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La disputa por la nación, elecciones 2018

Fuentes: Rebelión

1. Intolerancia y postración intelectual Comprender las posibilidades de superación de la crisis nacional que se anidan en la irrupción cívico-electoral del 1° de julio es crucial para los movimientos sociales y civiles que aspiran a la revolución democrática y la liberación nacional. Hoy, al igual que ocurrió con los levantamientos cívico electorales de 1988 […]

1. Intolerancia y postración intelectual

Comprender las posibilidades de superación de la crisis nacional que se anidan en la irrupción cívico-electoral del 1° de julio es crucial para los movimientos sociales y civiles que aspiran a la revolución democrática y la liberación nacional.

Hoy, al igual que ocurrió con los levantamientos cívico electorales de 1988 y de 2005-2006, o con la rebelión del Ejército de Liberación Nacional en 1994, los intereses de quienes hegemonizaban dichos procesos y el entusiasmo de sus seguidores oscurecieron y reprimieron la reflexión crítica sobre sus limitaciones.

Guardadas las proporciones, lo mismo ha pasado con movimientos de menor calado en años recientes. La fascinación que producen las movilizaciones de masas a gran escala y el papel tradicional de medios de comunicación e instituciones político-culturales identificadas con la izquierda o el pensamiento crítico liberal: academias, iglesias, partidos, y ONGs, fuertemente influenciados por el imaginario y el vanguardismo pequeño burgués, han contribuido a la postración intelectual e intolerancia que acompaña dichas explosiones e insurgencias, lo cual es explicable y hasta comprensible. Sin embargo, el «fanatismo», de cualquier color puede terminar devorando a muchas personas que tienen la ilusión de impulsar un cambio revolucionario de corte radical. (1)

El triunfalismo disparó la intolerancia y el conservadurismo en los últimos días: toda crítica o cuestionamiento es de derechas; todo movimiento social autónomo es sospechoso de hacerle el juego al enemigo. Deliberadamente se ha generado el terreno para implementar nuevas formas de criminalizar las protestas que no se atienen al libreto de la burguesía progresista pro oligárquica, augurando nuevas cacerías de brujas contra quienes, de fuera o al interior del obradorismo, se asuman socialistas, nacionalistas o demócratas medianamente coherentes. (2)

Por experiencias recientes muchos sabemos que en el contexto de la crisis política y social que vivimos, la inestabilidad y la incertidumbre son propias de un momento histórico que ha tomado una velocidad inédita. Los ajustes y reacomodos políticos derivados de las contradicciones interburguesas del periodo neoliberal y de movilizaciones como las registradas de 1988 a la fecha, muestran el aceleramiento de flujos, reflujos y el desgaste de movimientos que se antojaban estables por el grado de legitimidad y su capacidad hegemónica a la hora de «capitalizar» diversas resistencias. La estabilidad y permanencia de las direcciones de izquierda y aún las de la derecha ha dependido de su capacidad política para responder a las expectativas abiertas entre las poblaciones movilizadas.

Las irrupciones sociales o su latencia, el miedo a ellas, se han convertido en el factor más relevante dentro de la larga crisis política que vivimos y han terminado por pautar su evolución. La alternancia de partidos neoliberales en el gobierno, las reformas electorales, de derechos humanos y el terrorismo de Estado han sido ensayados para disuadir, encauzar o posponer la protesta social, «para amarrar al tigre». Una y otra vez, durante los últimos 30 años, en lapsos muy cortos se han repetido estallidos insurreccionales de proporciones y repercusiones nacionales y aun mundiales: el EZLN, Atenco, el CGH-UNAM, la APPO, el Movimiento Yo Soy # 132, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, la CNTE, entre otros cientos de procesos aparentemente locales como las policías comunitarias, las luchas en defensa de la tierra y por gobiernos autónomos.

