La típica y tópica imagen del genial programador, desaliñado y ojeroso por estar ante el ordenador hasta altas horas de la madrugada, esconde una forma de trabajar y de vivir que va más allá de la pasión por el trabajo, aunque tiene mucho que ver con ella. En este artículo se intenta dar una visión […]
La típica y tópica imagen del genial programador, desaliñado y ojeroso por estar ante el ordenador hasta altas horas de la madrugada, esconde una forma de trabajar y de vivir que va más allá de la pasión por el trabajo, aunque tiene mucho que ver con ella. En este artículo se intenta dar una visión general de los desafíos que plantea la que llamaremos ética hacker para el modelo económico capitalista, en especial en lo que se refiere a la relación de las personas con sus trabajos.
En adelante llamaremos hackers a aquellas personas que se dedican a su trabajo con pasión, sea cual sea su profesión. El término proviene del mundo de la programación y se usa generalmente referido a personas que trabajan con ordenadores, aunque puede haber hackers músicos, médicos o artesanos.
La ética protestante del trabajo
En contra de lo que pueda parecer, expresiones como «el trabajo ennoblece», o elogios del tipo «es un trabajador incansable» responden a una forma relativamente nueva de entender el trabajo. Según la moral católica imperante en Europa hasta el siglo XVI, el trabajo es un castigo divino, impuesto a Adán y Eva por el pecado original: «…y ganarás el pan con el sudor de tu frente…». Así, durante la Edad Media el trabajo era visto como una carga, y se consideraba privilegiadas a aquellas personas que podían permitirse no trabajar. Con la llegada de la reforma protestante se produjo un cambio en esta visión, sobre todo de manos del calvinismo, y desde ese momento el trabajo pasó a tener un valor moral propio ( Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905)) .
Con la llegada del capitalismo de mercado y la empresa moderna, esta nueva ética del trabajo se extendió por todo occidente, y la revolución industrial la consagró. Existe en este caso una relación causal entre el cambio económico y el cambio en la ética del trabajo, pues las ideas calvinistas sobre el valor moral del trabajo encajaban a la perfección con los intereses de los propietarios y patrones, que las promovieron en sus empresas.
En muchos países anglosajones, y especialmente en los EUA, la ética protestante del trabajo ha sido totalmente asimilada por la sociedad y forma parte del carácter de la mayoría de personas, con independencia de su religión. Según esta ética, el trabajo constituye un fin en sí mismo, tiene valor moral propio. El trabajador tiene el deber moral de hacer su trabajo y de hacerlo lo mejor posible, independientemente de si le gusta su trabajo o no, y debe acatar los horarios, los métodos y los objetivos de su empleador, no por motivos legales o económicos sino porque es lo correcto desde el punto de vista moral.
Sin embargo, en el último siglo el dinero ha ido relevando progresivamente al trabajo como valor central de esta ética protestante, hasta el punto que el crecimiento del capital de una empresa, o su valor en bolsa, se consideran más importantes que su volumen de producción, sus beneficios o los dividendos que reporta a sus propietarios. Mientras que la ética protestante original aborrecía el juego y las apuestas, hoy se anima a los trabajadores a jugarse sus ahorros en la bolsa, a ser posible apostando por la misma empresa para la que trabajan.
La ética hacker
A principios de la década de 1960 surgió en algunas universidades de los EUA un colectivo de personas, en su mayoría programadores, que compartían entre otras cosas una gran pasión por los ordenadores. Fue en ese contexto cuando surgió de forma natural la costumbre de compartir el código fuente de los programas, en un momento en que éstos no tenían un valor comercial por sí mismos. Las empresas informáticas de la época basaban su negocio en la venta de ordenadores, mientras que los programas que los acompañaban se entregaban de forma gratuita, o a precios muy bajos, y a menudo acompañados del código fuente. Al disponer del código fuente de los programas, los operadores de aquellos primeros centros de cálculo universitarios podían modificar el comportamiento de los ordenadores para adaptarlos a las necesidades de cada momento. La costumbre de compartir el código de los programas se vio favorecida por la escasez de recursos, que se traducía en poco tiempo disponible para cada usuario, y por la práctica académica, común a todas las disciplinas, de publicar los resultados de las investigaciones para que otros investigadores puedan aprovecharlos y criticarlos.
En ese ambiente surge, de forma espontánea, la que llamamos ética hacker. Su principal característica es la libre circulación de las ideas, «…la creencia de que el compartir información es hacer un bien mayor, y que es una obligación ética para los hackers el compartir su experiencia escribiendo software libre, y facilitando el acceso a la información y los recursos informáticos donde sea posible». Veremos cómo esta forma de entender el trabajo entra en conflicto con la ética protestante. Para ello seguiremos el análisis en tres partes que hace Pekka Himanen en La ética del hacker y el espíritu de la era de la información (2001).
a) ética del trabajo
El hacker disfruta haciendo su trabajo. En realidad, su trabajo es ese y no otro porque disfruta haciéndolo, mientras que según la ética protestante debería ser al revés, debería estar contento haciendo su trabajo sencillamente porque es su trabajo. También la forma de trabajar del hacker rompe con la práctica empresarial habitual: algunas de las ideas más brillantes de la informática han surgido y se han puesto en práctica «fuera de horas», incluso cuando lo han hecho en el seno de una empresa. Las más exitosas empresas de tecnologías de la información han sido fundadas por hackers: Sun, Cisco, Microsoft, Apple… Algunas de estas empresas han mantenido hasta cierto punto y con distinto grado de éxito la ética hacker del trabajo, mientras que otras se han pasado totalmente al modelo de empresa tradicional.
