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El sociólogo Ricardo Sidicaro evalúa los cambios en el sistema de partidos luego del triunfo de Cristina Kirchner en las presidenciales

«La oposición tiene en la cabeza una sociedad que ya no existe»

Fuentes: Revista Debate

Doctor en Sociología en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y profesor de la Universidad de Buenos Aires, Ricardo Sidicaro ha investigado con rigurosidad las transformaciones del sistema político y de las estructuras e identidades partidarias en la Argentina de las últimas décadas. Así lo muestran sus libros Los tres peronismos: […]

Doctor en Sociología en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y profesor de la Universidad de Buenos Aires, Ricardo Sidicaro ha investigado con rigurosidad las transformaciones del sistema político y de las estructuras e identidades partidarias en la Argentina de las últimas décadas. Así lo muestran sus libros Los tres peronismos: Estado y poder económico y La crisis del Estado y los actores políticos y socioeconómicos en la Argentina 1989-2001.

En la entrevista con Debate, realizada en un aula del Instituto Gino Germani de la UBA, Sidicaro examina los intentos de recomposición de los partidos políticos luego de la crisis de 2001 y la predominancia del peronismo. También caracteriza el 54 por ciento de adhesiones obtenidas por Cristina Kirchner en las elecciones del 23 de octubre y evalúa los desafíos que deberán enfrentar tanto el justicialismo como los partidos de la oposición en los próximos cuatro años.

¿Qué redefiniciones sobre el sistema de partidos pueden generar los resultados de la elección presidencial?

En la Argentina de 2001 se derrumbó lo que habíamos conocido como sistema de partidos en la etapa precedente. Pero el sistema tenía mucho de artificial desde hacía varias décadas, y en gran parte había sido una construcción voluntarista de los analistas. El año 2001 cerró una etapa y desestructuró el campo político. Quedó sincerado lo que ya se vislumbraba: que los partidos ya estaban prácticamente fragmentados, provincializados, con sus ideas fundadoras totalmente en crisis.

¿Por qué ocurrió ese fenómeno?

No se trata de algo que pasó como un rayo en un campo tranquilo. Después de Carlos Menem, el peronismo era una experiencia complicada. Y el radicalismo, al hacerse cargo del modelo de la convertibilidad, terminó de salirse de su historia. En realidad, se expresó en público lo que ya se decía en privado desde hacía mucho tiempo: que en la dirigencia política no se podía confiar, y que los partidos no existían como entidades de alcance nacional. Aunque existían y siguen existiendo como partidos provinciales, porque las realidades provinciales son más representativas que las nacionales.

¿Por qué se da ese proceso?

Con la globalización, retrocede la importancia del Estado-nación en el mundo entero. En Europa se da por la vía de la Unión Europea, pero en otros países porque las potestades nacionales abdican o retroceden frente a poderosos actores globalizados, que condicionan la economía, la cultura y la educación. Con una larga crisis del Estado, el proceso de globalización creó muchísimos más disloques en el caso argentino. Primero, con la dictadura. Y luego, con el menemismo, que prácticamente fue una renuncia a la existencia del Estado, por la vía de la renuncia del signo monetario, que es el extremo de subordinación a los capitales financieros internacionales. A eso debe sumarse la fragmentación que representaron las catorce cuasimonedas provinciales.

¿Cuáles son las razones de esa «provincialización» de los partidos?

Ese cierre sobre los intereses provinciales por parte de los partidos fue más evidente en el caso de los peronistas, que no tenían una estructura partidaria nacional desde hacía mucho tiempo, por distintas causas. Pero después también se hizo evidente que los radicales también eran una «federación de partidos provinciales», que era el modo con el que Néstor Kirchner se refería al peronismo. Esos partidos siguen existiendo, tienen jefes reconocidos y una buena conexión con la sociedad. No hubo 2001 en la gran mayoría de las provincias, sino que fue con respecto al sistema político nacional, porque casi no aparecieron jefes nuevos en las provincias. Aparecieron después algunos nuevos dirigentes con el kirchnerismo, pero no hubo una gran transformación.

¿El peronismo pudo recomponerse con mayor rapidez a través del surgimiento del kirchnerismo?

