Traducido del inglés para Rebelión por Carmen López
Hace unos años, escribí sobre la posibilidad de que México se convirtiera en un estado fallido a causa del efecto de los cárteles en el país. México ha podido estar cerca de eso, pero al final se estabilizó y tomó un rumbo diferente -un crecimiento económico impresionante ante la cara misma de la inestabilidad.
Economía mexicana
La discusión sobre la estrategia nacional normalmente comienza con la cuestión de la seguridad nacional. Pero una discusión en la estrategia de México debe comenzar con la economía. Esto es porque el vecino de México es Estados Unidos, cuya fuerza militar en Norteamérica niega a México las opciones militares que otras naciones pueden tener. Pero la proximidad con Estados Unidos no niega a México opciones económicas. De hecho, mientras Estados Unidos abruma a México desde un punto de vista de seguridad nacional, le ofrece a su vez posibilidades de crecimiento económico.
México se encuentra ahora en el puesto 14 de las economías más grandes del mundo, justo por encima de Corea del Sur y por debajo de Australia. Su producto interior bruto fue de 1.160 billones de dólares en 2011. Creció al 3,8% en 2011 y al 5,5% en 2010. Antes de una contracción importante del 6,9% en 2009 tras la crisis de 2008, el PIB mexicano creció a una media del 3,3% en los cinco años comprendidos entre 2004 y 2008. Cuando miramos en términos de paridad de poder adquisitivo, una medida del PIB en términos de capacidad de compra real, México ocupa la posición número 11 de las mayores economías del mundo, justo detrás de Francia e Italia. Está previsto también para este año un crecimiento apenas por debajo del 4%, a pesar de la tendencia desaceleradora de la economía mundial, gracias en parte al ascenso del consumo estadounidense.
El tamaño económico total y el crecimiento es extremadamente importante para el poder nacional total. Pero México tiene un profundo problema económico: de acuerdo con la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), México ocupa el segundo lugar entre las naciones miembros según el nivel de desigualdad. Más del 50% de la población mexicana vive en la pobreza, y el 14,9% de ella en extrema pobreza, lo que significa que tiene dificultades para asegurar las necesidades de vida. Al mismo tiempo, México es el hogar del hombre más rico del planeta, el magnate de las telecomunicaciones Carlos Slim.
En términos de renta per cápita en 2011 México estaba en el puesto 62; China, por otra parte, estaba en el puesto 91. Nadie discutiría que China es una fuerza nacional significativa. Pocos discutirían que China sufre inestabilidad social. Esto significa que en términos de evaluar el papel de México en el sistema internacional debemos valorar las cifras totales. Dados esos datos, México ha entrado en el ranking de las fuerzas económicas líderes y está creciendo más rápido que otras naciones que están por delante de él. Cuando observamos la distribución de riqueza, la realidad interna es que, como China, México tiene profundas debilidades.
El principal problema estratégico de México es la potencial inestabilidad interna producida por la desigualdad. El norte y centro de México tienen el más alto índice de desarrollo humano, cercano al nivel europeo, mientras que los montañosos estados sureños están bien por debajo de ese nivel. La desigualdad mexicana está definida geográficamente, aunque incluso las regiones más ricas tienen significativas bolsas de desigualdad. Debemos recordar que esta no es una desigualdad gradiente tipo a la occidental, sino una desigualdad donde los pobres viven vidas completamente diferentes a las de la clase media.
México está usando herramientas clásicas para manejar el problema. Como la pobreza impone limites al consumo doméstico, es un país exportador. Exportó 349.600 millones de dólares en 2011, lo que significa que casi el 30% del PIB proviene de las exportaciones. Esto está justo por encima del nivel chino y crea una seria vulnerabilidad en la economía mexicana, ya que depende del apetito de otros países por sus productos.
Esto está compuesto por el hecho de que el 78,5% de las exportaciones mexicanas van a los Estados Unidos. Significa que el 23.8% del PIB de México depende del apetito de los mercados norteamericanos. Por otro lado, el 48,8% de sus importaciones proviene de los Estados Unidos, lo que provoca una relación asimétrica. Aunque ambos lados necesitan de las exportaciones, México debe tenerlas. Estados Unidos saca provecho de ellas pero no depende de la misma manera.
