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Milei, Bolsonaro y otros supremacistas

La fábrica de castas

Fuentes: Rebelión - Imagen: Javier Milei participó de una celebración de Janucá en Palermo. NA

El gobierno incipiente de Javier Milei en Argentina supone un verdadero peligro para el país, la región y el mundo. La llegada al poder de un advenedizo asocial con desequilibrio emocional, delirio místico y un ideario extremadamente elitista y antipopular resulta alarmante, por lo que cuesta comprender que el 55% de la población lo haya elegido. Sin embargo, el reciente desenlace electoral puede explicarse por una serie de circunstancias trágicas ocurridas en los últimos tiempos: algunas, inexorablemente impredecibles; otras, estratégicamente diseñadas. Desde el norte global, claro.

Por un lado, la fuerte sequía que comenzó en 2020, que nos provocó una pérdida de 14 mil millones de dólares, y las mermas económicas que causó el covid-19 fueron hechos determinantes e innegables como para afectar la economía de cualquier país. Por otro lado, pese a una buena gestión de la pandemia en términos económicos, sociales y sanitarios, la inacción del gobierno de Alberto Fernández (2019-2023) en otras áreas medulares y la tibieza con que encaró ciertos horrores como el intento de magnicidio a su/nuestra vicepresidenta, más el repliegue de las movilizaciones populares desanimadas después de las restricciones a la circulación, todo eso construyó un distanciamiento y un vacío de poder que no sólo desorientó a la población, sino que orientó a los “grupos de expertos” de EEUU hacia estas latitudes: la crisis era una oportunidad para hacer negocios, pero también una oportunidad para intervenir en la política local que escaseaba liderazgos, y moldear así un futuro gobierno en función de sus mezquinos intereses. ¿Conspiranoia? Ya veremos.

A decir verdad, la seria dificultad para el crecimiento de la Argentina era y sigue siendo todavía hoy la deuda contraída por Mauricio Macri en su gobierno 2015-2019 que no sólo resulta impagable sino ilegal porque no pasó por el Congreso Nacional, porque jamás explicaron por qué o para qué se tomó el préstamo, y porque el FMI lo otorgó violando su propio estatuto. Pero las deudas funcionan como un hábil mecanismo de control, tanto para someter países como para someter personas, y los organismos internacionales de crédito actúan al margen de cualquier regulación con tal de lograr el objetivo de empobrecer, colonizar, esclavizar y arrebatar a los países emergentes de toda posibilidad de futuro. Mientras unos pocos varones blancos hacen negocios personales y la riqueza mundial queda cada vez en menos manos, las grandes mayorías diversas del planeta viven precariamente para pagar sus compromisos. Entonces, los pueblos se convierten en recolectores de salarios magros como si fueran recolectores de basura urbanos. Aunque sin el cobro extra por trabajo insalubre.

Resulta simplista creer que las juventudes argentinas (y de otros países) se derechizaron de repente. Si hace un año cantaban “por los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, ¿cómo se explica que hoy elijan a un negacionista admirador de Margaret Thatcher? Si en 2018 salieron en masa a reclamar Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas, ¿por qué hoy apoyan a quien niega la brecha de género y cierra el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad? Como supo ocurrir en el pasado, el escenario de incertidumbre social y económica de estos últimos años resultó propicio para la infiltración de discursos de odio e individualismo que el ne(cr)oliberalismo tiene tan bien ensayados. Tal como ocurrió en Brasil con Jair Bolsonaro (2019-2022) y como intentaron en Chile con José Kast en 2021, la propuesta de Milei y su metodología violenta replican con asombrosa exactitud los principios de la Red Atlas (Altas Network), una ONG estadounidense financiada por el Departamento de Estado que promueve el “libre mercado” en todo el mundo y capacita ¿generosamente? a personajes de derecha y ultra-derecha en la región. Se trata de un verdadero think tank anti-derechos, más tanque de guerra que usina de pensamiento, tendiente a reemplazar el Estado de Bienestar que supimos conseguir por un sálvese-quien-pueda individualista que niegue las inequidades de origen y responsabilice a cada persona/país por su azaroso destino.

Uno de los principales promotores de este paradigma elitista y autoritario es Steve Bannon, un exmilitar, exbanquero y empresario de medios que cuenta con escalofriante cv: arrestado por fraude electrónico durante la recolección de fondos para la construcción del muro fronterizo con México (y liberado por la ¿Justicia? tras pagar una fianza de 5 millones de dólares), Jefe de Estrategias de Donald Trump en 2017 (despedido a los pocos meses por contradecir públicamente al presidente), condenado por obstruir la investigación por el asalto al Capitolio en 2021 y ex vicepresidente de Cambridge Analytica, la firma involucrada en el escándalo de Facebook en 2018 por extraer información del público sin pedir consentimiento, a fin de construir ofertas segmentadas para campañas políticas. Pese a que la empresa se disolvió tras el escándalo global, hoy sigue funcionando bajo el nombre de Emerdata con el mismo personal e igual propósito.

