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La cutura de Internet y la política de comunicación de la Iglesia

Fuentes: Le Monde

El Vaticano siempre ha mirado a Internet con recelo. Pero eso está cambiando: desde hace relativamente poco, multiplica encuentros y planifica desembarcos que, probablemente, terminen impactando en la gobernabilidad de la Red. Entre los pasados 12 y 15 de noviembre se reunió en Roma la asamblea plenaria de la Comisión Episcopal Europea encargada de los medios. En dicho marco, Monseñor di Falco Léandri (Obispo de Gap, Responsable de Comunicación de la Conferencia Episcopal Francesa y Presidente de la Comisión de Obispos Europeos encargados de los Medios) pronunció el discurso de bienvenida que aparece a continuación y debido a su interés lo reproducimos en Rebelión. (Juan Agulló: [email protected])

Traduccido para Rebelión por Juan Agulló

Al abordar este tema me vienen a la mente tres asuntos que alteraron la vida de nuestra Iglesia durante el invierno pasado. Me refiero al Caso (así es como lo bautizaron los medios) Williamson, a la excomunión de Recife y a las declaraciones del Papa sobre los preservativos -en el avión que le transportaba a Camerún-. Tres asuntos que sacudieron el planeta Internet. Los tres se consideraron emblemáticos por la manera en la que la Iglesia comunicó y por la manera en la que los internautas -cristianos o no- reaccionaron. Los tres revelaron las fortalezas y debilidades comunicativas de la Iglesia en el marco de una cibercultura triunfante.

Al hilo del Caso Williamson, el Santo Padre reconoció que la curia todavía no es consciente de la trascendencia de la Red. Dijo, literalmente: «me han dicho que un simple seguimiento de la información a través de Internet hubiera bastado para conocer rápidamente el problema. De ahora en adelante, la Santa Sede tendrá que prestar mucha más atención a esta fuente de información».

Además hay otros aspectos que motivan la elección de este tema por parte de nuestra asamblea. Precisamente son esos aspectos de los que nos vamos a ocupar durante estas jornadas; aspectos entre los cuales cabe destacar la Web generation; las alteraciones en la organización del tiempo y del espacio, en la manera de informarse y de comunicarse; sus consecuencias eclesiásticas, sus efectos sobre el gobierno de la Iglesia, el lugar de la religión en el mercado de Internet, las maneras de difundir el Evangelio y de ser Iglesia.

No nos engañemos. Dejemos de hacer el avestruz. Internet se transforma, transforma nuestra sociedad y no puede dejar de transformar a la Iglesia; no puede dejar de transformar nuestra manera de ser y de actuar en ecclesia, so pena de dejar de ser testimonios de Cristo en el mundo contemporáneo…

Con Internet asistimos a una revolución copernicana que ya influye nuestra manera de ser en relación con el mundo, nuestra manera de situarnos en él, de interactuar con él. Nadie lo discute. La prueba está en el hoy. Saber surfear en la ola Internet tiene sus bemoles.

Internet es un revelador, un marcador. Se sepa o no comunicar; se sea o no creíble; se responda a los estímulos o se viva en una burbuja; se sea un profeta o el último mohicano; se esté vivo o muerto; o se conoce el lenguaje de Internet o es imposible comunicarse. Yo comparo a menudo la forma en la que la Iglesia está presente en los medios y en Internet con la actitud que se le exige a un misionero cuando se marcha a tierras desconocidas. ¿Qué se le pide? Conocer la cultura del país y aprender su idioma. ¿No deberíamos exigir lo mismo en relación con los medios?

En Internet, los jóvenes están creando nuevos lenguajes. Abreviaturas, fotos y emoticones y por supuesto]grabaciones de audio y de vídeo, que son las que predominan. La cultura digital se está dotando de su propia gramática, de un idioma en rápida y constante evolución. (LOL, MDR) Nuestra generación tiende a considerar, demasiado, como superficial todo lo breve, lo instantáneo, lo emotivo. ¿No nos habrán sobreformado en lo escrito, en lo largo, en la sesuda argumentación contenida en los densos informes, libros de teología y tesis que leemos o leeremos? Si nos fijamos bien, a lo largo de su historia, la Iglesia no se ha limitado a largos tratados de teología como único vector de  verdad. De hecho, más bien, siempre ha sabido expresar su fe de forma concisa y concreta. Con citar la proclamación del kerigma en los Actos de los Apóstoles ha bastado. La Iglesia ha sido maestra en la utilización de formas de comunicación no verbal: piénsese, sí no, en los iconos, frescos y mosaicos de nuestras iglesias o en los vitrales y esculturas de nuestras catedrales. La Iglesia, también ha sabido emocionar: piénsese, sí no, en nuestros cantos y músicas. Proclamamos «una sola fe, un solo bautismo y un único Dios Padre» pero hay mil y una maneras de hacerlo. Y el aggiornamento (NDT: puesta al día, modernización) solicitado por el Papa Juan XXIII nos obliga a revisar, permanentemente, la estrategia mediante la cual enseñamos la fe a las nuevas generaciones.

