Recomiendo:
0

La política argentina, las elecciones y el papel de la izquierda.

Fuentes: Rebelión

La estrategia de la izquierda argentina debería tener por horizonte la constitución de un frente con vocación de permanencia y dispuesto a emprender acciones comunes en todos los campos y participación consensuada en las diversas luchas, amén de desarrollar prácticas de reflexión y formación en común, de confluencia de tradiciones diversas para la construcción de […]

La estrategia de la izquierda argentina debería tener por horizonte la constitución de un frente con vocación de permanencia y dispuesto a emprender acciones comunes en todos los campos y participación consensuada en las diversas luchas, amén de desarrollar prácticas de reflexión y formación en común, de confluencia de tradiciones diversas para la construcción de una visión compartida. Se necesita revalorizar una idea fundamental: Las organizaciones populares deben ser una prefiguración de una sociedad distinta, que supere la desigualdad e injusticia ínsitas en el capitalismo. Todas las agrupaciones populares tienen logros y también un camino a recorrer, en paralelo o en conjunto, rumbo a la democracia sustantiva, decisiones en asamblea, estructuras horizontales y no burocratizadas. Un frente necesita ser una síntesis de las distintas experiencias en esa dirección, y un ámbito en común para superar viejas rémoras, incluso aquellas que no son plenamente concientes o se encuentran «naturalizadas».

Es imperioso abandonar el formato «acuerdo electoral», al que se le asigna sólo valor táctico, y se lo hace compatible con feroces luchas interfuerzas para ver cuál de ellas tiene la hegemonía. Un frente es una apuesta estructural, de mediano plazo, no un sitio donde aguardar que se clarifique una supuesta «vanguardia» destinada a conducir por sí sola un proceso de transformación. Una auténtica enfermedad de la izquierda son los pactos de última hora, ante la inminencia de los comicios, cuya sobrevida no supera las elecciones para las que fueron hechos. Suelen ser ineficaces hasta para su objetivo más inmediato, de permitir una presencia electoral o mejorar en algo las anteriores.

¿Por qué no pensar en una línea que conjugue amplitud y pluralidad con una vocación de transformación radical del sistema, claramente anticapitalista, antipatriarcal y de defensa del medio ambiente frente a las grandes corporaciones?

Para ser real y constructiva, la amplitud tiene también que tener límites claros. El principal es no extenderlos a fuerzas que sostienen el estilo de construcción de los partidos burgueses tradicionales. Una perspectiva transformadora no es compatible con «figurones» de construcción mediática, ni con «punteros» para los que los explotados y excluidos no son más que una «masa de maniobras» electoral o a favor de prácticas corruptas. Tampoco con quienes aspiren a construcciones de tipo vertical, coronadas por liderazgos personalistas, a los que no se puede discutir ni cambiar.

La construcción desde las bases, la idea de otra democracia, no de una mera «radicalización» de la representativa, son valores a defender (y practicar), de manera permanente. Democracia directa asentada en organizaciones de base, en rescate y actualización de la idea de «comunas», que viene del siglo XIX y retoma vigencia en todas y cada una de las experiencias realmente transformadoras.

A la hora de pensar en términos de democracia popular y efectiva, en nuestro país hay que fijar la mirada en el movimiento obrero, atrapado por una dirigencia sindical burocrático-empresarial que se asienta en una red de complicidades patronales, estatales y de los partidos del sistema. Es difícil pensar en la defensa cabal de los intereses de la clase obrera, y menos aún en una auténtica y completa democracia, mientras semejante rémora exista. No se trata de dirigentes corruptos, sino de un entramado de intereses que juegan a favor del afianzamiento de la dominación, cuya denuncia y combate es un punto decisivo a la hora de hacer propuestas populares serias.

Existe hoy una multiplicidad de organizaciones, que en general no se definen como partidos políticos, que en muchos casos nacen desde el mismo movimiento social, que bregan por sentar las bases de una izquierda nueva, no reductible a las tendencias de hace cien años. Entre otros elementos los une una vocación latinoamericanista, que toma al proceso venezolano y boliviano como referencia de transformaciones profundas en las difíciles condiciones actuales. Este es un patrimonio muy valioso a la hora de desarrollar una estrategia auténticamente popular, con potencialidad revolucionaria.