Sin duda cada hecho movilizador genera en algunos de sus sectores una reacción espontánea de autodefensa; tienen miedo a que el recién parido se les esfume de las manos y más cuando sabemos que triunfos como el dirigido por AMLO, más que por MORENA, son el resultado contradictorio de mil convergencias, casuales y no casuales. Tienen miedo que todo lo aparentemente solido se desvanezca como un castillo de arena y responden con furia ante cualquier señalamiento, incluso de quienes han sido sus aliados. Dichas reacciones son justificables en ese sector espontáneamente fervoroso. Sin embargo, hoy más que nunca, el debate y la lucha política son indispensables; puede ser molesto para muchas y muchos, pero es necesario decir lo que pensamos aún a riesgo de equivocarnos. Más si asumimos que en la disputa por la nación la pelea política central es por quién socialmente hegemoniza y quién socialmente domina; porque de ello depende la marcha general del proceso nacional y la profundidad de los cambios que necesitan las y los trabajadores, las y los indígenas, las y los indomestizos, las mujeres y las clases medias.

2. «El Gran Miedo» y el «cambio sin cambio» (3)

El levantamiento cívico electoral que sacude al país está hegemonizado por una alianza entre sectores de la burguesía liberal progresista, la oligarquía y la burguesía burocrática o clase política, son ellos, en acuerdo con el capital trasnacional de base local y extranjera quienes modulan el proceso. El levantamiento cívico-electoral de 1988 fue duramente combatido por la oligarquía en su conjunto; en 2006, con sus excepciones se repitió la experiencia; no así en 2018, donde la mayor parte de los oligarcas y de los grupos del capital trasnacional mostraron su anuencia o su neutralidad.

La irrupción social a favor del obradorismo tiene su epicentro principal en el corrimiento electoral de las capas medias, a diferencia de lo acontecido los movimientos de 1988 y 2006, (4) lo cual consolida la presentación o la vestimenta pequeño burguesa con la que se arropa el obradorismo y la dominación oligárquica y capitalista. Totalmente a tono con el grueso de las propuestas partidarias institucionales y de los perfiles propagandísticos difundidos por los medios y los aparatos culturales públicos y privados que representan a la gran burguesía, incluidos los oligarcas, en clave de valores, conservadurismos y sentimentalismos pequeño burgueses, tan dominantes en las telenovelas y la industria editorial, las iglesias, la academia y muchas ONGs. Para el capital trasnacional y la gran burguesía esa es su mejor vestimenta.

A diferencia de la versión que se ha propalado con miras a reforzar la legitimidad obradorista, el nivel de participación que según ellos era determinante para evitar el fraude se mantuvo por debajo de los niveles alcanzados en 1994 y el año 2000, sólo un punto porcentual por encima de las elecciones del 2012. El poco más del 63% alcanzado el 1° de julio está por debajo del promedio conseguido durante el periodo señalado que es de más del 65%. (5) La participación de capas medias fue tan importante que cambió el perfil tradicional de quienes votaban por Cuauhtémoc Cárdenas y Obrador. Las pautas culturales de capas medias son un elemento a tomar en cuenta para analizar las contradicciones que se van a generar al interior del «Bloque Social» o «Sujeto Social» obradorista. La inestabilidad del liderazgo de AMLO y de la «nueva clase» política en ciernes no sólo estriba en las ambigüedades propias de las clases pequeño burguesas sino en su comprobada incapacidad para afectar los intereses de la oligarquía.

Sin modificaciones sustanciales a la dimensión oligárquica del régimen político y el conjunto del sistema de dominación, las contradicciones entre los sectores medios y las clases proletarizadas van a generar nuevos corrimientos políticos, a la derecha y a la izquierda. La candidatura del «Bronco» que logró capturar a más del 5% de votantes está ligada al sector más fuerte de la oligarquía neolonesa, constituye una apuesta a futuro de la ultraderecha más recalcitrante porque saben que la crisis social y política puede dar lugar a grandes conmociones y migraciones políticas.