Estamos en un mundo pluralista donde muchos, gracias la Red, tienen acceso a todo y pueden opinar sobre todo. La Iglesia no puede quedarse al margen. Con la secularización, la globalización y el boom de Internet, nuestra visión del mundo, de la vida y de la muerte está siendo considerada por algunos como un producto más en el mercado de las religiones. La Iglesia no puede seguir comunicando como si no existieran otras concepciones e interpretaciones del mundo. La Iglesia tiene una palabra, un mensaje de amor que proclamar pero tiene que ser escuchada en Internet, una formidable caja de resonancia de lo que ocurre en el mundo.

Un amigo que ha estudiado las webs cristianas más consultadas en francés me comenta que las webs católicas francesas van muy por detrás de las evangelistas a pesar de que los evangelistas en Francia son una minoría en relación con los católicos. ¿Por qué está ocurriendo eso?

Mi amigo piensa que porque, en primer lugar, «los evangelistas escuchan y los católicos hablan».

Quiere decir que los evangelistas tratan, ante todo, de ponerse en el lugar de los demás. De responder a las necesidades. «¿Qué quieres?» -le preguntó Jesucristo al paralítico, al ciego de nacimiento. Dicho de otro modo «¿Qué necesitas?», «¿Cuál es tu deseo más profundo? -«puedo ayudarte». La comunicación es ante todo, escuchar. De ahí la primera pregunta de mi amigo ¿No estará la Iglesia católica hablando de ella, a partir de ella, sin considerar suficientemente lo que viven las personas?

La segunda razón de que los evangelistas aventajen a los católicos en Internet es que «las webs católicas se concentran en sí mismas» «considerándose como herramientas»  y no como «instrumentos de evangelización».

Quiere decir que nuestras webs son meras extensiones o copias fotostáticas de nuestras hojas parroquiales, de nuestros boletines diocesanos. Son de uso interno. Están redactadas en una jerga para iniciados. Las webs evangelistas, por el contrario, pretenden atraer a los internautas, utilizando la Red como vector de evangelización.

Se esté o no de acuerdo con este análisis, no se podrá negar la necesidad de escuchar al mundo para amarlo y hablarle mejor.

Admitiendo que las webs institucionales son necesarias, los electrones libres también lo son. Sé que una figura como la de Napoleón no es especialmente apreciada en una asamblea como la nuestra, sin embargo, permítanme referirme a él para realizar una comparación. Napoleón, en sus batallas, supo usar tanto la caballería como los dragones para revertir los ataques del adversario sobre sus propios flancos deshaciendo, al final, los flancos del enemigo.

Una página web debería conectar con Jesucristo y con una Iglesia viva y una comunidad que vive en unión y caridad. Los internautas, sin embargo, con lo que se encuentran es con un sistema que, desde luego, puede tener sus ventajas una vez que se entra en él pero que, a primera vista, despide antes que enganchar porque no se ve fácil.

A la infantería del Evangelio, la veo en blogs creados por laicos. Los elaboran porque quieren, porque lo sienten, porque es su misión de bautizados en la Iglesia y en el mundo.

Las 44ª Jornadas Mundiales de las comunicaciones sociales, que se celebrarán el 23 de mayo próximo, estarán dedicadas a: «El sermón y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios de comunicación al servicio de la Palabra». Escogiendo dicho tema, el Papa plantea la urgencia de una evangelización a través del mundo digital y del mundo digital en el marco del año del sacerdocio. Se trata -como quedó patente en un comunicado de prensa- de «animar a los curas a afrontar los desafíos surgidos de la nueva cultura digital». Desde mi punto de vista este llamamiento no pretende que cada sacerdote cree su propio blog sino que los sacerdotes se rodeen de laicos competentes que les ayuden a crear páginas parroquiales o que colaboren en la evangelización por Internet. Es un llamamiento encaminado a establecer cómo nosotros podemos ayudar a los internautas a discernir entre webs católicas y webs que, aunque así se autodefinan, no siempre lo son.

