El actual proceso electoral se nos presenta como un momento de reacomodo político en medio de una profunda crisis y recomposición del régimen político en México. No es que el proceso electoral y sus campañas hayan provocado la crisis. Es que el proceso electoral ocurre en un punto culminante, de acumulación de agravios, de la […]
El actual proceso electoral se nos presenta como un momento de reacomodo político en medio de una profunda crisis y recomposición del régimen político en México. No es que el proceso electoral y sus campañas hayan provocado la crisis. Es que el proceso electoral ocurre en un punto culminante, de acumulación de agravios, de la crisis del régimen político todo y de sus instituciones político electorales, incluyendo a los partidos institucionales. La división de la burguesía como consecuencia de la crisis del 2008 y los cambios económicos globales finalmente estallan en una ruptura en la oligarquía. Por otro lado las constantes movilizaciones, protestas y resistencias populares que si bien no han logrado revertir las reformas neoliberales han extendido el descrédito e ilegitimidad del actual poder. La conjunción de todo ello da como resultado la crisis del régimen político que rompió las bases del régimen surgido del giro histórico que significó el pacto PRI-PAN, simbolizado por la alianza Salinas de Gortari-Fernández de Cevallos de 1988.
La forma de dominación de una oligarquía neoliberal que desplazó a otros sectores de la clase dominante y que estuvo representada por la alianza PRI-PAN se está rompiendo y apuntando a un nuevo reacomodo, una nueva forma. No solamente como campañas electorales opuestas, sino como expresión de una división de la burguesía muy amplia que apunta a una nueva expresión de esta dominación de clase más acorde con el giro ultraderechista que se expresa en otros lugares del mundo. El bloque dominante representado en la esfera política por el PRIAN logró completar el más grave ciclo de reformas neoliberales, de las «reformas estructurales», en particular la energética. Ahora con la crisis de legitimidad (y la permanente protesta popular), con el giro que les ha significado la llegada de Trump y las perspectivas inciertas para el futuro inmediato y la falta de credibilidad de todos los partidos institucionales, en primer lugar los del «Pacto por México», una violenta división burguesa encuentra su reflejo en el proceso electoral.
Sin embargo, un reacomodo político, como el que se está dando, no significa que en las próximas elecciones el modelo económico neoliberal se encuentre en tela de juicio, o incluso en posibilidades de ser impugnado en las elecciones. Ninguna candidatura cuestiona realmente los elementos centrales de la política neoliberal que, durante tres décadas, ha causado un país escandalosamente desigual, violento, y en crisis permanente. Esto no anula el hecho de que las cúpulas empresariales han tratado de erigirse como los grandes electores, con lo cual no hacen sino mostrar el profundo desprecio por el pueblo trabajador y dirigentes sociales que se «atreven» a involucrarse en política. Así lo muestran las nefastas difamaciones contra Nestora Salgado, por ejemplo. O la ilegal búsqueda de coacción y condicionamiento del voto a las y los trabajadores de las grandes empresas del país. El PRT repudia y condena estas muestras de odio de clase, de manipulación y chantaje de la burguesía.
El modelo económico neoliberal, no está sometido a cuestionamiento por los candidatos, y este es solo un síntoma de cómo la propuesta electoral de cada partido, se corre en general a la derecha. Los grandes problemas nacionales no están en las agendas de los candidatos ni sus partidos. Hay silencio y respuestas evasivas, o peor, un uso oportunista ante, por ejemplo, las víctimas de más de una década de militarización y falsa «guerra contra el narco». Las escandalosas condiciones de trabajo en el país, salarios de miseria, la falta de derechos laborales mínimos, inestabilidad y precariedad laboral; tampoco son parte de las agendas electorales.
Tampoco son parte de la agenda los derechos de las mujeres ni la violencia que sufren, ni su más cruda expresión: los miles de feminicidios que van en aumento. La agenda y demandas de las mujeres se eluden e incluso se propone someterlo «a consulta» (¿»consulta» de derechos de las mujeres?) lo que es más escandaloso por parte de los partidos que se dicen «progresistas». Ya sea por abierta oposición al reconocimiento de los derechos de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, o por miedo a perder réditos electorales, las demandas de las mujeres están fuera del debate electoral.
