En los últimos tiempos parece que en el país, se ha producido una restauración de la vieja institución jurídico-punitiva conocida como Picota, consistente en columnas de piedras o un poste donde se exponía las cabezas o cuerpos de los ajusticiados por la autoridad o los reos (denunciados), para escarnio, escarmiento y sobre todo amedrentamiento de […]
En los últimos tiempos parece que en el país, se ha producido una restauración de la vieja institución jurídico-punitiva conocida como Picota, consistente en columnas de piedras o un poste donde se exponía las cabezas o cuerpos de los ajusticiados por la autoridad o los reos (denunciados), para escarnio, escarmiento y sobre todo amedrentamiento de toda la población.
La pena de exhibición en la picota aparece ya legislada en el siglo XIII, en el libro de Las Partidas, de Alfonso X, considerándose la última de las penas a delincuentes para su deshonra y castigo.
Hoy la misma ya no es una columna o un poste, sino que consiste en la exposición obscena de opositores denunciados por supuestos delitos, que en algunos casos alimentan el morbo de una parte de la población y en otros sirven como amenazas para los que pueden pensar distinto.
La nueva picota se yergue a través de una enfermiza asociación entre fuerzas de seguridad y poder judicial, multiplicados hasta el hartazgo por los medios de comunicación hegemónicos, que montan un denigrante espectáculo lesivo de la dignidad humana, ante cada detención de funcionarios supuestamente corruptos del gobierno kirchnerista.
Sólo se persigue el escarnio y la vergüenza, no importa nada más, ya que luego de ser puesto en la picota el reo, no interesa la búsqueda de justicia, menos la verdad de los hechos y por tanto las causas judiciales se detienen como por arte de magia, y sólo se producen algunas «pruebas» o diligencias que tengan impacto mediático para impresionar a los desprevenidos, incautos o a aquellos que se alimentan de la carroña televisiva, abonados por los «sesudos análisis» de opinadores varios, que refuerzan las hipótesis descabelladas de los que pergeñan estas acciones.
Pese a que han transcurrido más de 200 años de la derogación de la picota, en Argentina se apela a este mecanismo cada vez con mayor asiduidad, aunque las detenciones sean muchas veces ilegítimas y contrarias a todo principio jurídico, sobre todo el de presunción de inocencia.
Los hombres de derecho, sin prejuzgar sobre la culpabilidad o inocencia de los denunciados, deben levantar sus voces de alerta ante tan nefastos precedentes, que sólo sirven para alimentar odios y rencores.
A modo de recordatorio tengamos presente que tanto Pancho Ramírez, como Marco Avellaneda fueron víctimas de estos procedimientos infamantes a la condición humana, los que hoy se actualizan sin solución de continuidad, para solaz del poder y sus acólitos, que aplauden las actividades de la actividad ajusticiadora del sistema, que al decir de Deodoro Roca, es la verdadera no justicia.
Ricardo Luis Mascheroni es docente
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