El problema de intervención política es a mi juicio uno de los problemas centrales que debe resolver la izquierda hoy. Intervenir con una visión estratégica en la coyuntura, reconociendo que esta no se da en las condiciones que nosotros quisiéramos sino en las que están determinadas por los condicionamientos del mercado mundial, la acción de […]
El problema de intervención política es a mi juicio uno de los problemas centrales que debe resolver la izquierda hoy. Intervenir con una visión estratégica en la coyuntura, reconociendo que esta no se da en las condiciones que nosotros quisiéramos sino en las que están determinadas por los condicionamientos del mercado mundial, la acción de los gobiernos y la relación de fuerzas realmente existente.
Entiéndase bien no se trata negar que son los hombres los que hacen (hacemos) la historia como nos explicara Marx, pero sí de reconocer que esto se da sobre una realidad objetiva, no la que quisiéramos sino la que es tal como es.
No se trata de un problema meramente coyuntural. Pero para no caer en especulaciones teóricas conviene poner la discusión en términos actuales. Por ejemplo hace unos meses la portada de una revista de se preguntaba: «¿Porqué criticar la minería a cielo abierto, el pago de la deuda ilegítima, la alianza con intendentes y gobernadores mafiosos, la entrega del petróleo y el oro a españoles y canadienses es hacerle el juego o ser funcional a la derecha?»
Se podría replicar ¿Porqué apoyar las retenciones y la intervención del Estado en la economía; la nacionalización de las AFJP o la parcial de YPF o la Ley de Medios; o caracterizar que las medidas tomadas por el gobierno para paliar el impacto de la crisis internacional en el 2009 dieron cierto resultado es ser kirchnerista o despertar expectativas en el gobierno? O ¿Porqué cuando se plantea suspender los pagos de la deuda e investigarla se dice que es seguidismo de la centroizquierda, o «no hay nada que investigar y nada que pagar»? o ¿porqué cuando se habla de la oposición de derecha se responde sin demasiada argumentación, «la derecha es el gobierno»?
Estos son los términos de un debate que hoy está atravesando todos los colectivos sindicales, sociales y políticos. En política concreta muestra las dificultades para caracterizar el período, cómo analizar las contradicciones interburguesas y cómo pararse frente a un gobierno que no es fácil de encasillar. Para los trabajadores y otros sectores explotados y oprimidos según como se resuelva este debate será la forma de intervención política en una coyuntura de relaciones de fuerzas desfavorable, donde la iniciativa, aun en un marco de debilidad relativa, la tiene el gobierno.
Si se profundiza el análisis lo que está en juego es nada menos que el concepto independencia de clase ¿Es sinónimo de neutralidad o indiferencia a como se resuelvan los conflictos interburgueses en juego? ¿Las contradicciones interburguesas no tienen importancia más que para caracterizar la situación política o para mostrar su crisis? ¿La política de la izquierda es solo el apoyo a los conflictos sociales y la búsqueda de la tan meneada unidad? ¿Dónde queda la política entonces?
La concepción que domina este escrito es la de darle prioridad a la política, lo que implica romper con el economicismo que ha condicionado fuertemente las prácticas de la izquierda. Aportar a su comprensión como una formulación que se mueve con cierta autonomía de estos condicionamientos es el objetivo de estas líneas.
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Con la salida de la convertibilidad -suspensión unilateral de los pagos de la deuda y megadevaluación mediante- la economía, en términos capitalistas, se normalizó. En paralelo el tandem Duhalde-Kirchner logró reponer la voz de orden y mando del Estado. Así el juego de las instituciones del régimen, no sin dificultades, volvió a reinar.