Si revisamos con atención la evolución del obradorismo, que está en campaña desde 2000 cuando menos, es notorio que el vuelco a su favor se produjo a partir de 2017, hace apenas unos meses. En 2016, la referencia social con un grado de legitimidad muy importante fueron las y los trabajadores de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, el movimiento por la aparición con vida de los 43, Cherán y las luchas en defensa de la tierra y el agua, las luchas por los derechos de la mujer, además de las protestas contra el gasolinazo y el repudio al «Muro de Trump». Apena hace un año, en las elecciones del Estado de México, la entidad más poblada del país, aún no se registraba ese vuelco a favor del obradorismo, las secuelas del fraude que alcanzó niveles escandalosos consolidó la ruptura entre un sector de la población, especialmente de las capas medias, con respecto al grupo gobernante encabezado por Peña Nieto y la alianza de partidos PRI-PAN-PRD. Antes, a raíz de la masacre de Iguala y la desaparición de los normalistas y del escándalo de «La Casa Blanca» la popularidad de Peña Nieto se había venido al piso llevándose entre las patas al Ejército, los medios masivos, a los partidos, incluido MORENA y demás representantes de los poderes estatales,

En las elecciones del Estado de México el nivel de participación fue del 53.7%, importante para unas elecciones estatales pero por debajo de las expectativas, dada la situación de confrontación entre partidos. El fraude lo consumó el grupo gobernante y en particular la familia de Peña Nieto política y de sangre, el «Grupo Atlacomulco» en pleno, sin mayor oposición del obradorismo. (6) Eso hace sonar la señal de alarma y se genera «El Gran Miedo». El Estado de México aparece como la culminación de todos los horrores del «peñismo» y del neoliberalismo. La entidad con mayor cantidad de feminicidios, donde los asaltos, violaciones y secuestros se han disparado, la policía más corrupta del país, con una aristocracia familiar corrupta, putrefacta y decadente. A la memoria venían las imágenes de Atenco, las violaciones, las golpizas y los asesinatos ordenados por el «Chacal» hecho presidente; todos los crímenes cometidos por el ejército cuya presencia se legalizaba con la Ley de Seguridad Interior. El miedo acabó de invadir a toda la sociedad, o a la mayoría. Artistas, ONGs, iglesias, organizaciones sociales y civiles, grupos de mujeres, todo mundo se lanzó contra la Ley de Seguridad Interior. Ahí se produce el vuelco hacia AMLO, «lo menos peor» para muchas y muchos, pero que ofrecía ajustar a los corruptos y regresar a los militares a sus cuarteles y no reprimir jamás al pueblo. El gran miedo y decenas de años de oprobios y resistencia produjeron el resultado del 1° de julio. La sobrevivencia antes que todo y la ilusión y la esperanza de que ya no sería peor. En ese ambiente, los ojos no miraron hacia la candidata del Consejo Nacional Indígena, su oferta, muy autocentrada, no conmovió a una sociedad en pánico; por lo mismo «El Bronco» tuvo 5% de votos.

3. La «nueva» clase política

El obradorismo está en vías de formar una nueva clase política amalgamando a diversas expresiones provenientes de los viejos partidos del régimen, a un buen número de empresarios y dirigentes civiles, sindicales y sociales neo corporativos: liberales neopriistas y neopanistas, o de izquierdas, que se mueven en las tradiciones del Lombardismo y de las corrientes doctrinarias de la época del socialismo real, incluidos algunos que se presentan como ultra izquierdistas. Aunque a diferencia de 1988 el número de socialdemócratas, comunistas y guerrilleros dentro MORENA es mucho menor al que participó en el Frente Democrático Nacional y en la fundación del PRD, con el agravante de estar más desfigurados y ser más moderados que en aquellos años.

