por reformistas. La represión será feroz y el partido pierde más de 200.000 miembros en 6 meses, quedando reducido a 120.000.
La política de Frente Único vuelve a aplicarse con energía desde entonces, a dos niveles: por un lado, el partido se inserta con decisión en los numerosos órganos que hoy llamaríamos de Poder Popular(3), que se desarrollan por toda Alemania en el marco de la crisis económica. Decaído después de la primera oleada revolucionaria del movimiento de Consejos de Obreros y Soldados, surge un importante movimiento de Consejos de Fábrica, que se dota de una organización nacional. A su vez la crisis hace surgir en los barrios populares Comités de Control de Precios, donde se organizaban sobre todo mujeres que realizan trabajos domésticos para combatir la inflación y el acaparamiento. Se crean también enormes Comités de Desempleados, un verdadero movimiento piquetero alemán. A su vez, se organizan milicias obreras llamadas Centurias Proletarias, donde se organizan militarmente comunistas junto con social demócratas del ala izquierda y grupos de los sindicatos más progresivos. El PC se inserta en todos estos espacios, donde participaban también numerosos obreros y obreras sin partido y de la Social Democracia.
A su vez, el PC propone campañas políticas conjuntas al resto de las organizaciones. Un ejemplo de esto es una campaña que se organiza a raíz del asesinato de Rathenau, un político liberal judío, por parte de bandas de ultraderecha. El PC larga una campaña por la purga de los sectores monárquicos y ultraderechistas del Estado y la Justicia, y la disolución de los grupos de choque contrarrevolucionarios. Se realiza un Congreso Nacional de Consejos de Fábrica donde el PC propone la realización de una huelga general, que efectivamente se lleva adelante. En ese contexto, el PC se recompone y crece. Para 1923 tenía 267.000 miembros, 38 diarios propios, 2.100 fracciones organizadas en sindicatos, tenía a uno de sus miembros al frente de la organización nacional de Consejos de Fábrica (Hermann Grotte) y otro al frente de las Centurias Proletarias (Ernst Shaeller), que organizaban 60.000 milicianos y milicianas. La ocupación de una región alemana, el Ruhr, por parte del ejército francés ese mismo año crea una situación revolucionaria. Los Consejos de Fábrica logran tumbar el gobierno en mayo de 1923 a través de una huelga general, subiendo al poder una coalición social demócrata con partidos «progresistas» burgueses. En este marco el Partido Comunista organizará un plan insurreccional que se basaba en llamar un Congreso Nacional de los Consejos de Fábrica para declarar una huelga general y en ese mismo momento tomar el poder a través de una insurrección armada de las Centurias Proletarias y grupos armados del partido. Los Social Demócratas de Izquierda, en cuyos delegados y delegadas el PC confiaba para llevar adelante en conjunto la huelga, se ven venir la insurrección y se niegan a priori a acompañar la huelga. Ante esto el liderazgo cancela el plan de la insurrección, y finalmente la oportunidad será desbandada por una fuerte represión.
Más allá del fracaso final de este ciclo revolucionario, nos parece que esta experiencia muestra la potencialidad de un partido de masas que combine trabajo electoral, inserción sindical y piquetera, participación en órganos de Poder Popular, preparación militar y un gran trabajo de producción teórica y periodística.
c. El supuesto «modelo leninista» de partido y sus raíces históricas en los procesos de «bolchevización»
Todo esto muestra la inadecuación histórica del planteo de los Partidos Comunistas de la Tercera Internacional como partidos «homogéneos», es decir, sin fracciones y basados en un cuerpo de revolucionarias y revolucionarios profesionales rentados. Este modelo se desarrolló de manera efectiva sólo a partir del proceso de estalinización que se generó a partir de 1923 en la Internacional Comunista. Esto fue un proceso de reorganización partidaria llevado adelante por la dirección de la Internacional bajo el mando de Zinoviev en el marco de la lucha de la Troika (Stalin-Zinoviev- Kamenev) contra Trotsky. La troika llamó al proceso de estalinización con el nombre de «bolchevización» para tratar de legitimarse con la autoridad del Partido Bolchevique y Lenin, a la vez que impulsaba medidas que eran la mismísima negación del método partidario de esta tradición. La supuesta «bolchevización» implicó la reorganización de los partidos por células, con responsables rentadxs elegidxs desde arriba, lo que implicó a su vez la negación de la tradición anterior de libertad de tendencias, incluyendo cláusulas de prohibición de fracciones en los partidos comunistas. Esto implicó un largo proceso de purgas en los partidos comunistas, donde los liderazgos históricos fueron removidos por gente fiel a Stalin.
Este modelo, asociado íntimamente al estalinismo, influyó organizacionalmente sobre otras tradiciones políticas y referentes del socialismo internacional. Una de las consecuencias lógicas de este modelo de organización es que tan pronto como un partido de estas características comienza a crecer se producen escisiones, al ser incapaz de contener internamente las diferencias existentes en el seno de nuestra clase (4).
II. Nuestro proyecto histórico: un partido comunista revolucionario
A partir de estas experiencias, creemos posible formular un norte general al que podemos aspirar las organizaciones revolucionarias. Por supuesto, las formas que han tomado las organizaciones políticas de la clase trabajadora a lo largo del tiempo han variado, respondiendo tanto a los cambios en el sistema productivo y político como a los avances y retrocesos ideológicos de la clase. Debemos estar dispuestos a innovar en la forma organizativa, guiados en particular por la idea de conseguir «lo máximo que se pueda» en cada período de la lucha de clases. No obstante, esta innovación es relativa, porque debe nutrirse de las experiencias históricas, en particular de las revoluciones exitosas y fracasadas. Creemos en este sentido que es posible establecer un proyecto histórico de organización: el partido comunista revolucionario.
Su objetivo sería la conquista del poder político por el proletariado, sostenido en la construcción de un poder obrero y popular que sustituya al Estado burgués. Debe ser un partido inserto en la clase obrera, pues la revolución socialista no es obra de un pequeño grupo de iluminados jacobinos, sino del conjunto de la clase, por lo cual el partido debe darse los mecanismos necesarios para influenciarla, y verse a su vez influenciado por los movimientos en la consciencia de ésta. Eso implica que debe ser un partido de masas, debiendo contener a amplias capas de las vanguardias obreras y populares para poder extender su influencia y ser parte del conjunto de las luchas de nuestra clase a nivel nacional; esto no es sólo una cuestión de número, sino que refiere a la capacidad de contener distintos niveles de politización, y no sólo cuadros políticos.
En cuanto a las tareas de este partido, entendemos que debe combinar un profundo trabajo de base que abarque la participación en todas las luchas reivindicativas, económicas y sociales de nuestra clase, disputando sanamente su dirección, aportando lineamientos programáticos y ayudando organizativamente, apostando a la construcción de órganos consejistas para su desarrollo. A su vez, la elaboración de una estrategia y de tácticas adecuadas a la situación del país donde actúa, incluyendo como aspectos cruciales la preparación militar para enfrentar el aparato represivo de la burguesía, la disputa parlamentaria en el caso de los países con instituciones democráticas vigentes, y el examen consciente de las vías de acceso al poder (insurreccional, guerra popular prolongada, etc.) adaptando su acción a las hipótesis sobre las mismas, de acuerdo a la estructura social del país.
