UN MANUAL DE FE Y CAMBIO Bolivia es un país esencialmente cristiano en el que no todos están satisfechos con la sola participación en el culto. Muchos se comprometen con el cambio social y hacen posibles los cambios históricos. Son esos los cristianos que dan vida a la Teología de la Liberación. Eso explica la […]
UN MANUAL DE FE Y CAMBIO
Bolivia es un país esencialmente cristiano en el que no todos están satisfechos con la sola participación en el culto. Muchos se comprometen con el cambio social y hacen posibles los cambios históricos. Son esos los cristianos que dan vida a la Teología de la Liberación.
Eso explica la participación de sectores de la Iglesia en los procesos de cambio social en favor de los pobres. No constituyó una identificación superficial pero resultó una afiliación con ellos, a través de la acción, testimoniada por el martirio impuesto por regímenes militares a sacerdotes y laicos comprometidos. Tras el paso de los gobiernos dictatoriales, que aplastaron conciencias y libertades, la Iglesia boliviana, sensible a los signos de los tiempos, inicia un periodo de rearme espiritual.
El gobierno de Hernán Siles Suazo (1982-1985), de tendencia izquierdista, se desintegra prematuramente un año antes de concluir su gestión, y al mandatario que le sucede no le tiembla la mano para dictar medidas de emergencia radicales contra la crisis que se traducía en caos bancario, fuga de capitales y carencia de pan en las calles.
Con el Decreto Supremo 21060, de Ajuste Estructural, el presidente Víctor Paz Estenssoro inaugura la época neoliberal en Bolivia. Consigue frenar la hiperinflación, pero a un costo social demasiado elevado. Cierra fábricas y provoca el éxodo de 30 mil trabajadores de la minería nacionalizada a los arrabales de las ciudades y a los llanos inexplorados del trópico cochabambino. Ni los dirigentes sindicales de la histórica e inclaudicable mina Siglo XX se quedan para hundirse con el barco. Todos se marchan de las minas.
Únicamente permanecen los oblatos de la radio minera Pío XII, entre ellos el Padre Roberto Durette, quien en una frase explica lo ocurrido: «El gobierno logró su cometido porque quienes estaban comprometidos, ya no están». Los «relocalizados», como se denomina a los que salieron, esparcieron la levadura de su formación revolucionaria en los lugares de destino, y se constituyeron en comunidades de vida, muchas de ellas con clara orientación de la Teología de Liberación.
Religiosos comprometidos se unen a este peregrinaje. Según el sacerdote minero Guillermo Siles, «la Iglesia fue la primera institución en oponerse a esta nueva política neoliberal porque se preveía las consecuencias que lamentamos». Agentes de pastoral y sacerdotes de base ayudaron para que el cambio de vida no sea del todo brusco y, junto a los relocalizados, buscaron la ubicación de la Iglesia en la nueva realidad nacional. Esto es lo que el teólogo Gregorio Iriarte define Análisis Crítico de la Realidad Boliviana: un manual de fe que cuestiona las inequidades y las necesidades de la sociedad boliviana a partir del ver-juzgar-actuar de las personas. Es nueva forma de hacer teología, denominada Teología de la Praxis.
PRAXIS Y ÉTICA CRISTIANA
Se suceden los regímenes democráticos que, como en las dictaduras, hambrean y reprimen al pueblo y dejan las arcas del Estado al borde de una taquicardia financiera, ocasionada fundamentalmente por una mala distribución de los recursos públicos y por desfalcos orquestados desde Palacio Quemado y desde el Congreso Nacional; hechos que inscriben a Bolivia entre los países más corruptos del mundo.
Se acumulan planes y reformas y crece incontenible el número de desempleados, pobres e indigentes. Solidaria con el dolor de la gente, los sacerdotes de a pie y las comunidades eclesiales de base se unen al pueblo en una campaña abierta contra la idolatría de la globalización y el neoliberalismo. Y, aunque los cambios en la sociedad los lidera el mismo pueblo, impelido por la situación de injusticia y extrema pobreza que soporta, y no ningún sector intelectual ni clerical, algunos miembros de la Iglesia contemporánea como Xavier Albó, Gregorio Iriarte y Roberto Durette participan efectivamente de estos cambios con su activismo cristiano y panfletario.
Motivados por la insurgencia de los curas de base, los obispos de Bolivia se pronuncian igualmente en contra de los dioses de la economía.
