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¿La democracia argentina camina o no camina?

Fuentes: Rebelión

Cabe más que nunca interrogarse sobre la necesidad y posibilidad de una verdadera democracia. En las condiciones que impone una abrumadora crisis, signada por la pandemia, la deuda externa impagable, la pobreza creciente y el deterioro cotidiano de las condiciones de vida y de trabajo.

“Esta democracia de la alternancia no camina, quiero que el movimiento popular gobierne 20 años”. Tal una frase que pronunció el dirigente del Movimiento Evita y secretario de Economía Social del gobierno nacional Emilio Pérsico. Fue al oficiar como orador en un acto masivo organizado por las organizaciones sociales más afines con el oficialismo. El evento tuvo lugar el pasado jueves siete de octubre en el estadio de Nueva Chicago.

Pérsico expresó asimismo «Quiero construir una democracia diferente y voy a decir de una manera muy bruta lo que Néstor decía muy bien. Néstor decía que necesitábamos 20 años para consolidar un modelo. Argentina va de tumbo en tumbo, construimos un hospital y viene el otro y no le pone los insumos, nosotros construimos una universidad y ellos la cierran. Así es muy difícil y por eso necesitamos 20 años».

Los rechazos de diversos analistas políticos y de los grandes medios no se hicieron esperar. Se acusó al dirigente de no comprender cómo funciona la democracia. Se partió de la base de que el enorme poderío que confiere al poder ejecutivo en general y al presidente de la República en especial el sistema presidencialista, hace inconveniente la continuidad en el poder de un mismo partido o coalición durante varios períodos presidenciales. Eso lo convertiría en una fuerza “hegemónica”, con mengua de la posibilidad de que la minoría se vuelva mayoría, algo considerado constitutivo de las democracias parlamentarias, de modo de que las elecciones sean realmente competitivas.

Tal criterio sólo se aplica a los presidencialismos, ya que se acepta que en un sistema parlamentarista, al estilo europeo, un jefe de gobierno puede durar bastante más de una década (Angela Merkel en Alemania, para ir a un ejemplo cercano) sin rotación ni de personas ni de partidos. Tales licencias no se confieren en el sur del mundo.

El diputado y presidente de la Coalición Cívica, Maximiliano Ferraro, afirmó que el discurso del referente del Movimiento Evita «es la confesión de que no los convoca la democracia, lo que quieren es un sistema que les permita perpetuarse y para eso necesitan seguir fabricando y sometiendo a los pobres».

Otro integrante de la alianza opositora dijo al respecto: «Autoritaria la definición de democracia de Pérsico. No entiende cómo funciona la democracia. Por lo que dijo, dudo que crea en ella”, opinó Fernando Sánchez, candidato a diputado de Juntos por el Cambio en la lista de María Eugenia Vidal.

Las manifestaciones del dirigente oficialista deben encuadrarse en la lógica de la llamada “grieta”. De acuerdo a ella, la contraposición entre el peronismo y la oposición de derecha sería un eje sobre el cual se estructuran proyectos de sociedad contrarios en todos sus puntos fundamentales. Un gobierno de “Juntos por el Cambio” encarnaría un ataque frontal contra las condiciones de vida y los derechos de las clases populares (lo que es cierto en lo sustancial) mientras que un gobierno de la coalición peronista entrañaría una amplia reivindicación de los intereses y derechos de esos sectores.

¿O será que funciona? ¿A favor de quién?

Ocurre que durante el actual gobierno, e incluso si nos remontamos a los últimos años del segundo período presidencial de Cristina Kirchner, es muy evidente que esto último dista de ser verdad. Valga como ejemplo la actual política de pago pleno de la monumental deuda contraída con el Fondo Monetario Internacional (FMI) durante la presidencia de Mauricio Macri. El gobierno cambiemita tomó la abrumadora deuda, y sus sucesores, supuestos portadores de una política contrapuesta, se encargan de pagarla, sometiéndose a los dictados del FMI.

La perspectiva es un próximo acuerdo con el organismo internacional que postergue vencimientos, con “alivio” en el presente a cambio de hipotecar el futuro. Por añadidura es probable que el referido “alivio” sea concedido a condición de la devaluación del tipo de cambio, reducción del gasto público y funestas reformas de sentido regresivo para los derechos laborales y el sistema previsional. Todo en contra de las ya muy deterioradas condiciones de vida y de trabajo de las mayorías populares.

Ambas coaliciones se complacen en argumentar que representan “modelos de país” diferentes. Sin embargo, bajo el gobierno de una y otra ha proseguido el agronegocio basado en semillas transgénicas y agroquímicos, y se ha desarrollado la megaminería y el fracking. Si nos remitimos a una cuestión de percepción más inmediata, el gobierno de Mauricio Macri y el actual han constituido una continuidad en materia de deterioro de salarios, jubilaciones y prestaciones sociales. Vía inflación elevada acompañada de aumentos insuficientes en los ingresos populares.

En ese sentido, al contrario de lo sostenido por Pérsico, puede afirmarse que la democracia de “alternancia” parece empezar a funcionar en Argentina. Se han sucedido en el ejercicio del poder político dos coaliciones que disputan sobre una serie de cuestiones, pero mantuvieron inalteradas muchas otras. Eso conforma un consenso implícito que garantiza que el funcionamiento de la sociedad no se aparte de las grandes coordenadas del capitalismo de nuestra época.

