«En nuestra cultura, hay una ley cósmica… No robar, no mentir, ni ser flojo… en nuestra cultura es importantísima la honestidad. Yo, sigo convencido de que la honestidad me llevó a la Presidencia.» Estas son las palabras del Presidente de Bolivia, Evo Morales en una entrevista durante su primer viaje a Estados Unidos el pasado […]
«En nuestra cultura, hay una ley cósmica… No robar, no mentir, ni ser flojo… en nuestra cultura es importantísima la honestidad. Yo, sigo convencido de que la honestidad me llevó a la Presidencia.» Estas son las palabras del Presidente de Bolivia, Evo Morales en una entrevista durante su primer viaje a Estados Unidos el pasado mes de septiembre. Morales, un indígena Aymara, es el primer presidente indígena en Sudamérica en más de cinco siglos. Morales parece estar practicando lo que predica. Para el presidente y su gabinete, el día de trabajo comienza a las cinco de la mañana y a menudo sobrepasa las once de la noche. No hay ninguna evidencia de corrupción en la presidencia, y ésta no sería tolerada. Tras cumplirse el primer año de este gobierno el pasado mes, podemos ya ver los beneficios de un gobierno honesto. Durante el primer año de este gobierno el ingreso fiscal derivado de hidrocarburos (en su mayoría gas natural) ha aumentado en más de 340 millones de dólares, una cantidad que – en relación con el tamaño de la economía boliviana – es aproximadamente 70 por ciento más grande que el déficit presupuestario federal de Estados Unidos. Este ingreso se ha triplicado en los últimos dos años, y se espera que se triplique nuevamente durante los próximos cuatro años, debido a la decisión del gobierno de re-nacionalizar la industria. En Estados Unidos generalmente no asociamos la nacionalización con un buen gobierno, pero para un país altamente dependiente en exportaciones de recursos naturales, tiene un gran impacto sobre la población el que ésta obtenga lo que le corresponde de los ingresos generados por estos recursos, en vez de que funcionarios corruptos se los entreguen a compañías extranjeras. Esto es especialmente cierto si el gobierno se ha comprometido a usar estos ingresos para beneficiar a los pobres, lo que en Bolivia, el país más pobre de Sudamérica, esto significa al 64 por ciento de la población.
El gobierno de Morales ha aumentado su inversión social hacia los sectores de bajos recursos: por ejemplo, ha aprobado un programa gratuito de servicios de salud reproductiva para la mujer, está expandiendo la cobertura de la salud para niños y para personas sobre los 60 años de edad, y construyendo clínicas rurales. Se han distribuido más de 2 millones de hectáreas de tierra, previamente propiedad del gobierno, entre pobladores de las áreas rurales y además, el gobierno tiene planes futuros para redistribuir un área del tamaño de Nebraska. Éstas son todas las reformas que Morales prometió durante la campaña electoral, la cual ganó con el margen de votación más alto en la historia de las elecciones democráticas de Bolivia. Se supone que así es como debe funcionar una democracia: el pueblo vota por un cambio y lo consigue. No todo el mundo lo ve de esta manera. El mes pasado, el ex-director nacional de inteligencia de Estados Unidos, John Negroponte, quien tiene ahora el segundo cargo más importante en el Departamento de Estado después de Condoleezza Rice como subsecretario de Estado, declaró que la democracia en Bolivia «está en riesgo.» Y con frecuencia acá en Estados Unidos, se describe al gobierno de Bolivia en términos utilizados durante la Guerra Fría de los años 50: como parte de una alianza «anti-estadounidense» de gobiernos de izquierda – generalmente incluyendo a Venezuela y Cuba – por la que debemos estar preocupados. Esto dificulta el entendimiento de lo que en verdad está pasando en Bolivia, que tiene poco que ver con otros países y que es, más bien, producto de su propio proceso político. La redacción de una nueva constitución, la re-nacionalización de la industria de hidrocarburos, la reforma agraria, y el rechazo de un acuerdo comercial patrocinado por Estados Unidos son varias de las demandas directas e insistentemente hechas por el pueblo boliviano. Los bolivianos intentaron por décadas la «receta» para el desarrollo económico formulada por Washington, la cual fracasó miserablemente. Aparte de la desigualdad deslumbrante que es evidente para cualquier visitante, el ingreso per cápita del país es actualmente menor de lo que era hace un cuarto de siglo. Ahora el gobierno boliviano está intentando algo diferente y ha implementado su propio plan de desarrollo nacional, pero ha mantenido buenas relaciones con Washington y todavía considera a Estados Unidos como un importante socio comercial. El gobierno de Morales ha cometido errores, por ejemplo, en la forma en que trató el tema de los movimientos para la autonomía local en las regiones del Este, que son relativamente las más ricas del país. Pero parece aprender de sus errores, y ha evitado la represión desplegada por sus precursores-el gobierno anterior mató a docenas de personas en las calles-incluso al margen de protestas violentas. El gobierno enfrenta muchos desafíos desalentadores, sobre todo en el intento de formar un gobierno eficiente y eficaz en todos los niveles e implementar una estrategia de desarrollo que reduzca la dependencia del país en sus recursos naturales. Pero la honestidad al nivel más alto del gobierno es un buen comienzo y digno de respeto.
Mark Weisbrot es co-director del Centro de Investigación Económica y de Políticas, en Washington, D.C.