El giro que da la Iglesia, en Bolivia, inspirado por la Teología de la Liberación, dejó malparados a quienes aún creían que se podía transar con ella para encubrir el fetichismo del poder. A partir de la relocalización y de las jornadas sucesivas de lucha social como la Guerra del Agua en Cochabamba (abril del 2000), las movilizaciones de la «otra Bolivia» en el altiplano paceño (septiembre del 2000), las exigencias cada vez mayores de justicia y dignidad que reclamaba el pueblo empobrecido, se logra que la iglesia de la conciliación, («la que pone parches para suavizar las asperezas de esta sociedad de clases, la iglesia institucional y burocrática», Luis Espinal Camps, 1979), se rinda a la iglesia de la ruptura. Ante el clericalismo conservador, la Iglesia revolucionaria enarbola como escapulario de lucha: el hambre del pueblo y su sed de justicia social.
No extraña, por ello, que si hace 30 años sólo la sociología se ocupaba de los pobres, en la actual coyuntura, la teología también lo hace y ha asumido como propios temas que antes eran combatidos por la jerarquía eclesiástica por ser considerados marxistas y comunistas: como las críticas al capitalismo, al neoliberalismo, a la deuda externa, y, recientemente, al ALCA.
Las comunidades de base, los sacerdotes adscritos a la Teología de la Liberación, luchan abiertamente contra el ALCA porque consideran que la economía dominante del continente es opuesto a la dignificación de los pobres como protagonistas de su historia.
La marcha de los sacerdotes de base, en Santa Cruz, en contra del ALCA (octubre del 2002), es una señal de que -a despecho del poder gubernamental- la Iglesia de la Liberación en Bolivia está haciendo su propio camino.(Recuadro 1)
Pero, si bien la Iglesia como institución ha sido empujada hacia una transformación, cambio que se expresa fundamentalmente en el contenido de las cartas pastorales y en las homilías, sus acciones se muestran limitadas por su estrecha ligazón con el poder, como lo denuncian grupos de cristianos junto a sectores campesinos y sindicales.
FORO JUBILEO Y DIÁLOGO NACIONAL
La actuación de la Iglesia de Liberación en Bolivia es también contra la deuda externa. Un problema continental del que ha hablado bastante la Iglesia latinoamericana. Al llegar el año 2000 el pueblo boliviano en su conjunto se plantea en serio el problema de esta deuda contraída con los países desarrollados y le da un tinte distinto: la considera una lucha contra el imperialismo y, además, a favor de los pobres.
Entre el 24 y 28 de abril del 2000 se reunieron en la ciudad de La Paz diferentes grupos de la sociedad civil boliviana y miembros de la Iglesia que conformaban el Foro Nacional Jubileo 2000 para analizar, entre otros puntos, la iniciativa de alivio de la deuda externa de los países pobres altamente endeudados. Por esta iniciativa, se condona parcialmente la deuda de los países pobres, y los recursos que debían ser transferidos a los acreedores externos, para amortizar capital y pagar intereses, son destinados a la inversión social interna: salud, educación e infraestructura básica.
Sin embargo, se estableció que los fondos liberados -1.300 millones de dólares- no alcanzaban ni mínimamente para solucionar el problema de la miseria estructural y que, contradictoriamente, lo que se perdía por cuestión de precios de las materias primas era mucho más de lo condonado.
El Foro Jubileo 2000 fue una iniciativa de los obispos de Bolivia que aglutinó a 21 organizaciones e instituciones nacionales empeñadas en darle coherencia al Plan de Lucha contra la Pobreza, que planteó como pilar de su programa el gobierno de entonces.
EVANGELIO DE ACCIÓN
El teólogo y militante de la Iglesia de liberación en Bolivia practica un evangelio de acción y centra su espiritualidad en el sufrimiento de un pueblo que es la reencarnación de Cristo crucificado y, como él, se opone a cualquier idolatría.
Es capaz de gastar su vida por los demás como Luis Espinal, de amplificar la voz del Espíritu Santo a través de un micrófono de radio como Roberto Durette, de marchar con el pueblo en rechazo al ALCA como Gregorio Iriarte, y de comulgar diariamente frente al rostro indio de Dios como lo hace Xavier Albó.