Es importante explicitar que cuando hablamos de «clase política» nos referimos a un sector de la burguesía que hace parte de la burguesía burocrática porque su fuente originaria o principal de poder deviene de su lugar privilegiado dentro de los aparatos estatales: políticos, económico-financieros, policiaco-militares, concepto que se pudiera extender a ciertos personajes que juegan un papel privilegiado en los organismos de control social, religioso o cultural, a quienes podríamos tipificar de «clase política informal». Son burgueses quienes forman el núcleo duro de la clase política obradorista en ciernes, algunos oligárquicos como Alfonso Romo, otros menos ricos pero formados en las escuelas del régimen político oligárquico.

Entre las principales figuras de su gabinete y de su círculo cercano figuran: Esteban Moctezuma Barragán, exsecretario de Gobernación del expresidente Zedillo, quien fue uno de los artífices de la «educación de calidad», antecedente de la «Reforma Educativa»; Moctezuma Barragán también es empleado de Ricardo Salinas Pliego, dueño de TV y Banco Azteca y Electra; ex socio de Raúl salinas de Gortari; famoso por su dinero y por sus expresiones racistas. Alfonso Romo, próximo secretario particular de AMLO, es muy reputado por sus negocios con MONSANTO, Pinochet y su militancia ultraderechista; uno de sus operadores es el futuro secretario de Agricultura; promotor de la aprobación de la «Ley Monsanto» en 2004.

Este espacio no da para ver a uno por uno, sólo mencionaremos algunos más: Marcelo Ebrard es otro actor relevante, miembro del Clan de Camacho Solís junto a Juan Enríquez Cabot, este último académico en Harvard, con conexiones con Craig Venter académico y empresario, «descubridor» del genoma humano; ambos ligados a negocios de transgénicos. A Juan junto a Marcelo lo ligan con las especulaciones inmobiliarias en Santa Fe. Lo que es un hecho son los negocios y alianzas de Ebrard y Claudia Sheinbaum con el grupo Rioboó y el pool de especuladores judíos de los que está al tanto AMLO. Ebrard hizo innumerables negocios al calor de la privatización del transporte y de terrenos públicos para el desarrollo de los llamados megaproyectos en la Ciudad de México; participó en la expansión de Wall Mart; se le acusa también de un desvío de cientos o miles de millones a raíz de la construcción de la línea 12 del metro que tiene fallas estructurales.

Hay también los y las parientes «pobres» en su equipo, burgueses menores y pequeño burgueses: Tatiana Clouthier, Yeidckol Polevnky, Bertha Lujan, y otros. Algunos no dan la cara como René Bejarano, no porque sea el más corrupto sino porque lo agarraron con las ligas en la mano; maneja cientos o miles de millones de pesos por sus gestiones sociales y es probable que tenga algún tipo de participación en algunas concesiones. Otros como Luisa Alcalde, Martí Batres, este último en desgracia dentro de los afectos de AMLO, son el prototipo de la nueva burguesía burocrática, jóvenes ambiciosos, asertivos. Entre los «menores» abundan líderes sociales, sindicales y campesinos «democráticos» que amasan fortunas de decenas o centenas de millones de pesos; también los hay provenientes de la ultraderecha y de sus grupos de choque como Manuel Espino expresidente del PAN. En fin, son burgueses, y para unos eso no dice mucho pero para mí lo dice todo.

Salvo algunas personalidades rescatables de izquierda, provenientes del periodismo, la academia, las artes y las iglesias, sin mayor peso en las estructuras de MORENA y en los intereses reales que mueven a Obrador, no hay tela de donde cortar entre las esferas dirigentes del obradorismo para empujar cambios de fondo o la tan mentada cuarta transformación. Estas personas, que influyen de modo espectral, ni siquiera como referencia moral efectiva, no tienen ninguna oportunidad dentro del equipo de AMLO, a no ser como comparsas. El obradorismo está dando pauta a una nueva clase política neoconservadora, enredada en los laberintos de la corrupción y de las prácticas clientelares. Su gabinete de Seguridad sigue la misma línea general; el nombramiento de personajes enfermos como Manuel Mondragón y Kalb, entre otros, para hacerse cargo de la seguridad nacional exhibe los peligros y las tentaciones represivas de quienes controlan la seguridad nacional tras bambalinas; los encargados de cuidar a la nueva clase política en devenir y los ajustes y renovaciones del viejo régimen son los mismos represores.

