Tener una «experiencia», lo dijo Dewey hace mucho tiempo, conlleva dolor. Pero, una experiencia no es un mero «experimentar» o «padecer», sino que es acción (porque tiene proyección al futuro) y acción transformadora. Y, además, para convertirse en una auténtica experiencia, debe dar origen a experiencias cognoscitivas. Es decir que debe ser una experiencia capaz, […]
Tener una «experiencia», lo dijo Dewey hace mucho tiempo, conlleva dolor. Pero, una experiencia no es un mero «experimentar» o «padecer», sino que es acción (porque tiene proyección al futuro) y acción transformadora. Y, además, para convertirse en una auténtica experiencia, debe dar origen a experiencias cognoscitivas. Es decir que debe ser una experiencia capaz, no sólo de experimentar, sino de pensarla y formularla, esto es, ser consciente. Por eso afirma este autor que el pensamiento y la práctica deben ir de la mano. La verdadera función del pensamiento es resolver las situaciones problemáticas o indeterminadas, transformando el entorno y al ser humano mismo. El pensar es una forma deliberada y consciente de reorganizar la experiencia . Entonces, necesitamos confrontarnos con algo «diferente», con una situación problemática (crisis de la experiencia), algo que nos interpele, nos oprima o nos vivifique, para poder arrancar en el proceso, para poder «pensar».
Leyendo los artículos sobre la nueva clase media de origen popular de las que habla el vicepresidente Álvaro García, y su relación con la clase media tradicional, hubo una idea que me asaltó en relación con un posible proceso de homogeneización, es decir, que la negatividad del otro (clase media popular experimentada como «el otro arribista que me quita mi espacio») conviva con una tendencia, que podría ser exitosa, de generar la positividad de lo igual. Así el vicepresidente afirma:
» Pero, a la vez, sus nuevas condiciones de vida, sus aspiraciones de reconocimiento y sus nuevas expectativas, parecidas a las de la clase media tradicional, la pueden llevar a inclinarse por la irradiación conservadora de la clase media descendente»
Mucho se está analizando últimamente el tema de la «proliferación de lo igual» (Han 2017) en las sociedades actuales y de cómo cada vez nuestro horizonte de experiencias (que necesitan de lo diferente, del otro distinto) se estrecha más y más. Sin duda alguna, la interconexión digital tiene mucho que ver en ello.
Pero antes de entrar a desarrollar este tema conviene recordar, en relación con esta nueva clase media popular, que el dinero «es un mal transmisor de identidad», pero también es cierto que la sensación de seguridad y tranquilidad que proporciona y que todos buscamos puede reemplazarla.
Veamos tres de las principales características de esta clase media popular que señala en su artículo:
«[…] estos «recién llegados» que entran a los antiguos colegios de élite, que alquilan casas en las zonas residenciales y que hacen negocios globalizados, tienen muchísimas mayores influencias en el Estado, que administra el 40% de la riqueza de Bolivia, que las clases media tradicionales; lo que no solo está obligando a estas últimas a compartir el espacio de clase media, sino, incluso, a perder el mando y la predominancia dentro de esa clase media».
Otra característica de esta nueva clase media popular según A. García es que:
«[…] ya no milita en ningún movimiento social territorial, pelea por una cultura de distinción y su modo de unificación política es una incógnita»
Y a todo ello añade finalmente:
«Pero, además, hay un cambio tecnológico que está complejizando y acelerando el perfil e inclinaciones sociales de las clases medias: el internet. Si bien es un soporte tecnológico de comunicación, como lo es la televisión, la radio o la imprenta, es el primer soporte adecuado a la individuación desterritorializada propia de las clases medias».
Entonces tenemos un posible rediseño de identidades (¿colectivas?) que tiene como base: capacidad adquisitiva y de consumo y vínculo con el Estado, por un lado, una individualidad desterritorializada que quiere reconocimiento y distinción, por otro, y, finalmente, la inmersión en la interconexión digital que, como veremos, en la mayoría de los casos, nos aboca a la proliferación de lo igual. Sinceramente, dudo mucho que con todos estos elementos podamos hablar de un rediseño de identidades «colectivas» sino más bien de una sociedad cada vez más amorfa.
Comenzando por la capacidad adquisitiva y su correspondiente capacidad de consumo. Las diferencias iniciales (de origen) de esta nueva clase media popular se pueden tornar en diferencias de consumo, comercializables. Tenemos, por lo tanto, individuos que expresan su singularidad a través del consumo. Los lenguajes que eran inconmensurables o incomparables (¿Cómo comparar una experiencia que proviene de vínculos sindicales-comunales con la vida de la clase media acomodada tradicional? ¿Existe una medida común para ambas?) se convertirán en diferencias conformes al sistema, es decir, consumibles y que derivan en una diversidad que se puede explotar.