El kirchnerismo es una entidad política distinta al peronismo, se conforma con una fracción contestataria del peronismo, que está muy bien expresada por Néstor Kirchner, pero que uno no podría decir que es lo mismo. No hay una definición que exprese con claridad cómo es el vínculo entre el grupo kirchnerista y los peronistas. No es una coalición ni una alianza. En todo caso, podría decirse que es un acuerdo en el cual los partidos provinciales entran -como lo hicieron durante el menemismo-, pero aceptando que tienen que establecer una relación determinada con el gobierno central, que maneja capacidades económicas y orienta políticas de alcance nacional. Entonces, tenemos dos entidades bien distintas, y cuesta mucho decir cómo ha penetrado el kirchnerismo en las provincias.

¿En qué sentido?

Las ideas asociadas a Néstor y Cristina Kirchner penetran en las provincias y se podría decir que Agustín Rossi, por ejemplo, es un dirigente claramente kirchnerista; pero en otras provincias cuesta mucho encontrar esos exponentes. Entonces, hay un acompañamiento de los partidos provinciales al proyecto presidencial que se cristaliza en la transferencia de votos. De hecho, allí donde los partidos peronistas no responden al gobierno central, Cristina tiene menos votos, como en el caso de la provincia de San Luis. El peronismo es una fuerza política que tiene más o menos entre el 40 y el 45 por ciento de sufragios, que se ha estabilizado históricamente desde 1983. Y ese porcentaje se amplió, en el caso de Menem, a través de un acuerdo con los electores de sensibilidad de centroderecha.

¿Qué pasó en estas últimas elecciones con ese 45 por ciento?

El quince por ciento de la sensibilidad peronista fue a manos de Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá. El otro treinta, de Cristina. Si la Presidenta obtuvo el 54 por ciento, se debe a que sumó un electorado independiente.

¿Qué características tiene ese electorado «no peronista» que suma el kirchnerismo?

Es muy difícil determinarlo, porque no hay estudios al respecto, pero no caben dudas de que hay varios componentes. Con seguridad, tiene una vertiente progresista, que es difícil de contabilizar. Martín Sabbatella tuvo un seis por ciento en la provincia de Buenos Aires, aunque no se transfirió automáticamente a Cristina, aunque iban en la misma boleta, porque cuando se explican los votos de Hermes Binner, también se dice que una parte de quienes votaron a Sabbatella fueron al FAP. Pero el kirchnerismo tocó mucho la sensibilidad de centroizquierda que está en la plaza pública. Pero también hay otra sensibilidad que acerca, que es la gente que queda disponible en 2001 porque se aleja del radicalismo, y queda expectante. Son electorados fluctuantes. Por otra parte, diría que no fue desdeñable la adición de una especie de centroderecha, que es el voto por la gobernabilidad. Pero son personas que votan por la gobernabilidad y después compran dólares porque dudan de la gobernabilidad.

¿Hay, entonces, en el caso de Cristina, un voto que suma todo?

Es un voto que se corresponde a la actual época de la modernidad. Hoy cuesta mucho decir que hay un voto de «sectores sociales». En todo caso, hay un voto de individuos, que pueden venir de tradiciones, como la peronista, pero son votos fluctuantes, y pueden ser el 34 por ciento en 2009 y el 54 en 2011. Es decir, son votos que no están atados a los partidos ni a las constricciones propias de pertenecer a un sector social. De hecho, el voto peronista en general se va debilitando más en su intensidad emocional que en su cantidad.

¿Por qué se da ese declive?

El sufragio peronista se comunicaba por dos vías principales: el sindicalismo y la familia. Debilitado el mundo del trabajo, se debilita el imaginario del peronismo. Y la época actual está marcada por el debilitamiento de la autoridad familiar. En esta época de la modernidad, los sujetos tienen varias ideas al mismo tiempo, no tienen una identidad política fija. Ese debilitamiento de la política lo sintetizo desde hace mucho tiempo con el llamado «Menem móvil», que mostraba que el colectivo tenía que ir a buscar a la gente a los barrios porque el pueblo ya no iba más a la plaza. En esas condiciones, los partidos se convierten en estructuras personalistas, con un jefe que agita un programa que en realidad es él mismo. Y eso fue lo que pasó de forma muy clara en estas últimas elecciones, y fue más claro aun para la oposición.

