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La etapa que se avecina

Fuentes: Rebelión

Como sea que resulten las legislativas bonaerense en septiembre y nacionales en octubre, el agotamiento del gobierno es inexorable, así como la irrupción de la crisis general. El año próximo será de enfrentamiento interburgués y conflicto social creciente. Todo en un marco internacional explosivo.

Los recientes episodios de corrupción probablemente no pasarán de una mancha más en el sucio cuerpo político de la burguesía. Lo determinante es el fracaso económico. La imposibilidad de sanear el sistema e iniciar un nuevo ciclo de crecimiento acelera la marcha hacia la pérdida del control político. La sociedad va hacia la insurgencia espontánea; hacia la rebelión de masas contra lo establecido. El desenlace puede demorarse o sufrir una brusca aceleración.

El punto no está en predecir el momento en que esto ocurrirá, sino en determinar el carácter de la situación que se abrirá para el conjunto de la sociedad. La clase trabajadora ingresa a esa etapa en relaciones de fuerzas desfavorables, pese a que el desarrollo capitalista y la crisis han proletarizado al 80% de la población. Al frente tiene un enemigo fragmentado, disociado y sin programa para hegemonizar a sus propios componentes. Aun así, la carencia de conciencia de clase y, en consecuencia, de organizaciones obreras genuinas, ubica al capital en el control total del escenario. Los trabadores son víctimas, además, de un conjunto social al extremo despolitizado, con total ausencia de conciencia de Nación, la enajenación sin límites de las clases medias, con las juventudes a la vanguardia de esa caída en la desagregación colectiva.

Crisis y proletariado

La historia de la lucha de clases asevera que, a pesar de lo que vociferan epígonos irresponsables, el proletariado no es revolucionario. Si lo fuera, su abrumador peso social trabaría las manos del capital y le impondría las reivindicaciones económicas y políticas paso a paso. El sistema caería ante la imposibilidad de sostenerse en la sobrexplotación, sin necesidad de una revolución. Sin violencia. Pero las masas explotadas y oprimidas son en su mayoría conservadoras. Sólo una vanguardia consciente actúa en todo momento en pos de una sociedad sin explotación. De allí que la imposición gradual de la fuerza social es imposible. Por eso los sindicatos -no sólo en Argentina- pueden convertirse en puntales del sistema de explotación con anuencia de sus bases. Por eso partidos obreros de masas pueden convertirse en fuerzas reformistas conciliadoras con el capital.

Pero el sistema desemboca invariablemente en una crisis que, como queda a la vista en Argentina, destruye todas las conquistas sociales e incluso se degrada a sí mismo al punto de promover y sustentar gobiernos de ladrones e incapaces.

Ahora bien, cuando las condiciones de vida se vuelven insoportables, cuando no es posible ninguna reforma positiva en el marco del sistema dominante, se producen las explosiones sociales, las revoluciones. Y en ese punto, cuando la crisis estalla, no deriva en votos a candidatos diferentes sino en rebelión e insurgencia. Esa lección, básica para el pensamiento socialista, está en vías de tener una nueva comprobación histórica en Argentina.

El punto es que, con un proletariado disgregado y sin conciencia de sí mismo, sin partidos anticapitalistas con un programa de acción para que las masas puedan tomar el poder, con cuadros entrenados e insertos en los diferentes estratos de las clases explotadas, las clases dominantes tendrían un enorme margen de acción para ahogar en sangre la rebelión y restablecer su orden sobre los escombros del derrumbado por la crisis. Si el colapso es inexorable, evitar tal desenlace es el desafío de la hora en Argentina.

Un llamado a la conciencia

No es por acaso que la así llamada oposición esté paralizada. Es que sólo puede sostenerse apoyando al elenco gobernante. Ante el riesgo de que éste se desmorone como resultado de una derrota electoral o una abstención masiva un sector del gran capital prepara un elenco alternativo. Tal renovación no podría sino ser peor que la camarilla actual. Sólo apretando el cuello de los trabajadores y las clases medias bajas, pueden subsistir las clases dominantes.

De manera que el antiguo debate entre reforma y revolución carece de sentido hoy en Argentina. El muy extendido sector llamado “progresista” tendrá como alternativa apoyar un proceso de transición al socialismo u observar en silencio cómo la ultraderecha -hoy penetrada por el sionismo- intenta aplastar mediante la violencia toda reivindicación social.

