Un muy contado episodio popular en Bolivia narra que los habitantes de ese pacífico país andino cuando tienen diferencias entre si se enfrentan hasta llegar a la mismísima cima de la montaña, pero allí estrechan sus manos y evitan caer al abismo, o sea logran un acuerdo y salvan sus vidas. Sin embargo, el vil […]
Un muy contado episodio popular en Bolivia narra que los habitantes de ese pacífico país andino cuando tienen diferencias entre si se enfrentan hasta llegar a la mismísima cima de la montaña, pero allí estrechan sus manos y evitan caer al abismo, o sea logran un acuerdo y salvan sus vidas.
Sin embargo, el vil asesinato del viceministro del interior Rodolfo Illanes, quien fue precisamente a dialogar con los mineros violentos que lo mataron el pasado jueves, no se corresponde con esa reiterada anécdota que un viejo colega periodista me hizo saber la primera vez que visité La Paz, y que pude constatar es una realidad en esa nación sudamericana.
Fui testigo en Bolivia de varios conflictos, alimentados desde fuera de sus fronteras e incitados por la rancia oligarquía nacional, entre diferentes sectores de la sociedad y el gobierno progresista del presidente Evo Morales, y todos fueron resueltos por la vía del dialogo, incluido uno con policías amotinados que encubría un frustrado intento de golpe de Estado.
El asesinato de Illanes, tras ser golpeado y torturado por cooperativistas mineros que reivindicaban en protestas se les permita negociar directamente con empresas extranjeras privadas, algo fuera de la ley, solo puede explicarse con el hecho de que detrás de esas reclamaciones se esconda un nuevo complot.
En una conferencia de prensa, tras confirmarse el crimen del viceministro del interior que consternó al pueblo boliviano, Evo denunció que grupos de derecha, siempre financiados por Estados Unidos, han usado a esos cooperativistas, a transportistas y hasta discapacitados para subvertir el proceso revolucionario en su país.
El mandatario agregó que incluso algunos se disfrazan de mineros para incitar el desorden y procurar desestabilizar a una nación, que dicho sea de paso, ha sacado en los últimos años de la pobreza a más de dos millones de sus habitantes y protegido sus vastos recursos naturales de la expoliación de poderosas empresas foráneas.
Es bien sabido que el líder boliviano, antiimperialista de pura cepa, no es santo de devoción de Washington ni de los partidos tradicionales conservadores de su país y de América Latina, los cuales protagonizan en la actualidad una embestida contra los gobiernos progresistas de la región, orquestada y dirigida por Estados Unidos.
Evo, por su reconocido liderazgo y ejemplo en la Patria Grande y en el mundo, es una ficha clave a destronar en la partida violenta que juega el Imperio, dirigida a reconquistar su dominio en Nuestra América.
Pero no crean sus enemigos que el plan norteamericano será fácil de materializar en Bolivia, la cual su máximo dignatario ha transformado en una nación que crece por encima de sus similares de la región y dejó de ser la segunda más pobre de Latinoamérica y el Caribe para figurar en las primeras de mayor desarrollo sostenible y distribución de las riquezas entre sus poco más de 11 millones de habitantes.
Evo es Pueblo, como le han bautizado sus compatriotas, es y será un hueso duro de roer por sus convicciones profundas, su inteligencia natural, su valentía, y su lealtad indiscutible a los suyos, a la Pachamama (Madre Tierra) y a las causas justas de la Patria Grande.
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