¿De qué se quejan los argentinos? Paros, marchas, murgas pero, ¿por qué lo siguen votando? Cambió la corte menemista, se peleó con la iglesia, hizo bajar el retrato de un genocida, no ha reprimido a los piqueteros, ha negociado valientemente la deuda externa, ¿¡qué más quieren los argentinos de su presidente!? ¿En qué mundo viven? […]
¿De qué se quejan los argentinos? Paros, marchas, murgas pero, ¿por qué lo siguen votando? Cambió la corte menemista, se peleó con la iglesia, hizo bajar el retrato de un genocida, no ha reprimido a los piqueteros, ha negociado valientemente la deuda externa, ¿¡qué más quieren los argentinos de su presidente!? ¿En qué mundo viven?
Estas y muchas otras son preguntas e interrogaciones que juegan con esa «forma-de-ser tan particular de los argentinos», especialmente su «incapacidad» para ser «positivos», para «esperar y apoyar» los cambios. Son partes des-conectadas y fragmentarias de la fantasía colonial en tanto mecanismo de soportabilidad social y disparador de los dispositivos de regulación de las sensaciones; factores ambos que, de no existir, «obligarían» a la pluralidad de los poderes mundiales a utilizar el «destino imperial» de la administración Bush. Como ha afirmado el autor de Economic Hit Man: primero envían a los economistas, si éstos fallan, mandan a los de la CIA y, al final, si éstos no tienen suerte, envían a los marines.
Aun si tomásemos solamente las (pocas) estadísticas oficiales argentinas, la pobreza disminuyó pero aumentó la indigencia; la pobreza disminuyó, pero aumentó la brecha entre pobres y ricos; el empleo aumentó, pero las diferencias salariales se han multiplicado aún más; la «economía» creció, pero el 65% de la riqueza está en manos de extranjeros; la corrupción disminuyó, pero nadie sabe por qué el Ministro De Vido es denunciado como parte de las empresas con más contratos; se re-negoció la deuda externa, pero se siguen pagando altísimos y puntuales intereses; el crédito volvió, pero los Bancos se «sacaron de encima» a los deudores y pequeños (y atribulados) ahorristas; desapareció la Corte Suprema con «mayoría automática menemista», pero el presidente está a punto de nombrar nada menos que a otra mayoría; bajó el cuadro de Videla de una sala militar, sin embargo los militares norteamericanos tienen autorización para entrar al país con inmunidad diplomática; es autónomo de los EU, pero en las Naciones Unidas y en la OEA se votan sus propuestas y se subscribe la teoría de la guerra preventiva contra el eje del Mal, y así mucho más…
En este contexto surge una pregunta: si todo va tan bien, ¿por qué los argentinos (la mayoría) sentimos que estamos mal? El logro más importante de la Administración Virreinal era hacer olvidar en el día a día al Imperio haciéndolo presente de forma vicaria; el logro más importante de la Administración Neo-colonial, en los nuevos espacios imperiales, es hacer funcionar la(s) Fantasía(s) Colonial(es).
Las prácticas de soportabilidad social dependen de su eficiente cruce con los dispositivos de regulación de las sensaciones. Es decir, si Usted se «siente» mal, debe ver que al «todo» le va bien y es preciso que no se pregunte por qué. Por otro lado, si Usted se siente bien, es necesario que no piense en estar mejor mirando a los que cree que realmente están mejor. Estos efectos lo producen las Fantasías Sociales como entramados ideológicos. El objetivo de estas reflexiones es evidenciar los nudos centrales de ese plexo material de prácticas de coagulación de las pasiones y privatización de la emociones al que hemos denominado Fantasía Colonial Argentina.