El “progresismo”, así como las diversas siglas socialistas atrapadas en el reformismo parlamentararista, no son en principio enemigos de una transición anticapitalista. Lo mismo vale para todo un sector peronista que se considera “de izquierda” (aunque excluye variantes reaccionarias con antifaz, asociadas a la iglesia católica y otras denominaciones religiosas). A toda la sincera militancia que forma en esas filas, cabe convocarla a un proceso de unidad sobre la base de un programa, no electoral, sino para la acción. Tiempo atrás esta columna publicó un “Plan de operaciones”, como base para un debate (Ver xurl.es/qvnd0). Con esa o cualquier otra plataforma enderezada en el mismo sentido, el conjunto de quienes comprenden la gravedad de la situación deberían sumarse a un llamado a una Conferencia Federal Anticapitalista a realizarse en el menor plazo posible.

Crisis de alcance mundial

Días atrás el canciller alemán anunció ante su partido -ultraconservador- que “el Estado de bienestar se ha terminado”. Lo precedió en el descubrimiento el presidente francés, quien a poco de asumir dijo lo mismo. En el reino unido ya es cosa antigua la asunción de esa imposibilidad. Para contrarrestarlo, esos tres gobiernos sostienen la imposible guerra de Ucrania con Rusia y no ocultan que el verdadero objetivo de esa masacre iniciada por ellos y Estados Unidos con el golpe de Estado fascista en Kiev en 2014, es un choque frontal con Rusia.

Ese plan ha fracasado hasta ahora. Ucrania y sus mandantes perdieron la guerra. Estados Unidos trata de girar en redondo para asumir una realidad desde lejos vigente: Washington no es ya el centro dominante del planeta. Incluso perdió la primacía económica mundial a manos de China. Y su economía interna amenaza cada día con una explosión de la sideral deuda pública (37 billones de dólares), el hundimiento del dólar y el caos en los 50 Estados de la Unión.

Rusia tiene hoy más capacidad militar que el Pentágono. Y los Brics avanzan -a veces en zigzag- como un bloque que sepulta al dólar en tanto divisa mundial y consolida un polo comercial, diplomático y económico que cambia por completo el mapa planetario. La creciente aproximación de China y Rusia también en el terreno militar, deja a Estados Unidos y la OTAN a la defensiva y sin chances de revertir esa dinámica. En su promoción de la guerra como última instancia de sobrevivencia del sistema, también la Casa Blanca crea un foco de conflicto en el mar del Sur de China, amenazando con una provocación en Taiwán. El departamento de Estado también persiste en atacar nuevamente a Irán, esta vez involucrando a varios países vecinos, entre ellos Azerbaijan y Armenia.

El Holocausto palestino, respaldado económica, militar y diplomáticamente por Estados Unidos, con la complicidad de la prensa comercial en todo el mundo, es indicativo no sólo del carácter nazi del sionismo, sino de lo que las cúpulas en retirada están dispuestas a hacer para conservar el statu quo resquebrajado.

Con contenido diferente pero igualmente peligroso, el choque entre India y Pakistán se suma a este cúmulo de amenazas, todas con dinámica de confrontación nuclear. Quien piense que el riesgo de un choque nuclear es una exageración, debería mirar objetivamente las guerras en curso y su ostensible dinámica, todo subrayado por la ofensiva israelí para realizar una limpieza étnica en Palestina que, a término, puede derivar en la desaparición del Estado de Israel. Éste cuenta con armas atómicas y podría utilizarlas en última instancia, cuando la locura guerrerista del gobierno sionista, tras hundir en la ciénaga nazi la historia y la cultura del pueblo judío, culmine -como inevitablemente terminará- en una guerra panárabe contra Israel.

Por último, pero en primer lugar de importancia para nuestra región, la amenaza militar imperialista contra Venezuela, con una excusa ridícula para encubrir el propósito de saquear la riqueza petrolífera de ese país, es además una fuga desesperada del imperio en decadencia que apunta a América Latina como último territorio en su desgajamiento mundial, lo cual adelanta qué les espera a los países al Sur del Río Bravo.

La Teoría del valor, desconocida por los propagandistas del capital y faranduleros de una supuesta “economía austríaca”, ya ha desarmado el orden imperialista y dibuja un nuevo mapa mundial. La batalla en Argentina tiene ese contenido, esa dimensión, esa urgencia.

@BilbaoL

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.