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La masacre de Mazocoba

Fuentes: Rebelión

Las fértiles tierras del valle del Yaqui atrajeron la codicia de los españoles, durante la Colonia, y de los oligarcas mexicanos, en la etapa nacional. Con la utilización de los métodos de la expropiación violenta, el genocidio, el destierro y la esclavización de la tribu yaqui, intentaron, y en parte lograron, apoderarse de partes de […]

Las fértiles tierras del valle del Yaqui atrajeron la codicia de los españoles, durante la Colonia, y de los oligarcas mexicanos, en la etapa nacional. Con la utilización de los métodos de la expropiación violenta, el genocidio, el destierro y la esclavización de la tribu yaqui, intentaron, y en parte lograron, apoderarse de partes de ese rico territorio; pero se encontraron con una decidida resistencia armada de los yaquis en defensa de su territorio, su autogobierno y su identidad étnica. La tribu se levantó en armas, organizó sus propias tropas e impulsó la lucha guerrillera contra el ejército y los latifundistas y compañías extranjeras que se apropiaban de sus tierras.

Como un claro elemento distintivo en el movimiento indígena mexicano en la frontera de los siglos XIX y XX, de las filas yaquis surgieron caudillos políticos y militares de gran arrastre de masas, con excelentes dotes de organizadores y duchos en la conducción de combatientes decididos y valerosos, como José María Leyva Cajeme, Juan Maldonado Waswechia Tetabiate y Pablo Ruiz Opodepe.

En la guerra del Yaqui, que se desarrolló a fines del siglo XIX y principios del XX, abundaron batallas, matanzas, robos de los represores, venta de indios que eran explotados en Yucatán, Campeche y Oaxaca, violaciones de mujeres por parte de la soldadesca porfiriana, negociaciones y tratados, todos ellos violados por la oligarquía gobernante. El régimen porfirista impuso el terror, y los yaquis, combatientes, civiles, mujeres, niños y ancianos, fueron objeto de asesinatos en masa, cazados como enemigos extranjeros y los hombres en edad laboral vendidos como esclavos a los hacendados en el Sur y el Sureste del país. Estos crímenes se fundamentaban en la idea positivista del orden y progreso, que, supuestamente, eliminaba a los indios para romper con el atraso, la barbarie y el salvajismo, «modernizar» al país y llevar la «civilización» a todas partes. Tales hechos forman parte de las grandes vergüenzas nacionales de nuestra historia.

De acuerdo con un estudioso italiano: «Así, a partir de los últimos años del ochocientos, y por toda la primera parte del novecientos, los yaquis fueron transferidos, exiliados, deportados, alejados, expulsados, a varias partes del México centro-meridional. Valle Nacional, Campeche y Yucatán fueron las destinaciones principales. Normalmente, se los conducía al puerto de Guaymas y se los embarcaba hasta al de San Blas, una travesía de alrededor de cuatro o cinco días. De ahí, se los llevaba a pie por una de las sierras más ásperas de todo México, de San Blas a Tepic, y de ahí hasta San Marcos, alrededor de quince o veinte días de viaje. De ahí, se los conducía en el Ferrocarril Central Mexicano hasta Ciudad de México, en donde a unos se los enviaba a Oaxaca, mientras que a otros, en el Ferrocarril Interoceánico, a Veracruz. Estos últimos, embarcados en naves de carga de la Compañía Nacional, desembarcaban en el puerto de Progreso después de dos o cinco días de travesía, para ser entregados a los destinatarios. Un largo viaje, doloroso y generalmente sin retorno. ‘Amasados como cabras’, hablan los testimonios de los deportados. ‘Obsequiados con ropa y alimentos’, referían al contrario algunos periódicos de la época.