Gregorio Iriarte, oblato, devoto del Cristo del Pesebre, pobre y sin privilegios, es crítico implacable de todo sistema de explotación y represión. Llegó a Bolivia, como Roberto Durette y otros religiosos de su orden, para catequizar a los comunistas de la mina Siglo XX y terminó catequizado por la verdad. Y lo reconoce abiertamente: «Realmente fueron los trabajadores y los sindicalistas quienes nos enseñaron a leer el Evangelio de otra manera, y a partir de ese cambio la parroquia de Siglo XX y las demás parroquias mineras pasaron, de una manera rápida, a ser vanguardia de la Iglesia progresista boliviana».
Gregorio combina su actividad pastoral con su aporte intelectual. Libros como Análisis Crítico de la Realidad, Deuda Externa y Ética Cristiana, entre otros, desentrañan la situación de conflicto de la sociedad boliviana para releerla a la luz de la Teología de la Liberación.
Sin embargo, su aporte más importante a la Iglesia liberadora es su trabajo con las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) que -como él mismo explica- están constituidas, en su mayoría, por gente pobre y por lo tanto florecen en barrios pobres o marginales, aunque también hay gente que no pertenece a esta clase social y que está comprometida con ella. Las CEBs bolivianas son comunidades en acción, por tanto, su trayectoria va en sentido del compromiso concreto, en la zona de trabajo y en la sociedad.
Xavier Albó, coordinador latinoamericano de la pastoral indígena, vive en una comunidad rural, convive con la gente de ese lugar y revive la figura de Cristo en el rostro anónimo de más de cuatro millones de indígenas bolivianos que no tienen cabida ni participación en el gobierno boliviano. «Rostros indios de Dios» y «La cara campesina de nuestra historia», son libros que explican, abundantemente, la participación del habitante del agro en la obra salvífica de Dios en cuanto comprometido con los procesos de cambio aquí y ahora.
II 40 AÑOS CON LOS POBRES
La historia de la imagen y semejanza de Dios en estas tierras indias siempre ha estado marcada con látigo: por el saqueo, las injusticias, la opresión, la pobreza y las «patadas en la cara» de la dictadura. Por ese corazón crucificado del continente, los teólogos de la liberación han caminado y luchado «con Dios en la vida y desde la vida» a pie con la cruz y la bandera del clamor popular.
La insostenible situación de pobreza del pueblo boliviano condicionó el desarrollo de la teología conduciéndola a un proceso de metamorfosis: de la teoría a la práctica, del pecado como responsabilidad individual a la reflexión de las responsabilidades en los acontecimientos históricos y colectivos. Nace así, en Bolivia, la Iglesia de la Liberación. Los sacerdotes salen de los templos para acompañar al pueblo en su lucha por la dignidad y los derechos y para buscar el cambio de esta sociedad.
La Teología de la Liberación es una nueva forma de hacer teología en el continente. La Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL), un movimiento de sacerdotes constituido y desarrollado en las décadas de los 60 y 70, es su hito más importante y se constituye en el eje de acción de teólogos y pensadores que trabajan por transformar la sociedad.
En Bolivia la Iglesia de la Liberación empieza a desarrollarse a principios de la década de los 60, poco antes del Concilio Vaticano II (1962-65), cuando se organiza la Juventud Católica y la Liga de Trabajadores Católicos. A partir de estas organizaciones, algunos sacerdotes imprimen en sus acciones ideas libertarias y de compromiso con el pueblo y los más pobres.
Esta filosofía se amplifica en las calles con la creación de la Pastoral Social, el otro pilar de la iglesia de los pobres en este país andino. Se ocupa de denunciar y hacer enjuiciamientos públicos, a través de los medios de comunicación, sobre las situaciones de injusticia, represión e inequidad que vive el pueblo boliviano.
La Iglesia boliviana atraviesa una transformación profunda que se afirma en la proclamación de los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín: «alentar y fortalecer todos los esfuerzos del pueblo por crecer y desarrollar sus propias organizaciones de base, por la reivindicación y consolidación de sus derechos y por la búsqueda de una verdadera justicia». Simultáneamente, en la sociedad boliviana, empiezan a manifestarse movimientos radicales de izquierda, que llegan incluso a postular la lucha armada.
Independientemente de la Iglesia y de sus sectores progresistas, uno de estos grupos, compuesto por jóvenes cristianos seguidores de la Teología de la Liberación, opta por la guerrilla e intenta conciliar la lucha armada con el Evangelio.
