La evolución tanto de las noticias como de la dialéctica de su cobertura no deja lugar a ninguna duda: estamos viviendo la institucionalización progresiva de una nueva forma de gobierno: la espiocracia, el gobierno ejercido por aquel que controla los datos de los ciudadanos. El poder, edificado y preservado gracias a la capacidad de poder […]
La evolución tanto de las noticias como de la dialéctica de su cobertura no deja lugar a ninguna duda: estamos viviendo la institucionalización progresiva de una nueva forma de gobierno: la espiocracia, el gobierno ejercido por aquel que controla los datos de los ciudadanos. El poder, edificado y preservado gracias a la capacidad de poder saber lo que piensan todos y cada uno de los ciudadanos, a la inhibición de determinados comportamientos ante el miedo a ser objeto de vigilancia.
La gran mayoría de las noticias de las últimas semanas tienen un denominador común: son tan profundamente escandalosas, que deberían provocar por sí solas la caída de los gobiernos que las generaron. Las pruebas de las mentiras de gobierno norteamericano a sus ciudadanos, compiladas en un gran ejercicio de periodismo por ProPublica, son infinitamente más graves que el Watergate que motivó la dimisión de Richard Nixon. Pero no pasa nada, hasta el punto que parece que todo forma parte de un ejercicio para elevar el nivel de tolerancia de los ciudadanos.
En la espiocracia, los ciudadanos viven en una sociedad en la que el gobierno instala y opera puntos de escucha en todos los proveedores de telecomunicaciones, solicita constantemente información a los proveedores de servicios en la red, o conecta subrepticiamente los micrófonos, las cámaras o los GPS de los dispositivos para saber lo que hacemos o decimos. Y no, no solo es el gobierno de los Estados Unidos: su ejemplo ya se extiende a teóricas democracias como el Reino Unido o Nueva Zelanda.
No puedes caminar, conducir, moverte, hablar, teclear o pasar una frontera sin que el gobierno sepa lo que haces. La vigilancia, el espionaje constante, como forma de control total de la población. Un poder omnímodo ejercido no desde los edificios oficiales de los gobiernos, sino desde enormes centros de datos operados por una descomunal maquinaria que opera fuera de todo control y se inventa su propia neolengua.
La democracia tal y como la concebimos ha pasado a ser un anticuado concepto, una forma primaria de plantear un sistema de gobierno que, ante el desarrollo de la red, estaba empezando a comportarse como algo demasiado errático, excesivamente sujeto a dinámicas peligrosas e incontrolables. ¿Realmente todos esos secretos que estamos conociendo en estos días estaban destinados a ser secretos, o se esperaba que más tarde o más temprano fuesen revelados para contribuir con ello a crear un clima social determinado? ¿Hasta qué punto no es el progresivo desarrollo de la espiocracia la reacción de los países occidentales ante los movimientos de toma de conciencia y despertar social que rodearon a la llamada «primavera árabe»? ¿Cómo se controla a unos ciudadanos que toman conciencia de su poder? Provocando una inhibición de determinados comportamientos mediante la amenaza de un entorno de permanente vigilancia. Finalmente, la democracia ha sido «tecnológicamente perfeccionada»: bienvenidos a la espiocracia.
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