Una de las primeras cosas que hice al aterrizar en México fue preguntarle si tiene prensa extranjera a una chica que atiende en un quiosquito del aeropuerto. Me dice que no muy cortésmente, que lo siente. Le agradezco la atención y me marcho algo contrariado. Antes de salir del quiosco veo en un artilugio rotatorio […]
Una de las primeras cosas que hice al aterrizar en México fue preguntarle si tiene prensa extranjera a una chica que atiende en un quiosquito del aeropuerto. Me dice que no muy cortésmente, que lo siente. Le agradezco la atención y me marcho algo contrariado. Antes de salir del quiosco veo en un artilugio rotatorio que hay varios ejemplares de EL PAIS junto a otros de la prensa local (Excelsior, Reforma…) Vuelvo sobre mis pasos y hago notar a la chica el hecho contradictorio. Sin perder la sonrisa ni la cortesía me espeta: «Pero es que usted me preguntó si tenía prensa extranjera…».
En efecto, como el periódico antedicho, es imposible siendo español y militante sentirse extranjero en México.
En primer lugar, por el idioma, que no es ninguna tontería lo que hermana. Aquí en España lo inventamos -el castellano, digo- pero en México casi triplican el número de personas que lo hablan, unos 120 millones de almas, constituyendo así la primera potencia mundial en habla hispana. Bien es cierto que con unas peculiaridades y entonaciones que te atrapan enseguida.
En el plano socio-económico, pese a estar España aparentemente por encima de México en el ranking mundial, nos vamos aproximando a coordenadas de desigualdad alarmantes. En México se calcula en un 45% la población que vive en la pobreza; en un 61% que no tienen cobertura de la seguridad social; el 60% de la población activa «trabaja» en la economía informal; es el único país de la OCDE donde no existe seguro de desempleo; con una presión fiscal del 13,7% frente al 18% de América Latina y el 26% de la OCDE; el gasto público de México es de apenas el 19,9% frente al 27% de América Latina y el 46% en la media de los países de la OCDE…
Ciertamente, el paisaje social es, hoy por hoy, más depresivo e injusto en México que en España. Pero camino vamos de empatarnos en ese paisaje habida cuenta el destrozo brutal que la crisis-estafa está provocando en España.
Con la loable, y falsa, intención de impulsar el desarrollo social y económico y de atenuar las desigualdades extremas, el recién electo presidente Peña Nieto, del sempiterno PRI, un partido que es un contrasentido en sí mismo al querer compaginar «revolucionario» e «institucional», si bien hunde sus raíces en los míticos Villa y Zapata, propuso una batería de reformas que nos son familiares y amargas a los españoles: educativa, laboral, sanitaria, energética, fiscal…
Este paquete de reformas, de buenas intenciones en las que nadie cree, vienen dictadas por el FMI para «liberalizar» la economía mexicana, es decir, privatizar sus sectores estratégicos para que puedan ser expoliados cómodamente en el marco del acuerdo de libre comercio que México padece frente a los USA y a Canadá.
Peña Nieto supo hurgar en los entresijos y contradicciones de los otros dos grandes partidos de México -el PAN, derechista, y el PRD, izquierdista en origen- y logró encapsular el «paquetazo de reformas» bajo un formato de consenso, el «Pacto por México», que suscriben el gubernamental PRI más el PAN y el PRD. El neoliberalismo en coalición es más llevadero.
El efecto del pacto sobre los partidos, grupos parlamentarios, sindicatos, movimientos sociales, es demoledor; actúa como una auténtica bomba de racimo, fracturando estructuras, tendencias y liderazgos. Mientras las cúpulas oficialistas esperan que la tramitación del «paquetazo» en las cámaras parlamentarias sea un paseo, dada la arrolladora mayoría de los pactantes… las calles arden y toman el liderazgo combativo de las mismas nuevas organizaciones sindicales y socio-políticas desgajadas de un oficialismo empeñado en la aventura anti-social y anti-nacional de pretender privatizarlo todo -el petróleo y la electricidad como joyas más vistosas- para darle gusto al Norte insaciable.
Y en este terreno de los desgarros combativos, México nos saca distancia ampliamente a España. Baste reparar en la CNTE, escindida del todopoderoso y entrampado SNTE, en sus imponentes movilizaciones de educadores desde hace meses, en la brutal represión con que fue disuelta hace unos días su acampada en El Zócalo, la famosa Plaza de Tlatelolco donde fueron masacrados centenares de estudiantes en 1968.
Asímismo, organizaciones sindicales y sociales controladas por el PRI se ven también sacudidas por la rebeldía de base y la consigna de que «antes que al PRI la lealtad se la debemos a México y a nuestra gente…».
Pero, sin lugar a dudas, la oposición más frontal y en ascenso a la política neoliberal y al paquete de reformas regresivas y privatizadoras, es la que representa y ejerce el MORENA, el Movimiento de Regeneración Nacional, que lidera Andrés Manuel López Obrador, un histórico del PRD, que ejerció la alcaldía de México DF, que ganó las elecciones presidenciales y el fraude endémico le arrebató la victoria. En este momento, López Obrador aparece como la gran esperanza del México que resiste y lucha, dada su impecable trayectoria política e ideológica y la ausencia de corrupción durante la misma, todo un milagro allí. El MORENA se va reforzando cada día que pasa con la incorporación de militantes destacados del PRD y, en menor medida, del PRI. A destacar Cuatemoc Cárdenas, fundador del PRD, e hijo del mítico presidente Lázaro Cárdenas, que tanto ayudó a nuestros compatriotas vencidos y exiliados a causa del golpe de estado y la guerra provocada.
El MORENA se ha medido ya con holgura en las calles de México. La última vez, el 22 de Septiembre pasado, abarrotó la Avenida Reforma entre el Ángel de la Independencia y la Glorieta de Colon. Y ya están en marcha nuevas manifestaciones, marchas las llaman allí, para Octubre.
Muy inteligentemente, MORENA ha concentrado su convocatoria en el rechazo a la privatización del petróleo y la energía eléctrica. Apela al patriotismo y a la soberanía de México y los mexicanos y exigen que un referéndum nacional decisorio apruebe o rechace la privatización, y no unas cámaras parlamentarias controladas por los tres partidos que no llevaban la privatización en sus programas y que aparecen cada vez más como cascaras vacías ante el empuje de las calles y la opinión pública.
Pueden ganar y yo deseo de corazón que ganen, pues un México soberano de sus recursos y su destino, democrático, progresivo, justo, es mucho mejor para América Latina, para España y para Europa, que un México dependiente y enfeudado por los USA.
Manuel Zaguirre. ExSecretario General de la USO.
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