Por último, el partido debe tener un funcionamiento democrático: todos sus miembros deben participar en la definición de su orientación. La democracia es una parte integral del socialismo, y es difícil pensar cómo un partido que no se rige internamente de manera democrática puede conducir el proceso de construcción del socialismo. A su vez, el debate democrático al interior del partido, que permita explorar a fondo las alternativas a seguir antes de resolver una orientación, sumado a la práctica de prueba y error, autocrítica y balance de la experiencia, es necesario para que el partido no se convierta en una secta dogmática, sino que pueda ir corrigiendo su línea en función de la experiencia histórica y acertando cada vez más en su intervención. Este funcionamiento interno debe permitir la convivencia y la expresión en el debate interno de distintas tendencias, siempre en los marcos de las definiciones estratégicas del partido y de la organicidad a las decisiones resueltas por mayoría. Es decir, un funcionamiento del centralismo democrático que corresponde a la práctica histórica de las organizaciones comunistas que hemos tomado como ejemplo, marcado por permanentes instancias de debate general de toda la organización (plenarios o congresos) y la conformación en los mismos de un órgano de centralización que se ocupa de llevar los asuntos generales de la organización.
Al establecer este modelo, nuestra intención es únicamente remarcar los marcos generales de una forma de organización, que consideramos suficientemente elástica para adaptarse a distintas estructuras sociales y vías estratégicas de acceso al poder. No es nuestra intención sostener que podemos hoy mismo crear este tipo de organización en toda su dimensión, en la etapa de la lucha de clases en la que nos encontramos. Entendemos que sus contornos decisivos pueden establecerse solamente en momentos pre-revolucionarios o revolucionarios. Por otra parte, no podemos descartar la posibilidad de convivencia de varios partidos revolucionarios que se acerquen más o menos a este proyecto en la etapa de la revolución socialista.
Este modelo de organización surge a partir de cómo interpretamos estas experiencias históricas que hemos abordado y de una reflexión sobre cómo construir anticuerpos contra la burocratización en el seno de la propia organización política que se propone construir conscientemente el socialismo. Por eso enfatizamos la libertad de tendencias como un principio fundamental. Los procesos de burocratización de las revoluciones triunfantes del siglo XX no pueden reducirse a las características de las organizaciones que las llevaron adelante, siendo resultado de múltiples factores históricos, pero la existencia de libertad de tendencias dentro del partido y la democracia soviética son reaseguros de gran importancia contra la burocratización, y uno de los primeros principios que trataron de liquidar los grupos burocráticos triunfantes (siendo el estalinismo el ejemplo más claro). Por eso hemos enfatizado estos ejemplos, y no otros posibles. Los Partidos Comunistas Chino, Yugoslavo y Vietnamita, todos conductores de revoluciones triunfantes, tuvieron una asociación temprana con el formato estalinizado de partido y no permitieron una verdadera libertad de tendencias. En cuanto a la Revolución Cubana, tuvo la particularidad de ser llevada adelante por una organización que no se planteaba como socialista revolucionaria, sino que evolucionó de esa manera en el curso del proceso; consideramos esto como algo bastante excepcional que no debería ser imitado, creyendo más bien en la necesidad de una fuerza explícitamente socialista desde antes del proceso revolucionario.
Dicho esto, es necesario preguntarse qué vías darse hacia esa organización, cómo avanzamos desde lo que tenemos hoy hacia ese proyecto. En este sentido pueden resultar de ayuda algunos de los planteos de Hal Draper en su texto «Hacia un nuevo comienzo… por otro camino: la alternativa a la micro-secta», que analizamos en forma crítica.
Draper plantea que una secta es cualquier tipo de organización cuyas fronteras orgánicas están determinadas por las opiniones de un individuo. Esta forma se manifiesta bajo la forma del partido-secta: pequeñas organizaciones de revolucionarixs construidas como partidos de masas en miniatura con límites ideológicos estrechos y monolíticos, que carecen de una práctica de libertad de tendencias y tienden a sufrir rupturas ante cualquier debate táctico, estratégico o ideológico. Contrapone a esta forma de organización la práctica alternativa de Marx, que se basaba en «llevar esos puntos de vista (es decir, los suyos) a los movimientos y organizaciones que han surgido de forma natural a partir de la lucha social realmente existente», organizaciones cuya frontera de demarcación no está dada por «las particulares opiniones programáticas de una vanguardia (el programa en abstracto) sino, más bien, [por] el significado político, desde el punto de vista de la lucha social, del nivel político alcanzado por el movimiento de la clase (es decir, el programa en concreto, el programa concretado en la lucha de clases realmente existente).» La tarea de los y las revolucionarias conscientes, entonces, no es construir partidos-sectas, sino organizarse en «centros políticos» en base a tres tareas, ejemplificadas por lxs bolcheviques. «El proceso de formación de la tendencia bolchevique creó un cuerpo de doctrina, un cuerpo de literatura política que expresó un determinado tipo de socialismo revolucionario; formó cuadros obreros y militantes alrededor de ese núcleo político; estableció su «tipo de socialismo» como una presencia en las políticas de izquierda, con nombre y fisonomía propios».
No obstante, el planteo de Draper cae por momentos en una extrema laxitud a la hora de pensar las organizaciones de la clase realmente existentes. Así, Draper no toma en cuenta que los y las militantes revolucionarias más conscientes pueden influir en las organizaciones de masas o de base en las que participan, concibiendo a éstas más bien como un producto espontáneo de la lucha, ni le dedica atención a estudiar qué mediaciones organizativas pueden ser necesarias para que este centro o núcleo político (expresión de una tendencia teórico-política determinada) influencie de la mejor manera a la clase trabajadora. De nuestra parte, sostenemos que en lo que respecta a las organizaciones de base (sean de frente único o intermedias) no debemos caer ni en el voluntarismo de pensar que cualquier esquema de organización que concibamos será viable sin importar la situación histórica, ni en hacer caso ciego a la espontaneidad sin cuestionar la inercia que trae aparejada toda forma de organización. Esta inercia es propia de la política en general, en la cual determinadas definiciones, formas de organización y tipos de actividad se adoptan porque en un momento permiten avanzar, pero pueden quedar caducas más adelante, perdurando sin embargo en la medida que no se revisan y replantean explícitamente. En particular creemos que esto se aplica a la forma de Movimiento Social predominante en la Nueva Izquierda. Existe una extendida creencia en nuestro sector en que esta forma de organización es «natural», puesto que media con las naturales diferencias en nivel de consciencia de nuestra clase; no obstante, la historia muestra que existen otras formas de mediar estas diferencias y que ésta, por tanto, es también histórica y pasible de ser superada; en el sentido de «superar/conservando» sus mejores aportes.