Relaciones con los Estados Unidos
Esto lleva al segundo problema estratégico de México: su relación con los Estados Unidos. Cuando echamos la vista atrás a principios del siglo XIX no estaba claro que Estados Unidos iba a ser la fuerza dominante de Norteamérica. Los Estados Unidos eran un pequeño país pobremente integrado que abrazaba la costa Este. México estaba mucho más desarrollado, con una economía y un ejército más sustancial. A simple vista, México tenía que ser la fuerza dominante de Norteamérica. Pero tenía dos problemas. El primero era la inestabilidad interna causada por los factores sociales que aún permanecen intactos, es decir, la desigualdad generalizada y centrada regionalmente. El segundo era que las tierras al norte de la línea del Río Grande (Río Bravo del norte para los mexicanos) estaban escasamente pobladas y eran difíciles de defender. El terreno entre las tierras del corazón de México y los territorios norteños, desde Texas a California era difícil de alcanzar desde el sur. El coste de mantener una fuerza militar capaz de proteger esa área era prohibitivo.
Desde el punto de vista estadounidense, México -y particularmente la presencia mexicana en Texas- representó una amenaza estratégica para sus intereses. El desarrollo de la «Compra de Luisiana» en el granero de los Estados Unidos dependió de la red fluvial de Ohio-Misisipi-Misouri, que era navegable y el primer modo de exportación. México, al que separaba de Luisiana su orilla del río Sabina, estaba posicionado para cortar el Misisipi. La necesidad estratégica de asegurar acceso directo al mar, del Caribe a la vulnerable costa Este mexicana, puso a México en conflicto directo con los intereses estadounidenses.
La decisión del presidente estadounidense Andrew Jackson de enviar a Sam Houston a Texas en una misión encubierta para fomentar un aumento de los colonos estadounidenses se basaba en parte en su obsesión con Nueva Orleans y el río Misisipi, por el cual Jackson había luchado en 1815. La sublevación texana fue contrarrestada por un ejército mexicano moviéndose al norte hacia Texas. Su problema era que el ejército mexicano, formado en gran parte por los elementos más pobres de la sociedad mexicana del sur del país, tenía que pasar a través del desierto y las montañas de la región, y sufrió de frío extremo y las nevadas. Los soldados mexicanos llegaron a San Antonio agotados y, aunque tomaron el cuartel allí, no fueron capaces de vencer el ejército de San Jacinto (cerca del actual Houston) y ellos mismos fueron derrotados.
La región que separaba el corazón de Texas del corazón de México era una barrera para el movimiento militar que socavó la habilidad de México de preservar su territorio del norte. La debilidad geográfica de México -esta hostil región acoplada con costas largas y difíciles de defender, y sin marina de guerra, se extendía al oeste del Pacífico. Esto creó una frontera que tenía dos características. Tenía poco valor económico y era inherentemente difícil de vigilar debido al terreno. Separaba a los dos países, pero se convirtió históricamente en un punto de fricción de baja intensidad, con contrabando y bandolerismo a ambos lados en diferentes ocasiones. Era una frontera perfecta en el sentido de que creó una zona neutral, pero era un problema cada vez mayor porque no se podía controlar fácilmente. La derrota en Texas y durante la guerra mexicana-estadounidense costó a México sus territorios del norte. Esto creó un permanente problema político entre los dos países, un problema que México no podía remediar efectivamente. La derrota en las guerras continuó desestabilizando México. Aunque los territorios del norte no eran fundamentales para el interés nacional, su perdida creó una crisis de confianza en los sucesivos regímenes que acentuó aún más el problema social básico de desigualdad generalizada. En el último siglo y medio México ha vivido con un creciente complejo de inferioridad y resentimiento respecto a Estados Unidos.
La guerra creó otra realidad entre los dos países: una frontera que era una entidad única, parte de ambos países y parte de ninguno. Su geografía había derrotado a la armada mexicana. Ahora se convertiría en una frontera que ningún lado podía controlar. Durante el continuo descontento de la Revolución Mexicana, se convirtió en un refugio para figuras como Pancho Villa, perseguido por el general estadounidense John J. Pershing después de que Villa atacó pueblos estadounidneses. No sería justo llamarle territorio de nadie. Fue siempre tierra de todos, con sus propias reglas, frecuentemente violento, nunca suprimido.
El tráfico de drogas ha reemplazado el robo de ganado del siglo XIX, pero el principio esencial ha permanecido igual. Cocaína, marihuana y otras drogas se están transportando a Estados Unidos. Todas son importadas o producidas en México a bajo coste y exportadas o re-exportadas a los Estados Unidos.
El precio allí, donde los productos son ilegales y de alta demanda, es substancialmente más alto que en México. Esto significa que la diferencia de precios entre las drogas en México y las drogas en los Estados Unidos crea un mercado atractivo. Esto ocurre cuando un país prohíbe un producto altamente deseado que está muy disponible en el país vecino.
