Si la integración de la América morena no se basa en sus recursos estratégicos continuará reducida a discursos huecos. ¿Acaso la Unión Europea no comenzó con los acuerdos sobre el hierro y el carbón? Veamos el curso de nuestra integración en biodiversidad, petróleo y minería. El gobierno brasileño transfirió el jueves pasado 67.4 millones de […]
Si la integración de la América morena no se basa en sus recursos estratégicos continuará reducida a discursos huecos. ¿Acaso la Unión Europea no comenzó con los acuerdos sobre el hierro y el carbón? Veamos el curso de nuestra integración en biodiversidad, petróleo y minería. El gobierno brasileño transfirió el jueves pasado 67.4 millones de hectáreas (un área del tamaño de Noruega y Alemania juntas) a manos privadas en la Amazonía. Así legalizó la ocupación de latifundios en tierras estatales, anteriormente ocupadas por indígenas nativos. Cada propietario, individual o jurídico, recibirá 1.500 hectáreas, las que podrá enajenarlas al cabo de tres años.
Con esta medida, Lula venderá más etanol a EEUU. Los grandes ganaderos ampliarán sus mercados de carne y cueros para los supermercados británicos y Brasilia seguirá siendo socio de compañías depredadoras del medio ambiente como Bertin, JBS y Marfrig, así como de empresas que exhiben conocidas marcas internacionales como Adidas, Clarks, Niké y Timberland. En semanas previas, Lula afirmó que ningún país tiene un interés mayor en reducir el impacto del calentamiento global que Brasil y que por eso está interesado en preservar «nuestro futuro común».
Evo Morales, al condenar similar política de Alan García, aseguró que defenderá la vida más allá de las fronteras de Bolivia. Sin embargo, nadie le escuchó criticar a Lula. Demandar que los países amazónicos (Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Surinam y Guyana) coordinen sus políticas es un murmullo inaudible. La Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) es tan inútil como el MERCOSUR, la CAN o el ALBA. Las pocas iniciativas visionarias, como el Banco del Sur, mueren de inanición prenatal.
En hidrocarburos, la descoordinación entre Bolivia y Argentina hizo perder el rumbo a la nacionalización boliviana. Los 1.500 millones de dólares ofrecidos por Néstor Kirchner para desarrollar los mega campos de Tarija nunca llegaron. Ambos países prefieren tener sus reservas monetarias en Bancos de Europa y EEUU. Petrobrás se asoció a Repsol para estafar a YPFB e impide que las empresas estatales de Bolivia, Argentina y Ecuador proyecten su propia expansión. Venezuela, después de otorgar valioso soporte a esa nacionalización, terminó de liquidarla al arrebatar a YPFB el mercado argentino del gas. Las petroleras foráneas sonríen después de cada discurso «bolivariano».
La francesa Suez, al tener plantas termoeléctricas ociosas en el norte de Chile, impide que YPFB venda termoelectricidad a empresas mineras de esa región. Prefiere que estas importen el contaminante carbón de Indonesia. El tratado argentino-chileno de minería, de 1997, es un modelo de despojo de las riquezas mineras de ambos países. Para encubrir esta tragedia, el euro centrismo alienta la soberbia oligárquica chilena; tolera que los Kirchner recuperen una línea aérea y fondos de jubilación de manos privadas, a costa de no interferir en los negocios mineros y petroleros.
El gobierno boliviano podría entregar el litio a la francesa «Bolloré». El asesor Manuel Morales Olivera dice que YPFB se preocupa prioritariamente del mercado interno y de la industrialización, pero Bolivia incrementa la importación de diesel, gasolina y GLP, en tanto se sigue exportando gas sin que una sola molécula tenga valor agregado. En lugar de contar con una siderurgia, Bolivia sólo será proveedora de mineral de hierro para las acerías brasileñas. Entre tanto, se trabaja arduamente en la elaboración de estatutos autonómicos para 36 «naciones» indígenas, tan disgregadores como los aprobados por oligarquías separatistas de la «Media Luna».