Los medios de comunicación suelen reducir la Iglesia al Papa y a algunos cardenales. Razón de más para que obispos y sacerdotes dejen su lugar a los laicos en la Red. La acción católica consistía en evangelizar entre pares: el obrero al obrero, el estudiante al estudiante, la mujer a la mujer, el patrón al patrón, etc. Tenemos que retomar esa intuición y plasmarla en Internet; si no podemos evangelizar la Red, al menos, evangelicemos vía Red. Únicamente la presencia en Internet de cristianos laicos, competentes y preclaros, que se expresen como cristianos, demostrará que la Iglesia no puede reducirse a su jerarquía y al Papa.

Permítanme, delinear algunas propuestas en este sentido:

  • En la jungla de ofertas gratuitas y posibilidades mediáticas, los cristianos tienen que tener un plus. No un dispositivo concreto, sino la levadura indispensable para que el hojaldre crezca; la lámpara de la casa; el faro en la noche del mundo y de nuestras vidas. Tenemos que desembarcar en el mercado de Internet, con un plus.

  • La Iglesia no puede ocuparse de todo el mundo al mismo tiempo, con los mismos contenidos en los mismos medios de comunicación. Tiene que dejar el discurso monolítico. Las vidas son diversas y el mundo está segmentado. La Iglesia tiene que diversificar su oferta ¿A quién queremos llegar? ¿cómo? ¿por qué? ¿para qué? ¿para ir hacia dónde? ¿No deberíamos pensar esas cosas antes de ponernos a diseñar páginas web?

  • Tenemos que medir muy bien cómo puede ser entendida, reportada, divulgada o interpretada cada palabra, cada imagen antes de publicarla en la Red. En Internet se pueden poner cosas que, a pesar de estar mediadas por un conocimiento de causa, pueden terminar forzando desmentidos y rectificaciones. Si nos sorprende una reacción quiere decir que no habremos analizado convenientemente la situación antes de hablar, y por lo tanto, que no habremos escuchado suficientemente bien. La reflexión previa no está reñida ni con la espontaneidad ni con las reacciones. la Red es cultura de lo espontáneo.

  • Hace 25 años yo ya aventuraba que las catedrales del siglo XXI serían mediáticas. Actualmente, necesitamos edificar esas nuevas catedrales en Internet. En la historia de la Iglesia, al tiempo que la caridad respondía a nuevas necesidades, las antiguas estructuras subsistían. Nosotros, desde luego, tenemos que seguir presentes en nuestras parroquias y diócesis pero, también, preocuparnos por estar presentes allí donde está la gente, donde el mundo cambia: en YouTube, MySpace, Facebook y similares ¿Acaso el vínculo que se establece entre sus usuarios no tiene importancia? Esas redes actúan en la frontera de la intimidad y [a través de ellas] pasan la verdad y la identidad; el tiempo y el espacio y -ya lo he mencionado- la cultura ¿Podemos permitirnos el lujo de ausentarnos?

  • Los jóvenes ya no vienen a la Iglesia porque la Iglesia está lejos de su mundo. Navegando en Internet, entrando en cualquier red social como Facebook, se da uno cuenta de la necesidad de comunicar; de encontrarse y de dialogar con autenticidad. La autenticidad, para ellos, es signo de Verdad. Por eso tenemos que promover una presencia cristiana en La Red, operada por personas -sacerdotes incluidos- que conozcan técnicas de comunicación y que, al mismo tiempo, sepan ofrecer consejo, encuentro, diálogo, rezo…

  • Tenemos que repensar nuestro mensaje en aras de mejorar nuestra notoriedad y nuestra imagen. El Papa Juan Pablo II sabía realizar gestos simbólicos cargados de sentido. Únicamente la escucha del mundo, por una parte y la de Dios y el Evangelio, por la otra, nos pueden permitir posicionarnos donde no se nos espera, sorprendiendo, derribando falsas ideas sobre la Iglesia.

Todas estas propuestas no pretenden dar la sensación de que los problemas de comunicación de la Iglesia pueden resolverse mediante simples medidas de comunicación que evoquen a los platillos sonoros criticados por San Pablo, tan ruidosos como huecos. Tenemos que saber por dónde nos movemos. «La forma es el fondo visto desde la superficie» decía Víctor Hugo. «La acción sigue al ser», planteaba Santo Tomás de Aquino, y antes de él Aristóteles. Actuamos según lo que somos. Tratamos de comprender lo que somos.