1. FANTASÍAS Y FANTASMA: UN MODO DE ENTENDER LA SUJECIÓN COLONIAL
Los mecanismos de «soportabilidad» social del poder asimétrico, de la expropiación sistemática y del «olvido» identitario son muchos. Entre ellos existen dos que, desde un punto de vista sociológico, adquieren relevancia: las fantasías y los fantasmas sociales. Unas son el reverso de los otros; ambos hacen referencia a la denegación sistemática de los conflictos sociales. Mientras las fantasías ocluyen el conflicto, invierten (y consagran) el lugar de lo particular como un universal e imposibilitan la inclusión del sujeto en los terrenos fantaseados, los fantasmas repiten la pérdida conflictual, recuerdan el peso de la derrota, desvalorizan la posibilidad de la contra-acción ante la pérdida y la derrota. Una de las astucias más relevantes de estos dispositivos es no tener un carácter estructurado proposicionalmente: no están escritos ni dichos; son prácticas que traban y destraban la potencialidad del conflicto, sea como «sin-razón», sea como amenaza. Fantasías y Fantasmas nunca cierran, son contingentes pero siempre operan, se hacen prácticas.
Casi todos los especialistas «acuerdan» que las protestas por incrementos salariales han aumentado en la Argentina durante el último año. Si bien aquí no se puede, ni es el objetivo, mostrar cuál es el contenido de dicha afirmación, al menos es pertinente recordar algunas de las principales aristas de dichas protestas.
En los últimos meses se han multiplicado las protestas en el campo de la educación, la salud, de los desempleados y en el ámbito de lo que los medios de comunicación llaman «vecinos», es decir, los reclamos de la gente.
En los dos primeros casos es evidente que el centro de la demanda es lo salarial o, como suele afirmarse (eufemísticamente), la recomposición salarial. En las dos últimas, también, pero esto necesita una explicación.
Los desempleados son parte de los trabajadores que demandan trabajo. Reclaman poder «tener-un-salario». Más allá de las demandas puntuales (comida, planes asistenciales, etc.), la necesidad (verbalizada) es volver a tener un salario a través del trabajo.
Los vecinos demandan centros de salud, seguridad en las escuelas, alumbrado público, etc., todos ellos «objetos» y «procesos» de los cuales han sido expulsados precisamente por no tener trabajo. Dicho de otra forma, si tuvieran salario se lo pagarían ellos como la mismísima lógica neoliberal indica.
Ahora bien, ¿qué significan estas «peticiones» por el salario, además de la obvia (y legítima) necesidad de reproducción de esos sujetos? No es que exista un más allá de las demandas, sino que al no coincidir necesidad, demanda y deseo se abre un espacio de significación de estas protestas que debe ser entendido como la posibilidad de una «topología» de lo social en estructuración. Esto se comprende mejor si se señalan algunos de los puntos que dan forma a dicho espacio.
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Un punto nodal de la madeja conflictual es cómo las protestas de los educadores y de los trabajadores de la salud señalan claramente la metamorfosis del sistema capitalista en una de sus aristas fundamentales constituyéndose complejamente por: los sistemas de disciplinamiento, los estándares de valoración de los cuerpos y los regímenes corporales. Todo sistema social tiene una política de los cuerpos, y lo que sucede en la metamorfosis del capitalismo neo-colonial dependiente es que el trabajo, en tanto mecanismo privilegiado para dicha política (si bien no el único), se está transformando. Médicos que son trabajadores sociales; asistentes psicológicos, organizadores de la salud colectiva que no pueden curar simplemente porque están preocupados en sobre-vivir; maestros que son cocineros, trabajadores sociales, psicólogos, organizadores de eventos para recaudar fondos y que no pueden enseñar por el mismo motivo que los médicos no pueden curar. ¿Qué significa esto? Que el sistema capitalista está transformando la valorización de los cuerpos presentes-en-el-trabajo, los estándares de valorización de esos cuerpos y los modos de disciplinamiento otrora dejados en manos de psiquiatras, médicos y educadores.
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La protesta de los desocupados y la de los vecinos configuran otras de las líneas por donde pasan los cambios de la geometría cualitativa del capital. Tal vez hoy más que nunca cobra visibilidad que la expansión del capital a escala planetaria convive y construye escenas en las que se disputa el lugar de millones de cuerpos superfluos y la fragmentación e indeterminación de las identidades. Los quiebres de la reorganización capitalista, la estructuración multiplicada de colectivos y la «incompatibilidad» de millones cuerpos con los procesos de valorización del capital señalan claramente otro complejo nodo de su metamorfosis: las políticas de identidad. Desocupados, desafiliados, expulsados no viven «fuera» del sistema sino que son parte de un sistema de expropiación que se da el «lujo» de no «contar» con ellos. En este sentido, ese vecino (la gente) que se las tiene que «arreglar sólo» abre las puertas a nuevas formas de regulación estatal sin «intervención» estatal.