Las excepcionales condiciones del mercado mundial, favorecieron el ciclo expansivo de la economía iniciado a mediados del 2002, mientras que las políticas estatales puestas en práctica desde el 2003 en adelante, resultaron decisivas para el fuerte crecimiento verificado desde entonces. Pero no fue solo esto, la fracción política que se hiciera cargo del Estado no se limitó a administrar la crisis, también recreó las condiciones más allá de la coyuntura. Y lo hizo en forma totalmente diferenciada de las anteriores administraciones.*
Si el alfonsinismo buscó canalizar las contradicciones y tensiones de la sociedad hacia las instituciones del régimen revalorizando los partidos, el menemismo hizo política desde la economía, la más de las veces ninguneando a las instituciones y abjurando de los partidos. Por el contrario el kirchnerismo hace política desde la política, con o sin las instituciones, con o sin los partidos y da batalla en todos los frentes [1] . Claro que en todos los casos hay medidas o inacciones que limitan esos logros aunque no invalidan la orientación general [2]
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Los cambios en el mercado mundial que se verificaron desde el 2003 en adelante han presidido los cambios internos, pero es necesario entender que enfrentamos una administración que los ha comprendido, los ha acompañado y profundizado con políticas locales muchas veces funcionales a esas tendencias y otras con algunas contradicciones. No se trata de un gobierno antiimperialista, pero sí de que tiene roces crecientes con el imperialismo. Si se compara sin prejuicios se verá que el kirchnerismo se enfrenta con las mismas corporaciones que lo hizo el alfonsinismo [3] .
No obstante mayores niveles de ocupación, de salarios e ingresos populares, por lo tanto mayor mercado interno, constituyen avances relativos que mejoran relativamente las condiciones en que viven y reproducen su existencia las clases trabajadoras, pero no implican necesariamente cambios estructurales profundos [4] .
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Desde el 2003 se ha hecho cargo de la administración del Estado una fracción política burguesa que no actúa por convicción sino por necesidad, pero que cuando esta necesidad se le presenta la salida en la mayoría de los casos no es la que le proponen los organismos internacionales y la oposición derechista. Por el contrario lo que destaca es la mayor intervención del Estado, y es esa intervención la fuente de la politización creciente que vive nuestra sociedad.
Ascenso del capital productivo, mayor intervención estatal, dinamización del mercado interno, fuerte recambio generacional en los lugares de trabajo, en las barriadas, en las organizaciones, marcan un cambio de escenario, que se ha acentuado en los últimos años y cuyo rasgo distintivo es el regreso de la política.
Es este cambio de escenario, que debiera haber llevado a una renovación de la estrategia y de las formas de intervención, el que presenta un desafío no menor para la izquierda, que la más de las veces parece prisionera de una retórica simbólica que termina creando su propia realidad, sin acertar una caracterización del kirchnerismo, tampoco de la etapa. Esto es particularmente notorio en la izquierda partidaria que, encerrada en un doctrinarismo sin perspectivas o en una independencia de clase en abstracto, no alcanza a ver las oportunidades que surgen de las disputas interburguesas. Tampoco a comprender que en la mayoría de los casos los trabajadores y los sectores populares no son indiferentes a como estas disputas se resuelvan. Mientras que lo que se conoce como «nueva izquierda» suele estar más cerca de caracterizaciones acertadas aunque muchas veces, no siempre, prisionera del antiestatalismo propio del neo-anarquismo de extracción pequeño-burguesa de este tiempo. No alcanza a comprender la importancia de la política en la construcción de alternativas.
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Si alguna virtud tuvo la izquierda revolucionaria que intentamos construir en los años ’60 y ’70 del siglo pasado, es que en su ruptura con el reformismo, de corte estalinista o socialdemócrata, puso en el centro del debate el problema del poder. Más allá de la discusión sobre las vías y los tiempos el problema del poder define los campos y ordena la acción política. Es necesario conocer la formación social, la estructura de clases, definir la política de alianzas, las clases y fracciones amigas y enemigas, y sobre todo las que hay que neutralizar, y como se mueven en cada coyuntura. En síntesis es la base para hacer política.
La regresión impuesta por más de tres décadas de neoliberalismo hace que se haya vuelto a la lógica del programa mínimo y máximo. Al sindicalismo y reivindicacionismo por un lado y al ideologismo y al socialismo o al cambio social por el otro. En el medio el campo de la política, el terreno donde se procesa todo cambio de conciencia, ha quedado vacante.
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La cultura dominante intenta evitar la politización de las clases subalternas, busca también escindir la economía de lo político, a la par que establece como momentos diferenciados conocimiento e interpretación por un lado y transformaciones por el otro. Por el contrario la intervención de la izquierda para ser efectiva requiere comprender que no hay tal escisión, tampoco dos momentos, sino que es un proceso único que no se da en abstracto, sino asentado en procesos reales. Estos procesos encierran también la contradicción entre la lucha sindical y el reivindicacionismo de los movimientos sociopolíticos-culturales, que finalmente resultan absorbidos o neutralizados por el capital y su Estado, y la confrontación de clase.