Entre otros de sus “éxitos”, se encuentran el diseño de políticas anti-inmigratorias y la decisión de retirar a EEUU del Acuerdo de París por el cambio climático, así como la campaña que estigmatizó a Hillary Clinton como “corrupta” y permitió el triunfo de Trump, pese a haber recibido tres millones de votos menos que su adversaria política. Además, Bannon impulsó el Brexit en el Reino Unido, trabajó con Giorgia Meloni en Italia, y se reunió en múltiples ocasiones con integrantes de Vox en España, con Viktor Orban en Hungría, y con Marine Le Pen en Francia, en todos los casos con la idea de construir un gran movimiento mundial populista de derecha, o sea: manipular la voluntad popular para lograr el ascenso al poder de las elites conservadoras. En nuestra región, Bannon fue quien instaló la idea de intervenir militarmente a Venezuela, y también se sospecha que tuvo un rol fundamental en las campañas de miedo que hicieron ganar al “No” en el plebiscito por la paz en Colombia en 2016. Absolutamente confirmado es el hecho de que trabajó en la campaña de Bolsonaro en 2018, a quien considera un “héroe” pese a estar judicialmente inhabilitado por “incitar a la inseguridad, la desconfianza y la conspiración”, y que ahora asesora a su hijo Eduardo en el manejo estratégico de redes sociales.

La empresa Cambridge Analytica había sido creada en Londres en 2013 con el objetivo de recopilar y analizar datos personales para el diseño de campañas políticas, y es precisamente en redes sociales donde estos tanques de guerra virtuales despliegan su artillería pesada en la región y en el mundo. En nuestro país, y según confirma el Parlamento británico, Bannon fue el impulsor de las fake news anti-kirchneristas que dieron el triunfo a Macri en 2015, y también asesoró en 2018 a la dirigente evangelista Cynthia Hotton, candidata a vicepresidenta en 2019 en la fórmula del carapintada Gómez Centurión y férrea opositora al aborto legal que se estaba debatiendo en el Congreso. En aquel momento de ampliación de derechos en el país, Hotton declaró al diario Tiempo Argentino[1]: Bannon “opina que el kirchnerismo destruyó el país” y “lamenta que Macri no haya hecho las reformas que tendría que haber impulsado”. ¿Acaso Steve Bannon instaló a Milei en la arena política argentina para que hiciera lo que Macri no se había animado a hacer durante su mandato? No hace falta ser jefe de estrategias de ninguna empresa para entender que alguien ideó y financió el lanzamiento de Javier Milei como personaje disruptivo en TikTok durante la pandemia, cuando las juventudes sólo contaban con sus dispositivos electrónicos para vincularse con el afuera y disponían de largas horas para hacerlo y evadirse de la cuarentena.

Con esta manipulación del electorado a través de las redes personales y la imposición de determinados algoritmos (que sobreexponen a cierto candidato caricaturesco ante públicos permeables, lo invisibilizan ante públicos adversos y se basan en noticias falsas) ya se impide el acceso real al panorama político local, se interfiere en la posibilidad del electorado de tomar decisiones informadas y se altera silenciosamente el contrato democrático. Pero Steve Bannon es mucho más que un gurú de la manipulación mediática: es un representante de Alt Right, un movimiento de ultra-derecha supremacista que defiende el racismo, el negacionismo, la xenofobia, la homofobia, el anticomunismo y el neofascismo, entre otros espantos. Llamativamente, mientras Bolsonaro en su gobierno comparaba a las personas afrodescendientes con animales, negaba la gravedad de la pandemia y alentaba la libre portación de armas para hacer “justicia por mano propia”, Milei asegura que su pelo rubio y sus ojos celestes lo hacen “estéticamente superior”, su vicepresidenta niega el genocidio de la dictadura 1976-1983 (de la que participaron su papá, su tío y allegados) y coinciden en su rechazo a la ESI porque alegan que “se utiliza para adoctrinamiento”. ¿Es pura casualidad que Brasil y Argentina hayan parido funcionarios tan disfuncionales, tan violentos y de tan alto perfil casi al mismo tiempo? Según publicó The Washington Post el año pasado[2], “invertir en la fabricación de la duda y la negación para desestabilizar el consenso democrático no es una práctica nueva (…) Bolsonaro y sus movimientos afines se han nutrido de desvirtuar el papel de la ciencia –no sólo las “ciencias duras”, sino también las sociales y la historiografía– para generar una falta de confianza generalizada, incluida en las instituciones democráticas”. Probablemente, esto explica la inconsistencia y liviandad de las propuestas de Milei durante la campaña y por qué, cuando le preguntaron si creía en el sistema democrático, evitó responder afirmativamente.

Un partícipe necesario en la complicidad supremacista global sería la dimensión religiosa de esta casta política. Mientras Bolsonaro recurrió al discurso pentecostal y se sumergió en el río Jordán con túnica blanca para reafirmar su fe, Cynthia Hotton llegó a Steve Bannon por medio de un pastor evangélico y Milei flasheó un judaísmo repentino que lo mostró con Kipá y Menorá. En un país cada vez más ateo pero de fuerte raigambre católica como el nuestro, la alevosa exposición pública de una fe privada no hegemónica suena más a estudiado desafío político que a genuina conversión espiritual. Por si nos quedara alguna duda del componente interesado de todo esto, durante el acto de asunción de Milei no sólo se abrazó con efusividad anti-protocolar al presidente ucraniano Zelensky y a ninguna otra de las pocas personalidades invitadas (sí, se mostró íntimo con un mandatario desconocido que está actualmente en guerra), sino que le regaló una Menorá a la vista de todo el mundo. ¿Será que le instruyeron dejar registrado en la prensa internacional su alineamiento con Israel y EE.UU.?

