Tres meses atrás, cuando todavía todo estaba en veremos, titulamos la tapa de Le Monde diplomatique con una pregunta: ¿cómo salir de la grieta? (1) Percibíamos el cansancio de un sector importante de la sociedad con un estilo político, el de la polarización excluyente, que ya llevaba una década ofreciéndoles a los argentinos un menú […]
Tres meses atrás, cuando todavía todo estaba en veremos, titulamos la tapa de Le Monde diplomatique con una pregunta: ¿cómo salir de la grieta? (1) Percibíamos el cansancio de un sector importante de la sociedad con un estilo político, el de la polarización excluyente, que ya llevaba una década ofreciéndoles a los argentinos un menú invariable de fresa o chocolate. Citábamos La grieta desnuda (2), el notable ensayo de Martín Rodríguez y Pablo Touzon que se ha convertido en el libro-síntoma de este momento de la política: allí se define a la grieta como una forma de ejercer el poder, un modelo de gobernanza basado en el apoyo de una minoría intensa, que resulta suficiente para ganar elecciones pero no para transformar Argentina, como demuestra la parálisis de los últimos años de Cristina tanto como las dificultades de Macri para llevar a fondo su proyecto regresivo de reformas. Añadíamos que los problemas habían adquirido tal magnitud que ningún gobierno minoritario podría enfrentarlos solo y que, gane quien gane las elecciones de octubre, el próximo presidente estará obligado a buscar acuerdos amplios e inclusivos.
Pero pensábamos todavía en respuestas geométricas: hay un macrismo a la derecha, un kirchnerismo a la izquierda y por lo tanto la solución consistiría en generar un centro potente, una tercera vía plausible de ser votada por los desencantados -los bordes blandos- de uno y otro espacio. Hasta que, con un tuit y un video de doce minutos, Cristina demostró que la política no admite miradas lineales y reconfiguró radicalmente el escenario: la designación de Alberto Fernández como candidato a presidente, junto a los acuerdos de reconciliación con una amplia gama de dirigentes y la alianza con Sergio Massa, cambiaron la orientación del kirchnerperonismo y terminaron de cerrar el proyecto de unidad. Y despabilaron al resto de los jugadores, obligados a reaccionar: mientras Roberto Lavagna buceaba entre los restos de Alternativa Federal, Macri designaba como candidato a vicepresidente a Miguel Ángel Pichetto, en una señal clara de apertura al peronismo.
Alberto Fernández, Pichetto y Lavagna, los tres nuevos protagonistas de la campaña -«tres señores cautos», en palabras de Julio Burdman (3)- tienen bastante en común. Carecen, en primer lugar, de inserción territorial: «Pichetto tiene menos territorio que una maceta», se burló Jorge Asís cuando se enteró de la noticia, pero la gracia vale también para los otros. Tampoco tienen muchos votos salvo quizás Lavagna (y es algo que está por verse): de hecho ninguno de ellos ganó nunca una elección relevante. Pero además, decisivamente, no provienen de la sociedad civil, del deporte o del showbiz, que es en donde se supone se origina la nueva camada de dirigentes, sino del mismo sistema político. E incluso más: del peronismo.
Detengámonos en este punto, porque algo debe estar pasando para que, en tiempos de desafección democrática y crisis de representación, la hipótesis de una renovación oxigenante de la política provenga de las entrañas mismas del círculo rojo. ¿Qué nos dice eso? Que vienen tiempos difíciles. La crisis socioeconómica generada por el macrismo, con todo su enorme peso de recesión, desempleo y deuda, obliga a los candidatos a pensar en un próximo gobierno de escasez y restricciones, que requerirá un ejercicio permanente de negociación y consenso. Se ve ya en la campaña: en contraste con el lugar común que alude a los políticos como campeones de la demagogia y el compromiso fácil, los candidatos limitan su oferta a lo mínimo, como si quisieran ganar sin formular anuncios, arropados en la seguridad de una campaña sin promesas.