Por otra parte, rescatamos de Draper alguna de sus reflexiones en torno a lo que llama «centro político», que llamamos en general «núcleo político». Esto es la necesidad de organizar núcleos de afinidad teórico-política, que los pensamos como la construcción de una tendencia determinada, a través de las tres funciones que le asigna: elaboración de un determinado tipo o tendencia de socialismo revolucionario con una literatura que le dé sostén, formación de cuadros, y visibilización de esa tendencia en la política de izquierda. No obstante, creemos que la propuesta de Draper sigue siendo subsidiaria en cierta medida del planteo del partido-secta. En ningún momento se alude a la necesidad de la confluencia y convivencia de distintos «centros políticos» para la constitución de un partido de masas. Para Draper, una tendencia (y aquí está hablando de su propia tendencia, que es a quien dirige su documento) tiene la necesidad de constituirse como centro político en lugar de como partido por una razón de fuerza mayor, impuesta por el contexto histórico, no porque sea necesario además la convivencia con otras tendencias para una organización revolucionaria exitosa. A su vez, no compartimos la forma en que concibe el centro político, como un grupo de carácter principalmente editorial, sin fronteras de membresía con el resto de la clase. Por el contrario, creemos que una delimitación de sus miembros y una práctica de centralización política y disciplina militante son necesarias para ir construyendo en estos núcleos algunos de los hábitos y actividades de un partido comunista revolucionario, «prefigurándolo» si se quiere. Por otro lado, si bien puede ser necesario en algún período centrarse en construir un centro político, esto no puede considerarse como una construcción autosuficiente de «partido de cuadros»: debe pensarse como algo que debe interactuar dialécticamente con los niveles de organización para el trabajo de base y la política de masas.
Dicho todo esto, proponemos el siguiente ejercicio: analizar nuestras actuales herramientas organizativas como producto de una determinado período de la lucha de clases; para proponer transformaciones en la medida que nuevas situaciones de la lucha de clases nos permitan sintetizar herramientas organizativas superiores, acercándonos así al proyecto de partido que hemos enunciado. El sentido de la idea de «lo máximo que se pueda conseguir» en cada período cobra así un sentido más concreto: lo máximo que nos podamos acercar a nuestro proyecto histórico de partido.
III. La lucha de clases en la Argentina reciente y nuestras formas organizativas
a. Introducción: características generales de la etapa neoliberal
La dictadura de 1976 abrió una nueva etapa de la lucha de clases en Argentina, a partir de una derrota por la vía represiva del ascenso político de la clase trabajadora que se manifestó en las décadas precedentes. Este cambio de etapa se vio reforzado por las derrotas de la clase trabajadora a nivel internacional desde fines de los años 70 y por el colapso del bloque soviético y la creciente integración del resto de los «socialismos reales» al sistema capitalista. Esta derrota significó para la clase trabajadora argentina la desaparición, la desmoralización o la integración al sistema de la mayor parte de sus dirigentes y cuadros revolucionarios. Las organizaciones políticas desaparecieron o se atomizaron y pasaron a la marginalidad, las organizaciones sindicales quedaron completamente controladas por la burocracia y el sindicalismo combativo de base prácticamente desapareció. La perspectiva de una transformación social en sentido socialista se borró del horizonte del conjunto de nuestra clase, que perdió incluso cualquier sentido de aspiración colectiva (sobre todo luego de que la recuperación democrática se demostrara incapaz de proveer algún tipo de mejora en nuestra situación). Así, en lo político y lo ideológico este ciclo se caracterizó por una gran dispersión y debilidad de las organizaciones de izquierda, incluso con un fuerte macartismo instalado a nivel social, expresado en parte en la Teoría de los Dos Demonios. La debilidad política de la izquierda redundó en una escasa actividad electoral, con pobres resultados.
Esta desorganización de la clase trabajadora permitió una ofensiva sin precedentes de la burguesía, que significó una reestructuración neoliberal de la estructura económica y social de nuestro país. Este proceso se dio en dos grandes avanzadas, una primera durante la dictadura, al calor de la represión abierta a la clase trabajadora, y una segunda durante la década de 1990, cuando el grado de desorganización era tal que permitió aplicar las reformas por medios democráticos. El elemento más característico de esta transformación de la estructura económica fue un proceso de caída relativa de la producción industrial, con la reconversión de otros sectores. Esto significó que un sector de la industria se hizo más competitivo en el mercado mundial (sobre todo la industrialización de bienes primarios), pero a la vez otros sectores quedaron totalmente rezagados y desparecieron, manifestándose globalmente una baja del producto y del empleo industrial. Este proceso, acompañado de la privatización de importantes empresas estatales como YPF y de un paquete de leyes de flexibilización laboral, representó un incremento del desempleo y el empleo en condiciones precarias, que hasta el día de hoy superan de conjunto el 40% de la población económicamente activa, adquiriendo un carácter estructural.
Creemos que los rasgos definitorios de esta etapa se mantienen hasta el día de hoy: más allá de la retórica y los cambios que puedan haber operado los distintos gobiernos, las características estructurales que definen a la Argentina neoliberal todavía están presentes. Esta etapa, sin embargo, estuvo signada por diferentes ciclos políticos a su interior, por diferentes períodos de la lucha de clases. Estos períodos se distinguen tanto por los diferentes proyectos de las fracciones burguesas que estuvieron al frente del Estado como por las distintas formas y niveles de resistencia que desplegó la clase trabajadora. Distinguimos sobre todo tres períodos: el de resistencia a las reformas neoliberales de los 90, que culmina con la crisis y el estallido popular del 2001; el de reconfiguración de la hegemonía burguesa sobre la base de un proyecto neodesarrollista / extractivista con concesiones a la clase trabajadora y los sectores populares, que se extiende aproximadamente desde 2002 a 2010, ; y un nuevo período signado por el evidente agotamiento del modelo económico kirchnerista, por las fuertes disputas interburguesas y por un crecimiento en la conflictividad sindical y la representación política de la clase trabajadora, que se inicia con el conflicto del gobierno con las patronales agropecuarias en 2008 y que cristaliza con la irrupción del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) en 2013. Esta periodización nos parece importante porque nos permite interpretar las diferentes expresiones organizativas que se dio la clase trabajadora en el marco de las distintas fases de la lucha de clases.
b. El ciclo de resistencia a las reformas neoliberales
Durante el período de aplicación de las reformas neoliberales, la clase obrera industrial y de servicios perdió posibilidades de lucha en el marco de una contracción generalizada de sus áreas de actividad, que fue posibilitada por la burocratización de los sindicatos y por una ofensiva del estado sobre los derechos laborales(5). En cambio, la fracción de trabajadores y trabajadoras calificadas de cuello blanco, con sus núcleos más dinámicos en los sectores docentes y estatales, se destacó por su mayor capacidad de movilización (cristalizada en el surgimiento de la CTA), al igual que el movimiento estudiantil (formado en gran medida por sectores de juventud provenientes de esta misma fracción, así como de sectores pequeñoburgueses), que pudo resistir parcialmente el intento de mercantilización educativa. Sin embargo, el sujeto característico de las luchas sociales de este período fue el movimiento piquetero, que organizó a amplias capas de la clase trabajadora desocupada, y que pudo desplegar una gran combatividad en la acción directa callejera, alcanzando altos niveles de coordinación nacional en 2001 y 2002 y protagonizando la insurrección popular que derrocó al gobierno en 2001 y dio origen a un nuevo ciclo político.
