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La impunidad viste uniforme

Fuentes: Rebelión/Revista Sudestada

En setiembre de 2009, los cuerpos de Jonathan Lezcano y Ezequiel Blanco aparecieron tras dos meses de búsqueda. La forma fue perversa: uno estaba enterrado como NN en el cementerio de Chacarita y otro en la Morgue Judicial. Un policía federal declaró que tuvo que matarlos «en legítima defensa» y el juez dictó su sobreseimiento […]


En setiembre de 2009, los cuerpos de Jonathan Lezcano y Ezequiel Blanco aparecieron tras dos meses de búsqueda. La forma fue perversa: uno estaba enterrado como NN en el cementerio de Chacarita y otro en la Morgue Judicial. Un policía federal declaró que tuvo que matarlos «en legítima defensa» y el juez dictó su sobreseimiento sin siquiera conocerle la cara. Aún hay más: una causa armada a la mamá de Lezcano. Tres años después, un fallo de Casación devolvió la esperanza a las familias, en un caso que revela nuevamente la oscura telaraña entre el poder judicial y policial.

1. Habían pasado más de dos meses. Angélica Urquiza levantó el teléfono y llamó al juzgado. Quizá había alguna novedad.

En un principio, Angélica no tenía sospechas. Pero sí estaba preocupada, porque Jonathan era muy pendiente de su madre. Siempre avisaba dónde estaba, mandaba un mensaje de texto o la llamaba. No podía ser que aún no hubiera regresado, ni siquiera su hermanita sabía nada.

Jonathan hacia más de dos meses que estaba desaparecido. Angélica buscó por su barrio, la villa 20 de Lugano, pero nada. También fue a comisarías y hospitales, y tampoco obtuvo información. Solamente sabía que estaba con Ezequiel, un amigo de su barrio, porque su hermana también lo estaba buscando. El 14 de setiembre de 2009, luego de llamar al juzgado 49, Angélica obtuvo la primera respuesta concreta tras dos meses de preguntas.

-Aparecieron los chicos -le dijeron.

-¿Están detenidos? -preguntó la mamá de Jonathan.

Nunca imaginó la respuesta.

-No, uno está fallecido y otro hay que reconocerlo.

***

En la Morgue Judicial y en el Juzgado 49 no escatimaron en delicadeza. Angélica recibió simplemente un papelito, sin más ni menos, que le avisaba por dónde tenía que retirar. Si la noticia previa no había sido demasiado, aún faltaba algo más: Jonathan Kiki Lezcano, su hijo, había sido enterrado como NN en el Cementerio de Chacarita. Su amigo, Ezequiel Blanco, que había desaparecido el mismo día que él, era el «fallecido»; pero aún no había sido inhumado.

2. En un principio, Angélica no tenía sospechas. Pero a medida que el tiempo se alejaba del 8 de julio, día de las desapariciones, el recelo creció cara a cara con la incertidumbre. Y los recuerdos aparecieron.

Jonathan, o Kiki, había sido golpeado brutalmente por efectivos de la Brigada de Investigaciones de la Comisaría 52ª, en enero de 2009. Lo acusaban de querer robar en la zona donde operaban los narcos del barrio. Angélica pedía por favor que se detuvieran y lo llevaran si era culpable, pero que no le pegaran más. La cara de su hijo era sangre. Días después, Angélica fue al Juzgado 30: quería saber por qué le habían hecho eso a Jonathan. A partir de la denuncia, el hostigamiento se intensificó.

Un día antes de su desaparición, Kiki estaba en uno de los pasillos de la villa 20 con Ezequiel Blanco, cuando dos oficiales de la 52ª llegaron en una moto. Uno estaba uniformado y otro, de civil, era Mario Indio Chávez. Angélica sabe que el Indio quería que Jonathan robara para él. En el pasillo, mientras el uniformado le sacaba fotos, Chávez le advirtió:

-Mirá, Kiki. Yo te salvé una vez, dos no. Voy a hacer tu sombra.

Al día siguiente, Jonathan salió de su casa, perfumado. Dijo que iba a verse con una chica.

Nunca volvió.