Esta austeridad programática es compensada con constantes alusiones a los mecanismos (abrir, acordar, «hablar con todos») que están dispuestos a implementar en caso de llegar o seguir en el gobierno; incluso, eso parecen decirnos, al costo de compartir el poder. Es tal la gravedad de la crisis que la campaña ha ido adquiriendo un tono procedimental: el recurso de un método. Y en ese sentido los «hombres de gris» son una promesa de tranquilidad: los operadores financieros coinciden en que la calma del dólar es consecuencia tanto de la designación de Alberto como de la nominación de Pichetto.
Por fin, los dos grandes protagonistas de nuestra política, Macri y Cristina, registraron el cansancio con la etapa de la grieta y buscaron, cada uno a su modo, la forma de solucionarla. Cristina, designando a un dirigente reconocido por su capacidad de diálogo y abriendo el kirchnerismo a todas las corrientes del peronismo y el progresismo; Macri, rebelándose por una vez contra sus asesores de marketing y ofreciéndole la vicepresidencia a un político que es todo lo que el dogma duranbarbiano dice que no debería ser, emitiendo con ese solo acto una potente señal de apertura: si llega a ganar, nos dice Macri, su próximo gobierno será -en este punto-diferente al actual. Si sumamos a Lavagna, que es mesurado hasta en la forma de vestirse, la conclusión es que la política se modera, se corre a lo que Fernando Rosso, criticando desde la izquierda, llama el «extremo centro» (4): un juego en el que las fuerzas principales se disputan el electorado flotante de los indecisos. Quizás finalmente pueda inaugurarse la etapa de la pos-grieta.
Pero la estrategia aperturista también entraña riesgos. Tras la incorporación de Pichetto, todo indicaba que el macrismo le haría lugar en sus listas a un conjunto de dirigentes peronistas disconformes con la deriva hacia el kirchnerismo. Pero esto no ocurrió, y el ala política del gobierno, liderada por Rogelio Frigerio y Emilio Monzó, contempló una vez más un reparto entre el macrismo puro, la Coalición Cívica de Elisa Carrió y sectores del radicalismo, sobre todo en las provincias. La unidad del peronismo, por su parte, obligó a compaginar en las listas los intereses de La Cámpora, el massismo, los movimientos sociales, el sindicalismo y los gobernadores, en un balance en el que Cristina se aseguró una fuerte incidencia en el Senado, anticipo de un posible esquema de convivencia con Alberto Fernández. No deja de resultar curioso que tanto en el armado del oficialismo como en el de la oposición el peronismo tradicional haya salido perjudicado.
Pero decíamos que la política se desplaza al centro, se modera; lo que no significa que no haya conflicto. Estamos todavía muy lejos de las democracias del Primer Mundo en donde los partidos se parecen tanto que se vuelven indistinguibles uno del otro y se terminan vaciando de sentido, al estilo del Partido Socialista francés o del Partido Socialdemócrata alemán.
¿Qué representan las dos grandes coaliciones que se enfrentarán en las elecciones? Una hipótesis, que se ha comenzado a discutir en las últimas semanas (5), es que el viejo pronóstico-deseo de Torcuato Di Tella, la reconfiguración del sistema de partidos en torno a una fuerza de centroizquierda y otra de centroderecha, finalmente se estaría verificando en los hechos: frente a un macrismo que con la incorporación de Pichetto y sus declaraciones xenófobas y macartistas se sacude los últimos restos de liberalismo-progresista para terminar de bolsonizarse, se recortaría un peronismo de centroizquierda que funciona al estilo del viejo Partido Demócrata estadounidense, articulando el apoyo de los trabajadores, parte de las clases medias urbanas y los aparatos políticos conservadores de la periferia nacional (las provincias del Norte aquí, los estados del Sur allá).