En cada punto del trayecto de esta Banda de Moebio que implican los conflictos aparecen y se oscurecen los juegos de las Fantasías y de los Fantasmas. Donde emerge la oportunidad de exigir trabajo «porque el país está mejor«, aparece el fantasma de la «represión«; donde surge la posibilidad de pedir aumento salarial «porque este gobierno es progresista«, aparece el fantasma del «cuidado con el regreso de la inflación«; donde emerge (a través de la palabra del presidente) la fantasía del «luchen contra las privatizadas«, aparece el Fantasma del «si se van las empresas, no habrá trabajo«.
Siguiendo con este razonamiento, si algo «dicen» las aludidas protestas es acerca de la tremenda y descarnada presencia social que tiene la Fantasía Colonial, claro si se cree que las fantasías sociales son parte de los mecanismos del orden y de los dispositivos ideológicos de una sociedad.
Si existe un aporte que pueden hacer los estudios sobre acción colectiva, protesta y conflicto social es formar parte de un trabajo contra-fantasmático. Es decir, una contribución a diluir, transparentar, develar y de-construir los fantasmas que pueblan los territorios de la acción cancelada, invisibilizada y olvidada.
La estructura fantasmal es una estructura en la que «los muertos se aferran a los vivos», tal como afirmó Marx, por ejemplo, en el 18 Brumario y en El Capital. Los muertos se toman de los vivos, viven por y a través de los vivos, y en las épocas de crisis aparecen las viejas consignas y vestiduras. Nótese un punto de la argumentación: se han repasado las situaciones conflictuales y esquematizado algunos rasgos de cómo se «siente» nuestro nivel de vida, los salarios y el futuro, y en cada paso parecería que se están reconstituyendo escenas fantasmáticas, ¿en qué sentido? En el sentido de que la «promesa» de la Fantasía trae aparejada «la amenaza» del Fantasma. Así se orienta la incapacidad de la acción, esta especie de paralización que todo fantasma opera sobre los cuerpos. Y cuando los sujetos «rompen» esta lógica, la represión vuelve como lo real, como lo que siempre ha estado, aunque con constantes intentos por que se «in-corpore» como ausente.
Al menos en los últimos 30 años, las fantasías han poblado nuestra vida como país. «Los Argentinos somos Derechos y Humanos«; «la Argentina Moderna«, el «Primer Mundo» y la más actual «por fin un gobierno progre«. Por otro lado, durante la última dictadura la práctica fantasmática se basaba en el «o nosotros, o vuelven los guerrilleros«; durante el gobierno de Alfonsín, «o nosotros, o los militares«; con Menem, «o nosotros, o la hiperinflación«; durante la gestión de la Alianza, «o nosotros, o la corrupción«. Así, los argentinos hemos vividos más de 25 años amenazados por el regreso del pasado. Durante el último año la amenaza vuelve bajo el ropaje de la incorrección de la protesta y el conflicto incontrolado.
En lo que aquí concierne, y en el marco de la intelección de las protestas sociales, tanto Fantasías como Fantasmas «elaboran» un borramiento de la disposición de banda de moebio que los conflictos tienen operando pornográficamente, es decir, haciendo ver como la mejor manera de ocultar la imposibilidad «física» de su realización.
Los mecanismos de soportabilidad social del sistema no actúan ni directa ni explícitamente como «intento de control», ni «profundamente» como procesos de persuasión focal y puntual. Dichos mecanismos operan «casi-desapercibidamente» en la porosidad de la costumbre, en los entramados del común sentido, en las construcciones de las sensaciones que parecen lo más «íntimo» y «único» que todo individuo posee.