Seguramente se replegará al ejército a sus cuarteles dejándoles la tajada millonaria que consiguieron, mientras los cuerpos militares disfrazados que operan en el país como Policía Federal, tal vez con otro nombre, lo seguirán haciendo; unos 50 mil efectivos. En esas circunstancias, donde la seguridad depende del vecino del norte, es muy difícil superar el estado de violencia y la economía directamente criminal que influye, optimistamente, en la generación del 40% del Producto Interno Bruto (PIB). En realidad influye en el conjunto.

Los orígenes del obradorismo los encontramos en el neocardenismo, en la Corriente Democrática, cuyos dirigentes más emblemáticos fueron Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez quienes que en agosto de 1986 se pusieron al frente de los cuestionamientos al grupo liderado por De la Madrid-Salinas que había tomado el control del aparato estatal y del propio PRI. (7) Andrés Manuel López Obrador, el PRD y MORENA, son parte y continuidad del proceso abierto por el neocardenismo:

«La alternativa planteada por el neocardenismo y el PRD simplemente propugnaba el retorno al desarrollismo, pero con un acento más pronunciado hacia la justicia social y con otro diagnóstico sobre las causas de la desigualdad respecto del programa actual de AMLO y Morena que coloca a la corrupción como el factor sistémico, como causa y no como consecuencia de las relaciones y los (des)equilibrios de poder. El horizonte de la revolución democrática implicaba un proyecto de transición no solo formal sino substancial: el igualamiento de las disparidades socio-económicas como condición para el ejercicio de la democracia tanto representativa como directa.» (8)

Julio López, el articulista de La Jornada, es más directo en su caracterización cuando afirma que el proyecto de Morena representa «la llegada de una fórmula de restauración sistémica, con un López Obrador más cargado a la derecha que a la izquierda […] un centrismo de toques místicos […] el triunfo de AMLO es el triunfo del sistema. De un sistema urgido de mecanismos de corrección para no hundirse ni provocar un estallido social». (9) Para Gustavo Esteva, AMLO «se propone un cambio profundo […] pero sin modificar el carácter del régimen dominante»; es decir, su dimensión oligárquica. (10) Para Modonessi, el horizonte programático de AMLO está dos pasos atrás con respecto a los gobiernos progresistas que en América Latina se proclamaron progresistas en términos de ambiciones antineoliberales.

Si vemos con más detenimiento, podemos aportar algunos elementos que ilustran la evolución de la burguesía burocrática y la clase política de la que se alimenta el obradorismo. Hasta 1946 la hegemonía de los militares en el ejercicio del poder fue evidente. Con Miguel Alemán se inicia el tránsito hacia los gobiernos civiles, a nuevas reglas y vínculos de la clase política con la burguesía a la que se incorpora de forma total, económica y culturalmente, sin cederles la administración directa del ejercicio del poder. El gobierno y de algún modo el Estado se especializan y se dividen en diversas áreas: la política y de seguridad y la económico financiera, además de los espacios culturales y de control de la población con los que se entrelaza el gabinete político. A mediados de los 50 se consolida la oligarquía mexicana como fracción hegemónica, el carácter del régimen político afianza sus tendencias oligárquicas en el marco de sus antecedentes revolucionarios. La burguesía tenía el poder económico pero no el político, la oligarquía define el rumbo de la nación a través de una burguesía burocrática que se ostenta como revolucionaria y antiimperialista; tutora y protectora de las masas trabajadoras del campo y la ciudad y de las capas medias. Así se gobernó hasta 1981 de forma explícita y de manera vergonzante hasta el salinato que culmina en 1994, exhibido por la insurrección del EZLN.