3. Jonathan tenía 17 años y jugaba muy bien al fútbol. Era hincha de Boca y había hecho inferiores en el club Xeneize, en Chicago y en Huracán, pero no tuvo suerte y terminó jugando para el equipo del barrio. Conocía a Ezequiel de chico y hacía un tiempo que jugaban a la pelota juntos. Ezequiel se había ido de Villa Lugano de niño, y volvió en su adolescencia. Era más grande que Kiki: tenía 25 años.

Durante el período de búsqueda, Angélica escuchó toda clase de comentarios: que estaba en la 1-11-14 y que también lo habían visto en el Elefante Blanco, en Ciudad Oculta, consumido por el paco. Jonathan había tenido problemas de adicción y había estado en un instituto de menores. Angélica sabía que era imposible que hubieran visto a su hijo en esas condiciones, porque el paco había quedado atrás.

La 52ª también le decía que no se preocupara, que ya iba a volver y que no estaban en la «década del 70» como para desaparecer a alguien. Y menos un pibe, la tranquilizaban.

6. Abril, 2011. Los policías de la 52ª la reconocieron instantáneamente.

-Uh, esta negra… Te vamos a enseñar a no hacer denuncias, ya vas a ver.

Era de noche cuando Angélica escuchó disturbios. Salió a la calle y observó la escena: dos policías intentaban detener, a los golpes, a tres chicas y dos pibes. Ella preguntó qué estaba pasando, y también ligó. Estaba en pijama y ojotas, pero la subieron arriba del patrullero. Poco antes de llegar a la comisaría, la bajaron y comenzaron a pegarle. No sólo la trataron como a un pibe más de Villa Lugano, sino que también les importó muy poco quién era.

Estaba desesperada. Su cabeza chocó contra el cordón cuando los policías la tiraron al suelo. Uno de ellos apoyó su rodilla en la espalda de Angélica y le dobló el brazo derecho hacia atrás. Intentó gritar y pedir ayuda, pero el oficial la concilió dulcemente: apretó su arteria carótida con tres dedos y la inmovilizó. Quiso liberarse, pero no se podía mover. Recién procedieron a leerle sus derechos cuando una pequeña multitud exigió que pararan de pegarle.

La encerraron en un calabozo. Tenía frío, estaba descalza y por seis horas los oficiales le negaron la medicación que estaba tomando. Solamente entraban para sacarle fotos y le decían que se iría cuando el médico legista llegara. La celda era fría y parecía una parcela enajenada del tiempo real. Un joven oficial entró y rompió el silencio.

-¿Se acuerda de mí?

Angélica lo miró, pero no contestó. Cómo olvidarlo: era el joven que le había tomado la denuncia de la desaparición de Jonathan. Le dio su pésame. Ella seguía sin contestar.

-No, señora, lo siento enserio. Lo siento mucho, no sé por qué la trajeron acá.

Las palabras brotaron de Angélica:

-Mirá, yo te voy a decir una cosa: a mí no me asusta estar en este calabozo, con esta mugre y todo lo que tenés acá. ¿A mí sabés lo que me asusta? Que cada mañana me tenga que levantar y mi hijo no esté. Eso es lo que me asusta en cada momento que lo busco.

-¿Pero usted se acuerda que yo le tomé la denuncia? Quiero que me acepte el pésame.

-No, no sé que decirte…

El tono del joven cambió:

-Yo le voy a decir una cosa. Mire que de la 52ª no fueron. Fijate bien a quién le vas a romper el culo, porque nosotros no fuimos.

Y se marchó. Angélica quedó sola, otra vez.

***

No hace falta decir que se trató de una causa armada. Angélica se enteraría, más tarde, que había llegado a la comisaría 52ª por «robo automotor en banda». Es decir, la culpaban de secuestrar un vehículo en compañía de otras personas. No sólo eso: los oficiales encontraron al «damnificado».

Angélica, entonces, salió para el reconocimiento. La víctima del robo no lo podía creer. Dijo:

-¿Usted está loco? ¡Yo nunca denuncié que hubo una mujer! Eran dos pibes y de corta edad, no una señora.

Sin embargo, Angélica tenía que ser imputada por algo. Y lo fue: «favorecimiento de evasión». En resumen, la madre del adolescente enterrado como NN, había pasado de presenciar un abuso policial a robar un coche, para después favorecer la huida de los jóvenes golpeados por los efectivos. Y también la acusaron de romper el radio del móvil.

