Tras un silencio autoimpuesto luego del adverso resultado de las elecciones primarias, Cristina Fernández de Kirchner habló ante dirigentes y militantes, en la búsqueda de un talante reflexivo y de un estímulo intelectual y moral a la hora de “militar la elección”.
“Hubo mucha ilusión, muchas expectativa, y no se pudo cumplir. Y quiero pedirles perdón si no pudimos cumplir.” Estas palabras las pronunció Cristina para la militancia reunida en la calle luego de su charla en el auditorio de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET) el pasado sábado.
Ese pronunciamiento va en línea similar a algunos efectuados por el candidato a presidente de la Nación por la Unión por la Patria. Queda así en evidencia que el actual mandato presidencial del peronismo merece una disculpa más que un balance.
No es más que una constatación elemental: El gobierno que supuestamente venía a corregir la situación social generada bajo el mandato de Mauricio Macri, a la que sus impulsores calificaban con justeza como catastrófica, no hizo más que empeorarla. Los ingresos de los asalariados, el índice de pobreza y el de desigualdad social, presentan hoy peores datos que los de diciembre de 2019.
Pero añadió la afirmación de que procuró evitar el incumplimiento “lo intenté muchas veces”, en una pretensión de quedar afuera de las responsabilidades principales. Una exención que aparece cuando menos dudosa.
La hora de las responsabilidades.
El hecho innegable es que, desde el lugar de líder de la coalición de gobierno y de vicepresidenta de la Nación, no supo o no quiso hacer nada efectivo para evitar un fracaso histórico. En el que no se trata sólo de esperanzas defraudadas, sino de que el gobierno aceptó la estafa en forma de deuda con el Fondo Monetario Internacional, dio aprobación parlamentaria a un acuerdo extorsivo en los primeros meses de 2022 y procedió a aplicar una política de ajuste que es causa eficiente del incremento del empobrecimiento popular.
Y lleva ahora como postulante presidencial, al responsable del diseño e implementación de ese ajuste, el ministro de Economía Sergio Massa.
Cabe aquí añadir que la oferta electoral encarnada en Massa se integra a una secuencia de deterioro expuesto del contenido nacional popular o progresista de la propuesta del kirchnerismo.
Por tercera vez consecutiva, el aspirante presidencial es un “moderado” para nada identificable con las decisiones más audaces del período 2003-2015, aquellas que rozaron los intereses del poder económico. Y con lazos más sólidos con los poderes fácticos y el gran capital que con el movimiento popular.
Nada de autocrítica seria al respecto apareció en el discurso. Ni siquiera un acuse de recibo enfático de que la voluntad popular expresada en el sufragio ha tomado nota de esas abdicaciones. El resultado de las recientes PASO alcanza apenas a la mitad del porcentaje de votación que logró CFK en 2011, su mejor momento electoral.
La vicepresidenta introdujo en su exposición manifestaciones de respaldo al aspirante presidencial. En esa línea elogió la decisión del ministro de decirle la verdad a la sociedad argentina sobre el FMI, en cuanto a que el organismo internacional obligó a devaluar. Y allí queda explícito que comparte un pseudodiagnóstico ampliamente compartido por las dirigencias argentinas.
Nos referimos al de tomar las imposiciones del Fondo como una fuerza de la naturaleza, algo que no hay modo de evitar o contrarrestar, apenas de denunciar. La intempestiva devaluación tuvo entre sus efectos la más que duplicación del índice de encarecimiento de los alimentos, situado por arriba del 15% en el mes de agosto. Frente a eso, sólo la queja, embellecida como “sinceridad”, mientras se asume la renuncia a tener una política económica propia.
El riesgo de la capitulación.
CFK introdujo pasajes en tono de reflexión autocrítica, en dirección a que algunos comportamientos de dirigentes de extracción kirchnerista pueden haber llevado votos hacia Javier Milei. Pareció repartir culpas al sindicalismo docente por el deterioro educacional, y se refirió a la existencia de “corporaciones de izquierda”. Asimismo tomó un tópico acerca del alcance de los planes sociales, al afirmar la necesidad de “…volver a tener una política en donde la asistencia social sea un auxilio, pero no se vea como algo permanente.”
Sin una contextualización amplia y profunda, esas caracterizaciones resuenan a concesión frente al pensamiento hegemonizado por la derecha. En lugar de apuntar a los grandes culpables del sector más rico y poderoso de la sociedad, hurgan en presuntas responsabilidades en el campo de las clases explotadas.
No resulta una actitud novedosa, cabe recordar sus manifestaciones acerca de la “tercerización” de los planes, que desataron acciones restrictivas desde el ministerio de Desarrollo Social. O mucho más atrás, su tratamiento reiterado de los docentes como un sector laboral “privilegiado”.
Es cierto que todo fue en aras de explicar la migración de votos hacia la derecha. En su apreciación, la sociedad no se ha derechizado, a lo sumo se trata de una expresión algo desviada de aspiraciones legítimas: “Querer vivir bien no es de derecha, es de argentinos.”
Reiteró la necesidad de no enojarse por la orientación del sufragio popular, algo que parece de lógica elemental; una reacción de tinte emotivo no puede constituir una herramienta productiva a la hora de recuperar votos perdidos. Convocó en cambio a “A militar fuerte ( …) A explicar, hablar y no enojarse con nadie.”
Pero ello no exime del requerimiento de hacer una crítica circunstanciada de ese voto y de las razones de su orientación en sentido derechista. CFK no parece haber estado a la altura.
Días difíciles, respuestas deficientes.
No podía estar ausente la referencia a las arduas circunstancias que le tocó atravesar a la expresidenta a lo largo del último año.
“Los que piensan que me van a quebrar, no me conocen. Muerta o presa, no me importa, no me voy a callar nunca”, dijo.
Cabe celebrar la determinación de mantenerse en el ejercicio de la palabra pública. Y reconocer que un intento de asesinato frustrado casi por casualidad y una condena judicial amañada, acarrean un peso muy fuerte de sobrellevar, aún para alguien como ella, avezada en el batallar durante décadas en la esfera pública.
Pero ese reconocimiento no debe ocultar que sus reacciones han sido de retroceso, apenas defensivas. Renunció a ser candidata, en contra de las expectativas de millones de argentinas que ansiaban votarla. Permaneció incólume en su decisión, pese al ruego masivo y fervoroso de que la reviera.
Y ahora se halla en el difícil intríngulis de hacer campaña por un responsable eminente del agudo padecimiento popular en curso. Lo que torna aún más clara su implicación, por acción y omisión, en el estado de cosas existente. No hay nada de extraño en que tantas y tantos compatriotas que supieron ser sus partidarios busquen otros horizontes, a la hora de procurarse mal que bien una respuesta para el anhelo de poder tener una vida aceptable.
Entre muchos otros interrogantes, queda abierto el del alcance de la situación crítica que se le abre al peronismo. Y de la amplitud y profundidad de la redoblada ofensiva en pos del programa de máxima del gran capital, que con toda probabilidad sobrevendrá al resultado de la elección general y la probable segunda vuelta.
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