«Así, el traslado forzado de los indígenas a Yucatán se volvió un rentable ‘negocio’, en el cual confluyeron los intereses y los beneficios económicos de políticos, militares, funcionarios e inversionistas. Un ‘negocio’ que no se terminaría ‘hasta que no se hubiera ganado el último centavo'». (1)

En el conjunto de acciones armadas de la guerra del Yaqui, la más trágica y de más graves consecuencias para la resistencia de la etnia fue la masacre del 18 de enero de 1900 en Mazocoba, montañas del Bacatete, Sonora. Una partida guerrillera fue localizada por tres columnas del ejército federal en dichas montañas y los combatientes yaquis se concentraron en el cañón de Mazocoba, desenvolviéndose el combate durante todo el día. El 21 de febrero, el general Luis E. Torres informaba sobre esa batalla: «Las pérdidas del enemigo fueron más de 400 muertos, sin contar los que se precipitaron al fondo de los barrancos, que fueron muchos.

«Entre los cadáveres del enemigo se identificó, fuera de toda duda, el del cabecilla Pablo Ruiz (a) Opodepe, a quien los rebeldes reconocían como jefe supremo, y que fue sin duda el alma de la rebelión.

«Además se hicieron como 1000 prisioneros mujeres y niños, la gran mayoría de los cuales murió en el camino de Mazocoba al Tetacombiate; otros se extraviaron y el resto, 834, queda a la disposición de Ud. en el cuartel de las Guásimas». (2)

Para un plumífero racista al servicio de la dictadura porfirista: «Combate del Mazocoba. El 18 de enero de 1900, será siempre una fecha memorable y gloriosa para las tropas que combatían en el Yaqui a los indios rebeldes. Y para éstos una fecha fatídica, que señala la más tremenda y desastrosa derrota de su tribu». (3)

El 7 de febrero, Bernardo Reyes, secretario de Guerra y Marina, felicitó al General en Jefe de la I Zona Militar por el combate de Mazocoba con las siguientes palabras: «…el presidente de la República ha visto con agrado el valor, pericia y eficacia que demostraron las fuerzas, así como la buena dirección y acertadas disposiciones tomadas por dicho jefe, tanto en las operaciones preliminares, como durante el combate, lo cual se servirá Ud. mandar publicar por la orden general para satisfacción de los jefes, oficiales y tropas que concurrieron al asalto». (4)

Con alegría, el 16 de septiembre, Porfirio Díaz informaba acerca de las campañas contra los yaquis y los mayas, señalando sobre los primeros: «En la región del Yaqui se ha redoblado, por medio de disposiciones diversas, la actividad de la campaña que se prosigue sobre los indios rebeldes. El resultado ha sido que el enemigo, agobiado, ya no presente acción a nuestras fuerzas, limitándose a huir de ellas. Así, pues, más o menos dificultosa por los terrenos quebrados o montuosos en que se verifica». (5)

Un energúmeno escribía acerca de la caza del yanqui: «Persiguiendo tenazmente al bandido tostado, no dándole punto de reposo a sus ya fatigadas aunque encallecidas plantas; seleccionándolo hoy de la hacienda y mañana del rancho; ahuyentándolo al día siguiente de la encrucijada sombría y al otro de la alta montaña, y al descender al extenso valle o a la empinada colina, hambriento quizá, abrazado por la sed, desgarradas las vestiduras y las carnes desgarradas, volviéndolo a batir y a perseguir para que, sólo por el instinto de conservación, infernalmente alimentado por su injustificado y maldito odio al blanco, vuelva a las tristes grietas de la montaña y a las sombrías crestas de la sierra, despavorido y desesperado a echarse como fiera salvaje que arroja por las fauces espumarajos de fatiga y de impotente odio». (6)

El 1 de abril de 1901, Porfirio Díaz volvió a informar sobre la campaña del Yaqui: «Después de mi último informe, no ha ocurrido novedad notable en la campaña del Yaqui, limitándose ésta a una persecución más o menos difícil de los rebeldes, por el abrigo que les presta el quebrado terreno de la comarca. Pocos son ya los que huyen por las cordilleras y se les persigue sin descanso. (7)

Aunque el 16 de septiembre de 1901 Porfirio Díaz volvió a informar sobre la guerra del Yaqui, afirmando que ésta estaba concluida, lo cierto es que continuaron los levantamientos armados y años después los más avanzados miembros de la tribu se incorporaron a las fuerzas del Partido Liberal mexicano, que encabezaba Ricardo Flores Magón, y a las tropas constitucionalistas bajo el mando del Manco de Celaya. Al no cumplir Venustiano Carranza, Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles la promesa de entregarles sus tierras, en el período del caudillismo revolucionario se produjeron nuevas rebeliones. No había pacificación, pese a la propaganda oficial.