Los ciudadanos optan entre dos polos que sostienen políticas similares en muchos aspectos y que se esfuerzan por presentarse como “moderados” frente a opciones “extremas”, por más que sus adversarios los acusen de “radicales”. Una manifestación de esto fueron las recientes PASO en las que los oponentes han “competido” en la vaguedad y generalidad de sus propuestas.

Es así precisamente cómo funciona la “alternancia” en los países que son tomados como ejemplares, en su mayoría integrados al capitalismo más desarrollado: Bases sociales desmovilizadas, planteos ideológicos cada vez menos radicales. E interpelación privilegiada a los sectores menos politizados, con opciones fluctuantes, susceptibles de pasar del apoyo de un partido o coalición a la contraria.

¿Y si hablamos en serio de democracia?

Sin embargo, por razones bien diferentes a las que alentaron los dichos del dirigente del Frente de Todos, puede argumentarse que la “alternancia” democrática no funciona. Claro que para orientarse hacia esa conclusión se necesita virar el ángulo de clase desde el cual se aprecia la realidad.

Abandonar la mirada de la “gobernabilidad” que asegura el pacífico ejercicio del poder por el gran capital para dirigirse a la realidad concreta de lxs explotadxs y lxs excluidxs y sus posibilidades de cambiar de vida.

La democracia que padecemos no es operativa desde el punto de vista de una auténtica democratización de la sociedad en general y del sistema político en particular. En la práctica tiende a hacer desaparecer la lucha política entre proyectos realmente diferentes en beneficio de la “gestión” de un proyecto capitalista único. Del cual a lo sumo se discuten los ritmos y los detalles de su desarrollo.

Este supuesto “gobierno del pueblo”, no funciona a la hora de satisfacer las necesidades populares, como marca cualquier indicador social que se tome en cuenta a lo largo de los últimos años. Y tampoco es útil para poner en juego otros mecanismos de participación de la ciudadanía que vayan más allá del sufragio cada dos años.

Voto que permite elegir a representantes a lxs que sus votantes no pueden exigirle ninguna responsabilidad ni demandarles un cambio de rumbo en políticas que resulten perjudiciales para los intereses de quienes los eligieron. No hay forma de dar instrucciones a los representantes, menos aún de revocarles el mandato si no las cumplen.

Y es justo en ese juego que adquiere sentido la llamada “alternancia”. Disconforme con un gobierno, el votante no tiene otro recurso que votar por quienes se encuentran en la oposición. Como quiere asegurarse de votar a candidatos que triunfen, el ciudadano lo hace por el otro término del bipartidismo (“bicoalicionismo” en el caso argentino actual), el “voto´util” que le llaman.

Y así llega a producirse la “alternancia”, una válvula de escape para que las expectativas de cambios se circunscriban al apoyo a otra coalición, que asumirá el gobierno sin un programa que se distancie de un modo radical del de sus predecesores. Y cuya práctica concreta albergará aún menos diferencias sustanciales.

La legitimidad se construye en una confrontación previsible, cuyos límites tienden a ser fijados por poderes fácticos que no son votados por nadie, y nada tienen que ver con la voluntad popular. Los grandes conglomerados y empresas oligopólicas resultan los ganadores permanentes, “juntando con la pala” sus ganancias, con unos y con otros.

Es precisamente un panorama de ese tipo, desolador para el punto de vista de las mayorías populares, el que constituye el modo más deseable de legitimación para el gran capital. No hay proyectos en disputa, casi no hay “ideología”, sólo “pragmatismo”. No en vano los analistas políticos más consecuentes en su conservadurismo destacan que, pese a la crisis sostenida y generalizada, en Argentina la “democracia” se consolida, y eso sería algo para celebrar.

Consideran un activo a capitalizar que nuestra sociedad no haya enfrentado rebeliones masivas como las que sí se han producido en Colombia, Chile, Ecuador y otros países. Por cierto que la propaganda de la oposición de derecha dirá otras cosas, incluida la desmesura de comparar a Argentina con Venezuela o Cuba.

Hay que tomar de los voceros más lúcidos de la clase dominante el “consejo”. En tanto que siga funcionando una democracia que acata los requerimientos del gran capital local e internacional, no hay esperanzas de introducir transformaciones sociales profundas. Y seguiremos marchando hacia la legitimación de una sociedad atrozmente desigual e injusta, con muy elevados niveles de pobreza, desempleo y precariedad laboral.

Pensar en articular un modelo de país realmente diferente e innovador, entraña la superación de la “grieta”, encubridora del consentimiento a un destino empobrecedor, con una ínfima minoría gobernando en nombre del “pueblo”. Y necesita asumir una concepción de democracia que incorpore la centralidad de la lucha de clases y la conclusión de que no hay beneficios comunes ni acuerdos duraderos posibles entre quienes sólo poseen su trabajo y quienes facturan muchos millones de dólares obtenidos de la explotación de las trabajadoras y trabajadores.

La conclusión es que no hay democracia posible en el capitalismo, no existe gobierno del pueblo sin una transformación social radical. Se trata de pasar de los mecanismos eficientes para encubrir la dictadura de una pequeña minoría a los necesarios para hacer real el postulado de que el pueblo es soberano. Lo que requiere un cambio que no puede obtenerse sólo en las urnas sino, sobre todo, en las calles.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.