En lo que sigue daremos una explicación de la reciente crisis del MAS, ocultada desesperadamente por los voceros, develada valientemente por los críticos del despotismo ilustrado, impuesto en el gobierno y en la conducción del MAS; despotismo llamado, con una ironía inconsciente, «centralismo democrático». El aislamiento abrupto de esta rebelión de los llamados «libes pensantes», […]
En lo que sigue daremos una explicación de la reciente crisis del MAS, ocultada desesperadamente por los voceros, develada valientemente por los críticos del despotismo ilustrado, impuesto en el gobierno y en la conducción del MAS; despotismo llamado, con una ironía inconsciente, «centralismo democrático». El aislamiento abrupto de esta rebelión de los llamados «libes pensantes», por parte del vicepresidente, y vueltos a bautizar como «libre opositores», por el presidente, en un esforzado intento de encontrar una nueva descalificación, que de ingeniosa no tiene nada, salvo la muestra torpe de una conjugación sin mucho sentido, la de libre y opositor. ¿Qué quiere decir esto?
La reciente crisis en el MAS, relativa a lo que el vicepresidente califico como «libres pensantes», devela la situación del MAS, después de casi dos gestiones de gobierno. En primer lugar ya no es el MAS del 2006, aplastantemente mayoritario, imbuido de legitimidad, con una alta auto-estima; producto de su reciente victoria electoral por mayoría absoluta, además de derivar de las luchas sociales sostenidas de las últimas dos décadas, la de los noventa y el primer quinquenio del siglo XXI. Ya no es el MAS que siente que cumple un papel histórico en el periodo que comienza, interpretado como el de una nueva era. Tampoco es el MAS que sale victorioso del proceso constituyente, después de aprobar la Constitución en Oruro. No es el MAS que cuenta con el indiscutible respaldo de las organizaciones sociales, el Pacto de Unidad, después el CONALCAM, que acompañan al gobierno firmemente en toda la crisis desatada por las resistencias de la llamada «media luna» (2006-2008). Estamos ante un MAS que ha mantenido el respaldo al gobierno de tres de las cinco organizaciones del Pacto de Unidad, que por unidad sólo tiene el nombre, pues ya cuenta, mas bien, con una división. Por más que haya insistido el gobierno en dividir a las organizaciones indígenas, el CIDOB y el CONAMAQ, una cosa es haber contado con un Pacto de Unidad integrado y con capacidad de movilización, y otra cosa es quedarse con un Pacto dividido, además carcomido, por dentro, en las propias organizaciones afines al gobierno, las organizaciones campesinas, donde se hace cada vez más difícil la convocatoria a la movilización.
Si tomamos en cuenta que el MAS se sustenta en las organizaciones sociales, podemos sacar ya ciertas conclusiones acerca de la orfandad del MAS como partido. Además recordar que el MAS es un nombre casual, tomado de una inscripción electoral ya dada; puesto que el organismo electoral no otorgó la personería a la Asamblea por la Soberanía de los Pueblos, el proyecto de Instrumento Político de las Organizaciones Sociales del Pueblo. El MAS se sustenta en las organizaciones sociales, que son como la base de conformación del propio MAS, vemos que, efectivamente, lo más organizado del MAS se encuentra en las organizaciones sociales. Lo que viene a ser el MAS, como partido o, si se quiere, movimiento, la incorporación masiva de afiliados, sobre todo de las ciudades, no logró, hasta ahora, organizarse ni estructurarse, a pesar de sus congresos, sus ampliados, los distritos, las departamentales, las nacionales. A esta situación un tanto calamitosa contribuyó la desatención de los «jefes» a las tareas de organización del partido o movimiento, que incluyen, particularmente, tareas de formación, que fueron desatendidas sobremanera, casi como una intención antelada; como si se dijera, no era necesario, pues estaban las organizaciones sociales; por otra parte, para decidir estaba el caudillo y el ejecutivo. Los del MAS estaban para las convocatorias electorales, pero no para gobernar.