En 1982, el gabinete económico financiero dominado por los «monetaristas», es decir por los «neoliberales» toma el control del aparato estatal y radicaliza los rasgos oligárquicos del sistema de dominación y del régimen político, su sesgo neocolonial en complicidad con las trasnacionales y los Estados Unidos, y hasta de España una potencia de tercera absolutamente parasita. Ese sector de la burguesía burocrática sufre su primera escisión visible a raíz de las disputas por la presidencia y el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Aparecen dos grandes bandos el de Zedillo y el de Salinas. Ambos son radicalmente neoliberales, pro oligárquicos, transnacionalizados, pro TLC y anexión neocolonial a los Estados Unidos. Ligados a las diversas facciones de la economía criminal y a la acumulación por despojo. La sangre y la traición los enardeció, los múltiples asesinatos al interior de la clase política alimentó su separación de manera duradera. Zedillo abre paso al PAN, se repliega y el salinismo se recompuso lentamente. Con Enrique Peña Nieto recupera buena parte de su influencia pero su rapacidad los hunde. El ala zedillista del grupo económico financiero empieza a migrar hacia el obradorismo, los coqueteos y acercamientos de Santiago Levy Algazi, alto funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del propio Guillermo Ortiz, expresidente del Banco de México y de BANORTE, son conocidos. En la configuración de la «nueva» burguesía burocrática obradorista operan las inercias sociales y relaciones internacionales y de funcionamiento propias del gabinete económico financiero, del grupo que desplazo del ejercicio del poder estatal a la vieja guardia priísta. De quienes impusieron a sangre y fuego el neoliberalismo.

4. ¿Transito a la democracia, fin de régimen o el dinosaurio sólo cambió de lugar?

A partir de las experiencias vividas en diferentes países que sufrieron la dictadura y el autoritarismo, particularmente en América Latina, podemos caracterizar las motivaciones profundas de la reconfiguración de los regímenes políticos liberales y el alcance de los llamados procesos transicionales, especialmente a los aludidos como justicia transicional. Más allá de los efectos menos represivos y de lo reivindicable de las aspiraciones para volver a escenarios identificados con la republica liberal, opuestos a las dictaduras sangrientas que dejaron cientos de miles de víctimas y millones de desplazadas y desplazados, queremos señalar algunos de esos límites de la mal llamada transición a la democracia.

Hay datos suficientes para confirmar que buena parte de las concepciones, instituciones y agentes culturales que soportan el discurso de la justicia transicional, de la transición a la democracia, a una sociedad basada en el ejercicio de los derechos humanos, de la lucha contra las dictaduras fueron promovidos y financiados por organismos de seguridad estadounidense, universidades, aparatos culturales y sus ONGs. En los escritos de Samuel Huntington y hasta en los de Guillermo O´Donell no puede dejar de respirarse un tufo contrainsurgente y conservador; sus teorías de la democracia que en muchos aspectos no coinciden si comparamos la «Tercera Ola» del primero y los ensayos del segundo sobre «Autoritarismo y Democratización», refuerzan nuestra afirmación.

Pues bien, ese es el horizonte intelectual de la mayoría de los acompañantes del obradorismo, baste con revisar a autores como Jaime Cárdenas o Luis Carlos Ugalde, aparentemente distantes. En realidad, el 1° de julio no transitamos a la democracia ni se dio fin al régimen político oligárquico; ni a las elecciones fraudulentas. El edificio sigue en pie, en remodelación, pero es el mismo edificio. Los pactos para evadir la justicia y no promover reformas significativas son explicitas y publicas y operan como siempre al margen de la Ley y de modo autoritario. Quien anuncia el triunfo de AMLO no fue el Instituto Nacional Electoral, sino Meade y Peña Nieto. Quien decide no llevar a la justicia a la «mafia del poder» es AMLO. Él es quien entrega 110 mil millones de pesos a los oligarcas para que contraten como aprendices y exploten a jóvenes trabajadores, al margen y en contra de la Ley del trabajo y de las críticas a la precarización laboral.