El éxito de los procesos de regulación de las sensaciones radica en otorgar a los centros y matrices conflictuales ese lugar borroso del «olvido temporario». Las Fantasías y Fantasmas sociales juegan un papel fundamental para la desorientación temporo-espacial en referencia a las redes conflictuales que asumen la forma de una Banda de Moebio. Las torsiones y los pasos por la multiplicidad de conflictos que se despliegan en el tiempo solapan sus perspectivas. La regulación de las sensaciones pasa a ser el centro del combate por el poder de hacer que las cosas pasen y se soporten.
En lo que sigue se expondrán algunas de las aristas de las Fantasías Sociales argentinas que integran y tejen la Fantasía Colonial.
2. Hacia una caracterización de las Fantasías Sociales Argentinas
Antes de esquematizar los nodos discursivos por donde discurre la producción y reproducción de las fantasías sociales, es indispensable reseñar sus características básicas desde una mirada sociológica, para luego ir mostrando su operatividad social vigente.
Lo que desde el lenguaje se podría denominar perfomatividad de las fantasías sociales y, desde la política de la identidad, lo persuasivo de las mismas, corresponde al hecho de que en ellas cada uno (cada individuo) puede ocupar lugares sociales distintos.
En tanto mecanismo ideológico, uno de los resultados sociales de la fantasía es que parece no imponer nada (ni reglas, ni disposiciones clasificadoras, etc.), «sólo» nos dice cómo clasificar, cómo construir reglas.
Un rasgo importante de las fantasías sociales es que producen una operación de aceptación de aquello que parecen suprimir; que instalan lo que quieren des-instalar
La eficiencia de los mecanismos fantasmáticos se debe, en parte, a su capacidad para ocultar antagonismos. Las fantasías operan ocultando conflictos haciéndolos visibles sin su antagonismo inherente.
Otra de las argucias de los mecanismos «del fantaseo social» lo constituye la paradojal situación del sujeto sujetado a los mismos. El sujeto que vive la fantasía propuesta y socialmente aceptada no necesita ni puede salirse de esa misma escenificación. No puede hacer la fantasía so pena de que ésta deje de serlo.
Porque en realidad son mecanismos de estabilización del orden que tienen dos facetas. La fantasía circula y se efectiviza en una especie de punto ciego del sentido común, o de aquello que se termina aceptando porque es evidente. Construye la posibilidad directa de ir como haciendo natural y naturalizable la posibilidad de sentir la situación conflictual como algo no disruptivo.
Otra de las características que hay que tener en cuenta al analizar las fantasías es su heteronomía, es decir, el que, en tanto dispositivos ideológicos, se constituyen siempre al margen de la autonomía de los sujetos. Finalmente, la fantasía no aparece en textos explícitos. No tiene un contenido fijo. No puede ser determinada. Siempre debe ser expuesta como contradiciendo la realidad.
2.1. Un repaso por las Fantasías del pasado reciente: Una genealogía fragmentaria de los dispositivos de regulación de las sensaciones.
Durante la dictadura militar que azotó a la Argentina entre 1976 y 1983 existió un sinnúmero de componentes fantasmáticos y de eslabones de Fantasías co-constitutivas de la soportabilidad social del régimen. Sin embargo una es, tal vez, la más escandalosa y pornográfica: «Los argentinos somos derechos y humanos».
Promovida durante la visita de la delegación de la Naciones Unidas para observar las posibles violaciones de los Derechos Humanos en el país, la frase mostraba ocultando y procedía a: 1) colocar a un particular concreto («los militares») en el lugar del universal («los argentinos»), es decir, producía una inversión performativa; 2) ocluir la verdad sobre la no existencia de derechos y 3) eliminar la posibilidad de contradicción y reacción imponiendo a «todos» como «humanos», mientras algunos se comportaban como «no humanos».
