Falsas promesas, los presidentes sembraron el caos. Para la OCDE, país desigual, pobre y con pocas alternativas.
«Por sus frutos los conoceréis» (Mateo: 7.16). Implica al Estado; es decir, culpables, traidores o vendepatrias. Se trata de los últimos seis presidentes: Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña. Sus respectivos gabinetes, funcionarios de las secretarías de Estado, y los otros poderes reales (legislativo y judicial, fuerzas armadas, e tutti quanti), y los fácticos o grupos de presión económica, asociaciones de empresarios, los partidos políticos, sindicatos, etcétera.
La mediocridad es de las políticas públicas aplicadas sexenio tras sexenio, durante más de ¡30 años! ya. En cuatro vertientes: 1) de quien las crea; 2) de quienes las adoptan; 3) de quienes las operan; 4) de quienes las padecen. Resulta que los planes de gobierno -México es un caso típico, ejemplar-, llamados «sexenales» o «nacionales de desarrollo»: como si fuesen elaborados por extraterrestres o para países distintos.
O lo que es lo mismo, no hay continuidad en las metas y las formas de alcanzarlos; las políticas resultan a contentillo del presidente en turno conforme a la visión de cada quién, o el llamado «estilo personal de gobernar». Lo peor es que ni siquiera esto último, porque el origen de los problemas apuntan más allá.
Es decir, que las directrices o grandes líneas de las cuales se derivan las políticas públicas de México, devienen como si se crearan en el exterior. Desde la sede del vecino del norte en Washington, los Estados Unidos de América, o en su caso las oficinas del Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM).
A simple vista pareciera como si la oleada neoliberal que iniciaran los presidentes Ronald Reagan y Margaret Thatcher (en sus países y luego contra el mundo, a beneficio de los representantes del sistema corporativo mundial y en última instancia del sistema financiero global), hubiesen tomado por sorpresa a los gobernantes mexicanos (De la Madrid y Salinas). Pero no. De la Madrid, fue el primero en suscribir acuerdos con el FMI en materia de políticas restrictivas (de control de salarios) y de privatización de empresas públicas para enfrentar pagos de deuda externa, en 1983.
Las políticas creadas en Washington, sede del FMI y el BM, siguiendo los principios monetaristas de Milton Friedman o de liberalización y desregulación económica, como métodos de solución de las crisis a la inversa de Keynes, fueron adoptadas en México como en otros países por sus gobiernos, los mencionados para un periodo de más de tres décadas. Luego Salinas suscribió el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) para llevar al país al «primer mundo». Falsas promesas de los gobernantes.
Ambos presidentes sabían lo que hacían: entregar buena parte de las riquezas a los amigos o muy cercanos grandes empresarios, al mismo tiempo que a manos extranjeras -inversión engañosa, como los llamados capitales golondrinos puesto que al final de cuentas buscan los mayores beneficios y nunca resolver algo del país al que se transfieren; van siempre por el más alto rendimiento o usufructuar con altas tasas de ganancia-, y con ello hipotecar la soberanía nacional a dichos intereses foráneos, en el sentido que buena parte de las decisiones comenzarían a tomarse desde el exterior. Desde Washington. Y así ha sido desde entonces, presidentes fieles a las exigencias de vender el país.
Porque esos han sido los resultados de la liberalización, privatización, apertura al exterior -la desregulación se quedó en el tintero para los empresarios locales-, de las políticas neoliberales. Primero por la firma con el sector financiero gringo (BM/FMI), luego la soga al cuello con el TLCAN, seguido de los compromisos con el Consenso de Washington, porque se sumó el Tesoro norteamericano. Así, la presunta diversificación de México con el exterior -la bola de tratados comerciales firmados; al menos 11 tratados con 46 países en total-, han servido para muy poco porque el otro extremo de los grilletes del país está en la Casa Blanca.
El ingreso de México a la OCDE en marzo de 1994, igualmente lo gestionó Salinas, cuando había privatizado la mayoría (casi 1000) de las empresas importantes del Estado. Las privatizaciones se hicieron con toda la alevosía y ventaja de gozar de la información PRIvilegiada, por y para beneficiar a unos pocos. Así destaca la venta de empresas otrora públicas, pertenecientes al Estado, como: Telmex, Calmex, Anagsa, Dina, FFCC, Banamex, Multibanco Comermex, Serfin; todos los bancos de la época, algunas carreteras de cuota, Fertimex, fábrica de carros de ferrocarril, los aeropuertos, entre otras. Con prestanombres, en muchos casos, como se rumora de Carlos Slim con Teléfonos de México, Salinas se enriqueció.
El tema viene a cuento precisamente porque en su último informe sobre México, la OCDE concluye que, comparado con otras naciones «los resultados son mediocres en áreas como: educación, seguridad, reducción de la pobreza y calidad del empleo». Con caída generalizada de los ingresos de los hogares desde 2008. El informe mide el bienestar usando 12 rublos como: ingresos, empleo, vivienda, salud, acceso a servicios, educación, participación cívica y gobernanza, medio ambiente, seguridad, conciliación entre vida laboral y personal, relaciones sociales y satisfacción vital.
Se observa una caída generalizada de los ingresos de los hogares, sobre todo desde 2008, no obstante en todo el país -unos más, otros menos- ha aumentado la desigualdad. Los datos, cualquiera que se analice, abundan siempre en las mismas disparidades. Es una muestra, una pizca del saldo neoliberal, aplicado por gobernantes «mediocres», entreguistas y vendepatrias. En tanto la misma OCDE, presidida por cierto por uno de los entusiastas mexicanos, antes flamante integrante del gabinete de Zedillo, José Ángel Gurría, supone siempre arreglárselas para hablar «bien» de México, puesto que es un funcionario de esos que tiene mucho que aclarar a los mexicanos.
Las promesas neoliberales convertidas en «alta traición a la patria», uno de los pocos delitos por los que la Constitución mexicana puede juzgar a un Presidente. Por eso tanta impunidad -presidentes intocables- porque no hay fincamiento de responsabilidades. El entreguismo, está tanto en los candados como en todos los hilos que tiene tendidos, como telaraña, Washington en México. País del que siempre sacan las multinacionales sus riquezas. ¡Y que no aparezca alguna propuesta alternativa, porque es tachada de populismo, como si fuera peor a lo que la gente padece!
Súmese a lo anterior, los altos índices de inseguridad por la violencia. Léase lo que acontece diariamente por causales del narcotráfico (herencia calderonista), ese boyante negocio también controlado desde afuera, porque las monumentales ganancias no podrían estar siempre en manos de los capos. La mafia tiene forma piramidal, foránea primero, local después. Un México que no avanza: retrocede, entre la desigualdad y la inestabilidad, incluida su seguridad nacional (también dañada con la firma de los llamados candados, tratados comerciales). Las redes, tendidas desde el exterior.
@sal_briceo
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