Es en este marco que comenzaron a desarrollarse las formas típicas de las organizaciones del espectro que luego se denominaría como Izquierda Independiente, Izquierda Autónoma o Nueva Izquierda (para distinguirlo de la Izquierda Tradicional conformada principalmente por el Partido Comunista y los distintos partidos trotskistas). Estas organizaciones se caracterizaron por una composición social que aliaba a trabajadores y trabajadoras calificadas de cuello blanco, sectores universitarios con los trabajadores y trabajadoras desocupadas. La forma de organización más común fue la de agrupación o movimiento de base, generalizada en los ámbitos piquetero y universitario. Esta forma de organización tendía a ser una respuesta a la necesidad de reconstruir el tejido de organización social de la clase tras décadas de retroceso, priorizando las disputas específicas y replegándose a lo local, ante una correlación de fuerzas desfavorable en la política general. De este modo primó en las organizaciones de nueva izquierda una ideología difusa, construida a partir de definiciones generales que nucleaban a miembros de tradiciones políticas diversas, con influencia del autonomismo y el populismo. En un primer momento se dio una fuerte atracción por el zapatismo. Luego desde el 2002 el chavismo empieza a tener una creciente influencia en algunas organizaciones del espectro independiente, cuando luego del intento de golpe de estado realiza un viraje a la izquierda y empieza a proyectarse a nivel latinoamericano como referente de la resistencia al imperialismo yanqui y del «Socialismo del Siglo XXI».
A pesar de su laxitud ideológica, las agrupaciones de base de la nueva izquierda no se plantearon como agrupamientos de frente único (a diferencia, por ejemplo, de las amplias agrupaciones sindicales antiburocráticas de los 60/70), sino como organizaciones intermedias que expresaban una tendencia política determinada, ya sea en formación o consolidada, con mayor o menor nivel de homogeneidad y desarrollo ideológico (6). Un sector de estas organizaciones, del cual formamos parte, construyó a su vez núcleos de elaboración teórico-política, que cumplieron la importante función de preservar las tradiciones de pensamiento marxista en el seno de estos agrupamientos, así como de construir contrapesos a las tendencias al populismo y el autonomismo. El aporte de estos núcleos se materializó en las organizaciones de base a través de definiciones generales que indicaban cierta delimitación con respecto a las demás organizaciones de la Nueva Izquierda (por ejemplo, el clasismo). A su vez, su organización separada sirvió para no exigir definiciones ideológicas excesivas en las organizaciones de base, en un momento en que era más prioritaria la reconstrucción de los lazos organizativos de la clase trabajadora.
Por su parte, los partidos de la Izquierda Tradicional tenían una larga trayectoria histórica, habían sobrevivido a la dictadura, y venían de una experiencia como la del Izquierda Unida (frente electoral del Partido Comunista y el Movimiento al Socialismo), que había logrado una influencia electoral considerable hasta principios de los 90. Dada la total integración capitalista del PC, centraremos nuestro análisis de la Izquierda Tradicional a los partidos trotskistas.
Desde fines de los 80 el MAS, el principal agrupamiento trotskista, comenzó a dividirse en sucesivas esquirlas de las cuales provienen la mayoría de las actuales formaciones trotskistas (las principales: PTS, MST, IS, Nuevo MAS), con la excepción del Partido Obrero. Los distintos grupos trotskistas mantuvieron una perspectiva tradicional de construcción del partido: participación electoral, inserción en la clase obrera ocupada, inserción variable en el movimiento de trabajadores y trabajadoras desocupadas, con el énfasis puesto en el crecimiento de la propia estructura partidaria, y un comportamiento fuertemente sectario y de competencia entre sí. En un contexto de fragmentación y dispersión de la izquierda, y de escasa llegada al masivo de la sociedad de su programa político, esta orientación contuvo algunos elementos de la construcción de partidos-secta señalada por Draper. Por contraste, la Nueva Izquierda basó su orgánica en las fracciones más dinámicas de la clase trabajadora en esta etapa, y se adaptó en gran medida a lo máximo que ésta podía ofrecer en términos organizativos en ese momento, dada la desintegración del tejido social que se había operado. Las formas alternativas de organización, basadas en el modelo de partido-secta, no lograron en esta etapa resultados mejores. La Nueva Izquierda tuvo entonces la virtud de construir los elementos iniciales de una estrategia para una época histórica de acumulación de fuerzas, basada en la idea de la construcción de poder popular (entendida como la autoorganización de la clase en espacios de frente único para reorganizar democráticamente distintos aspectos de su vida, arrancar concesiones a la clase capitalista y el Estado, y desarrollar un proyecto hegemónico para la transformación social).
c. La recomposición de la hegemonía burguesa bajo el kirchnerismo
Después del 2001, la fuerte represión de fines del duhaldismo y la recuperación económica iniciada con la devaluación de 2002, promoviendo la producción y las exportaciones locales en una coyuntura mundial de alza en los precios de las comodities, y el consecuente aumento del nivel de empleo, implicaron un descenso paulatino en la centralidad del movimiento piquetero. Esto no significó necesariamente un descenso en términos numéricos, sino más bien una pérdida de protagonismo en la dinámica del conflicto social. En particular, si bien la gestión de los planes sociales estatales permitió un crecimiento masivo de las organizaciones de desocupados, fue una importante herramienta de cooptación que utilizó el kirchnerismo para domesticar al movimiento piquetero sin mayor represión, ofreciendo más recursos a las organizaciones que se acercaban al gobierno, y aislando y dificultando el acceso a recursos a las organizaciones independientes. Si bien una parte ha sido cooptada, un grupo muy significativo de organizaciones se ha mantenido independiente, y ha crecido en capacidad organizativa e inserción. Por contrapartida, el movimiento obrero comenzó un lento proceso de recuperación, con nuevos fenómenos de sindicalismo de base donde la izquierda en general (en particular el PTS y en menor medida el PO) creció cada vez más en inserción.
Por su parte, se expandieron paulatinamente en presencia pública y posibilidades de organización otros ámbitos de lucha. Destacamos en primer lugar la lucha feminista, con el crecimiento en masividad del Encuentro Nacional de Mujeres, el surgimiento de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, y la adopción por las distintas organizaciones sociales y políticas de la agenda del movimiento de mujeres y LGTTBIQ. También debemos mencionar las luchas ambientales: de la mano del extractivismo cobraron fuerza distintas luchas locales contra emprendimientos y prácticas productivas contaminantes, sobre todo la megaminería, con fuerte repercusión y apoyo nacional. Emergieron con fuerza otros actores como los medios alternativos, las organizaciones antirrepresivas, etc.