Iniciado el período democrático, Alfonsín incluyó otro de los célebres elementos del paso de la imposición autoritaria a la persuasión «consensuada» de las transformaciones capitalistas: «Con la Democracia se come, se cura, se educa…». El desaliento, la crisis y la desorientación posterior confirmaron el carácter de la aludida frase. En primer lugar, introducía a la democracia formal como reemplazo y «olvido» de las fuerzas económicas de las que depende el comer, curarse y educarse. En segundo lugar, el «se» imposibilitaba la inclusión de un agente concreto y específico, pues al reclamar comida o salud se acotaba al que había que confiar en el «juego democrático» para transformar el potencial en una práctica. En tercer lugar, ocultaba el conflicto básico argentino: los que comían, curaban y educaban más allá de la democracia (los menos) y los que no (los más).
En el marco del menemismo los argentinos nos vimos imbuidos por múltiples, fantasías sin embargo pueden seleccionarse dos: el afamado «somos el primer mundo«, y el muy repetido «no hay otra salida».
La primera frase ocluía el antagonismo estructural de millones de argentinos que, sin luz, agua y servicios, eran excluidos de «algún mundo». «Somos del primer mundo, pero nos importan los pobres» se decía, lo que mostraba ocultando que «ese somos» eran realmente unos pocos. Su correlato más contemporáneo, hace evidente que aquella invertía lo particular y lo convertía en universal, pues algunos sí entraron a «otro» mundo: unos pocos se enriquecían a costa de la mayoría. Pero además, imposibilitaba a cualquier ciudadano exigir los rasgos del primer mundo, pues al comprobar su posición y condición de clase éste «caía en la realidad» de cuál era el mundo en el que vivía.
Por otro lado, la repetida frase «no hay otra salida» implicaba algo muy básico: hay una sola forma, una sola vía: la neoliberal. Pero esto tenía sus consecuencias. En nuestra sociedad ha habido (y aún hay) dos tipos de discursos: uno hacia afuera -hacia los entes multilaterales de crédito- y otro hacia adentro que, al ponerlos como dos máximas éticas, daban visibilidad a las capacidades y fuerzas que implicaban.
Hacia afuera siempre se ha dicho «puedo hacer lo que debo hacer»; «denme crédito, yo lo voy a hacer«, entonces, ¿qué era la Argentina? Era el mejor país de América Latina. Pero hacia adentro era al revés: «debo hacer lo que puedo hacer». El realismo político argentino siempre ha dicho que en política se trata de hacer lo que se puede hacer, y esa es la máxima ética, es decir, una de las maneras para que nadie se pregunte dónde está el poder, porque si eso es lo único que se puede hacer, ¿para qué preguntar qué se debe hacer? Por lo tanto, aquello que era lo único posible se transformó en lo que se debía hacer.
Bajo estas condiciones, en la actualidad vuelve a presentarse uno de los ejes más potentes de la regulación de las sensaciones en su forma de complemento de la Fantasía: «la Argentina es tan rica«. La lógica de la frase se vuelve evidente: ocluye que hay «dueños» de la Argentina que sí son ricos, así como el conflicto de apropiación sobre esa riqueza. Invierte poniendo a un particular como universal actuante, reificando en «la Argentina» el poder y la riqueza de uno pocos. Más aún, imposibilita la participación del sujeto, pues ningún pobre puede reclamar de hecho la riqueza aludida. La forma se ve al torcer la banda de la cinta que aparece desde el otro lado, el obsceno.
2.2. La operatoria kirchnerista de las Fantasías
Desde el 2003 una serie de fragmentos y componentes de los dispositivos de la regulación de las sensaciones se han puesto en marcha, se han echado a andar y disputan la apropiación del sentido común: «No soportaremos las presiones del FMI«; «Somos los que encarnamos el espíritu de los 70«; «Hay que hacerles piquetes a las petroleras que aumentan el precio del combustible«; «Los que se oponen quieren regresar al pasado» y, la más actual, «Venimos del infierno, estamos en el purgatorio, denme una mano en Octubre para salir de esto«.
Es evidente que al FMI se le sigue pagando; es elocuente que la mitad del gabinete presidencial ocupó cargos en la «repudiada» década menemista; es obvio que nunca se regresa de donde no se ha salido. Pero hay dos de estos componentes que merecen ser destacados por su impacto en la trama de la estructuración capitalista dependiente y neo-colonial.