Algunos piensan que Internet es virtualidad o superficialidad. Todos conocemos sacerdotes y obispos para quienes la Red constituye la última de sus preocupaciones y que continúan su actividad pastoral como si Internet no existiera. La Red forma parte, cada vez más, de la vida cotidiana. No estando presentes nos perdemos buena parte de la vida de las personas y estándolo, lo que mostramos es lo que somos. De hecho, de forma prácticamente innata -salvo si se está medio paranoicos- la percepción suele tomarse por realidad y a menos que se sea un perfecto manipulador, la percepción que se transmite suele coincidir con la realidad. Para la gente no puede existir una dicotomía absoluta entre el ser y el parecer. Yo mismo pienso que nuestras páginas webs y nuestros blogs dicen bastante más de nosotros mismos de lo que solemos pensar.

Ello me remite a la cuestión del testimonio, del testimonio cristiano, de aquél en el que mora el espíritu de Jesucristo.

Nietzche, en su Anticristo, dice sobre los mártires: «El tono con el que un mártir lanza su verdad al mundo demuestra un nivel tan ínfimo de probidad intelectual y una indiferencia tan supina en relación con problema de la verdad, que ni siquiera tiene sentido refutar el contenido de lo que dice» […] Se puede estar seguros de que [existe una relación directa entre] modestia, moderación y el grado de conciencia con respecto a la espiritualidad […] Los mártires han faltado a la verdad… Es más, parece bastar con una persecución pertinaz para dotar de un renombre y una respetabilidad al más banal de los sectarismos». Para Nietzsche, el martirio no constituye más que la expresión de un fanatismo, pero si no diferencia al fanático del mártir es porque los mártires verdaderos no abundan. Nietzsche denuncia «el tono con el que un mártir le lanza su verdad al mundo». Analicemos, entonces, las webs que se declaran cristianas. ¿Pueden sustraerse a una acusación como la expresada por Nietzsche? ¿Cuántas son auténticos testimonios de Jesucristo? ¿Cuántas no están exentas de verdades absolutas, de autocomplacencias, de dogmatismos, de zigzagueos, de medias verdades, de cegueras, de falta de amor, de esperanza e incluso de fe?

El Concilio Vaticano II, cuando trató el ateísmo, nos invitó a realizar un examen de conciencia: «los que se esfuerzan en eliminar, deliberadamente, a Dios de sus corazones y en obviar los problemas religiosos no siguiendo lo que les demanda su propia conciencia, desde luego, no están exentos de culpa. Pero muchos creyentes, también tienen cierta responsabilidad». (Gaudium et spes, 19).

Una página web cristiana se tiene que ocupar -y no aislar- del mundo. Debe evitar los zigzagueos, los planteamientos ideologizados orientados a la imposición de la verdad. Debe estar abierta al diálogo y al debate demostrando, empero, que no transige con determinados principios aceptados por todos, en todas partes. Se tiene que limitar a proponer la verdad de Jesucristo, con firmeza, con ternura, con humildad. Y si se trata de hablar de esperanza a los que demandan razón (cf. 1 Pedro 3,15) que se haga -como decía San Pedro- con dulzura y respeto.

El falso testimonio de Jesucristo busca exasperar, provocar. El verdadero, exaspera sin buscarlo. Cualquier web cristiana debe, por lo tanto, exasperar sin provocar. Si llega a molestar debe hacerlo como nuestra conciencia: orientándonos al bien, alejándonos del mal. Toda web cristiana debe despertar conciencias atrayendo al ser humano hacia la bondad, la verdad y la belleza.

A menudo tenemos tendencia a separar la Iglesia del mundo, lo sagrado de lo profano. Eso equivale a olvidar que Jesucristo nunca hizo distinciones así o que toda distinción pasa por la frontera de nuestro corazón. «El que no está contra nosotros, está con nosotros» espetó a sus discípulos, sorprendidos por los milagros de los otros (Mc, 9,40). Es una invitación a abrir más nuestro paraguas. San Agustín decía sobre la Iglesia «muchos de los que parecen estar fuera, están dentro y muchos de los que parecen estar dentro, están fuera» (De bapt. V, 27). El Padre François Varillon acuñó, por su parte, una frase lapidaria: «La Iglesia es el mundo porque acoge el don de Dios».

A fuerza de distinguir entre medios profanos, por una parte, e intereclesiales por la otra, tendemos a autoexcluirnos, a victimizarnos, a no escuchar lo que el mundo tiene que decir a la Iglesia y lo que ella comprende y cómo lo resiente porque tampoco se investiga cómo ella podría estar presente en todos los medios.