En esta perspectiva, se promovió, desde un principio, más el «evismo» que el «masismo». El «evismo» tenía convocatoria electoral, mucho más que el «masismo». La imagen del caudillo sustituyó a las tareas de organización y formación. A partir de un momento, sobre todo, después de la primera gestión de gobierno, ya nadie prácticamente insistió en las tareas de organización y de formación; parecían haberse acostumbrado a la desorganización y al mando centralizado efectuado a nombre del caudillo. A estas alturas, sin embargo, ya hay claros síntomas de desmoralización en las filas, sobre todo en la masa «masista» que siente que no es tomada en cuenta, ni es consultada, salvo los dirigentes, los asambleístas y los funcionarios, que se entiende tengan que ser leales, pues forman parte de los privilegiados, pues, por lo menos gozan de trabajo y de prebendas.
Estas descripciones deben tener en cuenta una extraña estructura de poder conformada. El mando está indiscutiblemente en el caudillo, apoyado por un grupo de poder indispensable, que también participan en la conducción del gabinete, del Congreso y de los órganos de poder del Estado. Los dirigentes de las organizaciones sociales afines legitiman el ejercicio de este grupo de poder, pues su presencia simula una «participación» de las organizaciones sociales. Sin embargo, los mismos dirigentes tienen muy poco que ver, casi nada, en las decisiones gubernamentales tomadas. Son como una decoración de propaganda. Es este andamio, la presencia decorosa de los dirigentes, el que le hace patrocinar la insostenible interpretación al vicepresidente de que estamos ante un «gobierno de movimientos sociales». Interpretación propagandística indemostrable y sinsentido. No hay teóricamente gobierno de movimientos sociales; los movimientos sociales no tienen gobierno, corresponden a las luchas sociales por demandas o por proyectos políticos. El gobierno corresponde a la forma concreta del Estado, corresponde al mando, a la organización y administración, a las decisiones y políticas públicas. El gobierno puede acudir a la convocatoria del pueblo, en tanto voluntad general; puede, incluso convocar a los «movimientos sociales» para defenderse; empero, no son los «movimientos sociales» los que gobiernan. La forma de organización de los movimientos sociales tiende a ser mas bien horizontal, aunque use a las organizaciones sociales como estructuras que coadyuvan a la movilización; estructuras representativas, empero jerárquicas. Si los movimientos sociales tomaran el poder mediante una movilización general no podrían mantener la forma de gobierno liberal, si fuesen consecuentes con la «lógica» de la movilización; tendrían que inventar una forma de gubernamentalidad de las multitudes, altamente participativa. Mediante el mecanismo de las elecciones el pueblo elige a sus representantes, al presidente y vicepresidente; estos, sobre todo el presidente, en un régimen presidencialista preservado, organizan el ejecutivo y seleccionan a la gente que ocupara los cargos directivos. La organización y la estructura reproducida son liberales, corresponden al Estado-nación. El gobierno, es decir el mando, corresponde a esta organización política, a esta estructura liberal, a la arquitectura del Estado-nación. Cuando se habla de «gobierno de los movimientos sociales» se lo hace propagandísticamente o, en su caso, demagógicamente, a pesar de los grandes esfuerzos de pose «teórica». No es más que una charlatanería.
Ahora bien, ¿qué es lo que hay que tomar en serio de la posición política de los que sustentan la defensa de una forma de gobierno liberal, con pretensiones nacionalistas? Su perspectiva conjetural, su realismo político y «pragmatismo», que dice que las condiciones de posibilidades estaban dadas para lo que se hace, no para otra cosa, que sería una aventura. Aunque no estamos de acuerdo con esta tesis, la que debatimos en otros escritos [1] , supongamos que si fuese cierta, la conducta consecuente del realismo político debería encaminarse a efectuar la transición por etapas de una manera consecuente, técnica y políticamente. El problema es que esto no ocurre; No se consolida la primera etapa, que sería la de la acumulación primitiva del cambio, por así decirlo, tanto cuantitativa como cualitativa. Se confunde esta acumulación con la ilusión estadística de las reservas y de la variación porcentual del crecimiento. El modelo económico no ha cambiado sustancialmente; se trata de un modelo extractivista; basado en la explotación de los recursos naturales, convirtiéndolos en materias primas de la acumulación ampliada de capital de los centros, antiguos y nuevos, del sistema-mundo capitalista. No se han construido bases materiales para alejarse del modelo extractivista, incluso para la pregonada revolución industrial. Por otra parte, la administración de las empresas públicas sigue siendo espantosamente ineficiente; reducidas, además, a administrar lo que las empresas privadas y empresas trasnacionales producen. No se ha montado una base técnica, menos tecnológica y científica; incrementándose, sin embargo, la masa burocrática de los aparatos estatales. Estas grandes deficiencias han sido cubiertas con la ventaja comparativa coyuntural de la subida de los precios de las materias primas; este es el secreto de los logros económicos del gobierno, en realidad, logros estadísticos.
