Hace poco escuché, en un noticiero nocturno de la televisión, que según una encuesta realizada por la firma Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), el 72 por ciento de los mexicanos está convencido de que los intereses extranjeros no tienen ninguna influencia en el proceso electoral que está en marcha. El conductor del noticiero estaba exultante […]
Hace poco escuché, en un noticiero nocturno de la televisión, que según una encuesta realizada por la firma Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), el 72 por ciento de los mexicanos está convencido de que los intereses extranjeros no tienen ninguna influencia en el proceso electoral que está en marcha. El conductor del noticiero estaba exultante con el resultado: elogió la contundencia del dato y la importancia de su significado, detalló los requisitos técnicos de la encuesta para recalcar su confiabilidad e ironizó, brevemente, sobre quienes opinan lo contrario y se muestran preocupados por la vulnerabilidad del electorado nacional ante las sofisticadas maniobras subliminales de la publicidad nacional y mundial.
Sin embargo, por poco que se sepa de encuestas y por poco acostumbrado que se esté a la reflexión crítica sobre lo que dicen los medios, no es difícil caer en cuenta de que, aun aceptando la exactitud y el resultado del ejercicio de que hablo, es un claro abuso lógico presentarlo como prueba irrefutable (matemática, vale decir) de que, en efecto, no ha habido y no hay injerencia externa en la vida política nacional. En otras palabras: del hecho de que 72 por ciento de los mexicanos la niegue, no se sigue que sea verdad irrebatible que tal injerencia no existe en la realidad, y eso por dos argumentos elementales. Primero, porque la naturaleza misma del problema no admite una solución «democrática», no es algo que pueda resolverse por votación; requiere, por el contrario, una investigación exhaustiva y rigurosa, hecha por especialistas que garanticen la validez de su desempeño; segundo, porque la opinión de ese 72 por ciento admite otras explicaciones, distintas y más probables que la que pretende dársele, por ejemplo, la aplastante desinformación de la masa gracias a esos mismos medios que hoy tratan de convertirla en juez infalible de un tema que desconoce, por no ser de su competencia. La encuesta tiene validez política, utilidad política, porque prueba que no hay peligro de resistencia activa de los votantes a la manipulación subliminal de que son objeto, pero no valor de demostración lógica rigurosa, como quiere el conductor del noticiero de marras.
En cambio, hay hechos del dominio público que apuntan claramente en sentido contrario. Cito sólo tres de los más relevantes. Primero, los encendidos elogios de Christine Lagarde, la recién estrenada directora del Fondo Monetario Internacional, a la conducción económica del país llevada a cabo por el presidente Felipe Calderón. Según ella, gracias a tal manejo, marchamos sobre rieles, los riesgos de una crisis son mínimos y los mexicanos podemos dormir tranquilos respecto a nuestro futuro inmediato. Segundo, el reclamo de un congresista estadounidense al responsable de la seguridad nacional de su país, por la escasa vigilancia del proceso electoral mexicano, misma que no le ha permitido darse cuenta que uno de los precandidatos no está dispuesto a continuar la guerra total contra el narcotráfico iniciada por el presidente Calderón. A pregunta expresa de un reportero, se negó a revelar el nombre del acusado. Tercero, la influyente calificadora inglesa, Goldman Sachs, acaba de «pronosticar» que, para el año 2020, es decir dentro de escasos ocho años, México será la séptima economía más poderosa del mundo. Esos son los hechos. Ahora, ¿cómo hay que interpretarlos?
En primer lugar, hay que ver el momento en que se producen estas «desinteresadas» declaraciones. Para quien no se chupe el dedo, resulta punto menos que imposible que se trate de meras coincidencias, pues todo mundo sabe que personajes e instituciones de la talla de los que cito, no dejan nada a la casualidad, a la improvisación, sino que cuidan siempre hasta el último detalle de lo que hacen y dicen, y es claro que los tiempos políticos no son nunca, ni con mucho, un detalle mínimo para nadie. Por tanto, hay que concluir que el momento escogido fue perfectamente calculado para conseguir su objetivo. En segundo lugar, hay que tener en cuenta la naturaleza de los temas que abordaron: la economía y la guerra contra el narcotráfico. Ambos factores forman, juntos o separados, el talón de Aquiles de la actual administración, los asuntos que más pegan a la gran mayoría popular generando en ella, por razón natural, un resentimiento que seguramente aflorará a la hora de emitir su voto. Esos son, por tanto, los puntos que demandan un poderoso refuerzo, un apuntalamiento como el que se trasluce en los pronunciamientos que cito. En tercer lugar, hay que hacerse un juicio objetivo sobre la validez o veracidad de lo declarado.
Sobre esto último, creo necesario decir algo más. Christine Lagarde se equivoca porque sólo ve uno de los lados del problema, aquél que se refiere a la estabilidad del modelo y a los indicadores que la miden, pero, en cambio, nada dice del desempleo, los bajos salarios, el costo de la canasta básica, la mala educación, la pésima atención a la salud y los demás servicios básicos, es decir, de lo que más le interesa a la gran mayoría que decidirá con su voto la elección que viene. La acusación del legislador norteamericano no merece mayor análisis, pues al negarse a identificar al precandidato de que habla, deja claro que se trata de una grosera injerencia en el proceso electoral mexicano, valiéndose de una intriga de muy baja factura. Finalmente, el «pronóstico» de Goldman Sachs es una vacilada por el lado que se le vea. En ocho años, ¿los mexicanos habremos acabado con los 60 u 80 millones de pobres que tenemos? ¿Habremos acabado con la corrupción, el narcotráfico, la desnutrición infantil, la pésima educación pública, la mala atención de la salud del pueblo mexicano? ¿Habremos alimentado y educado mejor a nuestros obreros y nuestras Pymes habrán ganado a China la batalla por el mercado mundial (y el nacional), que es una de las causas de que el modelo esté haciendo agua? Y si nada de esto se logra y, aun así, se da el milagro de convertirnos en la séptima economía del mundo, ¿de qué serviría eso al pueblo de México? Ya ahora somos la número 14 y los beneficios de ello no se ven por ninguna parte. La conclusión es inevitable: la injerencia de poderosos intereses económicos en nuestro proceso electoral es una realidad innegable y, contra eso, no pueden nada las encuestas, por bien hechas que estén, ni mucho menos el abuso lógico que se pretende hacer de sus resultados. ¿En favor de quién apuestan los injerencistas? Eso se lo dejo a mis escasos pero despejados lectores, seguro de que sabrán hallar la verdad.
Aquiles Córdova Morán. Secretario General del Movimiento Antorchista Nacional
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