Angélica, finalmente, fue sobreseída unos meses después, pero no deja de llamar la atención la rapidez de la indagatoria. Para una mujer que hace dos años estaba luchando por saber qué ocurrió con su hijo, la situación fue una burla perversa.

7. A pesar de la participación protagónica de la 52°, el lugar señalado como responsable por lo ocurrido fue otro.

El 14 de agosto, un mes antes de la aparición de los cuerpos, el oficial Daniel Santiago Veyga, de la División Operaciones Urbanas de Contención y Actividades en Espectáculos Deportivos de la Policía Federal de la comisaría 12ª, presentó una declaración por escrito al Juzgado de Instrucción N° 49, a cargo del juez Fernando Cubas. Allí, Veyga confesó haber matado a dos jóvenes «en legítima defensa», el 8 de julio. Según el oficial, ellos quisieron robarle el auto a la salida de su domicilio, alrededor de las 15:00, e intentaron matarlo cuando descubrieron que era un policía. Veyga declaró que escuchó el martillo del arma del sujeto que estaba a su lado, por lo que quiso arrebatársela. Pero temiendo por su «integridad física», sacó su «arma reglamentaria» y disparó: primero al que estaba a su lado, después al que tenía detrás.

Para el juez Cubas, el escrito bastó, no había dudas. No tenía por qué llamarlo a indagatoria.

***

Los cuerpos aparecieron el 14 de setiembre, dos meses después de sus desapariciones, con las respectivas denuncias efectuadas y sin que ninguna autoridad, juez o fiscal notificara sobre la situación de los jóvenes. Un dato oscurece aún más el lienzo: Ezequiel Blanco había sido identificado el 13 de julio, cinco días después de su desaparición y un día posterior a la denuncia de su hermana, Elizabeth. Es decir, dos meses antes de la aparición de su cuerpo, ya se sabía quién era.

«No es lo que lo identifican en Catamarca. La 12ª tiene una jurisdicción que está al lado de la 52ª. ¿Me vas a decir que no pudieron hacer un entrecruzamiento y determinar dónde estaba el cuerpo de Ezequiel Blanco? Imposible», destaca Adriano Agreda, abogado de la causa.

¿Y Kiki? «Si Kiki desaparece con Blanco porque estaba con él, lo primero que ha de suponerse es que el que estaba con Blanco, es Kiki -razona el otro abogado, Juan Manuel Combi-. Es fácil: desaparecen dos chicos, hay una familia que denuncia y dicen que los dos desaparecieron en una fecha, que es la misma de la denuncia de la aparición de dos chicos muertos en la misma jurisdicción. Lo mínimo que tiene que hacer la Justicia es confrontar esos datos. Eso es una burla a la gente humilde, que muchas veces ni llega a denunciar. Si esto llegó, es porque los familiares se movieron».

La negligencia se mezcla con impunidad y es imposible distinguirla. Luego de las denuncias, los datos que no se chequearon, la aparición de los cuerpos y un largo peregrinar de los abogados y familiares para que fueran tomados como parte de la causa, el juez Cubas tenía otro golpe para asestar: sobre la declaración escrita de Veyga, que la hizo sin ser sometido a indagatoria, el juez tomó como verídico todo lo relatado y decretó su sobreseimiento el mismo día (28 de setiembre) que los familiares se presentaron ante el juzgado para saber qué les había sucedido a sus hijos. La sala VII de la Cámara de Apelaciones lo confirmó. No había otra razón para el sobreseimiento más que lo declarado por Veyga sin estar ante la presencia de ninguna autoridad.

Sin embargo, la Cámara de Casación dictó, en diciembre pasado, un fallo que revocaba el sobreseimiento, apartaba a Cubas y a los camaristas Mauro Divito, Rodolfo Pociello Argerich y Juan Cicciaro, que habían convalidado lo actuado por el juez. El fallo de los jueces de la Sala IV de Casación, Gustavo Hornos y Mariano Borinsky, era claro: no consideraba probada la legítima defensa esgrimida por Veyga.

Por su parte, a través de un despacho, la Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, Alicia Pierini, sintetizó los incumplimientos del magistrado:

  • No hay coincidencia de los relatos respecto de cómo fue la mecánica el hecho.