En primer lugar, la estratégica «Hay que hacerles piquetes a las petroleras que aumentan el precio del combustible«. Este eslabón de las Fantasías invierte las posiciones y disposiciones, pues el representante máximo de una democracia vuelve a delegar en los ciudadanos el poder de hacer que la economía «funcione adecuadamente». Coloca a los más débiles en una teatralización del «como si fueran EL» que, según la lógica democrática, es el más fuerte. Además, hace evidente, ocultándolo, que el presidente ya no tiene poder frente a las corporaciones multinacionales que son dueñas de la «energía» del país. Finalmente, impone un manera de «sentirse» frente a los poderosos dejando intacto el hecho de que, más allá de ese «como hacer» de los ciudadanos, los poderosos manejan el QUÉ hacer con los precios de los combustibles.
En segundo lugar, la «sutil» afirmación de la campaña electoral: «Venimos del infierno, estamos en el purgatorio, denme una mano en Octubre para salir de esto«. La metáfora religiosa vuelve a la semantización de toda Fantasía: En primer lugar, impide la participación de los agentes. A los pobres sólo les resta esperar el reino de los cielos, «que ya vendrá»; aquí en la tierra es muy difícil que «algún sujeto pueda ser incluido en ese futuro prometido», mientras tanto lo Real es el purgatorio. En segundo lugar, invierte. Como ha sido la constante de los mecanismos de regulación de las sensaciones en estos últimos años en estas Tierras, la autoridad máxima del Estado pide que los Otros se responsabilicen por el destino de una batalla que él debería dar, es decir, un pueblo imaginario en el lugar de un real administrador de la pobreza. En tercer lugar, ocluye. Hace evidente para esta administración los conflictos estructurales capital-trabajo, identidad-diferencia, cuerpo-hambre, entre otros, sólo pueden ser tratados en el cielo. Dado que las Fantasías Sociales tienen la particularidad de su gramática fragmentaria y su estado de desconexión semántica, existen innumerables indicios y fragmentos que, «solidariamente», la constituyen indeterminada y relacionalmente. Algunos ejemplos de esta «operatoria» pueden ser los que se señalan a continuación.
El aliado electoral de Kirchner en Córdoba (una de las ciudades más importantes de la Argentina) es el gobernador De La Sota, quien, en el 2004, lanzó un plan habitacional bajo el lema «El techo de tus sueños«. ¡Que Fantasía! Lo más evidente es que esa casa, ese techo, es el tope, lo más alto de tus sueños, ocultando la pugna por la valorización y plusvalía territorial. Además, obscenamente hace ver que los sueños de los pobres son las cosas materiales más elementales como una vivienda que se transformará en lo más alto de lo que se pueda soñar, desear, pedir e incluir socialmente. Finalmente, como todo dispositivo de regulación de las sensaciones, no enuncia un qué sino un cómo uno debe «aprender a soñar»: con «Techos», pues no sea que la cuestión que uno desee no tenga límites.
Otro eslabón de la Fantasía Colonial argentina, utilizado tanto como agente disolvente del pasado y como mecanismo de explicación del presente (por ejemplo de la contaminación ambiental o de las «crisis económicas») es la expresión: «No hay culpables, somos todos responsables». Esta frase invierte, da vuelta, pone patas parra arriba el hecho que hay unos pocos culpables que ponen al todo en su lugar; esto no deja de ser curioso. Aquí las fabricas, los empresarios, los economistas y los políticos convierten a un «todo» en un particular seudo-concreto que, volviéndolo universal, los limpia de responsabilidad. Por otro lado, es evidente que oculta el conflicto por la apropiación de recursos naturales-materiales-simbólicos que la contaminación y la «crisis» suponen, además de negar entidad posible a que los agentes de carne y hueso entren y se involucren en la señalamiento de culpables. Se genera así, un estado de irresponsabilidad organizada que impide identificar culpables. Pero también, por esta vía, se cierra un circuito de irresponsabilidad organizada donde todos somos culpables, pero nadie es responsable. Aquí se puede observar cómo se ocluye el conflicto de la red de impunidad bajo la participación virtual del todo como responsable.
