El semanario La Epoca, prestigiosa publicación boliviana, dedicó una edición reciente al tema de los ámbitos donde la derecha de ese país mantiene control y hegemonía, pero además capacidad de rearticulación. En un breve artículo para dicho medio, recordábamos que cuando Antonio Gramsci abordó la estructura ideológica de la clase dominante, se detuvo a analizar […]
El semanario La Epoca, prestigiosa publicación boliviana, dedicó una edición reciente al tema de los ámbitos donde la derecha de ese país mantiene control y hegemonía, pero además capacidad de rearticulación. En un breve artículo para dicho medio, recordábamos que cuando Antonio Gramsci abordó la estructura ideológica de la clase dominante, se detuvo a analizar su organización material, es decir, la que se ocupa de «mantener, defender y desarrollar el frente teórico e ideológico». Advirtió que la parte más importante y más dinámica de dicho frente operaba desde la prensa.
Mucho más cerca nuestro, y varias décadas más tarde, Emir Sader subraya hoy en su último libro El nuevo topo -los caminos de la izquierda latinoamericana- «el papel que los grandes medios de comunicación mercantiles comenzaron a tener en lo atinente a la dirección política e ideológica de la nueva derecha latinoamericana». Debemos agregar que funcionan articulados con la industria de la imagen y campañas publicitarias de todo tipo, capaces de persuadir, convencer, fascinar y estimular a las clases subalternas para que adopten los valores de lo que el intelectual boliviano René Zavaleta denominaba la razón señorial, que atraviesa clases y grupos sociales, incrustada en lo hondo de conductas que naturalizan el sometimiento del otro, al que se le ha convencido de su inferioridad.
El embate descomunal producido por dicha industria de la imagen en Bolivia revela el grado de control ejercido por la derecha sobre la producción cultural, nutriendo constantemente al sentido común popular, que funciona entonces como instrumento de dominación de clase. De ahí las reacciones furibundas de ciertas empresas y medios de prensa ante la propuesta de una Ley contra el racismo, y en particular contra su artículo 16, que contempla el cierre de los medios que promuevan cualquier tipo de discriminación.
Un caso entre muchos
Tomaremos como ejemplo en caso de Jorge Melgar Quete, conductor de un programa televisivo de la localidad de Riberalta (Dpto.Beni). En el marco del intento de golpe del año 2008 expresaba literalmente desde el canal 18 de TV: «…en Rusia ¿saben qué hacían con los viejos y las viejas? los mataban y los hacían jabón, en China comunista igual, en Cuba también. ¿Por qué los mataban a los viejos y a las viejas? ¡Porque eran una carga para el Estado! ¡Ese es el destino de nuestros abuelitos y abuelitas!…Un odio de quinientos años que esta raza maldita del occidente, aymaras y quechuas, han guardado en su corazón y en la sangre por generaciones; un odio hacia nosotros los cambas, los mestizos, y ahora pretenden destruirnos matándonos…».
Esas expresiones pudieran parecer hasta grotescas, si no fuera porque además de falaces atizaron graves situaciones de violencia. El sujeto, aparte de emitir adjetivos irreproducibles contra collas e indios, amenazándolos con plazos perentorios para que salieran de la zona de Riberalta, indicó que contaba con fuerzas extranjeras que se encontraban aguardando el momento oportuno para poder socorrer y auxiliar a los movimientos autonomistas, e indicó sobre la conveniencia de fusilar al presidente Evo Morales, su vice Alvaro García, y varios ministros. Debemos recordar que al poco tiempo se produjo la masacre de Porvenir, en la cual fueron emboscados y asesinados decenas de campesinos. Buena parte del empresariado mediático lo apañó cuando fue detenido por diversos hechos delictivos, y se clamó en grandes titulares por los supuestos atropellos a la libertad de prensa.
Las críticas actuales en torno a la Ley contra el racismo, así como las movilizaciones de trabajadores de la prensa alentadas por el poderoso empresariado mediático, no se producen únicamente como reacción a posibles medidas de control y resguardo ante expresiones discriminatorias, sino como respuesta exasperada al resquebrajamiento de uno de los fundamentos históricos, raigales y más sólidos del colonialismo: aquel que se ocupa de humillar abierta o solapadamente a determinados grupos y clases sociales, a fin de mantenerlos sometidos y disciplinados a partir de su presunta inferioridad irremediable.