Afortunadamente, más que nunca, Internet reabre el juego, nos baja de nuestro pedestal, de nuestra cátedra; nos saca de nuestros guetos, de nuestras sacristías. Papa, cardenales, obispos, sacerdotes, seglares… en la Red somos un ágora y estamos en un espacio libre y espontáneo donde se dice de todo sobre todo, donde todo el mundo puede debatir de todo; Un ágora virtual donde sus usuarios van construyéndose ideas sobre las cosas mientras navegan, mientras buscan, mientras zapean. El internauta católico no puede sustraerse a dicha regla. Por mucho que crea, libremente, en la fe de la Iglesia, quiere construirse su propia opinión, ser el único juez de su propio bien. Por eso navega por la Red por sus propios intereses y por su contexto; emite su juicio en función de su fe y de sus conocimientos.

Que un fiel o simplemente que un hombre se construya por sí mismo sus propias opiniones, como pastores que somos, puede darnos miedo. Nos gustaría proteger a los más débiles; a los más vulnerables, pero deberíamos buscar soluciones más allá de la censura y de las prohibiciones. La censura siempre es una mala idea, incluso, cuando alberga las mejores intenciones del mundo. La censura suele parecer siempre errática y arbitraria y por ende, a fin de cuentas, totalitaria. La verdad no necesita ser impuesta. El Concilio Vaticano II lo recuerda: «La verdad no se impone más que por la propia fuerza que acarrea en sí misma, que penetra en el espíritu, con tanta dulzura como potencia» (Dignitatis humanae, 1). Un acto de fe que no sea libre carece de valor. «La dignidad del ser humano le exige actuar a partir de elecciones libres y conscientes, movidas y determinadas por convicciones personales y no a partir de impulsos instintivos o de imposiciones ajenas» (Gaudium et Spes, 17).

El Papa Benedicto XVI, en su última encíclica, nos invita a unir verdad y amor en nuestras vidas. No puede haber ni verdad sin amor ni amor sin verdad. La verdad sin amor resulta fría y el amor sin verdad, ciego. Prevenir sin censurar; advertir sin prohibir; explicar mejor que imponer, esa debe ser nuestra preocupación pastoral por cuanto respecta a toda web o blog que se autodefina como católico o esté administrado por católicos. Solo podremos ser creíbles si profesamos la verdad en el amor, la verdad del amor y el amor en la verdad.

A la gente no le importa demasiado si la Iglesia es guardiana de la fe o de su propia fe (¿qué religión no tiene sus propias instancias de regulación y no trata de protegerse ante eventuales desviaciones en su propio seno?). Lo que la gente espera de la Iglesia es que viva una fe renovada que tenga un impacto en la dirección del mundo.

Internet es, entre otras cosas, una herramienta y como tal, no necesariamente moral, es utilizado por seres humanos que se comportan moralmente, capaces de conducirse correcta o incorrectamente. Como toda herramienta que hace la vida más fácil, es portadora de amenazas pero, también, de potencialidades. Todo depende del uso que se le de. La moralización de Internet no será posible sin la moralización de los seres humanos, empezando por nosotros mismos. ¿Qué Jesucristo enseñamos en nuestras propias webs?

Lo que Pablo VI decía en Evangelii nuntiandi hace treinta y cuatro años se puede aplicar a Internet: «Para la Iglesia no solo se trata de predicar el Evangelio en territorios cada vez más amplios o a poblaciones, cada vez mayores, sino de remover, mediante la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los intereses constituidos, las escuelas de pensamiento, la fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que contrastan con la Palabra de Dios y su proyecto de salvación» (Evangelii nuntiandi, 19).

Antes de terminar quisiera atraer su atención hacia los más pobres. Cito: «una de las (preocupaciones) más importantes (…) radica en la llamada brecha digital«, una forma de discriminación que divide a ricos de pobres a partir del acceso o el no-acceso a las nuevas tecnologías de la información.

Los individuos, grupos y naciones deben acceder a las nuevas tecnologías para beneficiarse de los frutos del desarrollo y no ser doblemente excluidos. «Resulta imperativo que -y ahora cito al Papa Juan Pablo II- la fosa que separa a aquellos que tienen acceso a los nuevos medios de comunicación y expresión de aquéllos que todavía no lo tienen, no se convierta en una causa estructural de injusticia y de discriminación».

Nuestra evangelización digital tiene que ser tan vertical y tan horizontal como la cruz. Horizontal por su difusión y vertical por su profundidad y calidad.

Para terminar, permítanme citar a un escritor francés, Jules Renard: «Unas gotas de rocío sobre una tela de araña tejen una diadema de diamantes». ¿Podrán las gotas de rocío que regaremos sobre la inmensa tela de Internet convertirla en una diadema de diamantes?

Muchas gracias por su presencia y por su atención

Fuente: http://medias.lemonde.fr/mmpub/edt/doc/20091112/1266115_eeb9_ceem2009.pdf