Hay un rasgo que separa a Branco Marinkovic de la mayoría de la población boliviana. Que quede claro de entrada: él no es ni más ni menos boliviano que un Choquehuanca o un Mamani. Es, en terminos de derechos ciudadanos, boliviano como todos. Pero lo que le separa del resto de la población son dos […]
Hay un rasgo que separa a Branco Marinkovic de la mayoría de la población boliviana. Que quede claro de entrada: él no es ni más ni menos boliviano que un Choquehuanca o un Mamani. Es, en terminos de derechos ciudadanos, boliviano como todos. Pero lo que le separa del resto de la población son dos elementos.
Primero que como presidente del Comité pro Santa Cruz, es un actor social que habla en nombre de un grupo y tiene, por tanto, responsabilidades ante todos los bolivianos porque su discurso y sus acciones tendrán consecuencias en el país.
El segundo rasgo es que Branco Marinkovic es un hijo de la inmigración. Aunque los cambios políticos y sociales en Bolivia no le gusten, él no podría regresar al país de sus orígenes, simplemente porque ese país, Yugoslavia, ya no existe. Fue dividido en una serie de pequeños Estados después de una violenta guerra de «limpieza étnica» que alcanzó a repetir ante los ojos incrédulos del mundo los horrores de los campos de concentración vistos en la Segunda Guerra Mundial, además de la masacre de miles de bosniacos musulmanes, albaneses y croatas.
Branco Marinkovic y la comunidad venida de Yugoslavia tiene, más que ningún otro sector de la población boliviana, una memoria y una experiencia más cercana de lo que fue dividir un país a partir de un discurso exacerbadamente nacionalista como fue el de Slobodan Milosevic a fines de los años 80 y que se tradujo en una serie de devastadoras guerras en los años 90. El discurso sustentado por Marinkovic y amplificado por su condición de presidente del Comité pro Santa Cruz es de un exacerbado regionalismo, que en el fondo, no es cruceñista ni tiene en cuenta la especificidad de la diversa y heterogénea población boliviana que vive en Santa Cruz.
Las contradicciones de Marinkovic son tanto de orden discursivo, cuando «invita al pueblo boliviano a unirse una causa para defender la libertad, la democracia y la unidad del pueblo boliviano», como de orden práctico: él fue el primero no cumplir con una huelga cívica a la que él mismo convocó.
¿Qué «unidad del pueblo boliviano» quiere defender, cuando al mismo tiempo ya ha dado el visto bueno a un nuevo mapa de una Bolivia dividida? ¿Qué es lo que propone cuando declara que «comienza un período de resistencia civil»?, ¿cuán «civil» puede ser esa resistencia cuando se obliga a parte de la población cruceña mediante la violencia a sumarse a un paro llamado «cívico»? Esa unidad del pueblo boliviano al que el terrateniente del Comité pro Santa Cruz llama ¿en torno a qué valores colectivos?, ¿o es más bien el llamado a perpetuar el sometimiento que le deben los peones al patrón?
Estas contradicciones revelan dos aspectos. El primero es que lo que Marinkovic defiende son, ante todo, los intereses económicos de una oligarquía local que se ha apoderado, gracias a su apoyo a las pasadas dictaduras militares, de recursos y tierras del Estado. Esa minoría tiene actualmente el monopolio del discurso mediático y ha articulado un discurso de la identidad cruceña que es, en muchos aspectos, excluyente y racista.
En una entrevista concedida a la BBC le preguntaron a Marinkovic si él creía que el gobierno de Evo Morales le quitaría parte de las 30.000 hectáreas registradas bajo su nombre. Su respuesta fue: «Puede ocurrir. Ya ha pasado en Venezuela. Sería una vergüenza si en algunos años más tengamos que compararnos a Rhodesia (Zimbabwe) o algún otro país africano.»
Según Marinkovic, la vergüenza sería entonces tener que dejar el sistema del apartheid y renunciar a la discriminación racial que tanto bien le hace a su billetera. La oligarquía a la que representa Marinkovic, para poder mantenerse como tal, exige destruir el trabajo que quiere llevar adelante la Asamblea Constituyente para cambiar un estado en el cual una gran parte de la población no puede nacer, ni crecer ni educarse en su propia lengua indígena.
Este grupo, en el que se confunden y codean los intereses del presidente del Comité pro Santa Cruz, los Sánchez de Losada y los Quiroga, hará lo posible y lo imposible para mantener a Bolivia en su condición de colonia neoliberal. Para esto ellos deben negar el hecho de que Bolivia es un país pluricultural. De que Santa Cruz es pluricultural y no una hacienda donde lo único que le preocupa al terrateniente es cómo llenarse los bolsillos con la riqueza ajena.
Al final, después de haberse envuelto en la bandera Serbia y después de haber causado la muerte de cientos de miles de personas, Milosevic fue acusado de crímenes contra la humanidad y acabó sus días en una prisión del Tribunal Penal Internacional. Quizá Branco Marinkovic no lo sepa, pero hay instituciones que van registrando su discurso de un exacerbado regionalismo que puede llevar a Bolivia a un grave conflicto, y no habrá boliviano que salga indemne. Branco Marinkovic debería saber todo esto. Como hijo de la inmigración yugoslava, debería tomar en cuenta las consecuencias de lo que significa propagar en Bolivia un discurso de odio regional que destruyó el país de sus abuelos. Esa es su obligación como boliviano y como presidente del Comité pro Santa Cruz.