  • (Veyga) no declaró en sede judicial ni se le tomó indagatoria; y no se acredita que las víctimas (Lezcano y Blanco) estuvieran armadas.

  • Habiendo contradicciones, no se ordenó ninguna medida de prueba.

  • No se esperó ni reclamó pericia balística (ni pericias dactiloscópicas sobre las presuntas armas).

  • No se apartó a la PFA para intervenir en la escena del crimen.

  • No se intentó localizar a los familiares de las víctimas ni se les permitió actuar como querellantes (y cuando aceptó el ingreso, dictó el sobreseimiento).

Cubas, si bien continúa al frente del Juzgado 49, está al borde de un juicio político. La causa recayó en el Jugado 24, a cargo de Ramón Padilla, y tomó un nuevo envión: efectuó allanamientos a la comisaría 12ª y los peritajes, con muchas trabas burocráticas, están comenzando de a poco.

A todos los elementos oscuros que posibilitaron y facilitaron la impunidad, falta uno más.

8. El video es tan precario como aterrador. La cámara recorre una camioneta y muestra a dos jóvenes adentro. Uno está muerto y el otro todavía respira. Era Kiki. Moriría tiempo después, arriba de una ambulancia del SAME.

-¿Qué pasa, putito? ¿Por qué no arrancás, la concha de tu madre? -dice uno de los presentes, mientras mostraba el rostro de Jonathan. En la escena hay, al menos, cuatro personas, presuntamente policías.

El otro joven es Ezequiel. Está desplomado en el asiento trasero. La cámara enfoca un revólver que tiene sobre sus pies. Vale la pena repetir: no está certificado que los jóvenes estuvieran armados ni cómo sucedieron los hechos, más allá del escrito de Veyga, que declaró sin estar delante del juez ni ser interpelado por nadie más que por él mismo. Además, el informe pericial balístico que los jueces de Casación citan en el fallo, establece que el revólver calibre 32 en cuestión estaba inutilizado para ser martillado. Por lo que no resulta determinante que tanto Veyga como la División Balística de la P.F.A informaran que «dicha arma hubiera sido martillada».

El video apareció tras la denegación al pedido de los abogados de ser querellantes, a fines de octubre de 2009. Llegó a través de un legislador porteño. La explicación: un pibe de 15 años roba el celular de un policía, que mágicamente contiene esa grabación. «El video ayuda a demostrar la perversidad y cuál es el nivel de bajeza de los policías, que no tiene límites», refleja Agreda.

Lo concreto: la bala que mató a Kiki entró por detrás de su oreja derecha y salió por su sien izquierda, con una trayectoria de atrás para adelante. Blanco tuvo un tiro en la frente, que salió por la nuca. Según Veyga, los disparos fueron tres. Falta determinar con exactitud un disparo. Cuando se realice la pericia balística para reconstruir cómo Veyga mató a Lezcano y Blanco, el video podría ser concluyente sobre la disposición de los cuerpos y establecer la dinámica del hecho.

9. -¿Expectativas? Que paguen. Que llegue el juicio y vayan todos presos. Kiki y Ezequiel fueron víctimas de éstos que se creyeron dueños de la vida, de cortarle todos los sueños, de hacer lo que quisieran. ¿Sabés qué?, siempre pienso en ellos. Y este Santiago debe tener hijos, o debe abrazar sus hijos, y yo digo: «en algún momento del día, se tiene que acordar de la cara de mi hijo». Este juez, que ni siquiera me dio una participación, en algún momento del día se le tiene que aparecer la carita de mi hijo.

Angélica habla. Firme, serena y coherente. Afuera, los chiquilines del barrio ya comenzaron a jugar con algunas y algunos integrantes de la Agrupación Kiki Lezcano. Era la hora del apoyo escolar.

-Esas son las expectativas. No de venganza ni que se mueran, sino que paguen por lo que hicieron. Porque a mí no me van a devolver a mi hijo por más que tengan las mejores de las condenas. No van a hacer que el dolor que yo siento de no ver nunca más a mi hijo sea menos, pero si que no lo van a hacer nunca más.

Los chiquilines juegan. Angélica los mira y sonríe. Sabe que no está sola.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.