Estos 70 jóvenes cristianos mueren, entre julio y septiembre de 1970, en la guerrilla de Teoponte. La irrupción de la guerrilla, con el antecedente del secuestro de dos alemanes y otras acciones armadas, desacredita, según recuerda el sacerdote Gregorio Iriarte, el trabajo de la Pastoral Social, «la que se vincula indirectamente con los guerrilleros». Producto de esa experiencia, y a pesar de que no hay una ligazón directa con el grupo guerrillero, se apresa a varios sacerdotes, entre ellos a Pedro Negre, José Prats, Federico Aguiló y Mauricio Lefebvre, liberados después del golpe de Juan José Torres.
EN EL CALDERO DE LA DICTADURA
Este grupo de sacerdotes se desbanda virtualmente tras el golpe de Hugo Banzer Suárez, en 1971. Mauricio Lefebvre, uno de los principales activistas de la iglesia de los pobres es asesinado. Este nuevo capítulo de persecuciones, confinamientos, exilios, asesinatos y prohibición del trabajo teológico, revela el dolor del Padre Gregorio Iriarte, quien lamenta que algunos sacerdotes huyeran en busca de asilo en las embajadas para irse del país: «se abandona a los trabajadores y cunde el desaliento y la frustración en los seguidores de la Teología de la Liberación», recuerda.
Iriarte está seguro que si «en los 70 no se retomaba el sentido de liberación, el Evangelio perdía todo sentido». Así es que mientras unos defeccionan, otros deciden arriesgar el pellejo por los demás y fundan Justicia y Paz que, en plena dictadura, trabaja denunciando las violaciones de los derechos humanos y económicos del régimen de Banzer. Defiende a dirigentes obreros y trabaja en la clandestinidad con una idea simple y en extremo subversiva: Solo hay que pensar qué haría Jesucristo si estuviera aquí, en estas circunstancias.
La masacre de cientos de campesinos en el valle alto cochabambino (Tolata y Epizana, 1974) es denunciada por Justicia y Paz, a nivel nacional e internacional. Las consecuencias son inmediatas: detención y expulsión de los sacerdotes que trabajan en Justicia y Paz.
Para evitar mayores represalias, la jerarquía de la Iglesia disuelve esta organización. Los trabajadores y perseguidos quedan desamparados, aunque por corto tiempo. Los sacerdotes de la Iglesia de la Liberación y otras instituciones, crean en 1976 la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH) (ahora alejada de la jerarquía de la Iglesia).
El «banzerato» allanó 31 templos, casas parroquiales, conventos, colegios y radio emisoras de la Iglesia; detuvo, torturó y/o desterró a 39 religiosos, monjas y sacerdotes. Jorge Masilla Torres, uno de los periodistas desterrados en esos años, recuerda que «en nombre de Dios y el cristianismo se agredió y reprimió como nunca a la iglesia progresista».
COMUNIÓN EN LA HUELGA DE MILES
En esa época, las acciones de defensa de los pobres y explotados son contundentes. A fines de 1977, la APDH dirige una masiva huelga de hambre, iniciada por cuatro mujeres mineras y sacerdotes tercermundistas (Luis Espinal y Xavier Albó) para arrancar de la dictadura del general Hugo Banzer el retorno de cientos de exiliados políticos, la liberación de los presos políticos y el retorno de la democracia.
El sacerdote Julio Tumiri, fundador de la APDH de Bolivia, cuenta en sus memorias que «este último punto no fue del agrado de Banzer. Por eso tardó alrededor de 17 días en responder el planteamiento, tiempo en el que nosotros mantuvimos una huelga de hambre, junto a más de mil personas».
La acción conmueve a todos. «La misma Iglesia adoptó una actitud, a través del monseñor Jorge Manrique, quien ordenó que todas las iglesias se cerraran para doblegar a Banzer», cuenta P. Tumiri. Por su dimensión, sus resultados y por la comunión entre sacerdotes y el pueblo atormentado, esta huelga es un hito en la historia boliviana y del continente.