De igual forma lo están los derechos de toda la comunidad LGBT, que incluso están siendo abiertamente atacados por distintas fuerzas electorales en todo el espectro, mientras buscan mantener una imagen de falsa tolerancia e inclusión. Lo más preocupante en este respecto es que, cualquiera que sea el resultado final de la elección, se espera un Congreso mucho más beligerante en cuanto a estos temas y con la salida de la marginalidad política de una nueva extrema derecha religiosa, irresponsablemente catapultada por Morena al Poder Legislativo.
La forma en que los candidatos plantean el debate en torno al nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, muestra también que el terrible ecocidio que vive el país, los megaproyectos, la minería rapaz, la crisis de agua en varias regiones, entre otros graves problemas ambientales, no son parte de la agenda electoral. Por el contrario, todas las candidaturas apuestan por profundizar un modelo de falso desarrollo, basado en la dependencia de las actividades extractivas, el abuso de los recursos naturales y principalmente el despojo de tierras y territorios a pueblos indígenas y clases populares en general.
A pesar de lo anterior, sin embargo, la rabia y descontento de enormes sectores de la población trabajadora, busca encontrar cauces para expresarse. Es así que a pesar de las concesiones y escandalosas alianzas, la candidatura de Andrés Manuel López Obrador se perfila como la principal puntera en encuestas y con todos los pronósticos para obtener la mayoría por parte de los votantes el 1 de julio. Para la fecha perentoria que significa la elección, no hay una alternativa que claramente represente las demandas e intereses de las clases populares en el país. De este modo, las millones de personas indignadas que aumentan cada vez más, a pesar de la represión y la violencia que existe en todo el país, expresarán ese hartazgo popular contra el PRIAN el cual, al no existir en el terreno electoral una opción propia de las clases trabajadoras, ese rechazo lo manifestarán votando por AMLO.
Pese a todas las concesiones que cada día anuncia López Obrador para conseguir, ahora sí, el respeto a su triunfo por parte de las clases dominantes y a pesar de todo su giro derechista, como le llaman diversos analistas, en el imaginario popular se levanta la esperanza de que supuestamente un gobierno de López Obrador representaría un cambio radical del régimen. Esta ilusión popular se acrecienta, paradójicamente, con la violenta guerra sucia que le hace la derecha a López Obrador y todas las calumnias e insultos clasistas, que no hacen sino pintar de cuerpo entero a una oligarquía prepotente y que desprecia al pueblo trabajador.
Para quienes somos anticapitalistas y socialistas, el debate actual no debería de estar en cómo construir una fórmula de votación para la próxima elección, sino el de cómo, ante el nuevo escenario post electoral sea el que sea, se pueda abrir paso a la construcción de alternativas, que como vemos hoy hacen falta, tomando en cuenta el hecho del masivo voto que se espera por AMLO. No se trata entonces, para quienes pugnamos por la construcción de alternativas para el pueblo trabajador, de construir fórmulas de «apoyo crítico» a un proyecto en el cual la izquierda no se puede sentir representada y que, de llegar a la presidencia, resultaría más una administración de la crisis y no pocas decepciones a su caudal de votantes. Pero simétrico error sería confrontar de manera beligerante y sectaria, con supuestas superioridades morales o intelectuales a quienes el primero de julio depositarán sus ilusiones en la boleta. Nuestro reto, mucho más difícil que fáciles salidas coyunturales, es entender el nuevo periodo que se abrirá después de la elección y, en ese contexto, encontrar los caminos para la reorganización de alternativas anticapitalistas. Por eso, en vez de fórmula de votación, hemos repetido la consigna de «votes o no votes, organízate» para la lucha anticapitalista que en cualquier escenario post electoral se enfrentará a graves retos.