Ante esta situación, las organizaciones de nueva izquierda se abocaron generalmente a diversificar su inserción y construir corrientes de intervención multisectorial, que denominaremos en términos genéricos Movimientos Sociales y Políticos. El Frente Popular Darío Santillán, la Corriente de Organizaciones de Base La Brecha y el Movimiento Popular La Dignidad son ejemplos de este tipo de organización. Este tipo de movimiento permitió reagrupar a las distintas organizaciones de base sectoriales que intervenían en distintos territorios con una perspectiva política similar. Al mismo tiempo, además de la intervención multisectorial, permitió cristalizar y profundizar una perspectiva política más definida, que sirvió para enfrentar en mejores condiciones organizativas e ideológicas los intentos de cooptación por parte del gobierno y constituir referencias políticas alternativas de peso para distintas organizaciones independientes de todo el país. El modelo partidario del trotskismo tradicional, por su parte, comenzó a dar frutos en el marco de la recuperación del movimiento de trabajadores y trabajadoras ocupadas. De la mano de la revitalización de un activismo que reconstruye un sindicalismo combativo se logró colocar con fuerza y visibilidad en numerosas luchas y en la recuperación de varias comisiones internas.
d. La erosión del modelo kirchnerista y la crisis de la Nueva Izquierda
A partir de 2008 se empieza a perfilar un nuevo ciclo político. El primer elemento que lo define es el conflicto del gobierno con las patronales agrarias, que rompió la coexistencia pacífica de las distintas fracciones burguesas en el marco de la reconstrucción de la hegemonía política de la burguesía y su estado. A esto el gobierno respondió con una batería de medidas progresistas, (por ejemplo, Ley de medios audiovisuales), instalando una polarización política entre el «gobierno nacional y popular» y la «oposición neoliberal» que politizó a la sociedad y demandó una mayor necesidad de respuestas políticas de parte de la izquierda. Por su parte, el impacto de la crisis internacional y el propio agotamiento del modelo económico kirchnerista por sus limitaciones estructurales reabrió un ciclo de luchas en el que recobró protagonismo la clase obrera, tanto a partir los paros generales impulsados por la burocracia sindical como por la intervención de la izquierda y el sindicalismo de base, ante problemas como la inflación y el impuesto a las ganancias, y los despidos y suspensiones.
Las intensas disputas políticas interburguesas y la intervención creciente de la burocracia sindical exigen posicionamientos complejos y hacen cada vez más inviable un refugio en lo local. A su vez, un menor macartismo social, la crisis de la centroizquierda (que retiene instituciones importantes como la CTA Autónoma, pero ya no entusiasma a nadie como fuerza política, estando su programa enteramente expresado por el kirchnerismo), y las posibilidades de intervención parlamentaria abiertas por la nueva ley electoral abren un gran campo de intervención para profundizar en la política de masas. Es decir, se da un doble movimiento, de creciente inviabilidad de refugio en lo local, junto con la creciente posibilidad de hacer política de masas.
La izquierda trotskista tradicional estaba mejor pertrechada para esta nueva coyuntura. Había ganado en inserción sindical, tenía experiencia electoral y un aparato aceitado para ambas tareas. A su vez, la implementación de las PASO condujo al PO, el PTS e IS a conformar el FIT para superar el piso electoral del 1,5%, el cual terminó constituyéndose, ante la desaparición de la centroizquierda, en la principal alternativa electoral de izquierda al kirchnerismo, con resultados electorales cada vez mejores desde 2011.
Esta demanda de una mayor proyección política nacional también tuvo su efecto en la Nueva Izquierda, y se manifestó inicialmente en el surgimiento a partir de 2010 de múltiples espacios de reagrupamiento de distintas características, como la COMPA y el Espacio de Humahuaca (hoy Pueblo Unido por un lado y MULCS por el otro). No obstante, al poco tiempo de rodaje y cuando parecía que algunos de estos espacios cobraban rápidamente mucha fuerza, comenzó un proceso de crisis que condujo a varios procesos de ruptura de los reagrupamientos y las organizaciones en medio de una fuerte desorientación. La forma aparente de esta crisis, ante la evidente reconstitución de la legitimidad social del Estado y el sistema representativo, fue en casi todos los espacios el debate sobre la cuestión electoral y el marco de alianzas con el cual encararla.
No obstante, consideramos que esta es una visión superficial de la crisis, que para nosotros no es sólo ni principalmente por la cuestión electoral, ni por debilidades ideológicas u organizativas de los distintos grupos (que sin dudas existen), sino que responde a la necesidad de adaptarse a un nuevo período de la lucha de clases. La nueva situación marca la necesidad de innovaciones estratégicas, tácticas y organizativas para la nueva izquierda, centrada en lo que llamamos el desarrollo de tareas y funciones de partido, entre las que debemos considerar:
– Una política de prensa y discusión teórica propia de forma permanente. Si bien hay experiencia práctica en ambos sentidos, en general los esfuerzos de prensa y desarrollo teórico de las organizaciones de la Nueva Izquierda de orientación revolucionaria han priorizado la construcción de los Medios Alternativos y la participación en proyectos más laxos, descuidando en parte el desarrollo de herramientas propias de cada espacio político.
– La necesidad de participar en elecciones, parte importante del desarrollo de una política de masas. Esto genera una serie de complejidades para los Movimientos Sociales y Políticos que apuntan a la necesidad de abonar a otro tipo de orgánica. Se requiere una mayor centralización para poder intervenir de forma más dinámica en la coyuntura, organizar una política nacional más homogénea y menos federalista, así como la necesidad de dotarse de herramientas para incorporar de la manera más integral posible a las bases de los movimientos los debates políticos generales.
– Multiplicar la inserción hacia sectores de la clase obrera privada industrial, de transporte y servicios. Esta fracción ha protagonizado, en este último período, una serie de conflictos contra las consecuencias de la crisis en términos de despidos y suspensiones, y contra la persecución a activistas gremiales. La dureza de estos conflictos, que probablemente se repitan, nos presentan la necesidad de generar organizaciones con una estructura consolidada para brindar apoyo a las luchas y organizar a los y las activistas. Esto implica una serie de organizadores dedicados/as a la inserción en el movimiento obrero que excedan al activismo en el lugar de trabajo: encargados/as de prensa sindical, organizadores y organizadoras permanentes, abogadas/os, parlamentarias/as de izquierda. Esto no implicaría cambiar el modelo de inserción sindical que nuestro espacio de izquierda propone en los lugares de trabajo y fortaleciendo el protagonismo desde abajo, sino que sería una forma de potenciar y masificar esa inserción.
La situación paradójica es que los grupos que se construyeron a partir del modelo de partido secta están teniendo mucha mayor posibilidad de desarrollar una política de masas. Creemos que esto no puede interpretarse simplemente como resultado gradual de una acumulación de décadas por parte de estas organizaciones. La conclusión a la que llegamos es que estos partidos han desarrollado una serie de funciones (sobre todo la disputa electoral, prensa, producción de teoría y la participación en conflictos obreros) que ahora pueden emplear con mejor provecho en esta nueva etapa en la que dichas funciones se han vuelto cruciales, mientras que como Nueva Izquierda todavía tenemos que desarrollarlas.
Cabe aclarar, en referencia a los conflictos interburgueses y la intervención de la burocracia sindical, que pos elecciones de 2015 se esboza un posible «nuevo» consenso burgués encarnado en un plan de ajuste gradual. En el marco de un proyecto político que tendrá menos capacidad hegemónica para integrar a sectores de la clase trabajadora y que estará atravesado por un cuadro de inestabilidad (latente o manifiesta) producto de los coletazos de la crisis internacional en curso, una organización como la que estamos proponiendo deberá tener la suficiente flexibilidad para adaptarse a un escenario quizás más difícil, donde será más necesario que nunca complejizar nuestra intervención política general para difundir y accionar desde la perspectiva de independencia política de los y las trabajadoras.
