El enfrentamiento entre Evo Morales y Luis Arce de cara a las próximas elecciones de agosto 2025 es uno más de una larga serie que ha dañado a los progresismos y a las izquierdas, y le ha abierto las puertas a la derecha para encaramarse en el poder.
En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Esta disputa, como otras, tiene dos características. Por un lado, está la cuestión del liderazgo de un proyecto; por el otro, la sucesión del máximo líder. En general van de la mano.
La lista de casos es tan larga que cuesta saber por dónde comenzar. Por su proyección global en el siglo XX la gran disputa fue entre Stalin y Trotsky que derivó en el asesinato (por orden de Stalin) de varios dirigentes que hicieron la revolución en 1917.
Entre las numerosas tragedias podemos mencionar el asesinato en 1983 de Maurice Bishop -líder de la revolución de Grenada de 1979- por orden de su vice Bernard Coard. Estados Unidos aprovechó el caos para invadir la pequeña isla que tenía entre ceja y ceja.
En los cortos años de este siglo ya tuvimos varias disputas que dañaron procesos de cambio.
Lo que está sucediendo en Bolivia se puede denominar como la implosión y el agotamiento del Proceso de Cambio después de casi 20 años en el poder. Implosión por las múltiples contradicciones acumuladas que están expresando un límite y agotamiento porque la mayoría de las demandas sociales que dieron nacimiento al gobierno del MAS-IPSP ya fueron cumplidas.
Al reciente conflicto entre Morales y Arce podemos agregar el de Rafael Correa y Lenín Moreno en Ecuador, o la ruptura entre Iñigo Errejón y Pablo Iglesias, fundadores de Podemos en el Reino de España. Apenas dos claros ejemplos de peleas por sucesiones o por el liderazgo de un proyecto ¿progresista?.
En todos los casos quienes están involucrados alegan que los motivos de las rupturas son las diferencias ideológicas. ¿Se trata sólo de eso? ¿Acaso no juegan un rol las motivaciones y aspiraciones personales? Ya lo sabemos, al debatir solo sobre las diferencias políticas se minimizan las cuestiones personales.
Gran parte del periodismo, por el contrario, las maximiza hasta el hartazgo y se hace una fiesta cuando se trata de personajes progresistas y de izquierda. Pero no es menos cierto que las rivalidades personales existen. No tiene sentido negarlas.
El historiador polaco Isaac Deutscher es uno de los pocos que se atrevió a conjugar el riguroso análisis histórico con las características personales, sin caer en vulgarizaciones ni amarillismos. Su monumental trilogía biográfica de León Trotsky es, en realidad, una historia de la revolución bolchevique.
Deutscher desmenuza las idas y vueltas políticas –principalmente entre Lenin, Stalin y Trotsky- hilvanándolas con los diversos matices de sus personalidades para comprender cómo se relacionaban antes y después de la revolución de 1917.
Así es posible conocer las diferentes posiciones políticas atravesadas por envidias, celos, actitudes soberbias, viejos resentimientos, desconfianzas y megalomanías. En síntesis, Deutscher asegura que era “prácticamente imposible separar lo personal de lo político”.
No hay duda de que Stalin se vio profundamente afectado por la decisión de Lenin de ubicar a Trotsky como su virtual mano derecha una vez que ambos regresaron del exilio. Ellos dos, en vez de seguir buceando en las múltiples diferencias que habían mantenido en numerosas ocasiones entre 1903 y 1917, unieron sus fuerzas y voluntades para la toma del poder y la construcción del nuevo Estado. Por el contrario, Stalin no se cansaba de reflotar -y destacar- las viejas rivalidades cada vez que podía.
Cuesta creer que el rústico georgiano aceptara de buena gana que el judío cosmopolita se convirtiera de la noche a la mañana en la mano derecha del máximo líder. Trotsky era de otro origen social e intelectual, hablaba varias lenguas, había vivido en el extranjero, ya era un prolífico escritor y, además, brillante orador.
Para colmo de males ni siquiera había formado parte del partido bolchevique que había luchado dentro del país contra el Zar. ¿Alguien puede pensar seriamente que nada de esto afectó a Stalin?
Son contados con los dedos de una mano quienes advierten que es preferible ser un excelente “segundo” a disputar el liderazgo para convertirse en la máxima figura. Son contados, también, los líderes que abandonan sus egoísmos y egolatrías y comprenden que es necesario el recambio, en un mundo en continuo movimiento y en una Bolivia en continuo asedio.
En la política boliviana se creó un sentimiento anti-Evo desde el inicio de su gestión el año 2005, que se consolidó en círculos sociales de clase medias conservadoras, élites neoliberales desplazadas e intelectuales de derecha. El evismo, entendido como lo dijo García Linera, como «lo nacional popular en acción», es una estrategia política de toma del poder basada en los movimientos sociales, que tiene también como característica el culto a Evo Morales como líder insustituible.
Y todas las disputas por el liderazgo son verdaderas cajas de Pandora; una vez que se abren, salen todos los demonios. Comprenderlo y dejar los egos de lado no es fácil. Álvaro García Linera es uno de los pocos que lo entendió. Nunca puso en duda el liderazgo de Evo.
Los protagonistas tienden a negar que exista algún tipo de inquina personal y lo llevan todo al terreno político, como si lo otro no existiera. ¿Si en todos los ámbitos lo personal influye en la toma de decisiones, por qué pensar que están exentas las personas que se dedican a la política?
No se trata de minimizar las diferencias políticas que suelen ahondarse a medida que el vínculo personal y político se deteriora, provocando rupturas, la consolidación de proyectos irreconciliables y persecuciones.
Se trata de comprender que los condimentos personales no se pueden ignorar. Más vale no ignorarlos. Desde ya que cualquier semejanza con la realidad argentina o la de algún otro país de la región ¿es pura coincidencia….?
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