Reconquistada la democracia, siempre asediada por brotes de golpes militares y violencia estatal, la Asamblea y la Iglesia de Liberación cobran más predicamento y autoridad. En 1979, el jesuita Luis Espinal funda el semanario «Aquí», de gran influencia entre los trabajadores, estudiantes y sectores de izquierda. Sus denuncias sobre los crímenes de la dictadura y sobre el peligro de mantener en la impunidad a quienes sembraron dolor y luto en el septenio banzerista son pagados con sangre. Espinal es asesinado cruelmente en marzo de 1980. (Recuadro 2)
A finales de los 70 y principios de los 80, Bolivia vive una profunda inestabilidad política y social. La democracia respira apenas en medio de golpes militares y sangrientas dictaduras que se suceden unas tras otras (Alberto Natusch, Luis García Meza). La muerte, la prisión y la tortura se tornan compañeras de ruta de los sacerdotes y laicos vinculados a los sectores laborales y de izquierda.
«Siempre he dicho que es un privilegio de Dios haber estado en la prisión, haber sufrido junto a los campesinos, obreros, políticos y muchos ciudadanos, haber estado al lado de todos ellos. Si bien sufrí, era un gozo de compromiso -de un sacerdote con el pueblo que sufre- participar en sus problemas».
Tumiri, recordado y admirado por su profundo compromiso con los pobres y preso en dos oportunidades por conciliar sus ideas con sus acciones, decía que «los derechos humanos están en el Evangelio. Tienen su raíz en él. Por eso cumplimos nuestro deber en la lucha por la defensa del hombre, de la dignidad humana. Quien viola los derechos del hombre, viola los derechos de Dios. Quien ultraja al hombre, está ultrajando a Cristo. Ese convencimiento me alentó para luchar por los derechos humanos».
EL DESENCANTO
Durante la breve pero sangrienta dictadura de Luis García Mesa (1980-1982) varias decenas de religiosos son apresados, confinados y torturados.
El relato de Iriarte describe que durante el banzerato «en todas las regiones del país hubo allanamientos de iglesias y de casas parroquiales, así como de conventos donde algunos perseguidos trataron de encontrar asilo y protección».
«La Nunciatura Apostólica sirvió de refugio a una veintena de sacerdotes y religiosas. La mayoría de ellos tuvieron que optar por salir al destierro al no poder obtener de los golpistas permiso de residencia en el país».
Las fuerzas represivas controlaban las iglesias fichando y apresando a los sacerdotes que se animaban a leer y a comentar la Carta Pastoral de los Obispos, que condenaba los excesos y crímenes del régimen de García Meza.
El horror se prolongó por dos años y la dictadura cayó ante la resistencia y presión de los sectores sociales. La democracia volvió a emerger en octubre de 1982.
En esta dramática etapa de dictaduras, según coinciden los sacerdotes Gregorio Iriarte, Guillermo Siles y otros que han sido actores de esta historia, la Iglesia de la Liberación en Bolivia se expande, profundiza y se fortalece, pero no avanza en la etapa democrática, que llega al país con la Unidad Democrática y Popular (UDP) y otros tres partidos de izquierda ligados a la Central Obrera Boliviana (COB).
Las ilusiones que despierta el fin de las dictaduras militares no duran mucho y la decepción es enorme cuando se constata que el nuevo régimen «es tan hambreador como el de los militares».
El agravamiento de la crisis económica, con niveles de hiperinflación nunca vistos en la historia boliviana, quiebran la fe de los bolivianos en la democracia.
El desaliento y la frustración se apoderan de los sindicatos y organizaciones populares. Muchos, olvidando los horrores militares, apoyan a los partidos de derecha y dan la victoria electoral a partidos con pasados dictatoriales.
En 1985, el neoliberalismo toma el control del país, que se impone con la represión militar y policial contra las fuerzas obreras.
La debilidad de los sindicatos, la confusión ideológica posterior a la caída del muro de Berlín, la frustración generada por la UDP y las derrotas sindicales generan un ambiente poco propicio para la labor de la Iglesia de la liberación, restringida a labores de denuncia y otras menores.
Los 17 años de neoliberalismo que vive Bolivia y de una democracia que solo favorece a los ricos y potentados, empujan otra vez al pueblo y a los sectores sociales a nuevas luchas por empleo, mejores salarios, dignidad y por la recuperación de los recursos naturales y la patria. La Iglesia de Liberación se empieza a revitalizar y vuelve a las calles con nuevos rostros y las demandas de siempre.