IV. Hacia la constitución de un Partido de Masas con Libertad de Tendencias
Las organizaciones de la Nueva Izquierda nos encontramos entonces ante la urgencia de encarar un conjunto de problemas de distinto orden que son nodales para poder dar un salto político, es decir, un salto en nuestra intervención política de masas, y abordar las tareas que exige el actual período: el problema de la centralización política, la discusión programática, la constitución de órganos teóricos y de prensa, la intervención electoral, y la inserción sindical, entre otros.
La orientación mayoritaria dentro del vasto campo de organizaciones que constituyeron en algún momento la llamada «izquierda independiente» para dar respuestas al nuevo período ha sido la participación electoral, con distintos marcos de alianzas, y una tendencia a nivel organizativo a asumir la forma de Partidos Movimiento.
Consideramos que la forma Partido Movimiento responde al devenir espontáneo de la forma Movimiento Social y Político que predominó en el periodo anterior y que, por lo tanto, no puede dar respuestas adecuadas a los problemas que se nos presentan en el actual período. Por Partido Movimiento entendemos a un modelo organizativo partidario con características movimientistas: integra a militantes con diversos niveles de politización y formación a través de su vinculación con una dirigencia «natural» dentro del partido; carece una orgánica conscientemente apropiada por el conjunto de la militancia, lo que debilita la democracia interna; y no tiene un programa definido que integre y oriente globalmente su actividad política y social. La decisión de diversas organizaciones de asumir la táctica electoral en el último período sin resolver conscientemente el problema de la organización de masas, la falta de democracia interna y de libertad de tendencias orgánicamente constituidas, así como la ausencia de acuerdos programáticos firmes, se hizo patente en las sucesivas rupturas que se dieron a medida que fue cristalizándose esta orientación. Si bien la formación de herramientas electorales ha permitido a diversas organizaciones asumir la táctica electoral en un momento político en que se vuelve ineludible para cualquier política de masas, no ha redundado de igual modo en el resto de las tareas, como el crecimiento en el sector sindical privado, y/o la discusión programática, que no pueden resolverse sólo con la politización de un sector de compañeros y compañeras dirigentes, sino mediante la apropiación consciente del conjunto de la militancia de base de una orientación político-programática para el nuevo período.
Vale decir que dentro de la Nueva Izquierda, algunas corrientes han planteado desde sus inicios un proyecto organizativo más ortodoxo, construyendo organizaciones políticas que intervenían en frentes de masas conducidos por las mismas, y orientándose más directamente hacia la intervención en el movimiento obrero ocupado. Este enfoque permitió la constitución de grupos sólidos de cuadros, pero generalmente las organizaciones que adoptaron este enfoque quedaron por detrás de otras tendencias en su acumulación e inserción de masas.
Desde la organización política La Caldera nos proponemos impulsar una orientación, que consideramos más adecuada para abordar las tareas del período y para avanzar en pasos concretos de acuerdo al proyecto histórico definido. En un momento que requiere, por parte de las organizaciones de la Nueva Izquierda, el desarrollo de marcos de unidad y acción más profundos en términos políticos y estratégicos, entendemos que revisar nuestras formas organizativas es una tarea de primer orden.
Entendemos que el principal desafío es aportar a procesos donde las organizaciones de masas que construimos cotidianamente asuman «tareas y funciones de partido», lo cual debe ir acompañado de una profunda politización de nuestra militancia de base. Si deseamos desenvolvernos exitosamente en esas tareas, debemos enfrentar la inercia y no hacer de las virtudes organizativas del pasado un peso muerto para abordar las tareas del presente, sino la base firme sobre la cual dar saltos cualitativos ante los desafíos del nuevo ciclo de la lucha de clases. Entendemos que esos saltos cualitativos deberían cristalizarse organizativamente en un modelo alternativo a la orientación de partido movimiento, como así también a formas organizativas que tienden a ubicar las tareas de partido como funciones exclusivas de la organización de cuadros.
Ese modelo alternativo es el Partido de Masas con Libertad de Tendencias (PMLT). El partido de masas combina distintos niveles de politización y formación en su interior, y asume tareas políticas generales (agitación, propaganda, producción teórica, participación electoral, etc) a la vez que desarrolla una militancia de base unificada en distintos frentes como parte de esas tareas. Tiene un programa definido al que deben adherir todos las y los miembros, una orgánica democrática y una dirección elegida por el conjunto de la militancia. El PMLT puede asumir así la disputa política general sin perder la amplitud necesaria para agrupar en la misma orgánica a cuadros políticos más politizados/as y miembros/as más de base. La libertad de tendencias y la democracia interna favorecen esta orientación, en la medida en que los debates estratégicos se dan de manera abierta al interior del partido y es el conjunto de la militancia, y no sólo lxs cuadros políticos, quien participa en la resolución de estos debates, promoviendo la formación y politización permanente de toda la militancia.
La Libertad de Tendencias al interior de un Partido de Masas es, en este sentido, un rasgo decisivo. Significa la posibilidad de los miembros del partido de agruparse en torno a acuerdos estratégicos, propuestas programáticas, plataformas desde las que proponer iniciativas políticas o frentes hacia afuera del partido, etc. Estas tendencias pueden ser tanto Núcleos Políticos estables y permanentes, como tendencias más coyunturales organizadas para intervenir con alguna posición particular en un debate partidario interno. La Libertad de Tendencias implica la posibilidad de que esos agrupamientos expresen libre y abiertamente en prensas y publicaciones propias sus perspectivas, y que puedan presentar sus propuestas para el debate y la resolución democrática hacia el interior del partido, dentro de los acuerdos estratégicos del PMLT. Para que el debate entre tendencias no derive en la desintegración política o la disputa encarnizada, una nueva cultura militante se convierte en criterio fundamental. Su basamento debe ser la honestidad intelectual y la vocación de desarrollar los debates con apertura y sin oportunismo; priorizando el avance común y la construcción de síntesis superadoras contra el dogmatismo, la mezquindad y el sectarismo.
Este debate abierto hacia el interior del partido sirve como una escuela de formación para el conjunto y contribuye a la toma de decisiones más informada y democrática. Asumir esta posibilidad implica reconocer los distintos niveles de politización actualmente existentes en nuestras organizaciones, pero no estáticamente, promoviendo en cambio pisos progresivamente más elevados en la militancia. Esto requiere para los y las militantes que hayan alcanzado cierto nivel de formación y actividad práctica como organizadores/as, la responsabilidad de organizar su intervención dentro del partido a partir de un criterio político pedagógico; deben intentar recuperar siempre los «núcleos de buen sentido» que existen en la consciencia práctica de las bases de cualquier organización, aprendiendo de esto en una relación de retroalimentación democrática, construyendo las estrategias y herramientas más adecuadas para «traducir», explicar pacientemente y socializar los debates políticos que cruzan a la organización, buscando siempre la apropiación y aprehensión consciente por el conjunto de la militancia.