La experiencia nos indica que esas luchas no escapan a los límites del reivindicacionismo y corporativismo. Por el contrario solo la política logra que los sujetos sociales superen esos límites. Claro que una cosa es enunciarlo teóricamente y otra la acción práctica concreta. Hay una tensión recurrente entre estos dos términos de la ecuación, que no se resuelve en el marco de las conceptualizaciones teóricas sino en el campo experimental de la lucha concreta.
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Con Marx sabemos que la economía es decisiva, pero solo en última instancia, por lo que la acción política aunque se referencie en el terreno de la economía y sus relaciones siempre mantiene cierto grado de autonomía. No comprender esto nos ha hecho caer en concepciones deterministas que han sido, y son, fuente de desviaciones oportunistas y economicistas, ideologistas y voluntaristas, que más de una vez hizo que en aras del desarrollo de las fuerzas productivas se abandonara toda concepción anticapitalista o que fracciones de la izquierda se lanzaran a una politización sin referencias de clase contenedoras [5] .
Entendemos que la acción política debe partir de reconocer la centralidad del trabajo en nuestra sociedad del capital. Lo que no implica en absoluto el simplismo del reduccionismo fabril, pero sí que es el anclaje que garantiza la independencia de clase, y a través del cual los sujetos sociales protagónicos toman conciencia de su protagonismo y del papel que juegan en las contradicciones de la sociedad. Precisamente es la politización la que permite elevar el nivel de conciencia y comprensión de los individuos elevándolos a la acción colectiva.
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El nuevo escenario de la pos-convertibilidad, que algunos caracterizamos como neodesarrollismo nos ha replanteado ese desafío. Desafío que se ha acentuado en los últimos años, más cuando como ya hemos dicho estamos frente a un gobierno que hace política cotidianamente, con todos sus actos y cualquiera fueran las circunstancias. La política fue el rasgo distintivo que presidió todos sus actos y acciones.
Hoy el neodesarrollismo, surgido de las propias relaciones del neoliberalismo está encontrando allí sus propios límites. Y estos han comenzado a manifestarse con fuerza en el tercer período kirchnerista, se ha ingresado en una fase de estancamiento, tanto por las presiones de la crisis mundial como por propias contradicciones del modelo y limitaciones de clase del gobierno.
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Se abren entonces nuevas oportunidades de intervención en la crisis, si somos capaces de ver los cambios que la misma conlleva y a condición de que sepamos diferenciar los límites orgánicos de aquellos ocasionales o momentáneos, también diferenciar como se ejerce la dominación en cada momento, si prima la coerción o el consenso. Para no caer en ultimatismos estériles es necesario distinguir los límites históricos de aquellos movimientos de coyuntura a los que el capital puede recurrir.
No pareciera posible volver a las altas tasas de crecimiento de la economía. No es solo el condicionamiento de la crisis mundial, la reindustrialización está trabada; el desarrollo por la vía de inversiones externas no parece tener viabilidad; la tasa de desocupación difícilmente baje mucho más, la recuperación salarial está estancada, la precarización es un nuevo precio de la economía. La pobreza se ha instalado con un piso no inferior al 20% de la población. En este contexto el extractivismo seguirá siendo el recurso al que recurrirá la burguesía, para sostener un crecimiento ramplom, o una recuperación, aunque de bases malsanas.
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En estas condiciones las reformas progresistas que buscan paliar la situación no encuentran demasiadas posibilidades. Lo que está planteando la crisis en ciernes es un programa de lo que llamamos reformas no reformistas. Se trata de reformas inscriptas en la lógica transicional. Claro está que en un período en que no está en juego el poder pero si cambiar la relación de fuerzas sociales y elevar el nivel de conciencia, para abrir nuevas posibilidades. Reformas que para sostenerse en el tiempo requieren de nuevas reformas que terminen cuestionando el orden establecido por el capital.
La política entonces no es solo la cuestión electoral, de la que soy partidario, como de hacer todos los esfuerzos y acuerdos necesarios para participar con las mayores posibilidades. No comparto la idea de abandonar el terreno donde dominan los dominadores. Pero es política también, y fundamentalmente, la acción de disputar políticas públicas para enfrentar los grandes problemas nacionales y también dar respuesta a las necesidades inmediatas de los trabajadores y los sectores populares, a condición que estas demandas las elevemos de su nivel reivindicatorio [6] .