Nos encontramos hoy con el escollo de unas clases dominantes que viven la coyuntura actual como una suerte de contraofensiva general a favor de sus intereses y de su capacidad de dominación sobre el conjunto social. La presente implementación por las clases dominantes y el establishment partidario de la política de «reversión del populismo» con sus connotaciones de mayor subordinación a EE.UU, fomento de las inversiones imperialistas, retorno acelerado al endeudamiento, es un objetivo a combatir. En particular su corolario de disminuir los «costos laborales», de modo de remover obstáculos para la mayor explotación de los trabajadores. En el mismo conjunto se incluye la política apaciguadora hacia los movimientos piqueteros, mediante una amplia gama de subsidios. El gobierno actual proclama el necesario «fin del populismo», pero acude a sus herramientas cuando le son útiles para intentar la domesticación de las organizaciones populares.

Enfrentar con posibilidades de éxito esas acciones de los poderosos exige que se logre que la multiplicidad se encamine a ser «unidad en la diversidad» y que apunte a construir y hacer visible una alternativa popular hoy ausente, que se articule en una propuesta atractiva, opuesta a las tendencias individualistas, «meritocráticas» y «promercado» que han ganado influencia en un sector importante de la población, incluidos muchos trabajadores asalariados.

Tenemos un obstáculo muy importante, que es una conciencia popular que tiende a pensar en términos de «alternancia» entre propuestas algo más estatalistas y redistributivas, y otras más partidarias de la iniciativa directa del gran capital. Con ese nivel de conciencia se conforma un sentido común que no visualiza alternativas diferentes, o bien no se interesa por ellas. Para muchos, las conquistas de la «década ganada» (no desdeñables, por cierto), son el límite de las transformaciones posibles, y la reversión de algunas de ellas no se percibe vinculada a la lógica misma del gran capital, sino a la «perversidad» de una «derecha neoliberal» cuyo desplazamiento y posterior regreso de una propuesta nac&pop («vamos a volver») es el límite de lo factible y deseado. Debemos batallar con plena conciencia de la existencia y extensión de ese sentido común, en procura de horadar sus bases de sustentación, en una tarea continuada y duradera tras la vieja pero rescatable consigna de «ampliar los límites de lo posible».

Cabe hoy la pregunta: ¿ De qué manera la izquierda revolucionaria debería intervenir en el panorama electoral?

Con una propuesta propia que, salvo modificación profunda de cierto talante sectario, no pueden ser las existentes. El Fit y la nueva alianza Mas-MST siguen anclados en el paradigma de la revolución de Octubre, desde una posición vanguardista y un «patriotismo de partido» que los impulsa a la crítica y el hostigamiento incluso hacia sus compañeros de coalición.

Se requiere unir estrechamente las luchas concretas con la propuesta electoral, introducir la crítica al sistema político en la propia propaganda, plantear el repudio al sistema capitalista como tal y el objetivo socialista. Ser conscientes de la necesidad de la lucha constante que requiere el no ser fagocitado como «izquierda presentable», inofensiva, de propuestas tan simpáticas como irrealizables. Una de las herramientas para ello es incluir en las propuestas electorales la crítica de la propia democracia parlamentaria, en lenguaje simple y comprensible, referirse a lo poco que deciden en realidad las elecciones, a la extracción social de los candidatos, al costo millonario de las campañas. No se trata de hacer «antipolítica» sino de crítica circunstanciada al eficaz envoltorio de la dominación capitalista que es la democracia representativa. Se necesita plantear la necesidad imperiosa de construir otra democracia, con mecanismos que puedan hacer efectivo el principio de la soberanía popular. También aquí Bolivia y Venezuela son ejemplos a tomar.

Se requiere también exaltar la diferencia a favor de la izquierda revolucionaria: La existencia de una extracción social diferente, un compromiso militante y ético radicalmente distinto a la matriz propatronal y corrupta que recorre a las fuerzas políticas del sistema. Resaltar la independencia y la voluntad de enfrentamiento contra el poder económico, denunciarlo como el factor permanente por detrás de distintos gobiernos y fuerzas políticas diversas. Mostrar que los candidatos tampoco son «militantes profesionales», sino luchadores en sus respectivos campos de actividad.