Si al panorama anterior le añadimos la caída del gobierno y de su administración, sumando esta caída a la de los gobiernos autónomos, en la extensión desmesurada de las formas de corrosión institucional y de corrupción, proliferantes en toda la geografía estatal, desde el gobierno central hasta los gobiernos municipales, pasando por los gobiernos departamentales, entonces la situación se vuelve calamitosa, además de peligrosa. Indudablemente, este no es un «gobierno de los movimientos sociales», es un gobierno, como cualquier otro gobierno, contagiado por los trastornos distorsionantes del poder, prebendalismo, clientelismo y corrupción. Sólo que se lo hace de manera más extensa y, por así decirlo, «democrática». No se trata de caer en la mera denuncia, pues estos males son congénitos a esta forma de gobierno, a estas estructuras de poder, que sostienen el Estado-nación, sino de encontrar otra forma de gubernamentalidad, mas bien democrática y participativa, con control social, que disminuya los chances de la recurrente corrosión. Estas claves para construir otra gubernamentalidad posible se encuentran en la Constitución, en el sistema de gobierno de la democracia participativa, en la planificación integral y participativa, con enfoque territorial, en la construcción colectiva de la gestión pública; empero, como el gobierno ha optado en convertir la Constitución en un adorno de vitrina o de propaganda, vulnerada las veces que se lo requiera para cumplir con el «pragmatismo» político optado, ha desechado precisamente los dispositivos que podían haber servido para intentar salir del circulo vicioso del poder.
Volviendo al tema, estamos ante un MAS perdido en el fragor de fuerzas demoledoras que lo llevan a su desmoronamiento. Fuerzas de estructuras de poder que el MAS no controla. La reciente crisis del MAS, la llamada rebelión de los «libre pensantes», puede ser tomada como un grito desesperado por detener el desmoronamiento, la descomposición y la caída. Lo que quieren los «libres pensantes» es discutir, poner en debate cuestiones que consideran cruciales para defender el «proceso de cambio». Ante esta acción desesperada de los asambleístas «libre pensantes», la cúpula ha respondido con inusitada violencia, descargando toda clase de acusaciones. La cúpula, enceguecida por su propia soberbia y quizás hasta desinformación, pues para ella todo marcha bien, incluso nunca marchó mejor, observa la rebelión de los «libre pensantes» como indisciplina inaceptable, incluso como perturbación conspirativa. Las directrices de la cúpula son seguidas, al pie de la letra, por los operadores; presidencia de la cámara alta, presidencia de la cámara baja, jefa de bancada, y todos los voceros que vociferan contra los «libre pensantes». Todo se resuelve con amenazas, suspensiones, expulsiones. Están muy lejos de detener esta marcha desbocada al precipicio, de ponerse a reflexionar y evaluar la situación. Siguen adelante, empujados por la marea, continuando una ruta que los lleva al naufragio.
Haciendo un balance de lo ocurrido, todo parece conducir al siguiente desenlace: El tercer movimiento de re-conducción [2] , ahora desde el interior mismo del MAS, desde el espacio institucional de los representantes, donde se espera deliberación y fiscalización, será aislado, precisamente por haber pedido deliberación. El recurso a la violencia es el método empleado; nada de discusión pública, nada de debate; por el contrario, disciplina partidaria, llamada irónicamente «centralismo democrático», entendido como obediencia, donde brilla por su ausencia la democracia y la discusión. Entonces el MAS habría perdido su tercera oportunidad para constituirse como instrumento político de las organizaciones sociales y el «proceso» laoportunidad para re-conducirse.