III .- UNA TEOLOGÍA DESDE LA OTREDAD
A la luz de la Teología de la Liberación, la Iglesia de Bolivia ha dejado un secular sometimiento al poder mundano arrastrado desde la Colonia. En las postrimerías del siglo XX se constituye en la Buena Nueva de mártires que lucharon por la liberación del país en tiempos de dictadura. Esa Iglesia marcha -aquí y ahora- junto al pueblo por dignificar la democracia y está empeñada en trabajar más el campo de humanidad/humildad.
La Iglesia de Liberación en Bolivia si bien ha avanzado en la lucha contra el sistema económico, patentizada en una oposición militante contra el modelo neoliberal, el ALCA y la deuda externa, no ha atacado con decisión otros aspectos, como el cultural y el social: la cuestión de la discriminación de género o el vía crucis de los migrantes, por ejemplo.
El caso de la migración es bíblico. Los migrantes se han constituido en la nueva Israel que -perseguida por los bancos y la renta- camina en medio del desierto de la desocupación y la miseria en busca de mejor destino.
Se calcula entre un millón y medio y dos millones la cantidad de bolivianos (500 mil de ellos indocumentados) que viven en Argentina. Vale decir que la cuarta parte de la población actual de Bolivia ha emigrado a ese territorio buscando mejores condiciones de vida.
La migración interna es igualmente descomunal. Miles de campesinos nor potosinos configuran actualmente los anillos de pobreza de las capitales de departamento bolivianas. Cuando se habla de los campesinos del norte de Potosí -el elemento más visible del crecimiento de la pobreza en Bolivia- resulta tentador asociar este fenómeno social, de reciente data, a una Teología desde la indianidad. Teología india que aun avanza a gatas.
José Luis Aguirre, director del Servicio de Capacitación en Radio y Televisión para el Desarrollo (SECRAD), dependiente de la Universidad Católica Boliviana, considera que no es precisamente una Teología desde la indianidad, sino desde la «otredad».
Es decir, que cualquier alteridad que se plantea en la sociedad necesita una nueva forma de hacer teología: la teología de la Liberación a la luz de los oprimidos, para decirlo sin ambages.
Quienes entretejen estas diferencias, ya mencionamos, son: mujeres, minusválidos, inmigrantes y otros componentes sociales marginados y marginales que conviven en un mismo tiempo y en una misma realidad, en un contexto dado.
NUEVOS PROTAGONISTAS
A propósito de estos estamentos sociales y los considerados tradicionales, se los ha visto retratados juntos -a partir del 6 de agosto de 2002- en el nuevo Parlamento boliviano, en una amalgamación de ternos y ponchos que sugieren diversidad y cambio. Pero, los portavoces de los pobres no pueden quedarse solamente como un elemento folclórico.
La diferencia no radica en que uno venga al Parlamento con poncho y el otro venga con terno, dice Aguirre. «La verdadera posibilidad de entendimiento y construcción democrática se da cuando los sectores enfrentados están dispuestos a escucharse mutuamente».
Hoy en el Parlamento boliviano, los excluidos de siempre, indígenas y campesinos tienen una fuerte presencia y mayores posibilidades de ser escuchados. La cuarta parte de los parlamentarios (41) son representantes del Movimiento Al Socialismo (MAS) y del Movimiento Indígena Pachacuti (MIP), dirigidos por dos importantes líderes campesinos. Uno de ellos, Evo Morales, disputó la presidencia de la República el pasado agosto.
La fuerte presencia campesina e indígena en el Congreso nacional marca el elevado y creciente nivel de organización y de conciencia de estos sectores, en los que la Iglesia de Liberación trabajó para reforzar su sentido de dignidad, de defensa de sus derechos y sus sueños de autodeterminación. Campesinos e indígenas están avanzando, aunque tienen todavía mucho por recorrer para lograr sus aspiraciones.
En este contexto, la participación de los laicos no tiene la relevancia deseada ni encuentra los espacios necesarios para dar a conocer sus puntos de vista, pese a que en los últimos años, a partir de la Teología de la Liberación, tanto en Bolivia como en América Latina, muchos de ellos se comprometieron incluso dando su vida, desde comunidades de base, desde movimientos guerrilleros, desde movimientos de liberación.
La actividad del movimiento laico en Bolivia está hoy muy dispersa. Adalid Contreras, ex secretario ejecutivo de la Unión Católica Latinoamericana de la Prensa, UCLAP (1998-2000), analiza que los laicos han perdido espacios propios de referencia, de reflexión y donde puedan proponer iniciativas y acciones.