Cabe aclarar que el hecho de que el partido sea de masas y con libertad de tendencias no significa que agrupe a todo el espectro de la clase ni a todas sus tendencias políticas. En ese sentido, no pensamos que sea una herramienta única dentro de su tipo, sino que puede convivir con muchos partidos de masas y otro tipo de organizaciones. Desde nuestra organización intentamos abonar a una tendencia particular dentro de la izquierda anticapitalista y antipatriarcal, ecosocialista, demarcada por el clasismo, el rechazo de la vía pacífica al socialismo y el etapismo, la apuesta permanente al Frente Único en sus distintos niveles y la construcción de Poder Popular, entendiendo que el delineamiento en fino de la perspectiva estratégica de una organización de este tipo surgirá como un proceso, desde la participación común en la lucha de clases y a partir del debate estratégico honesto entre tendencias.
V Relaciones con otras propuestas de reagrupamiento
a. Similitudes y diferencias con la discusión sobre Partidos Amplios y Partidos Anticapitalistas Amplios del Secretariado Unificado
Un punto necesario de aclarar es el referido a la amplitud de esta propuesta de PMLT, lo abordaremos discutiendo la posición del Secretariado Unificado sobre los partidos amplios y los partidos anticapitalistas amplios.
En el último congreso de la IV Internacional (Secretariado Unificado) se aprueba una resolución llamando a la construcción de partidos anticapitalistas amplios (7). El carácter anticapitalista de estas formaciones busca delimitarlas adoptando la perspectiva de ruptura con el sistema y la delimitación con los partidos socialdemócratas devenidos social liberales; el carácter amplio apunta a reagrupar tendencias cuyas diferencias pasaron a segundo plano tras la caída del muro de Berlín, pero sobre todo a componentes provenientes de los movimientos sociales que pueden no tener una estrategia revolucionaria definida. Esta rectificación surge de un balance crítico de las experiencias de partidos amplios como Die Linke (Alemania), Rifondazione Comunista (Italia) y el Partido de los Trabajadores (Brasil), sobre todo por la tendencia de estos partidos a realizar alianzas con la socialdemocracia y a la integración en el Estado para la gestión del sistema capitalista.
Esta propuesta debe ser entendida en el marco de la necesidad de organizar sectores provenientes de los movimientos sociales que resurgieron en Europa en el marco de un panorama desolador para la izquierda, buscando intervenir desde los núcleos ideologizados de la IV Internacional en formaciones con mayor arraigo de masas que lograran dar la disputa política general con más fuerza. Ejemplos de estos partidos son el PSOL (Brasil), el NPA (Francia), el Bloco de Esquerda (Portugal) y la RGA (Dinamarca). (8)
Los partidos anticapitalistas amplios, como por ejemplo el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista) por parte de la LCR (Liga Comunista Revolucionaria) en Francia, partió de ser un pequeño grupo que organizó a 10.000 miembros en poco tiempo y actualmente coexisten en su interior corrientes sectores reformistas, troskistas y otros más cercanas a nuestro planteo. Por lo tanto, si bien tiene aspectos interesantes como la libertad de tendencias (con discusiones francamente democráticas sobre la política del partido), en general es una experiencia con grandes dificultades, donde la unidad se da sobre todo en el plano electoral/superestructural.
El movimiento que estamos proponiendo en cierta forma es inverso: no partimos de un pequeño núcleo ideologizado con el fin de organizar una mayor amplitud de sectores, sino que partimos de un movimiento multisectorial con una modesta inserción de masas en el cual ya participan varios núcleos ideologizados, que para poder intervenir con efectividad requiere de mayor homogeneidad, centralización y organicidad interna. Lo que necesitamos es un movimiento de cierre hacia adentro, exactamente lo contrario que en Europa. Este «cierre», se refiere sólo a la amplitud ideológica de la organización, no a la evidente necesidad de masificar nuestra propuesta y ganar cada vez más inserción en el seno de nuestra clase. Este cierre implica la tarea de acordar un programa común que estructure algunos elementos estratégicos de base ya construidos a partir de las definiciones políticas comunes. A su vez, desde esta perspectiva, la nueva cultura militante se convierte en un criterio importante a la hora de evaluar qué sectores y tendencias incluir dentro del partido, siendo fundamental para evitar la desintegración por la lucha política interna entre tendencias.
Otros fenómenos que podrían interpretarse como partidos de este tipo, son las experiencias de Syriza y Podemos. Estructuradas sobre un discurso innovador, con planteos anticapitalistas en un primer momento y de ruptura con los partidos tradicionales, las direcciones de ambas formaciones fueron hegemonizadas rápidamente por sectores reformistas, con una organización más tipo Partido-Movimiento en el caso de Podemos, y más estructurada en el caso de Syriza. A nuestro juicio en ese marco, las posibilidades de maniobra de las corrientes de izquierda de ambas formaciones se reduce cada vez más, y se pone fuertemente en cuestión la posibilidad de construir tendencias de izquierda en espacios dominados por sectores francamente reformistas, dispuestos incluso a aplicar planes de ajuste contra la clase trabajadora y el pueblo pobre. Estas experiencias refuerzan nuestra idea de que es necesaria una delimitación anticapitalista y antipatriarcal firme, como criterio fundamental para construir organizaciones duraderas.
b. Partido de Masas y Frente de Liberación Nacional y Social
Un modelo difundido en nuestro espacio político, proveniente de la tradición del PRT y de un rescate de la experiencia del FAS, es la de Frente de Liberación Nacional y Social. Trataremos de precisar la relación entre nuestra propuesta de PMLT y esta orientación, ya que entendemos puede ser una forma alternativa de pensar el reagrupamiento político de nuestro sector y consideramos que no es necesariamente contradictoria a la propuesta aquí desarrollada.
El FAS tendió a agrupar diversos grupos político/partidarios, agrupaciones de base o sectoriales, referentes individuales (como Tosco), de distintas tradiciones políticas, en particular de distintas vertientes del marxismo y un sector pro izquierda del peronismo revolucionario. En general funcionó a través de encuentros masivos que sin duda contribuyeron a instalarlo como una referencia en las organizaciones de izquierda. Abierta la coyuntura electoral en el 73, desde el FAS se hizo un intento de impulsar una candidatura alternativa al peronismo con la fórmula Tosco-Jaime.
El FAS no se consolidó como un órgano de coordinación entre diversas organizaciones para intervenir en forma común en la lucha de clases. Prueba de esto es que el PRT se dotó de otros órganos para este fin. Un ejemplo es el Movimiento Sindical de Base, impulsado para intervenir en este sector; otro son los Grupos de Base, que operaron en la Universidad de Córdoba del 73 al 75 agrupando a una amplia capa de activistas junto con cuadros del PRT y las organizaciones afluentes de lo que después fue la Organización Comunista Poder Obrero.