En las elecciones primarias (PASO) hubo sin duda un sesgo hacia la consolidación de Macri, que se verá si se confirma en las elecciones generales. Los resultados de CFK en Bs. As y en medida menor pero no desdeñable, de Agustín Rossi en Santa Fe son dos bazas del kirchnerismo que, de no ser revertidas, dejarán en tela de juicio la idea del triunfo de Cambiemos, por más que está claro que tiene una presencia nacional, que no se puede contrarrestar por ahora desde el peronismo. De cualquier manera, una cosecha nacional bastante por abajo del 40%, de repetirse en octubre, no saca a la coalición gobernante de su posición de «primera minoría».

Si el resultado, como parece lo más previsible, redunda en un fortalecimiento del gobierno, es de esperar que se impulsen políticas de ajuste, aunque las relaciones al interior de las instituciones políticas no tengan modificaciones sustanciales. «Cambiemos» parece apuntar no a un ajuste «salvaje» sino a políticas pactadas. Un acuerdo con los gobernadores para reforma tributaria y fiscal, con los sindicalistas para la laboral, se verá como impulsar la reforma del régimen jubilatorio. Búsqueda del voto de una oposición «seria» y «constructiva» cuando haya que pasar por el Congreso. El oficialismo no desconoce que, por mejor que sean sus resultados en octubre no tendrá mayoría parlamentaria, y la distribución de los gobiernos provinciales no se modifica, salvo excepciones. Le queda el establecimiento de acuerdos; o ir a una política de confrontación, que incluya al gobierno «por decreto» como una herramienta importante, con el consiguiente costo de legitimidad y la más que probable deriva represiva. No es un escenario a desechar sin más, pero por ahora parece improbable.

Se ha creado un clima generalizado de triunfo del gobierno Macri y de la alianza Cambiemos, de ocaso definitivo del «populismo». Los medios festejan a voz en cuello, sin esperar a las elecciones, que las PASO han demostrado (según ellos) que este no sólo será el primer gobierno no peronista que cumpla su mandato desde 1928, sino que tiene buenas posibilidades de ser reelegido. Tras eso, se cuela la propaganda de que Argentina está ante una oportunidad histórica, de dejar definitivamente atrás el populismo y la «corrupción», para ingresar a una nueva era de «políticas promercado», «integración al mundo» y régimen republicano.

De cualquier manera, las políticas de ajuste no dependen de un par de puntos más o menos en el resultado electoral, ni de que el gobierno logre unas bancas más de las que ya tiene. Frente al ajuste no cabe más que enfrentarlo en las calles y por medio de la movilización y medidas de fuerza. Para eso la izquierda necesita convocar a la unidad de acción con todos los sectores resueltos a oponerse, y criticar con claridad a los que tiendan a contemporizar, escudándose en la legitimidad de origen del gobierno o en la necesidad de no perjudicar la «gobernabilidad». Tanto a los que lo hagan explícito, como los que lo asuman en un modo vergonzante, mientras cacarean un discurso opositor.

En lo que respecta a la izquierda, poco cambiará en las elecciones generales, más allá de cierta concentración de votos en la única propuesta que quedó en pie, el FIT (salvo en CABA, con Luis Zamora), siempre dentro de un porcentaje modesto y sin rebasar la cota de un pequeño bloque de diputados.

Nadie puede conformarse con esa presencia que, aunque mayor que la existente hace una década, no deja de ser testimonial. Eso no implica subestimar el poder de las denuncias de los manejos del gran capital y de los atropellos de distinta índole que hacen los diputados del FIT, pero se necesita mucho más. Hay que señalar también que en el discurso de esos representantes escasean tanto las críticas al sistema capitalista en cuanto basado de modo ineludible en la explotación, la alienación y la depredación; como el esbozo de una sociedad futura sin explotadores ni explotados.

Deberíamos proponernos que 2017 sea el último año en que ni siquiera se intente una convergencia de la izquierda plural, de vocación sustancialmente democrática, procedencia de diversas tradiciones y no anclada a ninguna ortodoxia.Convergencia en lo social, en lo cultural, y también en lo específicamente político, que abarca de modo inexcusable lo electoral.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.