Trayectoria y horizontes de la «revolución»
En otros escritos, que todavía no hicimos conocer, en Hacia una teoría de las sociedades alterativas y en Somos habitantes del universo [3] , incluso antes, en Epistemología, pluralismo y descolonización [4] , hicimos conocer nuestra posición respecto a la filosofía, ciencias sociales y ciencias humanas modernas. Dijimos que estas formaciones enunciativas forman parte del horizonte epistemológico definido por la física clásica, la física newtoniana; entonces, que desde la emergencia, la conformación y configuración, el despliegue y consolidación de la física relativista y la física cuántica, nuestra capacidad de imaginación ha trastrocado el horizonte epistemológico moderno, abriendo la posibilidad de nuevos horizontes epistemológicos. Aunque la masa de las experiencias de la mayoría de los humanos no haya cambiado sustancialmente en lo que respecta a la física cotidiana, a pesar que se hallen dentro del horizonte epistemológico moderno, el nuevo horizonte epistemológico ya ha dado su aparición y crece, dando lugar a la posibilidad de nuevos sucesos cognitivos, nuevas formas de interpretación, de configuración y de enunciación. En este nuevo horizonte, la filosofía, las ciencias humanas y las ciencias sociales modernas ya no pueden sostenerse, sino como anacronismos. Es menester entonces experimentar las consecuencias de la física relativista y la física cuántica, sobre todo en lo que respecta a la concepción del espacio-tiempo absoluto y de las dinámicas cuánticas. Esto afecta preponderantemente a la ontología, núcleo de la filosofía moderna, y a las metodologías de la investigación y la concepción de «realidad» de las ciencias humanas y sociales modernas. La experiencia física y la física, en tanto ciencia, es la base de las consideraciones filosóficas y científicas; si la experiencia física, por lo menos la de los físicos, ha cambiado, si se ha producido, lo que llama Thomas Kuhn, una revolución científica, es decir, cambio de paradigma, entonces las consecuencias de esta revolución científica en la filosofía y en las ciencias humanas y sociales son más que esperadas [5] . Si esto no ocurre, se explica por resistencias y bloqueos epistemológicos, que se oponen a asumir las consecuencias de la revolución científica. También se puede explicar esto por la inercia de las estructuras teóricas de la modernidad; sus formas aparentes cobran autonomía y condicionan las formas de pensar y actuar de los filósofos y científicos.
Al optar por las consecuencias de la revolución científica, pretendemos pensar a partir de estas consecuencias, sobre todo concibiendo las consecuencias del concepto de espacio-tiempo absoluto en el tratamiento de los problemas relativos a la filosofía y ciencias humanas y sociales, si estos tópicos mas bien no han cambiado, también concibiendo las consecuencias de la mecánica molecular, si así podemos hablar, y de la mecánica cuántica.
En esta perspectiva, proponemos una tesis interpretativa del acontecimiento de lo que comúnmente se ha llamado «revolución», figura íntimamente ligada a la crisis.