¿Por qué se hizo más evidente con los candidatos de la oposición?

En agosto les brindaron la posibilidad de empezar a crear un partido y participar en las primarias. Pero en vez de dirimir las disputas internas en las primarias, hicieron una competencia personalista. Fue como un experimento a cielo abierto. Si los radicales hubiesen llevado a competir al vicepresidente Julio Cobos, a Ernesto Sanz y a Ricardo Alfonsín, habrían sacado muchos votos. Pero prefirieron no hacer internas, porque evidentemente no creen que hagan falta partidos. Y los peronistas federales hicieron lo mismo. ¡Tenían cinco jefes y cada uno tomó su propio camino! Alguno se fue a la casa, otro con Alfonsín.

Al comienzo de la entrevista se refirió a las dificultades para definir el acuerdo que se da entre los peronismos provinciales y el kirchnerismo. ¿Qué puede suceder con esa alianza en los próximos cuatro años, teniendo en cuenta que Cristina no tiene posibilidades de ser reelecta?

Néstor Kirchner había construido un modelo político de veinte años, que tenía como base la alternancia matrimonial. A quienes son muy sensibles a las instituciones no les gustaba ese modelo, pero no era inconstitucional, porque a nivel nacional no hay cláusula de consanguinidad ni de matrimonio. Ahora, es muy difícil pensar cómo sigue este modelo. El peronismo tiene unos cuantos candidatos presidenciales. Ese problema ya se planteó con la discusión sobre quién podía ser el vicepresidente, y Cristina encontró una solución eligiendo a Amado Boudou como su vice.

¿Por qué Boudou fue una solución con respecto a esa puja?

En algún punto es un extrapolítico. Y así postergó la cuestión. La forma de gobernar de Cristina puede orientarse en dos sentidos distintos: o se resquebraja el acuerdo con algunos de los peronismos provinciales, y el kirchnerismo crea su propio partido. Entonces, la sucesión podría pensarse dentro de ese partido kirchnerista. Pero si la orientación se dirige más, como ha anunciado Cristina en sus últimos discursos, hacia la conciliación nacional, entonces habrá más posibilidades de que alguno de los peronismos provinciales pueda sintonizar con ese discurso. Aunque los peronismos provinciales no son todos iguales, y la lucha entre ellos va a ser muy grande. Pero hay una idea que quizás sea falsa si se pierde de vista cómo es la composición del electorado kirchnerista.

¿Por qué?

Ese electorado independiente del que hablábamos, esos votantes progresistas, o el electorado de la gobernabilidad, en general rechazan a los dirigentes peronistas. De hecho, el atractivo que tiene Cristina Fernández -y que tenía Kirchner- es que no se parece a la imagen -no digo a la realidad- que buena parte de este electorado independiente que apoya al kirchnerismo tiene de los peronistas. Entonces, si fuesen con una fórmula netamente peronista, tendrían una fórmula del cuarenta por ciento. Ahí se abre una disyuntiva.

¿Quiénes están hoy en mejores condiciones de ejercer el liderazgo de la oposición?

La política moderna la llevó adelante el equipo que asesoró a Cristina. La política moderna es de target, porque se dirige a una sociedad fragmentada, que contiene a actores diferentes entre sí y que no se comunican. Entonces, convocando a una sola sensibilidad no se puede ganar una elección. Elisa Carrió convocó de forma insistente al target institucionalista y se quedó con el uno y pico por ciento de los votos. Tanto Rodríguez Saá como Duhalde convocaron al target peronista y, entre ambos, no llegaron al quince por ciento. En cambio, Cristina convocó muchos targets distintos, desde jóvenes estudiantes progresistas a gente de sensibilidad católica que está contenta porque no se va a aprobar la ley del aborto; desde quienes están contentos por el matrimonio igualitario hasta el sector agrario, al cual se acercó bastante bien con el ministro Julián Domínguez. Y así podríamos seguir enumerando.