Para finalizar este palimpsesto fantástico es importante subrayar su rol y «juego» en lo que se podría denominar «represión preventiva», pues en los últimos meses es clara la instalación de una respuesta ideológica contra la protestas en la Argentina.
Para mostrar cómo se puede ir armando esta fantasía alrededor de la respuesta ideológica de poder, se han extraído cuatro frases del discurso social que todos los argentinos -de alguna manera u otra- conocemos. La primera: «si no estás en los medios, no existís«. La segunda: «lo vi en al tele y me solidaricé«. La tercera: «la libertad de uno termina donde empieza la libertad del otro«. La cuarta: «todos tienen derecho a protestar, pero de una manera correcta«.
Si no estás en los medios, no existís
Cuando uno se «ampara» en este tipo de componentes de la fantasía social, está depositando la construcción identitaria y de posibilidades de reconocimiento en el Gran Otro, en un otro constitutivo. Y, en este caso, no cualquier Otro sino los medios de comunicación, aspecto claramente visible cuando se tiene en cuenta la importancia instrumental que éstos tienen para la protesta: «si la protesta no está en los medios masivos de comunicación, no existe socialmente». Por lo que, los millones que se quejan, reclaman y sufren del otro lado de la cámara de televisión no se ven, no se sienten. Por esta vía, el mundo del no, crea la fantasía que solamente estando-en-los-medios «alguien» escuchará, mirará, y atenderá. Esto suele hacerse obsceno en el lacónico dicho de las autoridades «no he visto eso», «no se de qué me habla». La presencia disruptiva es cooptada por las mediaciones, siempre ambigua, de lo que todos ven y eso pasa por los medios de comunicación. La no existencia es una forma de existencia siempre más dependiente y menos autónoma.
Lo vi en la tele y me solidaricé
En la Argentina tenemos innumerables ejemplos para ilustrar la performatividad de esta fantasía, sin embargo las múltiples campañas solidarias emergentes a partir de las inundaciones en la ciudad de Santa Fe en el 2003 nos ofrecen unas aristas interesantes. En su momento, el común sentido argüía «los argentinos somos todos solidarios». Aquí es palpable cómo, desde su «des-posicionamiento» fundamental, el sujeto puede participar sin participar. Así, la performatividad de esta fantasía se vislumbra en el hecho de que podemos ser solidarios sin dejar de ser lo que somos. Es decir, si al otro le falta algo, se lo damos sin preguntarnos por qué le falta ni en qué sentido le falta. Este fue el típico discurso solidarista que apareció en plena crisis y la hizo soportable. Ocluyendo el conflicto estructural que aquellos inundados estaban ya inundados de pobreza y expulsión social.
«La libertad de uno termina donde empieza la libertad del otro«
Toda fantasía social ocluye los antagonismos fundamentales. Ahora bien, ¿qué oculta esta frase? Que no todos tenemos la misma libertad y que la libertad, en todo caso en el mercado, es la libertad de disposición de bienes ¿Cuál es la otra libertad?, ¿por qué está ausente? La libertad ejercida por unos pocos ocluye la libertad no ejercida de la mayoría. Por lo tanto, y en el marco de la relación entre oferta y demanda, refuerza las visiones mercantilistas y clientelares de las acciones colectivas y de las protestas. Es decir, «si no estás, no existís; si no le sacaste algo al Estado, tu acción colectiva no tuvo efecto. Si no haces eso, vas en contra de la libertad del otro». Una cadena de afirmaciones que deja en situación de contradicción performativa a quien se dispone a protestar. Una fantasía que «te hace pensar, antes de salir de tu casa a protestar».