«Con el cierre del periódico católico Presencia (1953-2001) yo creo que se pierde una referencia muy importante». Por lo que Aguirre considera importante recuperar estos espacios, tanto a nivel de comunidades eclesiales de base como a nivel profesional.
La mayor dificultad es que «los movimientos de los laicos están más ligados al funcionamiento de la Iglesia, a diferencia de otros países donde el mundo laico se mueve sin la Iglesia. En Bolivia hay una estrecha relación y la dinámica de la Iglesia marca mucho sus acciones».
NUEVOS CAMINOS Y NUEVOS DESAFÍOS
La presión social del pueblo y la participación de la Iglesia determinaron que Bolivia haya retornado a la democracia y los militares a sus cuarteles. Es un paso hacia la libertad.
En el presente escenario -democrático y neoliberal- en que de nuevo hay un silenciamento sistemático de la justicia, la verdad y la libertad, la Iglesia de Liberación en Bolivia tiene algunos retos inmediatos: un mayor trabajo pastoral con la mujer y una integración ecuménica sólida. Además, el teólogo José Subirats considera que se debe enaltecer la dignidad de las personas frente a la influencia idolátrica de la globalización.
Con estos planteamientos de la ‘Teología desde la otredad’ que propone Aguirre, habría que colegir que se debe plantear esta alternativa como un campo de exploración fértil para este nuevo siglo. Sobre todo por su novedad de mostrarse dispuesta a comprender las diferencias presentes en las culturas de América Latina.
De esta manera no pasarán desapercibidos por más tiempo trabajadoras del hogar, discapacitados, inmigrantes, vendedores callejeros, niños de la calle, samaritanas de la vida nocturna que, en resumen, constituyen el grupo social con el que Cristo convivía, en abierta confrontación al puritanismo y segregacionismo de fariseos, saduceos y maestros de la ley.
«Si evadimos esa nueva práctica de fe (la otredad) nos veremos huérfanos en herramientas. Tenemos que desarrollar una cultura de comprensión y de valoración de las diferencias, como una cualidad intrínseca de los sujetos. Si no cambiamos la noción de una teología absolutamente deductiva, vamos a seguir repitiendo una acción paternal que no asume las diferencias.
La otredad, entonces, comulga con la esperanza. Es una práctica teológica distinta en la que se debe asumir la diferencia. Diferencia no para amalgamar, sino más bien para «creer» que uno tiene derecho a pensar distinto, que tiene otro origen y, de súbito, otras prácticas y destinos y, sin embargo, podemos ser fraternos.
Periodistas: Alonso Contreras Baspineiro, Gabriel Tabera Soliz y Vania Solares Maymura de la agencia www.econoticiasbolivia.com, La Paz (Bolivia):
DE LA SACRISTÍA OTRA VEZ A LA CALLE
De la retórica a la praxis. De los testimonios de condena de la injusticia, de la pobreza y del pecado social, que lanzan de tanto en tanto los obispos bolivianos, la Iglesia vinculada con los que más sufren ha comenzado a agitarse. Otra vez.
Con pañuelos blancos, pancartas y cánticos de alabanza y protesta, la Iglesia de Liberación y los sectores sociales más pobres de Santa Cruz de la Sierra, la segunda ciudad más importante de Bolivia, volvieron a las calles clamando por empleos y en contra del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
La marcha de protesta del pasado 20 de octubre, convocada por la Iglesia, no contó con la participación de la jerarquía eclesial, pero sí estuvieron presentes las comunidades de base, sacerdotes, universitarios ligados a la Pastoral, el movimiento obrero católico y otras instituciones.
«Nosotros queremos que se enfrente el desempleo unidos con todas las fuerzas sociales, organizados de forma fraterna», dijo ante la prensa el sacerdote Simón Gutiérrez, miembro del comité organizador de la movilización que congregó a cerca de mil personas, en la primera acción organizada de protesta social que encabeza la Iglesia desde hace mucho tiempo.
El llamado de la Iglesia tuvo el eco esperado. «Estamos satisfechos porque los grupos que están son parte de un proceso de reflexión, de participación, están los que tenían que estar», explicó el responsable de prensa del Arzobispado de Santa Cruz, Marcial Chupinagua.
