Evo Morales Aima ya entró en la historia. Lo hizo por la puerta ancha. Por la que abren los pueblos y que con igual ímpetu la cierran cuando sus aspiraciones no son cumplidas. Esa es una de las características de la irrupción de este líder campesino boliviano que hoy se ha transformado en Presidente electo […]
Evo Morales Aima ya entró en la historia. Lo hizo por la puerta ancha. Por la que abren los pueblos y que con igual ímpetu la cierran cuando sus aspiraciones no son cumplidas. Esa es una de las características de la irrupción de este líder campesino boliviano que hoy se ha transformado en Presidente electo del país vecino. No es la única. Inauguró hitos que en otras latitudes serían propios del récord Guiness, pero que en América Latina constituyen casi insultos para quienes han detentado siempre el poder. Será investido como el primer presidente de ascendencia indígena (aymara), en los 180 años de vida republicana de Bolivia. Un país en cuya composición demográfica muestran amplia primacía los descendientes de aymaras, incas y otras etnias primigenias. Han debido pasar casi dos siglos para que ellos tomaran seguridad suficiente para convencerse que pueden manejar su destino. Casi dos siglos y toda una historia de privaciones y escasa sensibilidad social de los sectores blancos que manipularon siempre la economía y, por extensión, el poder político. Otro hito, en los últimos treinta años ha sido el único primer mandatario que obtiene el respaldo de más de la mitad (54%) del electorado.
Líder del Movimiento al Socialismo (MAS) -Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP), la carrera política de Morales fue meteórica. A los 46 años llega a la Presidencia. Recién en 1997 es electo al Congreso. En el 2002 se ubica en el segundo lugar en la elección presidencial de ese año. Claro que en el período que le ha tocado desenvolverse, Bolivia ha profundizado una característica que la distingue: inestabilidad política. Su aparición se debe, precisamente, a tal realidad. Como dirigente de los campesinos del Chapare, una de las zonas más empobrecidas de Bolivia, Morales debió enfrentarse duramente con el poder establecido. No le fue mal. Los presidentes Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa tuvieron que renunciar a su investidura. Ambos fueron episodios generados en esta década por un Evo Morales carismático, de lenguaje directo y de posiciones estatistas a menudo radicales.
Fueron precisamente tales posturas las que le granjearon primero la desconfianza y luego el repudio de Washington y sus aliados en la zona. Lo que está en juego es trascendente. Bolivia es el segundo país sudamericano en cuanto a reservas de gas, después de Venezuela. Y durante los últimos años Evo ha amenazado abiertamente con estatizarlas. Pese a ello, las empresas que operan allí, como Repsol-YPF, hispano argentina, British Gas y la francesa Total Fina Elf, no han dado muestras de temor. Por el contrario, ya manifestaron disposición a colaborar con el nuevo Gobierno.
El programa de Evo Morales se acerca bastante a lo que podría considerarse una propuesta revolucionaria. Sobre todo si se considera el mundo en que ha sido presentada. Pero con el correr del tiempo, el discurso del nuevo presidente electo se ha morigerado. No perdió el sentido de recuperar para Bolivia los beneficios de sus riquezas naturales, sólo se fue aterrizando. Dejó el limbo de la utopía declarativa y se acercó a una realidad que las empresas están dispuestas a asumir. Estas últimas comprenden que los días de la explotación sin freno han terminado. Y que así sea puede beneficiarlas, ya que las ganancias extremas provocan, aparte de utilidades espectaculares, una inestabilidad política que impide la proyección a futuro.
La nueva visión de Morales se resume en la frase: «Queremos socios, no patrones». La pronunció inmediatamente después de la elección. Y a nadie puede mover a engaño. A Bolivia le interesa que las inversiones extranjeras que están en su territorio continúen allí y que ojalá aumenten los interesados. Pero las condiciones bajo las que operarán experimentarán cambios sustantivos.
Estados Unidos ya manifestó, a través de la Secretaria de Estado Condolezza Rice, que observará el comportamiento del nuevo Gobierno para fijar «el curso de las relaciones». Nada nuevo respecto a la actitud de nación dominante, ni en cuanto al rechazo que siempre ha generado en la Casa Blanca Evo Morales. Esta postura no sólo queda clara en las palabras de Rice. Incluso se nota en la forma en que personeros de la derecha latinoamericana y sus medios de comunicación tratan a Morales. Para ellos es el líder cocalero. No el dirigente campesino, no el representante de uno de los sectores más deprivados de su país. Y ser líder cocalero lo coloca, en la mente del público en la condición de narcotraficante o, por lo menos, defensor de los productores de droga.
Lo cierto es que la elección de Evo Morales Aima no puede pasar inadvertida. Pese a los esfuerzos por demostrar que no hay alternativas al modelo económico imperante, cada vez son más las voces que se atreven a discrepar. Y son voces que comienzan a tener oídos receptivos en sus pueblos. Las miradas políticas diferentes a la línea auspiciada por Washington ya se están dando, con diferentes grados de intensidad, en Venezuela, en Argentina, en Brasil, en Bolivia. Es posible que el Uruguay de Tabaré Vázquez también se acerque a lineamientos similares. En Perú, Ollanta Umala sigue ganando terreno para las elecciones de abril. Todos indicios de que las políticas impulsadas por EEUU no han dado los resultados esperados. E indicios, también, de que algo está cambiando y que Washington lo tiene muy claro.
Ahora queda aguardar cómo aprovechará Evo el tremendo respaldo alcanzado. Le corresponde desarrollar lo anunciado. Otra cosa es con guitarra.