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La «crisis del MAS» y los analistas

Fuentes: Página 7 (La Paz)

Muchos analistas -convocados por los medios- salieron presurosos a opinar sobre la «crisis del MAS» y sus consecuencias. Marcelo Varnoux dice que los conflictos internos del MAS se han vuelto «incontrolables», Jorge Lazarte atribuyó la crisis a que los masistas ya no responden a ideales sino a intereses personales y de ascenso social y Carlos […]

Muchos analistas -convocados por los medios- salieron presurosos a opinar sobre la «crisis del MAS» y sus consecuencias. Marcelo Varnoux dice que los conflictos internos del MAS se han vuelto «incontrolables», Jorge Lazarte atribuyó la crisis a que los masistas ya no responden a ideales sino a intereses personales y de ascenso social y Carlos Cordero anticipa que los roces internos entre masistas los dejarán «exhaustos y divididos hasta el año 2014» (todos citados por La Prensa). «Es la patología del poder, se revelan las debilidades de la condición humana, no sólo en el gobierno, sino desde las bases a niveles intermedios del MAS», señaló Lazarte. Y puede ser, pero en ese caso bien valdría adherir al anarquismo, que ya advirtió que esto sucedería hace ciento cincuenta años.

La cuestión es que el MAS siempre estuvo en crisis, al menos si llamamos crisis a las disputas de poder internas, y a la existencia de intereses personales y búsqueda de ascenso social individual. Pero pese a esa «crisis» permanente, el MAS logró articular a la mayoría de los sectores subalternos a través de una suerte de alianza corporativa tan cara a la cultura popular boliviana. Así, una pluralidad de grupos completamente dispersos en los 80 y 90, desde el 95 fueron confluyendo en complejos equilibrios corporativos, gremiales y territoriales que sólo el liderazgo de Evo Morales podía mantener unidos. Pero las divisiones, expulsiones y acusaciones cruzadas fueron la regla. En el 97 Alejo Véliz acusó a Evo Morales de hacer un acuerdo con Jaime Paz Zamora y el MIR para votar cruzado contra él (que era candidato presidencial de Izquierda Unida, por donde postulaba Evo como uninominal). En 2004 Filemón Escóbar, considerado ideólogo del MAS, fue expulsado en medio de la conmoción de muchos militantes. Las huelgas de hambre en la casa de campaña masista en 2005, para pedir candidaturas, fueron desarticuladas bajo amenaza de expulsión de los «buscapegas». Y basta ir a ver cómo se eligen los candidatos al interior del MAS para concluir que, como dicen sus propios militantes, es «una olla de grillos». Pero esas peleas -que existieron en cantidades en 2009- no impidieron a Morales obtener el 64% de los votos. En verdad, desde 2000, la gente se movilizó desde sus organizaciones sindicales y vecinales, y el MAS fue más bien una estructura electoral y, en cierta forma, para muchos militantes, una agencia de empleo. La separación ideal que hacen los propios militantes entre «el MAS» y «el Intrumento Político» refleja el desprestigio del masismo como partido, incluso en el campo popular.

Por eso, varios analistas buscan mostrar que el MAS es como todos los partidos, por lo que no habría ningún cambio a la vista. Puede ser, pero no dejan de reflejar la impotencia de la derecha: la apuesta a que esto se «pudra por dentro» ante la mediocridad de sus líderes para construir una alternativa medianamente digna.

Eso es lo que hay como «partido del cambio». Como en todas partes, las fuerzas que buscan transformar la sociedad arrastran demasiadas inercias conservadoras. Y el MAS no es la excepción, es más bien un caso de manual. ¿pero qué se hace con eso? El vicepresidente habló de una «reideologización» del MAS, lo que no parece muy sencillo en vistas que la adhesión suele ser más corporativa que programática, más allá de ciertas ideas fuerza como la reconstrucción de un Estado redistributivo, cierto antiimperialismo más o menos difuso y el rechazo también más o menos definido al colonialismo interno. Y más allá de las críticas internas, no parecen ser muchos quienes quieren refundar el «instrumento».

Pero, con todo, el MAS es Bolivia, con su voluntad de construir una sociedad mejor sin desprenderse de la cultura rentista, sus ilusiones (utopías) colectivas: saltos industriales o vueltas a la comunidad. Y mucho voluntarismo.