Igual que el Partido Demócrata, el peronismo se apropió de la agenda feminista y hoy su conducción se declara mayoritariamente a favor de la legalización del aborto, aunque no de manera unánime, en tanto el macrismo se ubica más bien en contra, pero tampoco de forma total, como sugiere la inclusión en sus listas de notables militantes del pañuelo verde, como Silvia Lospennato, Martín Lousteau y el mismo Pichetto (el hecho de que el senador, igual que Patricia Bullrich, haya sido parte de la campaña pro legalización sugiere que los clivajes a menudo son más complejos de lo que se piensa).
La otra hipótesis es que la disputa no será entre derecha e izquierda sino entre peronismo y anti-peronismo. ¿Es así? Para abordar esta idea quizás convenga dejar de lado la politología ochentosa que insiste en poner el foco en los partidos para centrarnos en el concepto más impreciso, pero más adecuado, de identidades. Miradas las cosas desde este ángulo, parece evidente que la política argentina sigue dominada por una identidad fuerte -la peronista- cuestionada por otra -radical o macrista-. El cuadro elaborado por Andrés Malamud muestra muy gráficamente esta realidad en el nivel de la política provincial. Aunque por supuesto el análisis no es extrapolable de manera directa al orden nacional, sugiere que el alma de los argentinos se sigue jugando entre estas dos grandes corrientes.
Izquierda-derecha o peronismo-anti-peronismo, las elecciones de octubre enfrentan a dos coaliciones. De un lado, una fuerza afincada en los conurbanos y las provincias del Norte y la Patagonia, que se apoya en los trabajadores y los pobres pero que se abre también a las sensibilidades progresistas de las clases medias y los jóvenes, que propone una economía más heterodoxa e industrial y sigue cargando la cruz del populismo; del otro, un macrismo que es una actualización en clave de siglo XXI del clásico anti-peronismo, que respira en la zona núcleo y los barrios acomodados de las grandes ciudades, ha incorporado el conservadurismo de los adultos mayores y defiende una economía desregulada y abierta: su cruz es el legendario elitismo del liberalismo argentino. Pueden gustar más o menos, pero ninguna es una aberración o una extravagancia sino la expresión consistente de amplios sectores de la sociedad argentina.
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Siglas
FCS: Frente Cívico por Santiago
FR: Fuerza Republicana
FRC: Frente Renovador de la Concordia
JSRN: Juntos Somos Río Negro
MPF: Movimiento Popular Fueguino
MPN: Movimiento Popular Neuquino
PACH: Partido Acción Chaqueña
PAL: Partido Autonomista Liberal
PBSJ: Partido Bloquista de San Juan
PN: Partido Nuevo
PRS: Partido Renovador Salteño
PSP: Partido Socialista Patagónico.
if: Intervención federal
Criterio: la sigla indica la afiliación partidaria o el alineamiento nacional del gobernador electo al momento de la elección. En cuatro casos (CABA 2003, SdE 2008/9, TdF 2011, RN 2015), el gobernador fue reelecto por un partido diferente; en uno (TdF 2019), perdió contra alguien de un partido aliado. En 2015 el FRC misionero abandonó el bloque de diputados nacionales del PJ.
Total: PJ = 136; UCR/Alianza = 43; otros partidos nacionales = 9; partidos provinciales = 25; intervenciones federales = 6.
Provincias ordenadas según cantidad de habitantes (Censo 2010)
Actualización: Andrés Malamud, 17 de junio de 2019.
Notas:
(1) Ver edición N° 2 38, abril de 2019.
(2) La grieta desnuda. El macrismo y su época, Capital intelectual, 2019.
(3) www.revistaanfibia.com
(4) «El ‘pichettazo’ y el orden de los factores», en www.laizquierdadiario.com
(5) Liliana de Riz, «El nuevo mapa político», Clarín, 23-6-2019; ver también el debate en twitter entre Sebastián Etchemendy (@etchemen) y Lucas Llach (@lucasllach)
Fuente: http://www.eldiplo.org/241-dos-paises-en-pugna/la-pelea-es-por-el-centro/