Tesis relativista de la «revolución»
Vamos a proponer una tesis sobre el acontecimiento político llamado «revolución», sea ésta democrática, como las del siglo XVIII y el siglo XIX, o sea socialista, como las que se efectuaron durante finales del siglo XIX y durante el siglo XX. No olvidemos que el imaginario de la «revolución» tiene como referente fundamental la experiencia de la revolución francesa; el marxismo construyó sobre esta figura la idea de la «revolución» socialista. Mirada de esta manera, la «revolución» socialista aparece como la radicalización de la forma democrática de la revolución francesa. El concepto de «revolución» es problemático no solamente por esta situación, esta herencia del imaginario de la revolución francesa, de su impacto en los proyectos revolucionarios del siglo XX, sino también por el contenido teleológico, heredado de la promesa religiosa, prioritariamente cristiana. Además la «revolución» se convierte imaginariamente en una parte de aguas, una «ruptura» entre el antes y el después, como si la irrupción desmesurada, dada en un momento, bastara, como un corte de bisturí, para separar el transcurso del tiempo. Por otra parte la «revolución» se convierte en la excusa, como fin, para defenestrar no solamente a los resabios del antiguo régimen, sino a las críticas de la «izquierda» que ponen en evidencia las contradicciones. La «revolución» se convierte en propiedad del gobierno «revolucionario», burocratizándose, convirtiéndose en un régimen policial. Así mismo, desde la perspectiva marxista, la «revolución» se explica cómo irrupción y crisis en un tiempo lineal, evolutivo. El marxismo también explica la transición histórica a la modernidad y al capitalismo como resultado de la «revolución», esta vez compuesta, entendida como una combinación de revolución social, revolución política, revolución económica y revolución técnica, incluyendo la experiencia de la revolución industrial. Interpretación que contrasta con la mayoría de las experiencias históricas que llegaron a la modernidad y al capitalismo por vías mas bien conservadoras, preservando sus tradiciones [6] . En esta revisión de la polisemia del concepto de «revolución», no debemos olvidarnos también de la imagen reductiva de la toma del poder, imagen criticada ya por Antonio Gramsci. Como se puede ver, estamos ante un concepto problemático, que se ha convertido en un obstáculo epistemológico para poder pensar los desafíos de las dinámicas sociales y las tareas de transformación. Entonces consideramos adecuado hacer una propuesta, teórica que parta de otra episteme, que conciba el acontecimiento en cuestión desde otro paradigma.
Tesis
Una «revolución» es, en «realidad», un acontecimiento continuo, que aparece, como singularidad social, desde que se anuncia la crisis de una sociedad dada. El desplazamiento de la «revolución» y de la crisis define un horizonte aparente y un horizonte absoluto, que corresponden al momento crítico del comienzo de la implosión o el derrumbe de la sociedad dada. La «revolución» continúa su desplazamiento después de este momento crítico, hasta encontrar otra singularidad social, cuando la sociedad anterior desaparece completamente y asistimos a la conformación de una nueva sociedad [7] .
Puede discutirse si conviene o no seguir llamando a este acontecimiento «revolución». Nosotros planteamos nuestra posición en Reflexiones sobre el «proceso» de cambio [8] . Empero, este no es el asunto, por lo menos no es lo más importante; el problema no es lingüístico o semántico, no es de término usado, sino de concepción, de figura e imagen de este desplazamiento. Esta concepción descarta la idea comúnmente compartida de la «revolución» como momento crucial de irrupción violenta, que corresponde al momento crítico de la implosión de la sociedad, que se manifiesta, paradójicamente, como explosión «revolucionaria». Si se quiere, la «revolución» es mas bien un acontecimiento de cierta duración, en todo caso de duración larga, considerando las temporalidades humanas. Comienza antes de la explosión revolucionaria y culmina con la desaparición completa de la sociedad en crisis.
En este transcurso la «revolución» puede tener más de una explosión, pero, también más de un «reflujo», usando un término acostumbrado. Si una explosión «revolucionaria» termina, después, atrapada, en las estructuras de la sociedad en crisis, que, sin embargo, no desaparece y mantiene sus estructuras institucionales como maquinarias sociales que permiten la continuidad de la inercia, esto no quiere decir, de ninguna manera, que la «revolución» o la crisis hayan desaparecido. El desplazamiento continúa irreversiblemente; su duración dependerá de condiciones de posibilidad histórica, de circunstancias, de correlación de fuerzas, del alcance de las luchas sociales, del alcance de las emancipaciones o, en contraste, de la resistencia de obstáculos, objetivos y subjetivos. Este desplazamiento no se circunscribe a la tesis determinista marxista de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, que es una explicación reductiva, basada, en última instancia, en la experiencia de la física cotidiana, la física newtoniana, a pesar de ser expresada en lenguaje de la economía política. Se trata de un desplazamiento dinamizado por la atracción gravitatoria de la sociedad alternativa, que se inventa a partir de las composiciones creativas de las dinámicas moleculares sociales. Es la propia energía de las dinámicas moleculares sociales, que se desplazan a otras composiciones, la que genera el desplazamiento de ese acontecimiento que hemos llamado «revolución».
