Ya sea por razones vinculadas al clima, a los conflictos o a la subsistencia, los seres humanos siempre se han desplazado y mezclado, como lo demuestra el análisis del genoma de restos óseos hallados en los yacimientos arqueológicos. Las explicaciones nos las proporciona Eva Maria Geigl, directora de investigaciones del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia y corresponsable de un equipo de paleogenómica del Instituto Jacques Monod, en París.
¿Cuál es la función de la paleogenómica?
La paleogenómica es una disciplina complementaria de la arqueología y la antropología. Los arqueólogos realizan excavaciones y extraen fragmentos de huesos que tratan de situar en una época y una cultura determinadas. El análisis de restos humanos hallados en excavaciones puede facilitar la identificación del sexo del individuo, y a veces de su rango social y de las enfermedades que padeció, e incluso puede proporcionar pistas sobre el funcionamiento de una sociedad.
El trabajo de los paleogenetistas consiste en extraer el ADN de los huesos para analizar su genoma, que luego se compara con el de otros individuos que vivieron en periodos y lugares diferentes o que proceden de poblaciones actuales. De ese modo es posible reconstruir los linajes, o sea, los vínculos de parentesco, de proximidad genética, y también las migraciones y los mestizajes acontecidos a lo largo de la historia.
¿De qué manera los datos genéticos pueden narrar la historia biológica de una población?
El análisis genético permite caracterizar la historia del poblamiento de una región determinada y así establecer los desplazamientos y su hibridación con las comunidades autóctonas. De ese modo, la paleogenómica permitió demostrar que hace 8.500 años grupos de agricultores de Anatolia y de la región del Mar Egeo se desplazaron hacia el noroeste de Europa. La agricultura y la domesticación de animales se desarrollaron hace aproximadamente unos 12.000 años en el Creciente Fértil de Oriente Medio, en Irán y en Anatolia. Hace aproximadamente 8.500 años, esos agricultores empezaron a migrar hacia Europa por una ruta continental que se iniciaba en Grecia, pasaba por los Balcanes y seguía a través de Hungría, Austria y Alemania para concluir en el norte de Francia (en la cuenca de París).
Una segunda ruta bordeaba la costa mediterránea a lo largo de lo que hoy es Croacia, Italia, Sicilia, Cerdeña y Córcega, hasta llegar al sur de Francia y el noreste de la península Ibérica. Estos desplazamientos ya se conocían gracias al análisis de los vestigios hallados en las excavaciones, en forma de restos de cerámica y herramientas de sílex o huesos de animales domésticos, como el cordero, que fueron introducidos por esos grupos de agricultores.
Pero, a partir de los materiales disponibles, los arqueólogos no podían precisar si solo se habían difundido entre los pueblos de Europa los conocimientos y las técnicas de los agricultores de Oriente Medio, o si los inventores de esas técnicas se habían desplazado físicamente. Gracias al análisis del genoma se pudo establecer que los agricultores se habían encontrado con los cazadores recolectores autóctonos asentados en Europa unos 14.500 años antes y que hubo un mestizaje parcial entre ambas poblaciones.
¿Es posible que el análisis basado en el genoma ayude a esclarecer determinadas realidades históricas desde una perspectiva innovadora?
En efecto, así ocurrió en 2012, cuando en la cueva de Denisova, situada en los montes Altai, en Rusia, se hallaron los restos de una joven que vivió allí hace unos 50.000 años. El análisis del genoma de una de sus falanges permitió demostrar la existencia de una población que coexistió con los neandertales. Esa población que vivía en Asia se desplazó y sus miembros se aparearon con los primeros Homo sapiens procedentes de África. Hasta ese momento los paleoantropólogos no sospechaban de la existencia de ese grupo humano.
La migración hacia Europa de los yamnayas, nómadas procedentes de las estepas situadas al norte del mar Negro, es otro ejemplo. Estos pueblos, cuya economía se basaba en la cría de ganado bovino, ingresaron en el centro y el norte de Europa hace aproximadamente 5.000 años. Esos nómadas de las estepas, en su mayoría de sexo masculino, se aparearon con mujeres de las comunidades autóctonas de agricultores del neolítico tardío. Pero, al lograr mejores tasas de reproducción, se produjo un importante reemplazo genético, lo que se denomina una introgresión.
Todavía hoy, en Bretaña, en el oeste de Francia, Irlanda y el Reino Unido, entre el 80% y el 90% de los hombres son portadores del cromosoma Y de los yamnayas. Los arqueólogos ignoraban ese fenómeno, porque no se habían encontrado restos materiales del paso de los yamnayas.
¿Se conocen las causas de esas migraciones?
Es posible imaginar distintas causas, pero se trata de hipótesis. No podemos aportar puebas científicas. Esos desplazamientos tal vez ocurrieran por motivos climáticos, pero también podría tratarse de causas demográficas. Sin duda las migraciones podrían haber sido causadas por necesidades vinculadas a la subsistencia del grupo, como ocurrió con las comunidades de cazadores recolectores que seguían las migraciones de los grandes cuadrúpedos. A medida que el clima cambiaba, los seres humanos tuvieron que buscar otras regiones para asentarse. Pero los choques entre diversos grupos humanos también podrían haber sido la causa. Tal como ocurre actualmente, es probable que entonces las personas se desplazaran por motivos climáticos y de subsistencia o a causa de los conflictos.
A la luz del análisis del genoma de nuestros antepasados, ¿es posible afirmar que todos somos migrantes?
Sin duda. Para empezar, todos somos de origen africano, porque todos nuestros ancestros vinieron de África. El Homo sapiens evolucionó en África y abandonó el continente en oleadas sucesivas. La última de esas migraciones fue la de nuestros antepasados directos. Y también somos todos migrantes, porque la historia de la humanidad está tejida por una sucesión de migraciones. Desde siempre, los grupos de población se desplazan y se mezclan, lo que a veces se traduce en la sustitución de las poblaciones autóctonas, aunque no siempre es así.
No somos sedentarios. Siempre hemos tenido que movernos y adaptarnos. No hay poblaciones genéticamente “puras”. Esto además debería alegrarnos porque, biológicamente, necesitamos que nuestro patrimonio genético se mezcle.