Ahora bien: no es difícil comprender que, para instalar un modelo económico de acumulación extrema, estos desalmados supremacistas deban confundir a la población, precarizarla, endeudarla y empobrecerla. Pero cuesta entender de entrada su cruzada homofóbica, teniendo en cuenta que se trata de la construcción individual de la identidad sexual y que, en nombre de esa libertad tan enarbolada, deberían celebrar que cada quien desarrollara su deseo personal sin restricciones. Entonces, ¿por qué reglamentan la orientación sexual si el asunto no guarda relación directa con la economía? ¿O sí? En este sentido, viene al caso recordar las palabras del genocida Massera[3] cuando en 1977 justificó su ensañamiento con las personas homosexuales porque para él “el amor promiscuo” (o sea, permitirse sentir libremente) precedía a la “fe terrorista” (o sea, a la politización) y que esta era el resultado final de una “escalada sensorial” que presuntamente había que detener. Claro: las derechas nos necesitan lejos de toda actividad política, sindical o social para destruir los lazos comunitarios, insensibilizarnos convenientemente y aislarnos del afuera y del adentro, a fin de que no percibamos la destrucción planificada que ocurre a nuestro alrededor. Pero, en el caso particular de Argentina, los movimientos de mujeres y disidencias sexuales se alzaron como un actor social fundamental a partir de 2015 y demostraron una capacidad de organización, una agenda anti-neoliberal progresista y horizontal, una militancia pro-desendeudamiento y una voluntad política inusitadas que evidentemente hacen temblar los planes colonizadores. Por eso el especial interés del flamante gobierno en eliminar la ESI de las escuelas (tal como hizo la Ministra de las Familias durante el gobierno de Bolsonaro), la insistencia en relacionar la sexualidad únicamente con aspectos biológicos (también como ocurrió en Brasil), y la propuesta de volver a prohibir la interrupción voluntaria del embarazo, en un intento desesperado por hacer desaparecer las conquistas recientes de derechos, reponer el viejo binarismo jerarquizado celeste-rosa y confinar a las mujeres al añorado (por ellos) rol de reproductoras y criadoras de mano de obra barata.

El nombre AltRight significa “alternative right” y suele traducirse como «la derecha alternativa». Sin embargo, otra posible traducción sería “el derecho alternativo” y podría esconderse en esa ambigüedad semántica el verdadero propósito del movimiento: esquivar los consensos sociales y las leyes vigentes para generar(se) un pliego de derechos personalizado que despeje el camino hacia la acumulación y la concentración capitalista ilimitada de los supremacistas a costa de los derechos básicos del 99%. No sorprende, por lo tanto, que todos estos personajes y movimientos tengan en común una obsesión por el minarquismo, filosofía política que propone la minimización del tamaño, el rol y la influencia del Estado, salvo en las áreas de Seguridad, Defensa y Justicia. ¿Será que las derechas necesitan una policía robusta para reprimir la protesta social, unas fuerzas armadas aliadas para evitar levantamientos y unos tribunales adictos para eludir eventuales condenas cuando sus medidas violen derechos humanos? Todo parece diagramado para sostener un sistema piramidal despiadadamente opresivo y abiertamente deshumanizante.

Bolsonaro se llama Mesías y Milei asegura que, a través de su perro muerto, dios le pidió que fuera presidente y salvara a la Argentina. El hecho de que tengan que recurrir al pensamiento mágico revela una evidente fragilidad argumentativa, pero también delata una metodología enfocada en apelar a lo más irracional del electorado. Lamentablemente, la moderación de quienes llegaron al poder prometiendo justicia social contribuyó al empobrecimiento de las mayorías y provocó una incredulidad en los discursos progresistas que propició la aparición de este mesianismo supremacista tecnocrático. Es momento de agudizar la creatividad y llevar cordura allí donde los estrategas insensibles socavan los acuerdos sociales y las redes comunitarias. La mayoría del pueblo argentino no es negacionista de la ciencia ni de la historia. Y sí cree en la justicia social. No dejemos de recordárselo y recordárnoslo.

Malena Zabalegui: Comunicadora social, especializada en Géneros y Derechos Humanos.

Notas:


[1] https://www.tiempoar.com.ar/politica/cynthia-hotton-la-candidata-argentina-del-guru-de-donald-trump/

[2] https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2022/05/23/elecciones-brasil-2022-bolsonaro-militar-lula-urnas-negacionismo-autoritarismo/

[3] Citado en Calveiro, Pilar (1998). Poder y desaparición: Los campos de concentración en Argentina. CABA: Colihue, pág. 27.

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