«Somos trabajadores aglutinados a través de la Iglesia que estamos diciéndole al pueblo que no nos dejemos engañar, ya está de buen tamaño que los políticos nos mientan, contra los políticos corruptos que no cumplen», apuntó Moisés Aguilera, miembro del movimiento obrero cristiano.
La protesta, como era de esperar, no gustó al presidente de la República, Gonzalo Sánchez de Lozada. Él cree que el ALCA traerá inversiones y empleo y no mayor pobreza y penurias para el pueblo, como sostienen la Iglesia y los sectores sociales.
EL EVANGELIO A PRUEBA DE BALAS
Nunca hubo en la ciudad de La Paz, la sede de gobierno, un entierro tan concurrido y multitudinario como el del 23 de marzo de 1980. Una procesión negra de miles se descolgaba de las laderas, otros se deslizaban de los cerros, hombres y mujeres de toda edad y condición social venían de las villas y de los barrios «bien». Lloraban los viejos, rezaban las señoras de abrigos finos y las de pollera que cargaban a sus «guaguas». Los jóvenes, roncos de tanto gritar, levantaban los puños, pancartas y banderas rojas. La Paz estaba llevando al cementerio a Luis Espinal Camps, sacerdote jesuita y mártir de la Iglesia boliviana de Liberación.
«Ha muerto el padrecito Espinal», «han asesinado a Lucho». La noticia corrió de boca en boca y una multitud fue a rescatar su mutilado y brutalmente torturado cuerpo, que había sido abandonado en las afueras de la ciudad pocas horas antes por un grupo de paramilitares, que meses después pasarían a degüello a cientos de bolivianos durante el golpe militar del dictador Luis García Meza.
«El evangelio vivido con autenticidad es incómodo y amenazante, sobre todo para los poderosos, los que valoran más a las cosas que a las personas. La noche del 22 de marzo, Lucho fue secuestrado, llevado en un jeep, torturado en un matadero por cuatro horas y finalmente asesinado con 14 balazos, los asesinos le marcaron a culatazos una cruz amoratada en el pecho», recuerda el también jesuita Alfonso Pedrajas.
Pero, ¿qué había hecho este sacerdote nacido cerca de Barcelona, España, en 1932, para merecer tanto odio? Desde su llegada a Bolivia (1968), Espinal «supo practicar el Evangelio a través de la denuncia y la acción profética de injusticias y violencia, las más evidentes y también las más solapadas, supo hacerlo con valentía sin falsas prudencias, estando inmerso en el pueblo que luchaba por sus derechos».
Lucho había fundado, junto a otros sacerdotes y laicos, la Asamblea Permanente de Derechos Humanos en 1976, en plena dictadura de Hugo Banzer. Con otras cuatro mujeres mineras y el sacerdote Xavier Albó protagonizó la huelga de hambre más espectacular de la historia boliviana. El ayuno de 17 días logró una amnistía para los presos políticos, el retorno de los exiliados y la posterior renuncia del Presidente de la República.
Recuperada la democracia (1978), Espinal funda en 1979 el semanario de izquierda «Aquí», que tiene una notable influencia y predicamento entre la población. La denuncia de los crímenes y negociados de la dictadura, las injusticias y el dolor del pueblo y la búsqueda de un mundo mejor para los de abajo marcan la agenda de la publicación, leída por jóvenes y viejos. «Aquí» despierta conciencias, interpela actitudes y fortalece el movimiento popular.
Las fuerzas reaccionarias, agazapadas en los cuarteles, se la tienen jurada y con cada nueva denuncia del semanario de Lucho, crece el odio y los deseos de venganza, que finalmente se consuman el fatídico 22 de marzo de 1980: Espinal tenía que pagar el precio de vivir el Evangelio de Liberación.
«Lucho nos deja el ejemplo de un amor auténtico a Cristo y, en sus propias palabras, de saber gastar la vida por los demás», dice Pedrajas. Un clavel rojo y un ramillete de retamas silvestres acompañan todos los días la tumba de Espinal en el cementerio central de La Paz. El pueblo no lo ha olvidado, su verbo encendido y su melena blanca siempre se cuelan cuando los de abajo claman por un pedazo más de pan, cuando se lucha por la dignidad y los derechos humanos. En las movilizaciones sociales, no falta casi nunca la misma pancarta de hace más de 20 años: «Lucho vive, la lucha sigue».