En nuestra comprensión no se trata solo la disputa en el nivel estatal y de las instituciones del régimen, es también que las propuestas deben ir acompañadas de una convocatoria al más amplio protagonismo social, en términos de control de trabajadores y usuarios, y cuando cuadre de la comunidad misma. Y esto nos vuelve a plantear los términos de nuestra intervención en el movimiento social en su conjunto. Debemos interpelarlo con nuestras propuestas pero también estar dispuestos a escuchar e incorporar las demandas y cuestionamientos que de allí provengan. La democratización de todas las relaciones forma parte también del todo de esta política, porque se trata de cambiar la relación de fuerzas sociales y crear fuerza social impugnadora del orden capitalista existente.
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Si quisiéramos sintetizar el desafío, se trata de la articulación del análisis de una situación económica dada con la acción política concreta y el protagonismo social que busca transformarla.
Enero 2013.
* He dado una caracterización del kirchnerismo en «Economía y política en la administración kirchnerista», Anuario EDI nº 5, Septiembre 2010 y en «10 años de kirchnerismo» entrevista Revista Sudestada nº 115, Diciembre 2012, por lo que no considero necesario abundar demasiado aquí.
[1] Capturando renta extraordinaria y recuperando para el Estado la administración de la seguridad social (único país en el mundo que la reestatizó); ampliando derechos (Ley de Medios, Matrimonio Igualitario, Voto voluntario a los 16, Muerte Digna, Identidad de Género, Fútbol para Todos…) ampliando la democracia anulando los indultos e impulsando los juicios a los genocidas; reestatizando algún sector cuando no le queda otra salida.
[2] Por ejemplo la Ley Antiterrorista, las modificaciones a la de Riesgos del Trabajo, la judicialización de la protesta, la falta de aplicación de los artículos no judicializados de la Ley de Medios, trabas al proyecto de ley de acceso a la información; ciertos condicionamientos a la política partidaria, etc.
[3] Con excepción de las FFAA que lo resolvió el menemismo. El reciente conflicto con gendarmes y prefectos, se parece más a los que tuvieron Correa y Chávez con las respectivas Guardias Nacionales, que a los viejos conflictos con las FFAA.
[4] Es que hay continuidades y rupturas. El bloque de clases dominantes es el mismo que se consolidara en los ’90 pero hubo cambios en el orden interno de ese bloque, hoy lo preside el capital productivo. Si se comparan estáticamente la estructura del PBI y de las exportaciones entre 1998 (año más elevado de la convertibilidad) y el 2011 punto más punto menos no hay grandes modificaciones. Por el contrario si se analiza dinámicamente el ciclo expansivo 2003-2011 se comprueba que salvo en los primeros momentos es el sector industrial el que dinamiza el crecimiento de la economía. Esto ha tenido un impacto social no menor.
[5] Por ejemplo ciertos posicionamientos de izquierda pro-K detrás de un movimiento nacional inexistente; ir detrás de la SR o declararse neutrales frente a una puja interburguesa cuando la crisis por la Resol. 125; adherir al concepto liberal de «libertad de prensa» en el debate por la Ley de Medios; cuando la reestatización parcial de YPF o la reforma de la Carta Orgánica del BCRA .
[6] Es decir no se trata solo de luchar por una mejora del sistema ferroviario, sino de discutir que papel tendría un ferrocarril estatal en el marco de un Programa Nacional de Transporte. No es solo bregar por la nacionalización total de YPF sino de proponer un Plan Energético Nacional; no es solo combatir la inflación con control de precios, sino de controlar los costos de producción y distribución de las formadoras de precios, estableciendo la razonabilidad en las tasas de ganancias y ajustar los salarios periódicamente de acuerdo a un índice de inflación real; frente a los límites en la creación de empleo hay que hacer cumplir la jornada legal de 8 horas, pero no hay otra salida efectiva que la reducción de la jornada laboral y el reaparto del trabajo existente. Una nueva ley de entidades financieras es necesaria pero la salida de fondo pasa como mínimo por la estatización de los depósitos en camino a la nacionalización del sistema financiero todo; Y un largo etcétera .