Esto crea una substancial entrada de riqueza en México, aunque el tamaño exacto de esta es difícil de cuantificar. La cantidad exacta de comercio en la frontera es incierto, pero un número frecuentemente utilizado es 40.000 millones de dólares al año. Esto significaría que las ventas por narcotráfico representan un 11,4% adicional en el total de exportaciones. Pero esto infravalora la importancia de los narcóticos porque los márgenes de beneficio tenderían a ser mucho más altos en drogas que en productos industriales. Asumiendo que el margen de beneficio de productos legales es del 10% (una estimación muy alta), las exportaciones legales generarían unos 3.500 millones de dólares al año en beneficios. Asumiendo que el margen en drogas es del 80%, entonces el beneficio por drogas es de 3.200 millones de dólares al año, lo que casi iguala los beneficios de las exportaciones legales. Por supuesto, estos números no son sino conjeturas. Se desconoce la cantidad de dinero que vuelve a México en lugar de quedarse en Estados Unidos o en otros bancos. La cantidad exacta de narcotráfico es incierta y los márgenes de beneficio son difíciles de calcular. Lo que puede saberse es que probablemente el narcotráfico puede ser un estímulo clandestino para la economía mexicana, generado por la diferencia de precios creada por la prohibición de drogas.
La ventaja de México también crea un problema estratégico para México. Dado el dinero en juego y que el sistema legal es incapaz de suprimir o regular el comercio, la frontera se ha convertido de nuevo -quizás ahora más que nunca- en una región de guerra continua entre grupos que compiten por el control del narcotráfico en los Estados Unidos. A grandes rasgos, los mexicanos han perdido el control de su frontera.
Desde un punto de vista mexicano, esta es una situación manejable. La frontera es diferente del corazón de México. Mientras la violencia no sobrepase la zona centro es tolerable. El flujo de dinero no ofende al gobierno mexicano. Más bien el gobierno mexicano tiene recursos limitados para suprimir el narcotráfico y la violencia, y su existencia genera beneficios financieros. La estrategia mexicana es intentar impedir que se propague el desorden al «verdadero» México, pero aceptándolo en un territorio históricamente sin ley.
La posición estadounidense es exigir que los mexicanos empleen fuerzas para suprimir el narcotráfico. Pero ninguno de los dos lados tiene suficiente fuerza como para controlar la frontera, y la exigencia es más simbólica que de acciones significativas o amenazas. Los mexicanos han debilitado ya a su ejército al intentar lidiar con el problema, pero no van a debilitarlo más para intentar controlar una región que en el pasado ya les venció. Los Estados Unidos no van a proveer fuerza suficiente para controlar la línea fronteriza, ya que el coste sería escalofriante. Así pues, cada uno convivirá con la violencia. Los mexicanos discuten que el problema es que Estados Unidos no puede eliminar la demanda y no desea eliminar los incentivos disminuyendo los precios a través de la legalización. Los estadounidenses dicen que los mexicanos deben erradicar la corrupción entre los oficiales mexicanos y la fuerza de la ley. Ambos tienen interesantes argumentos, pero ninguno de ellos tiene nada que ver con la realidad. Controlar el terreno es imposible con un esfuerzo razonable y nadie está dispuesto a hacer un esfuerzo no razonable.
Otro aspecto es el movimiento migratorio. Para los mexicanos, el movimiento migratorio ha sido parte de su política social. Transfiere a los pobres de México y genera remesas. Para los Estados Unidos esto ha producido una fuente constante de mano de obra de bajo coste.
La frontera ha sido un lugar a través del cual los emigrantes pasaban sin control. Los mexicanos no quieren pararlo y, en resumidas cuentas, los estadounidenses tampoco.
El duelo retórico entre los Estados Unidos y México esconde los hechos fundamentales. México es una de las mayores economías del mundo y un socio económico importante de los Estados Unidos. La desigualdad en la relación viene de la desigualdad militar. El ejército estadounidense domina Norteamérica y los mexicanos no están en posición de desafiar eso. La línea fronteriza plantea problemas y algunos beneficios para ambos, pero ninguno está en posición de controlar la región a pesar de la retórica.
México todavía tiene que lidiar con su problema básico, que es mantener la estabilidad social interna. Sin embargo, está empezando a desarrollar una política exterior más allá de los Estados Unidos. En particular, está desarrollando un interés en gestionar América Central, posiblemente en colaboración con Colombia. Su propósito, irónicamente, es el control de inmigrantes ilegales y el tráfico de drogas. No son movimientos insignificantes. Si no fuera por los Estados Unidos, México sería una gran potencia regional. Con los Estados Unidos, debe gestionar esa relación antes que otras.
Dado el espectacular crecimiento económico de México, esta ecuación cambiará en un momento dado. Con el tiempo habrá dos fuerzas significativas en Norteamérica. Pero a corto plazo, los tradicionales problemas de México siguen ahí: cómo lidiar con los Estados Unidos, cómo controlar la frontera norte y cómo mantener la unidad nacional ante el potencial malestar social.
rBMB