Ahora bien, de esta tesis relativista de la «revolución» no se deduce que, como se trata de un «proceso» de larga duración, se justifica que los llamados «revolucionarios», ahora gobernantes, se dejen atrapar por las estructuras de poder de la sociedad en crisis, como algún teórico del realismo politico y de la «revolución por etapas» pretende veladamente. De ninguna manera, esa interpretación «pragmática» del realismo político no hace otra cosa que mostrar el papel conservador y retardatario de los gobiernos «revolucionarios». Lo que demuestra que estos gobiernos forman parte del viejo Estado y de la institucionalidad de la sociedad en crisis. La responsabilidad activista es mas bien la de demoler las estructuras de las instituciones de la sociedad en crisis, para dar lugar a la creación de nuevas composiciones institucionales, inventadas por la creatividad de las dinámicas moleculares sociales.
El entramado de un fracaso
Ahora podemos volver a La deriva de una cenicienta política, y explicarnos el laberinto de la soledad del MAS, jugando con el título de un ensayo de Octavio Paz.
El gobierno de Evo Morales Ayma, las dos gestiones de gobierno, dadas desde el 2006, forma parte del viejo Estado, el Estado-nación, por lo tanto forma parte de la institucionalidad de la sociedad en crisis. Sociedad que tiene como base una economía capitalista dependiente, basada en el modelo extractivista colonial; por lo tanto, este gobierno popular, así como los anteriores gobiernos del Estado-nación, administran la transferencia de recursos naturales hacia los centros, nuevos y antiguos, del sistema-mundo capitalista. La diferencia de este gobierno, respecto a los gobiernos neoliberales, radica en que lo hace en mejores condiciones, modificando los términos de intercambio. Nada más.
El fracaso del proyecto político del MAS se explica por el entramado de estructuras de poder y estructuras institucionales que mantienen la inercia de la sociedad en crisis. Paradójicamente el gobierno «revolucionario» prolonga la vida de la sociedad en crisis, alimentando ilusiones de cambio, deteniendo el impulso transformador de los movimientos sociales anti-sistémicos. El laberinto de la soledad del MAS, la cenicienta política, se puede explicar por la diferencia entre ilusión política de cambio y la práctica efectiva del poder. El MAS no podía ser otra cosa que un instrumento electoral, no podía ser un partido de gobierno, en la actualidad de un mundo donde se ha impuesto la simulación como conducta cotidiana y el manejo del poder se ha restringido a estrechos grupos de poder, animados por un centralismo circunscrito y por la obsesión del control total.
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Las ficciones del realismo político. Bolpress, Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares, Rebelión; 2013.
[2] Son tres los movimientos de reconducción: El primero es el Acta del Ampliado del Pacto de Unidad, reunido en Cochabamba (2010), con el objeto de exigir al gobierno la aprobación del Proyecto de Ley Marco de la Madre Tierra, elaborado por las organizaciones; el segundo es el Manifiesto de reconducción del proceso, firmado por «intelectuales» y dirigentes (2011); el tercero es el de los llamados «libre pensantes», visibilizados por la rebelión de la diputada Rebeca Delgado (2013).
[3] Que aparecerán en Horizontes nómadas y Dinámicas moleculares, también quizás en Bolpress y Rebelión.
[4] Ver de Raúl Prada Alcoreza Epistemología, pluralismo y descolonización; Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares y Rebelión; 2013.
[5] Ver de Thomas Kuhn La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica, México, 1971.
[6] Revisar de Pierre Boureau Sur L’État. Éditions Raisons d’agir. Paris 2012.
[7] Esta hipótesis se inspira en la tesis de Stephen Hawking del horizonte absoluto generado por la inmensa gravedad del agujero negro. Ver de Kip S. Thorne Agujeros negros y tiempo curvo. Crítica 1995; Barcelona. También revisar de Stephen Hawking El universo en una cáscara de nuez. Editorial Planeta 2002; Barcelona. Título original The Universe in a Nutshell; A Bantam Book 2001.
[8] Ver de Raúl Prada Alcoreza Reflexiones sobre el «proceso» de cambio. Bolpress, Rebelión, Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares; 2013, La Paz.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.