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La historicidad de las instituciones: Interpelación a Germán Martínez Cázares respecto a Ivan Illich y Javier Sicilia

Fuentes: Clarín de Chile

El 15 de mayo pasado, Reforma publicó un artículo titulado «¿Hay alguien atrás de Javier Sicilia?» cuyo autor, Germán Martínez Cázares (1967), doctor en derecho y político, es un jerarca del Partido Acción Nacional (PAN). Su respuesta: «¡Sí! ¡Ivan Illich!» Tal afirmación requiere algunas precisiones. Es cierto que Javier Sicilia (1956) conoció a Ivan Illich […]

El 15 de mayo pasado, Reforma publicó un artículo titulado «¿Hay alguien atrás de Javier Sicilia?» cuyo autor, Germán Martínez Cázares (1967), doctor en derecho y político, es un jerarca del Partido Acción Nacional (PAN). Su respuesta: «¡Sí! ¡Ivan Illich!» Tal afirmación requiere algunas precisiones. Es cierto que Javier Sicilia (1956) conoció a Ivan Illich y que desde su primer encuentro, tuvieron una gran simpatía mutua [1] . Pero, por otra parte, las fechas no son las que menciona el artículo de Reforma. Además, si bien es cierto que Illich criticó duramente un cierto tipo de instituciones, las instituciones de suministro de servicios propias de los años 1970, la afirmación categórica de que Illich no creía en las instituciones no tiene sentido.

Illich se había formado como historiador de la Iglesia, una buena preparación al estudio de las instituciones modernas que, a pesar de que la mentalidad contemporánea trata de negarlo, tienen orígenes cristianos, medievales o antiguos. Un historiador no puede tener una visión esencialista de las instituciones. No existe la educación, por ejemplo, sino estilos de relación entre maestros y discípulos o nodrizas y «alumnos»; hasta la era moderna, la frase «magíster docet, nutrix educat» permitía distinguir lo que hace un maestro (magister) del quehacer de una nodriza (nutrix), pero el lenguaje institucional moderno ya no permite esta distinción. Los cambios en el uso de las palabras reflejan cambios de percepciones, y, al cambiar las percepciones de la gente, cambia el espíritu de las instituciones sin que desaparezcan necesariamente sus formas. Lo que no quiere reconocer el Sr. Martínez, es que hoy estamos en un tiempo de cambio de este espíritu. Por ejemplo, gran parte de la economía depende hoy de instituciones de servicios (de educación, de salud, de transporte). Lo que vio el historiador Illich es que la percepción moderna según la cual el hombre siempre tuvo necesidades masivas de servicios de educación, de salud y de transporte es una herencia cristiana pervertida [2] . Para los primeros cristianos, el servitium era un don libre y gratuito de sí mismo. Si los movimientos de liberación en el mundo árabe y en otras partes del mundo nos enseñan algo, es precisamente que redescubren el don gratuito de sí mismo, sentido original de la palabra servitium. En cambio, en la tradición moderna aún dominante, los servicios se han transformado en el sector prioritario de la economía, es decir en el contrario de un don, ejemplo de lo que Illich, al final de su vida, calificaba de corrupción de lo mejor, que es lo peor. Para el historiador de la Iglesia, esta corrupción moderna remata siglos de intentos eclesiales de volver la gracia obligatoria y de criminalizar el pecado. Siglos de rechazo de la gratuidad y del espíritu del don de sí mismo [3] .

Lo que en el fondo Germán Martínez reprocha a Illich es su visión histórica de las instituciones: esas cambian conforme pasa el tiempo, reflejando los grandes cambios de la historia de las mentalidades. Por ejemplo, durante la segunda mitad del siglo XIX, la obligatoriedad de la escuela primaria se instituyó progresivamente en la mayor parte de los países occidentales, haciendo del derecho a ella una conquista democrática. Pero al mismo tiempo que pretendía vencer viejos prejuicios de clase, la democratización de los servicios educativos básicos por su obligatoriedad tuvo consecuencias inesperadas. Por ejemplo, desvaloró todas las formas de aprendizaje autónomo no sancionadas por un título. Además, al pretender encauzar la curiosidad hacia programas preestablecidos, la escuela obligatoria castró las ganas de aprender de la mayor parte de sus alumnos.