Decíamos al comienzo de este artículo que «pensar» es reorganizar la experiencia y que para poder tener experiencias es necesario el encuentro con el otro o lo otro distinto que nos interpela o nos oprime o nos vivifique. El problema es que el mundo digital no favorece el encuentro con el otro diferente sirve más bien para encontrar personas iguales que piensan igual y entre las que se produce la mayoría de las veces un intercambio de complacencias (Han, 2017). Pero, además, se generan canales exclusivos de comunicación entre iguales generados a través de la configuración de perfiles determinados, que los otros (que no entran en ese perfil) desconocen, y que les proporcionan información exclusiva que ignoran mutuamente. Nos volvemos ciegos ante los otros y al final, no sabemos bien cómo han llegado a pensar como piensan y podemos terminar creyendo que eso que piensan sólo está en sus cabezas…
El dolor, ese elemento clave de la experiencia, está totalmente desterrado del mundo de conexión digital (parece que el otro no tiene preocupaciones o dolores), y cómo crecemos y maduramos como personas sino es a través de las crisis y de los conflictos… Por eso las emociones (las famosas endorfinas y la sensación de placer que nos da comprobar, por ejemplo, que ha aumentado nuestro número de seguidores en Facebook) son tan importantes en este medio, porque en realidad, el uso de la razón, pensar, lo que se dice pensar, tal y como lo estamos explicando, es una operación que definitivamente necesita de otros elementos. Por ello, como señala A. García : «[…] es propenso a la manipulación para gatillar los temores, ignorancias y emociones más primitivas para alcanzar un objetivo político». Es, en definitiva, la «psicopolítica neoliberal de la vivencia o de la emoción» (Han 2014)
El espacio político debe ser un espacio de encuentro, de relaciones, no de meras conexiones, no de un simple intercambio de información. Un espacio donde nos encontramos con los otros y las otras, donde miramos y nos miran, hablamos y nos escuchamos, percibimos las diferencias que nos interpelan, los dolores que nos cuestionan, y que nos ayudan a ir más allá de nosotros mismos. Y las identidades políticas se construyen, precisamente, cuando este encuentro se deriva del hecho de que nos identifiquemos con un proyecto y queramos luchar por él.
Por todo ello, la combinación señalada de tales características de esta nueva clase media popular (poder adquisitivo y de consumo, vínculo económico con el Estado, desterritorialización y mundo digital) puede conllevar una tendencia conservadora que se traduzca en una ciudadanía reproductora del sistema. Otro problema de la interconexión digital es que la comunicación no se vuelve «comunicativa» sino «acumulativa» y la acumulación (de información, de datos) no sirve para elaborar una narración. ¿Y qué es el yo sino una narración que elaboramos a partir de la experiencia? ¿Qué tipo de narrativa elaborará esta nueva clase media si, por un lado, existe el rechazo de la clase media tradicional y, por otro, la falta de interacción e identificación con un proyecto de convivencia?
¿Será signo de crecimiento el que exista esta nueva clase media que se acumula a la tradicional? Sí a partir de un determinado momento la producción se vuelve cada vez menos productiva, y la información cada vez más deformadora y las interacciones den paso a meras conexiones donde no nos estemos realmente comunicando… El régimen neoliberal en todo su esplendor.
¿Y qué efectos puede tener todo ello en la democracia real? Es decir, en la democracia como «forma de vida» (Dewey), en la cultura de talante vital y democrático y en la práctica cotidiana. Conviene que nos preguntemos: ¿Cuáles son las costumbres, normas, actitudes, sentimientos y aspiraciones de la vida de esta nueva clase media popular? ¿Se enmarcará todo ello en una cultura de talante vital y democrático del que pueda alimentarse la democracia política?
Desde este planteamiento, esta cultura de talante vital y democrático se basa, precisamente, en la ampliación de la experiencia.
Comparada con otras formas de vida, la democracia es la única manera de vivir que cree genuinamente en el proceso de experiencia como un fin y como medio […] Porque toda forma de vida que fracase en su democracia limita los contactos, los intercambios, las comunicaciones, las interacciones, por las cuales la experiencia resulta ampliada, al tiempo que se expande y enriquece. (Bernstein, 2010, p.223)
Un proyecto revolucionario pretende imprimir una dirección particular a la transformación social, en el caso de Bolivia, hablamos de una revolución democrática y cultural, pero toda sociedad como sistema auto-organizativo que es, será difícilmente predecible en cuanto a su desarrollo. Ahora, no olvidemos que el deseo de revolución está incrustado en todo pensamiento crítico (Ibáñez) y por ello, es fundamental abocarse a la tarea de alimentar la experiencia y el deseo activo de cambiar la realidad social en la que vivimos.
Itxaso Arias es investigadora social
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