Marcharon a paso rápido las 20mil bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que se juntaron en la tarde del 8 de octubre en San Cristóbal de Las Casas (Chiapas). Se formaron en las afueras de la ciudad, bajo un cielo azul manchado de nubes que amenazaban temporal, y se encaminaron en […]
Marcharon a paso rápido las 20mil bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que se juntaron en la tarde del 8 de octubre en San Cristóbal de Las Casas (Chiapas). Se formaron en las afueras de la ciudad, bajo un cielo azul manchado de nubes que amenazaban temporal, y se encaminaron en largas hilas ordenadas hacia el centro de la ciudad. El largo río de zapatistas se movió fluido y silencioso, el único ruido que se escuchaba eran los pasos de sus zapatos y botas. Llevaban pancartas que decían «su rabia también es la nuestra», «su dolor es nuestro dolor», «no están sol@s».
El mensaje era para los estudiantes de Ayotzinapa (estado de Guerrero) y para las familias que el pasado 26 de septiembre han visto matar o desaparecer a sus hijos, mientras que se trasladaban en autobús, por mano de unos policías municipales coludidos con el cartel del narcotráfico Guerreros Unidos. A dos semanas de los hechos se contabilizan 6 muertos y 43 desaparecidos. Juan César Mondragón, que se encontraba en el autobús con sus compañeros de estudio, fue desollado y su cráneo ensangrentado quedó en el asfalto.
«En Ayotzinapa se expresa el estado como el engarce entre los poderes oficiales y los poderes criminales que disputan el control político, que llevan a considerar que esta es una forma de disciplinamiento social. Hemos llegado a un punto de deshumanización», ha afirmado Dolores González Saravia, directora de Servicio y Asesoría para la Paz (SerAPaz), durante la presentación del informe 2013-2014 del chiapaneco Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas (FrayBa).
La escalofriante historia de estos jóvenes y la indignación frente a la corrupción de la policía y de las instituciones mexicanas despertó a numerosas muestras de solidaridad. El 8 de octubre pasado más de 60 ciudades alrededor de México y del mundo contestaron a la convocatoria de movilización. Se han organizado marchas, cierres viales, plantones y bloqueos a oficinas del gobierno.
En Chipalcingo, capital del estado de Guerrero, se movilizaron unos 50mil estudiantes, maestros y gente de las sociedad civil, mientras que los policías comunitarios de la Unión de Pueblos Organizados de Guerrero (UPOEG) organizaban una búsqueda independiente de los 43 estudiantes. En la Ciudad de México 15mil personas se sumaron a la marcha encabezada por los familiares de los chicos desaparecidos, al mismo tiempo que en Barcelona, Nueva York, Montreal y Buenos Aires se enseñaron las fotos de los jóvenes, se habló de sus historias personales, se pidió su aparición con vida y el castigo para los responsables de los crímenes.
«Las instituciones no van a hacer justicia, siendo que toda la cadena de mando está corrupta, pero pedir la aparición con vida de los estudiantes es una forma de presión para que los saquen si saben donde están. Sin embargo esta no es justicia completa, porque de todos modos su reaparición no repararía el daño incalculable que padecieron los estudiantes y sus familias», opina un adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona que participó en la movilización en San Cristóbal de Las Casas, y que prefirió quedarse anónimo. «Lo que el gobierno quiere conseguir con una agresión como la de Ayotzinapa es justo asustarnos, y frente al horror que cometió lo mínimo que podemos hacer es salir a la calle a manifestar, en lugar de quedarnos paralizados por el miedo. Lo que pasó en Ayotzinapa es un crimen de estado. No se trata de un grupo de policías coludidos con el narco, sino de un entero sistema».
En San Cristóbal de Las Casas los adherentes a la Sexta se juntaron a la marcha de estudiantes, docentes, familias enteras y organizaciones de la sociedad civil, que organizaron dos distintas movilizaciones que confluyeron en la plaza de la catedral.
El recorrido del EZLN, que en aquella plaza vivió momentos muy importantes de su historia, la atravesó sin parar. Los zapatistas marcharon en silencio como durante la movilización del 21 diciembre 2013 y la de mayo 2011, cuando la organización indígena contestó a otra convocatoria en solidaridad con las victimas de la violencia de estado, lanzada por el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Entonces los zapatistas se sumaron a las marchas nacionales en contra de la guerra a los carteles criminales impulsada por el ex presidente Felipe Calderón. La cruzada antinarcotráfico del gobierno mexicano, más que disminuir el peso del crimen organizado en el país, causó unos 100mil muertos y 30mil desaparecidos, poniendo las bases a la «colombianización» de México. Hoy el país ahoga en un caldo donde flotan instituciones corruptas, carteles del narco y grupos paramilitares; el base de apoyo del EZLN Galeano, asesinado por grupos de corte paramilitar el 2 de mayo pasado, es una de sus victimas.
La mayoría de los zapatistas que marcharon el 8 de octubre eran jóvenes, como los estudiantes de Ayotzinapa. Los turistas que paseaban ignaros en las calles del centro de la ciudad colonial quedaban a boca abierta viendo pasar el inesperado desfile. La gente de San Cristóbal de Las Casas -una ciudad históricamente conservadora- se asomaba de las tiendas y restaurantes para ver y fotografiar la larga marcha de indígenas encapuchados. Nadie hablaba, algunos bisbisaban en voz baja. Una señora afuera de un hotel aplaudía, y los ojos de algunos zapatistas le sonreían atrás del pasamontaña.