Los procesos electorales de Estado, las mafias sindicales, los poderes fácticos que operan por encima de la Ley en todos los terrenos, el no reconocimiento a los derechos de comunidad y de ciudadanía completa a mujeres y sexo diversos; el predomino del criollismo político y cultural; además del racismo y el patriarcalismo que le son consustanciales persisten, entre muchos otros. No puede haber transición a la democracia y a la justicia sin refundar el Estado sobre nuevas bases comunitarias y ciudadanas, sin una radical Reforma del Estado oligárquico y transnacionalizado, sin la abolición de las elecciones de Estado y la partidocracia; sin el reconocimiento de los derechos nacionales que fueron conculcados por las oligarquías criollas y las potencias colonialistas e imperialistas como Estados Unidos e Inglaterra; sin hacer valer nuestro derecho a ser una América Latina unida. Sin una Nueva Asamblea Constituyente originaria.

Es indudable que el triunfo de AMLO y la irrupción social del 1° de julio favorecen los procesos de resistencia continental, el ejercicio del derecho de autodeterminación de nuestros países. Porque el cambio de correlación de fuerzas que se expresa en el Hemisferio, incluso en Estados Unidos, después de la ola de restauración protagonizada por la derecha en Honduras, Brasil, Ecuador, Argentina, entre otros países, tiene por base la reanimación del protagonismo popular que es múltiple y diverso. Sin embargo, no debemos, desde el movimiento social, echar las campanas al vuelo y repetir los procesos de subordinación a las fracciones progresistas que volverán a repetir el mismo trayecto de subordinaciones a las corporaciones; de corrupciones y posposición indefinida a las necesidades de las clases nacionales por decirlo de algún modo, y particularmente de las planteadas por las naciones originarias, mujeres y clases trabajadoras.

No fueron al azar los países y presidentes elegidos en su periplo por América Latina en 2017: Chile, Ecuador y El Salvador. Además, mientras no aclare en qué consiste su Nueva Alianza Para el Progreso ofertada para toda la Región Mesoamericana y los Estados Unidos, lo único que se puede pensar, si además revisamos su proyecto económico, es la reedición del Plan Puebla Panamá o del Mérida Colombia. O, en la coincidencia con el proyecto conocido como «Triángulo Norte» pactado por los gobiernos proestadounidenses, donde se encuentra México, Guatemala, El Salvador y Honduras, por lo que la figura del triángulo no es representativa, porque en realidad no son tres sino cinco. Dicho escudo contra el terrorismo y la migración también incluye un Plan para el Progreso o la prosperidad. Seguro Morena nutrirá las reuniones del Foro de Sao Paulo y otras instancias similares, como lo hace el PRI o el PRD.

En realidad el «Triángulo Norte», como otros, busca el desmantelamiento del Sur, de lo indio, de lo que estorba al capitalismo para el despojo total, lo comunitario. Que está alojado en las zonas urbanas y rurales. Es el asalto al México profundo, a nuestra reserva de identidad mesoamericana. En eso AMLO se parece a Benito Juárez y a Madero, trashuma liberalismo, ven a las y los indígenas como nuestras culturas del pasado; igual a los sindicatos y movimientos sociales. De ahí al anticomunismo sólo hay un paso, por eso es tan peligroso.

Sumarnos al amloismo es repetir la postración de las clases trabajadoras al cardenismo, que por lo demás nunca pudo imponerse completamente. Es repetir la subordinación al neoperonismo o proyectos moderados que sirven de plataforma para operar intereses subimperialistas como los de las burguesías brasileñas o argentinas. ¿Son necesarias las alianzas? Ni duda cabe, pero deben procurarse desde la autonomía y la independencia de movimientos sociales poderosos, que luchen por el gobierno y el poder; por la refundación del Estado desde lo comunitario y popular.