Arraigado como lo era en la historia, Iván Illich logró elaborar una teoría de la contra-productividad de las instituciones de servicio modernas. Lo logró porque, como historiador, percibía que, de toda realidad que tiene un principio, se puede predecir que tendrá un final. La escuela obligatoria por ley, los transportes que la estructura del espacio urbano vuelve compulsivos y el monitoreo médico de la población que la forma de la vida moderna vuelve inevitables son instituciones que tuvieron un principio en un pasado no muy remoto y cuyo fin no es imposible vislumbrar.

El problema, predica Martínez, «es que Iván Illich no cree en las instituciones». La relación de los ciudadanos a las instituciones no es materia de «fe», sino cuestión de legitimidad, la que nunca se gana «para siempre». Si «creer en las instituciones» es creer en su poder muy real de moldear las percepciones del cuerpo, del tiempo y del espacio, Illich creía en este poder. Si por lo contrario, creer en ellas es creer en su inamovilidad, en su «esencia» y en su supuesto carácter universal y eterno – el ser humano siempre necesitó «servicios de educación» – entonces, no, Iván Illich no creía en las instituciones.

Iván Illich elaboró instrumentos analíticos para evaluar la efectividad o, por lo contrario, la contra-productividad de las instituciones de servicios de las sociedades industriales de los años 1960-1980, época que vio lo nunca visto anteriormente: la proliferación sin límites de profesiones nuevas y la expansión desmedida de los servicios que ofrecían. En 1961, había fundado en Cuernavaca el CIF, Centro Intercultural de Formación, cuya función oficial era preparar sacerdotes, monjes y monjas así como laicos americanos a engrosar las filas de los católicos de buena voluntad dispuestos a dedicar unos años de su vida a «ayudar» a los latinoamericanos prestándoles «servicios». Iván ofrecía a los candidatos una excelente biblioteca, conferencias de los mejores autores y conversaciones con ellos y, al cabo de algunos meses, les decía que lo mejor que podían hacer era renunciar a su proyecto de «sacrificio» personal y volver a casa [4] . En 1968, cuando fue convocado a Roma para que respondiera a un interrogatorio de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, nombre moderno de la Inquisición, las preguntas no se referían a su interpretación de la misión del CIF; lo que lo más lo incitó a no contestar el cuestionario fue que gran parte de las preguntas concernían a terceros que, según él, eran capaces de responder personalmente [5] . Al volver a Cuernavaca, transformó el CIF en el CIDOC, un «lugar para pensar» libremente.

Una frase proverbial lanzó los estudios del CIDOC: «Más allá de ciertos límites, la producción de servicios institucionales hará más daños a la cultura que la producción de mercancías ya hizo a la naturaleza». El Club de Roma acababa de publicar los resultados de sus estudios, que confirmaban la destructividad de la producción industrial y preconizaban sustituir parte de la fabricación de bienes perecederos – afectados además de obsolescencia programada – por la producción de bienes duraderos. Popularizó con ello el modelo de una economía centrada en la producción de cada vez nuevos tipos de servicios. Illich quería mostrar que esta nueva forma de economía sólo podía destruir las bases mismas de las culturas. Su primera demostración se centró en las escuelas, lugares de suministro de los servicios de educación [6] . Su segunda demostración concernió los servicios de transporte que, más allá de ciertos límites, disminuyen la libertad de circular de la gente [7] . Su tercera demostración se centró en la contra-productividad de los servicios de salud [8] , «cuando ciertos umbrales se ven rebasados». Illich todavía publicó algunos libros desde Cuernavaca, uno de ellos, La convivencialidad [9] , una obra maestra, y dos otros titulados respectivamente El desempleo creador [10] y El trabajo fantasma [11] , en cada uno de los cuales se expone una tesis económica que los economistas, con muy pocas excepciones – por ejemplo la del economista Edmond Malinvaud – , no quisieron considerar. En 1976, después de una memorable fiesta, el CIDOC cerró definitivamente sus puertas. Contrariamente a algunos rumores, CIDOC no sufrió persecuciones sistemáticas, aún si Illich fue, en varias ocasiones, objeto de ataques personales. La explicación dada por la animadora del centro, Valentina Borremans, fue que «había cumplido su misión». Según Iván Illich, ella «entendió que el alma de este lugar para pensar, independiente y sin afán de poder, no resistiría al éxito».