Por otro lado, las experiencias de los mal llamados gobiernos «progresistas» en América Latina, demuestran que ante la emergencia de gobiernos de este corte (como podría ser hipotéticamente el de Obrador), la construcción de polos de referencia a su izquierda es crucial para evitar el suicidio político de la izquierda anticapitalista. La misma lección se puede sacar del ciclo de degradación tragicómico del PRD, que en su momento quiso hegemonizar a todo el espectro social de la izquierda; y hoy, sus resultados están a la vista.
Es así que, en la búsqueda por construir una opción anticapitalista en este terreno, nos involucramos y respaldamos la campaña por el registro como candidata independiente de María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy, vocera del Concejo Indígena de Gobierno. La campaña fue un acierto político en la necesaria búsqueda de una opción antisistema y anticapitalista en el marco de la presente crisis del régimen político, así como una apuesta por acuerpar a los elementos más a la izquierda de este descontento popular y presentar el reto para que la izquierda anticapitalista pueda actuar a una escala mucho mayor que la actual. Y aunque la campaña de Marichuy tiene el prestigio y la autoridad moral que no tienen otras candidaturas, especialmente las «independientes», por haber conseguido sus firmas en forma honesta y por medio del trabajo militante del activismo que la apoyó no consiguió las firmas legalmente exigidas en el marco de un sistema antidemocrático, clasista, dominado por el dinero incluso para comprar las firmas y además racista y misógino.
Sin embargo, los resultados de la campaña de Marichuy representan la primera demostración del carácter fraudulento del presente sistema electoral. Donde el primer paso de un posible fraude fue dado justo en las campañas por el registro de candidaturas independientes. El diseño del mecanismo para obtener esas firmas estaba hecho para hacerlo imposible a nivel presidencial. De hecho ninguno de los aspirantes pudo obtener el número de firmas exigidas legalmente. Como ejemplo del fraude en curso, el INE otorgó, en su momento, el registro a Margarita Zavala pese a que se comprobó la utilización de métodos fraudulentos para obtener las firmas. Peor aún, el INE le negó el registro al Bronco por la cantidad de trampas y firmas falsas que presentó y posteriormente el Tribunal Electoral, el mismo que juzgará la votación del 1 de julio, impuso su candidatura pese a esa gigantesca mayoría de firmas falsas. La señal es muy clara, no importa que el propio INE reconozca que la mayoría de firmas son falsas, el Tribunal puede determinar que sí tiene derecho a presentarse como candidato en las boletas. Hoy las encuestas dicen que «ya saben quién» tendrá la mayoría de votos. Mañana, el Tribunal con la misma desfachatez que hizo con el Bronco, puede decidir que es otro el supuesto ganador.
Este ciclo electoral es ya, por mucho y en consonancia con un país convertido en un cementerio y sembradío de fosas clandestinas, el más violento en la historia del país. La violencia política, expresión más cruenta del reacomodo de fuerzas políticas, se está convirtiendo en uno de sus sellos característicos. No sólo la violencia verbal e injurias, así como la «guerra sucia», de estas campañas, sino una violencia que llega al asesinato de más de 100 candidatas y candidatos de todos los partidos, sobre todo a nivel local. O la preocupante violencia política contra las mujeres. Sino también la violencia para destruir candidaturas, por medios institucionales, que se da a nivel nacional, por ejemplo en la elección para senadores, en los intentos de desacreditar y destituir candidaturas por argucias legaloides como las de Napoleón Gómez Urrutia, dirigente del sindicato minero, o por las calumnias a Nestora Salgado García de las policías comunitarias de Guerrero presentándola como «secuestradora». La violencia que se expresa ya en las campañas parece continuación del clima de violencia extendida nacionalmente, mostrando una profunda descomposición social e institucional, hasta explotar en una real crisis de derechos humanos en el país con la ola de ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y feminicidio. Pero no es simplemente una continuación de la violencia ya presente en todo el sexenio, sino puede ser el presagio de la forma que tome ahora el ya anunciado fraude que pese a lo que digan las encuestas no bastan para conjurarlo.
Al mismo tiempo, y la experiencia histórica es rica en ejemplos, la espada del fraude penderá siempre sobre la cabeza de la falsa democracia mexicana.