En relación al debate sobre el nivel de amplitud de este tipo de reagrupamiento, entendemos que en los 70 se veía como una prioridad acercarse a sectores del peronismo revolucionario e incluso a sectores marcadamente reformistas, pero debemos pensar a que organizaciones quisiéramos interpelar hoy con una propuesta de estas características. Si bien pensamos que pueden existir procesos de Frente Único con sectores políticos reformistas a nivel sindical y en iniciativas políticas, hoy entendemos que la prioridad es apuntalar un frente anticapitalista y antipatriarcal firme que se delimite del frentepopulismo. La posibilidad de aplicar las tácticas más audaces del Frente Único a la manera de la Tercera Internacional, proponiendo planes de lucha al conjunto de las organizaciones políticas y sindicales de la clase trabajadora, requiere de una acumulación solida de las organizaciones anticapitalistas y antipatriarcales para ser capaces de interpelar al conjunto de la clase disputando la orientación a otras organizaciones más vacilantes.
En los últimos años existieron algunos intentos de reagrupamiento de la Nueva Izquierda en los cuales encontramos similitudes de formato con este planteo, en lo que refiere a las organizaciones que los integraron y a los sectores políticos que buscaban interpelar. Tanto la COMPA, como la más reciente y menos amplia Mesa Política de la Nueva Izquierda, tuvieron intención de constituir reagrupamientos que nuclearan organizaciones políticas, agrupaciones de base y movimientos sociales. Si en la primer experiencia el carácter era deliberadamente «amplio», con la participación laxa de diversos sectores políticos (organizaciones afines al nacionalismo revolucionario, sectores más clasistas, agrupaciones de base pequeñas con pocas definiciones políticas, etc) donde tenían mayor fuerza los sectores que hoy se orientan hacia alianzas con la centroizquierda (actualmente Patria Grande), la segunda fue un intento de reagrupar a la Nueva Izquierda anticapitalista y antipatriarcal, con una identidad más marcada en relación a determinadas definiciones y construcciones políticas. Ambas experiencias no lograron construir una perspectiva común, más allá de espacios de debate y producción de declaraciones conjuntas, con limites concretos para intervenir conjuntamente en (y desde) las organizaciones de base y en una política de masas más decidida y firme. Estas limitaciones creemos son generales del conjunto de las organizaciones de la Nueva Izquierda, y estas experiencias fueron expresión de la debilidad en la claridad estratégica y de los objetivos políticos comunes. Sigue vigente la tarea de avanzar en mayores niveles de síntesis política. La propuesta de PMLT, su consolidación interna, permitiría contribuir de mejor manera a consolidar estos espacios de reagrupamiento con carácter frentista en sus distintos niveles de afinidad. Un primer espacio de afinidad conformado por las organizaciones que venimos articulando desde una perspectiva de construcción poder popular, y un segundo espacio, que contiene al primero, que estaría dado por todas aquellas corrientes que comparten una perspectiva anticapitalista.
Este resumido análisis y los respectivos balances de dichas experiencias, nos lleva a pensar que, con el nivel de fragmentacion actual y la imposibilidad de compartir en forma firme tanto el trabajo de base como la política de masas, es necesario construir una herramienta más sólida, que sea expresión de una experiencia de militancia compartida en los Movimientos Sociales y Políticos. Posiblemente, un partido de estas características, sea una de las precondiciones para las construcciones frentistas; una organización exitosa de este tipo probablemente pueda constituirse en centro de nuestro espacio político, aportando en experiencia y consolidando una orientación que pueda construir un Frente Anticapitalista que logre agrupar a organizaciones que hoy son parte del FIT y a la Nueva Izquierda anticapitalista, antipatriarcal y revolucionaria.
Notas:
1 Se han escrito muchos textos sobre este problema y cuestiones relacionadas desde distintas perspectivas. Algunos son: «La izquierda independiente en su laberinto: crisis, política, identidad y lucha de clases» de Sergio Nicanoff: http://contrahegemoniaweb.com.ar/la-izquierda-independiente-en-su-laberinto-crisis-politica-identidad-y-lucha-de-clases/; «Entre la reinvención de la política y el fetichismo del poder. Cavilaciones sobre la izquierda independiente argentina» de Miguel Mazzeo: http://lhblog.nuevaradio.org/b2-img/Mazzeo_ReinvencionVsFetichismo.pdf, reseñado en «Una ventana a la crisis de la Izquierda Independiente»: http://www.democraciasocialista.org/?p=2863; «Izquierda independiente: balance y perspectivas» de Fernando Stratta:http://contrahegemoniaweb.com.ar/izquierda-independiente-balance-y-perspectiva/; «Pueblo en Marcha, elementos de reflexión estratégica» de Martín Mosquera y Nahuel Martín: http://www.democraciasocialista.org/?p=4444.
2 El planteo general de este apartado está tomado de Pierre Broué, Historia del Partido Bolchevique:https://www.marxists.org/espanol/broue/1962/partido_bolchevique.htm ; para las fracciones internas es útil Michel Olivier, La Izquierda Bolchevique Y El Poder Obrero 1919-1927: http://www.edicionesespartaco.com/libros/izquierdabolquevique.pdf .
3 Ver «Poder Popular», Serie Documentos, Ediciones La Caldera.
4 La lista de escisiones del trotskismo es muy larga; en el caso del PCI, rápidamente avanzó en excluir a la fracción izquierdista de Bordiga, por la cual no sentimos mayor simpatía política, pero cuya exclusión se hizo en contra de la voluntad de la mayoría del partido apoyados en el peso de la Internacional Comunista, ver Robert Paris Antonio Gramsci, Écrits politiques 1914-1920, Paris : Éditions Gallimard, 1977. En el caso del PRT, la primera escisión se produjo por una cuestión estratégica (adoptar o no una estrategia armada), entre el PRT La Verdad y el Combatiente. EL PRT El Combatiente sufrió dos escisiones en 1969, la Tendencia Proletaria y la Tendencia Comunista, que formarían Orientación Socialista y el GOR respectivamente. En 1973 sufrió dos nuevas escisiones, el ERP 22 de Agosto y el PRT Fracción Roja.
5 No debemos dejar de mencionar, no obstante, que algunos sectores de la clase obrera industrial desarrollaron luchas heroicas que en general terminaron en derrotas, como la lucha de los trabajadores de FIAT en Córdoba contra el convenio del SMATA con la empresa en 1996/97, o las dos huelgas generales de 1996
6 En La Caldera distinguimos dos tipos de organizaciones de base: las organizaciones de frente único, que admiten potencialmente a la totalidad de la clase o la fracción de la clase que buscan agrupar (p. ej., sindicatos, centros de estudiantes, asambleas barriales), y las organizaciones intermedias, que tienen una delimitación ideológica más estrecha, conteniendo a un sector más politizado de activistas, pero que aún así admiten cierta dispersión ideológica y pluralidad de tendencias a su interior. Lo que estamos diciendo entonces es que los movimientos y organizaciones de Nueva Izquierda que se desarrollaron desde los 90 a esta parte constituyeron organizaciones de base de tipo intermedio.
8 Cf. «Para continuar con el debate sobre los partidos amplios», informe presentado por Laurent Carasso a la reunión del Comité Internacional de 2013 de la IV Internacional. (http://puntodevistainternacional.org/documentos-de-la-iv/documentos-ci/126-para-continuar-con-el-debate-sobre-los-partidos-amplios.html)
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