Desde el punto de vista ético, entendiendo la ética como el uso de la libertad personal para hacer aquello que consideramos «bueno», el hacker elige primero su trabajo, ya sea como programador o como escultor, y luego la forma de financiarlo, mientras que la norma en nuestra sociedad es buscar el trabajo que nos dé más dinero, pasando a segundo plano la satisfacción que nos dé el hacer ese trabajo. Según esta última actitud el dinero tiene un valor moral por sí mismo, lo cual es difícilmente justificable incluso dentro de la moral protestante.
b) ética del dinero
En la era de la información, nada es más contrario a lo que una empresa considera «normal» que el regalar información valiosa, como el código fuente de un buen programa. ¿Por qué debería hacerlo un individuo cualquiera, por no hablar ya de una empresa de software?
Sin embargo, muchos de los programas y protocolos que hacen posible el funcionamiento de Internet fueron desarrollados, al menos en parte, por hackers, durante su tiempo libre y sin que éstos obtuvieran por su trabajo más recompensa que la satisfacción personal y el reconocimiento de la comunidad. Estas son justamente las motivaciones personales más citadas por los autores originales de programas libres, y ambas tienen un gran peso ético. Para algunos, compartir la información con otras personas a las que pueda ser útil es una obligación ética. Otros, como los miembros de la Fundación GNU, consideran directamente inmoral el impedir a los usuarios compartir o alterar el software.
Por otro lado, en los últimos tiempos muchas empresas han advertido el enorme potencial económico del software libre, y han desarrollado modelos de negocio alrededor del mismo. Muchos de estos modelos son mixtos, poniendo a disposición de la comunidad el código de aquellos proyectos para los que los analistas calculan que será rentable hacerlo. En esta línea se creó la Open Source Initiative (OSI), que prefiere hablar de «código abierto», evitando la palabra «libertad», y que en general usa un lenguaje más neutral y agradable para las empresas que el de la Fundación GNU, además de ser menos exigente con los tipos de licencias que considera «abiertos».
c) Nética o ética de la red
En tercer lugar, la ética de la red o nética consiste en la defensa de la libertad de expresión en la Red, lo cual incluye la libertad de acceso así como la defensa de la privacidad de los ciudadanos en la Red. Muchos hackers famosos han sido y son grandes adalides de la libertad de expresión y la defensa de la privacidad en Internet, como los fundadores de la Electronic Frontier Foundation (EFF) .
Este es tal vez el aspecto de la ética hacker que más discrepancias despierta dentro de la propia comunidad, y al mismo tiempo el que atrae a más personas de fuera del ambiente hacker. Pero a pesar de sus diferencias, la mayoría de hackers comparten la preocupación por la privacidad, lo que ha llevado a la creación de grupos como los Cyoherpunks. Muchos de estos grupos se han enfrentado a sus gobiernos por intentar restringir el acceso a sistemas de encriptación de la información como el algoritmo RSA, que fue clasificado como «munición» por la ley de exportación de armas de EEUU para tratar de evitar su difusión en la población (evidentemente se trata de una legislación inútil, además de injusta, pues todos esos programas pueden descargarse legalmente de servidores situados fuera del territorio de los EUA). Estos grupos han creado un gran número de herramientas libres para garantizar la privacidad de las comunicaciones en la Red, como la herramienta de encriptación asimétrica GPG, las cadenas de remailers, etc.
Conclusiones
Si se pretende hacer un análisis serio, no se debe caer en la ingenuidad de pensar que esta nueva ética dominará nuestras vidas en un futuro próximo, porque no va a ser así. Del mismo modo, al empezar la revolución industrial muchos pensaron que en unos pocos años las máquinas harían todo el trabajo pesado, y las personas se podrían dedicar a la ciencia y el arte o al dolce far niente. Evidentemente estaban equivocados. Es cierto que a día de hoy las jornadas laborales en los países desarrollados son más cortas que en el siglo XIX, pero no porque el sistema productivo lo favorezca, sino gracias al esfuerzo y la movilización colectiva de los trabajadores.
Entonces, podríamos decir, ¿de qué sirve esta nueva ética del trabajo a los que no están en condiciones de adherirse a ella? Por un lado sirve como contraste, para considerar desde una perspectiva distinta la escala de valores que impone la sociedad occidental. El simple hecho de constatar que hay formas distintas y más gratificantes de trabajar hace que las personas se replanteen sus propios trabajos y lo que de verdad les interesa hacer con su tiempo. Por otro lado, todas las grandes revoluciones sociales empiezan por unas pocas personas, por lo que no hay que perder de vista los cambios interesantes, aunque sean por el momento muy minoritarios.