Aprovechemos la oferta de no reprimir para ensanchar las bases de movilización, los espacios de autonomía, conscientes que no existe ninguna luna de miel; de que hasta hora el dispositivo político militar propio del estado represivo sique ahí. Atrevámonos a romper la inercia corporativa, las visiones simplificadas de la lucha de clases, de la lucha proletaria. Enterremos de una vez para siempre el viejo socialismo evolucionista y corporativo, conservador y estatalista. La burguesía liberal va al grano, pone la lucha nacional en el centro, disputa la hegemonía y no está a la espera de la evolución de la consciencia desde lo corporativo hasta lo político. La nueva clase trabajadora, las nuevas y viejas comunidades no vamos a salir del atolladero si no planteamos abiertamente la lucha por la nación, el gobierno y el poder. Por la Reforma del Estado desde nosotras y nosotros sin depender del obradorismo, por una Nueva Asamblea Constituyente. El primero de julio fue una hechura de muchas y muchos, hayan votado o no; el resultado de miles de riachuelos, muchos de los cuales no se dejaran domeñar por el progresismo burgués y el neoliberalismo social.

 

Notas:

(1) «La victoria de Amlo es la revolución de las consciencias», Jesús Ramírez: https://youtu.be/q-WFS_62kd4

«Amlo está cabrón, derrotamos al fraude, esto es una insurrección», Rafael Barajas «El Fisgón»: https://www.youtube.com/watch?V=3uik0fjlbgm

(2) «Fuego Amigo», Ernesto Hernández Norzagaray , en Sin Embargo , junio 08, 2018: http://www.sinembargo.mx/08-06-2018/3426517

(3) El Gran Miedo fue un movimiento popular que se desarrolló en Francia entre el 20 de julio y el 6 de agosto de 1789. Se originó en las provincias francesas debido a los rumores de conspiraciones aristocráticas y por la emoción que las noticias provenientes de París provocaron entre el campesinado. Se extendió el rumor de que la aristocracia estaba contratando bandidos para que recorrieran los campos cortando el trigo verde y estropear la cosecha. Se creía además que los propietarios nobles estaban acaparando el grano para venderlo a precio más alto. El miedo se extendió con rapidez y se produjeron revueltas de modo casi simultáneo. Los campesinos se organizaron en grupos, saquearon e incendiaron las propiedades señoriales. https://mx.tuhistory.com/hoy-en-la-historia/se-inicio-movimiento-gran-miedo .

Un libro importante sobre ese momento histórico es el de Georges Lefebvre, El gran pánico de 1789, Ed. Paidós, Barcelona, 1986.

(4) Javier Solórzano: https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=10214737902714077&id=1619829109

(5) Estudio Censal de la Participación Ciudadana en las Elecciones Federales de 2012 Octubre, 2013, Dirección Ejecutiva de Capacitación Electoral y Educación Cívica Instituto Federal electoral. Los otros números de la elección, en Animal Político:

https://www.animalpolitico.com/2012/07/la-eleccion-mas-votada-de-la-historia-y-otras-cifras/

(6) Proceso, «Grupo Atlacomulco», 10 de septiembre de 2008: https://www.proceso.com.mx/201574/grupo-atlacomulco https://es.m.wikipedia.org/wiki/Grupo_Atlacomulco

(7) https://www.proceso.com.mx/146490/la-corriente-democratica-explica-su-origen

(8) «Sobre el alcance histórico de la elección de López Obrador», Massimo Modonesi: www.rebelion.org/noticia.php?id=243685  

(9) La jornada, Julio Hernández 3 de julio de 2018.

(10) La jornada; Gustavo Esteva, 3 de julio de 2018.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.