El propio AMLO, así como el conjunto de la clase dominante, teme a la explosión social de protesta que podría darse de imponerse un nuevo fraude cuando lo comparan con un tigre suelto, un tigre al que los políticos han querido mantener sujeto, amarrado, controlado, respetuoso de las vías institucionales. En realidad no es un animal salvaje, no es el México bárbaro porque la barbarie ya está instalada aquí desde el poder, como lo comprueban los regímenes neoliberales que chorrean sangre por todos lados. El tigre no sería otra cosa que la irrupción de las masas populares ya hartas de todas las trapacerías del sistema buscando construir su propio destino, aunque no fuera ya por medio de las urnas, sino en las calles, en los caminos, en la movilización y auto organización.
Aunque pareciera que las oligarquías, por miedo a que la rabia no se exprese solo en las urnas sino en las calles contra el fraude, y pese a las cada vez más firmes garantías que el candidato puntero les da, el fraude no puede ser conjurado del escenario inmediato. Si ese fuera el caso, anticapitalistas y socialistas tendremos que estar en la primera fila de la defensa de la voluntad popular. Así como en 1988 desde el PRT mantuvimos hasta el último momento una propuesta anticapitalista, alrededor de la campaña de Rosario Ibarra de Piedra, tras la «caída del sistema» que impuso a Salinas, nos comprometimos a fondo en la lucha contra el fraude. Si este es el escenario que se deriva de la elección, nuestra postura será la misma. Pues históricamente, siempre ha sido la izquierda los auténticos promotores y defensores de los derechos políticos y democráticos, desde la lucha por el sufragio universal, la obtención del voto a las mujeres, la legalización de organizaciones de trabajadores, hasta la defensa del voto ante los distintos fraudes.
El fin y mutación de este régimen de muerte se acerca. Si la derecha se impone sin resistencia, el nuevo régimen y reacomodo de nuevas fuerzas políticas estarán marcadas por un avance a posiciones ultraderechistas como ya hemos visto en otras partes del mundo. La Ley de Seguridad Interior que aprobaron, la violencia ya desatada, los fraudes del Tribunal Electoral ya en esta campaña con los «independientes» y muchas señales más, pese a la división burguesa y el apoyo a AMLO de sectores que antes le combatían, indican que el riesgo de fraude y fraude violento, no está todavía conjurado. Antes o después de la votación (sorpresivamente el PRI en la Cámara de Diputados aprobó quitar el fuero al presidente y la decisión del Senado quedó pendiente para después de las elecciones decidir). Si lo imponen hundiéndose ya definitivamente en la ilegitimidad, no solo hay que oponerse, sino empujar la posibilidad, mayor si hubiera un bloque social y político anticapitalista, de que con la explosión social el interés del pueblo trabajador pueda hacerse presente en el reacomodo de fuerzas de la caída del actual régimen.
Ante cualquier escenario, existe una conclusión general: la necesidad de organizar y articular a la izquierda anticapitalista, que abiertamente cuestione y combata el ecocidio, el patriarcado y las violencias machistas y promueva la autorganización popular. Ya sea para defender consecuentemente la voluntad popular o, si el gobierno de AMLO abre un nuevo momento político. En cualquier caso es urgente la construcción de un polo anticapitalista que agrupe a quienes buscamos una transformación profunda del país, más allá de lo que se opte por hacer el 1 de julio, votando o no, lo importante es organizarnos. Abrir caminos de encuentro y debate, de construir unidad en medio del mosaico diverso que es hoy la izquierda a la izquierda de MORENA. Ésta, para los socialistas del PRT, es la tarea principal en el presente momento y cada día se vuelve más urgente de cara a un nuevo ciclo político que, indudablemente se abrirá tras la elección de julio. Nuestras esperanzas no están en las urnas, sino en la gente que lucha, con las mujeres en lucha, con los pueblos indígenas en resistencia, con todas y todos que enfrentan la guerra y defienden la vida, este es un punto de encuentro mucho más amplio y sustancial que el sentido de un voto.
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