Aunque la degradación cultural que preveía Illich haya alcanzado hoy dimensiones de agudeza mortal, es aún tiempo de revisar las tesis económicas de Iván. Esa revisión o «relectura» de Illich podrá tener dos partes:

1.-Aciertos y límites de la crítica de las instituciones de servicio dominantes en los años setenta.

2.-El entendimiento de Illich, desde la década de 1980, que la configuración de las instituciones está sufriendo una nueva mutación, la más profunda de todas y que la nueva situación requiere nuevos instrumentos analíticos.

El 2 de diciembre 2012, se cumplirán diez años de que Iván Illich nos dejó. Propongo que celebremos su memoria en Cuernavaca mediante un seminario sobre sus tesis de los años 1970 y las sorprendentes intuiciones de sus últimos años. Ciertos temas urgentes se desprenden de esas reflexiones:

Ni Iván Illich ni Javier Sicilia están opuestos a toda forma de institución. En los años 1970, Illich criticó el efecto paralizante de la mayor parte de las instituciones de servicio. En los años 1980, 90, analizó su transformación en sistemas. Es necesario completar las líneas de análisis abiertas por Illich en sus últimos años.

De los zapatistas a los demócratas árabes, de los caminantes pacíficos mexicanos a los indignados españoles, una exigencia se define cada vez con mayor precisión: la de construir otras relaciones jurisprudenciales y, con ello, de reconstruir el tejido social. Me gustaría pensar que el Señor Germán Martínez lo puede entender.

– El autor es filósofo y arquitecto rauraco-celta residente en México desde 1972, colaborador del CIDOC, participó en el Consejo Editorial de las revistas Ixtus y Conspiratio dirigidas por el poeta Javier Sicilia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



[1] Javier Sicilia ha descrito éste primer encuentro en Javier Sicilia, «Prefacio», Ivan Illich, Obras reunidas, vol. II, México: Fondo de Cultura Económica, 2008, pp. 14-17.

[2] En esto, la visión histórica de Illich se acerca tangencialmente a la de Lynn White, en «The Ecological Roots of our Ecological Crisis», Science, vol. 155, 1967, pp. 1203-1207.

[3] Ver al respecto David Cayley, The Rivers North of the Future. The testament of Ivan Illich as told to David Cayley, Toronto: House of Anansi Press, 2005, en particular: «The Criminalization of Sin», p. 80, «The Age of Systems», p. 157, «Gratuity», p. 225.

[4] Para saber más , ver David Cayley, The Rivers North of the Future. The Testament of Ivan Illich as told to David Cayley, op. cit., pp. 4, 5. (Versión española en preparación, México, Jus).

[5] Op.cit, p. 8, 9.

[6] La sociedad desescolarizada, Obras reunidas, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, vol. I, pp. 187-323. 

[7] Energía y equidad, Obras reunidas, vol. I, op. cit., pp. 325-365.

[8] Némesis médica, Obras reunidas, vol. I, op. cit., pp. 531-763.

[9] Obras reunidas, vol. I, op. cit., pp. 367-530,

[10] Obras reunidas , vol. I, op. cit., pp. 481-530 (publicado como «Postfacio a la Convivencialidad»).

[11] Obras reunidas , vol. II, op. cit., pp. 41-177.