Sería con el gobierno del general Lázaro Cárdenas cuando se diera solución a las demandas centrales de los indios yaquis, o como indica una autora: «Corresponde al presidente Lázaro Cárdenas la iniciativa de dar a los yaquis un estatus en la sociedad mexicana. Sin entrar en detalles, señalemos simplemente que la mayor parte de las reivindicaciones yaquis fueron satisfechas, en cuanto a su territorio (ciertamente reducido en relación con lo que ellos consideraban ser su territorio ancestral), en cuanto a su autonomía política y religiosa. Incluso un lazo directo que no dejará de ser reafirmado, será establecido entre el Presidente de la República y los gobernantes indígenas». (8)

Cuando nos acercamos a los 115 años de la matanza de Mazocoba es justo resaltar los grandes logros étnicos, sociales y políticos, los avances organizativos y el desarrollo ascendente del movimiento de los pueblos originarios en América Latina, con sus organizaciones representativas al frente, como la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas, la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana, el Congreso Nacional Indígena (México), la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica, la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia, la Coordinadora Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería del Perú, la Coordinadora Nacional Indígena y Campesina (Guatemala) y otras asociaciones de masas que enfrentan, desde México hasta Chile y Argentina, a los monopolios petroleros, gasíferos, mineros, ganaderos, agrícolas y madereros, al imperialismo norteamericano que amenaza con apropiarse, «internacionalizar» dice, de enormes áreas verdes, y a las oligarquías locales con sus ejércitos, grupos paramilitares y guardias blancas. El trecho recorrido es grande… y lo que aún falta.

Notas

(1) Ermanno Abbondanza, «Cuestión yaqui versus cuestión yori: la otra cara del proceso de nation-building. Noroeste mexicano (1890-1909)», en Revista de Sociología y Antropología (Virajes), de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Caldas, Manizales, Colombia, núm. 10, enero-diciembre de 2008, pp. 238-239.

(2) Fortunato Hernández, Las razas indígenas de Sonora y la guerra del Yaqui, México, Ed. J. de Elizalde, 1902, p. 174.

(3) Manuel Balbás, La guerra del Yaqui, citado por Orlando Ortiz (pról. y sel.), La violencia en México, México, Ed. Diógenes, 1971, p. 192.

(4) F. Hernández, Las razas…, p. 176.

(5) «El general Díaz, el 16 de septiembre de 1900 al abrir el 20º Congreso de la Unión, el primer período del primer año de sus sesiones», Los presidentes de México ante la nación, t. II, México, Impr. de la C. de Dip., 1966, p. 594.

(6) Federico García y Alva (ed.), Álbum-directorio del estado de Sonora, Hermosillo, A. B. Monteverde, 1905-1907, citado por Ermanno Abbondanza, «La cuestión yaqui en el segundo porfiriato, 1890-1909. Una revisión de la historia oficial», en Signos históricos, UAM Iztapalapa, núm. 19, enero-junio de 2008, pp. 110-111.

(7) «El general Díaz, el 1º de abril de 1901, al abrir el 20º Congreso de la Unión el segundo período de sus sesiones», Los presidentes…, t. II, p. 608.

(8) Cécile Gouy-Gilbert, «Los yaquis de Sonora: aculturación y resistencia», en La Palabra y el Hombre, Xalapa, núm. 56, octubre-diciembre de 1985, p. 26.

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