«Todos tienen el derecho a protestar, pero de la manera correcta«
La fantasía invierte, pone en lugar de lo universal lo particular determinado. ¿Cuál es la manera correcta de protestar? La manera correcta es la normativa y la normativa es la manera del poder. Con esta frase se está afirmando que no tenemos derecho a protestar si no es dentro de lo que el sistema categoriza como «debido». Además, la protesta es incorrecta por definición, pues supone que «el ante quién» se protesta no acepto o no quiso aceptar la «maneras socialmente correctas» de hacer ver que se están vulnerando derechos de aquellos que reclaman. En dicha dirección aparece un estado paradojal de las relaciones antagónicas. Así, todo el mundo sabe lo que está mal, pero nadie sabe lo que está bien. Nuevamente (como se expresará ya) aparece un «estado de irresponsabilidad organizada» y es lo que está pasando en la construcción de estas identidades que están dando vueltas en la acción colectiva y en lo que ellas implican. Nadie es culpable, pero todos somos responsables, y el problema está en el «todos«, porque entonces la inversión se produce así como si fuera un juego de puzzle: si todos somos responsables, nadie es responsable. Y en este caso sólo tienen derecho a protestar los que son responsables, es decir, los que piden de la manera-que-corresponde. De esta forma emerge un elemento central del discurso presidencial actual: la subjetividad negada del protestante evidenciada en la trillada frase «hay que ser positivo«. Ahora bien, en esta subjetividad negada existe lo que algunos clásicos, desde Adorno en adelante, han visto: la lógica de la negación como afirmación de una identidad desgarrada, justamente por esa ausencia, por ese quiebre de la política de identidad. El problema es que… «si todos somos de izquierda»…(como pretende presentarse el presidente y sus colaboradores), y las acciones colectivas son una cuestión de oferta y demanda que se pueden reparar de acuerdo a una lógica mercantil, todos estos componentes quedan acallados y «desplazados» en la fantasía social. El problema se podría plantear en la siguiente pregunta: ¿quiénes están a la izquierda de esta izquierda, teniendo en cuenta que la subjetividad negada del protestante queda acotada a cuestiones del tipo: «si no sos positivo, estás en contra de… Si estás en contra de… estás en contra del país«? No es casual que esta misma relación haya estado presente en la lectura de la seguridad nacional y del neoliberalismo del golpe de estado de 1976: Estado – Gobierno – Nación, el que atacaba a uno de estos tres eslabones era un apátrida, configurando una particular alianza para matar. De ahí que la generalización de esta lógica en un contexto de re-configuración colonial marque precedentes para la irrupción de respuestas con «tentaciones» totalitarias.
Con estos ejemplos es posible comprender cómo la consumación de las estrategias de coagulación de las energías sociales es su ritualización desde la mirada del «fantaseo social», cómo las fantasías participan en la regulación de las sensaciones, y muestran cómo operan en tanto contención publica desde los dispositivos de soportabilidad. Otra de las características que se realza al analizar las fantasías es su heteronomía, es decir que, en tanto dispositivos ideológicos, se constituyen siempre al margen de la autonomía de los sujetos. Desde esta posición, es posible entender por qué participamos tan «simplemente» de ella y por qué la «obedecemos». La dependencia a la inscripción en alguna totalidad narrada es la condición de posibilidad de la negación del nosotros colectivo. Es la construcción, marcha y contramarcha de la Fantasía Colonial como un actualizado modo de hacer el Imperio.
3. A MODO DE NO CIERRE
La actual presentificación de la vida (donde se anudan pasado, presente y futuro) nos deja una postal: ni educación, ni salud, ni trabajo, ni actitud transformadora son los colores del paisaje argentino.
Sólo quedan las acciones colectivas fragmentadas (a veces astilladas) que responden una y otra vez a la «trampa» de las fantasías y a las amenazas de los fantasmas. En condiciones de reconfiguración colonial de la dependencia, resulta difícil esbozar una salida basada en la autonomía, la dignidad y la emancipación, pero es una posibilidad que no debe negarse a sí misma. Lo más adecuado parece ser aprender a pensar desde los fragmentos materiales y discursivos que las lógicas de dominación dejan como intersticios de su homogeneidad.
En ese sentido, el compromiso de los intelectuales tiene que ver con la identificación de los síntomas, las ausencias y los mensajes de la protesta y de los actores sociales y, de ese modo, trabajar para diluir fantasías y combatir fantasmas. La palabra la tienen los colectivos.
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1 Coordinador del Programa de Estudios de Acción Colectiva y Conflicto Social. Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba. Instituto de Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Villa María Córdoba Argentina