¿Eso hace inevitable que se gobierne siempre en el marco de un equilibrio inestable o, en todo caso, en un desequilibrio estable?

En ciertos momentos se pueden perder apoyos. Cuando Cristina Fernández pareció no poder asegurar la gobernabilidad en 2008, perdió respaldo. Creo que la gente no estaba a favor del campo, sino que sentía que no había gobernabilidad. Pensaba que no se podía vivir con las rutas cortadas, que debían sentarse a conversar, etcétera. Aunque la política no es matemática, y la muerte de Néstor Kirchner conmovió a toda la sociedad. En una sociedad en la que hay bastante poco interés por lo político, Kirchner demostró que podía dar la vida por una causa política. Y Cristina volcó a su favor esa simpatía, de gente que podía no estar de acuerdo con muchos aspectos de la política kirchnerista, pero reconocía algo que lo sorprendió positivamente.

Vuelvo a preguntarle: ¿quién puede liderar la oposición?

La oposición funcionó como oposición a Néstor Kirchner en 2009, porque habían creado una especie de bloque que los juntaba, superando sus disidencias. No había lucha personalista, porque se trataba de elecciones legislativas. Pero el éxito de Kirchner fue darse cuenta de que la sociedad estaba fragmentada, en crisis, y que nadie valía demasiado. A partir de esa lectura, actuó con políticas audaces. En cambio, los dirigentes de la oposición son toda gente de pensamiento muy módico. A ninguno de ellos se le ocurriría dar un salto al vacío y después vemos. Eso fue lo que hizo Kirchner en 2003: dio un salto al vacío. Y no se equivocó porque no había nada. No estaba la pileta llena, ni estaba el pavimento. El problema es que la oposición sigue teniendo en la cabeza una sociedad que ya no existe. No pueden pensar una sociedad fragmentada y que se ha destradicionalizado mucho. En algunas provincias, son sociedades más estables, pero aun así hay una modernización de la sociedad que la oposición no termina de captar.

¿Y por qué considera que Néstor y Cristina Kirchner lograron entender esos cambios?

Por algunas condiciones, como haber mirado la política desde afuera, porque haberla mirado desde Santa Cruz es hacerlo desde afuera. Y por haber tenido una cierta sensibilidad, que es la sensibilidad setentista. A la derecha le gusta decir que la mentalidad setentista es el poder soviético y taradeces así. Pero la verdadera mentalidad setentista es entender que la revolución se puede hacer porque acá no existe nada, el hecho de haber descubierto el vacío. Y quien mejor conservó esa mentalidad fue Néstor Kirchner.

PERSONALISMO SIN PARTIDOS

«El desinterés por los partidos es un tema complejo, que se da en el mundo entero. Hoy los partidos perdieron atractivo en cualquier sociedad democrática, porque no saben cómo dirigirse a la sociedad moderna», señala Sidicaro. El investigador del Conicet sostiene que los instrumentos discursivos utilizados por los partidos no les permiten concitar las adhesiones de una sociedad «que se ha hecho más irrepresentable».

¿Por qué se producen esas dificultades de representación?

Antes, Perón se paraba adelante de la gente y decía «trabajemos». Hoy ¿cuál es la condición material o simbólica a la cual podría referirse? Es muy difícil. Y si no puedo decir a quién convoco, tampoco puedo expresar con claridad quién soy yo. Hay analistas que sostienen que estamos entrando en la posdemocracia, como Colin Crouch. Otros, como Sergio Fabbrini, señalan que aparece un nuevo líder democrático- personalista, que convoca en su persona una cierta emoción que su partido no puede convocar, como los casos de Barack Obama, Silvio Berlusconi, Nicolas Sarkozy y Tony Blair. Pero tienen partidos detrás. Y Fabbrini indica que el personalismo es un recurso de los partidos. En la Argentina, en cambio, el personalismo es sin partidos. De ahí el éxito de Néstor primero y de Cristina después, porque pudieron hacer del gobierno una suerte de aparato de partido. Eso les brindó una ventaja considerable, porque el resto aún no sabe cómo resolver este problema.

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar//2011/11/11/4687.php