«Caso Satanowsky» es una de las tres investigaciones de Walsh transformadas en sendos libros. Ésta fue la última en tomar ese formato (la primera edición data de 1973), pero la segunda en su origen como sucesión de notas periodísticas, no mucho después de la que dio pie a «Operación Masacre».
Como aquélla, versa sobre un crimen cometido desde el aparato estatal, bajo la misma dictadura, la autodenominada “Revolución Libertadora”.
Crimen bajo la “Libertadora”.
Al igual que en los fusilamientos de José León Suárez, los culpables últimos son militares que además son funcionarios gubernamentales. La diferencia aquí es que asumen un rol fundamental los aparatos de inteligencia, y en particular la entonces flamante SIDE, destinada a ganar tantos “laureles” a lo largo de su trayectoria. La “revolución” había creado un órgano oficial de inteligencia con recursos y facultades que no tuvieron sus predecesores.
La SIDE no es la única agencia implicada. El Servicio de Inteligencia Naval llega a ser acusado de los hechos y mantiene una pugna sobre las responsabilidades del caso. Apellidos ilustres del “gorilismo” desfilan por el texto, hermanados en su odio al peronismo y enfrentados entre sí por apetencias políticas y pujas de intereses. El investigador amplía el recorrido por los sótanos de la “Libertadora”, ya iniciado con los fusilamientos.
En la inspiración criminal adquiere centralidad el general de brigada Juan Constantino Quaranta. Jefe de la SIDE. El autor lo pinta como un mediocre sin remisión, carente tanto de reflexión e iniciativa como de valor personal. En situación de retiro, una tardía adhesión a la sublevación contra Perón lo condujo cerca del centro de la escena. Y le brindó la oportunidad de sumergirse en el lodo, que aprovechó con fruición.
El crimen del título y la investigación en torno suyo es en parte un vehículo del autor para completar la sórdida imagen de la “Libertadora” y su variada ralea de cómplices e instrumentos. Desde personajes de la más rancia oligarquía a jueces infatuados que responden sólo a los intereses de su clase. Y, por supuesto, militares de diversas pertenencias y graduaciones, aunados por su ideología reaccionaria y una disposición ética y política altamente compatible con la tortura y el asesinato.
Aquí la víctima no es de modesta condición. Se trata de un acaudalado abogado de empresas, también propietario rural y empresario, Marcos Satanowksky. Llegó a ser miembro de la conducción de la Sociedad Rural. En cuanto a opiniones políticas era antiperonista y partidario del régimen en curso. El autor señala la paradoja de que pudo atravesar el período del peronismo, al que odiaba, y fue masacrado por la “revolución”, a la que rendía pleitesía.
Las motivaciones para sacarlo del medio no eran ideológicas. Primaba el interés por la propiedad de un medio de prensa, que podía brindar poder propagandístico y ganancias materiales.
El crimen del abogado tiene su motivación en la disputa sobre la propiedad del diario La Razón. Había pasado a propiedad estatal durante el gobierno peronista, como la mayoría de los medios periodísticos. El antiguo dueño, Ricardo Peralta Ramos, quería recuperarlo. Según él no hubo una venta a la cadena oficial de medios, sino un despojo. Satanowsky es su patrocinante, y tiene enfrente a personeros de la dictadura que bregan para apropiarse el diario.
Los conocimientos y habilidad de quien era un experto de nota en derecho comercial eran una baza firme a la hora de que el pleito fuera ganado por Peralta Ramos. El letrado será primero amenazado. Después, unos matones adscriptos a la SIDE se introducen en su estudio y lo matan.
Investigación amañada bajo Frondizi.
A propósito de la investigación judicial y sobre todo parlamentaria del delito cometido, la mirada de Walsh se extiende sobre el gobierno de Arturo Frondizi. Y expone cómo el interés inicial del gobierno en el establecimiento de responsabilidades se disuelve de modo progresivo en la medida que ya no le sirve de tapadera para asuntos ríspidos como las concesiones petroleras. Y peor aún, amenaza traerle disgustos serios con los uniformados, que terminarán derrocándolo.
El autor de ¿Quién mató a Rosendo? no oculta su menosprecio hacia la gestión frondizista. En cuestiones de fondo, una política que considera proimperialista y de traición a sus promesas iniciales. Y en la forma, una pantomima parlamentaria erigida sobre la proscripción del peronismo. Un gobierno frágil que retrocede sin pausa frente a los poderes permanentes. Que lo mismo buscan su aniquilación, pese a su servilismo frente a lo más concentrado de las clases dominantes locales e internacionales.
Diversas instancias se conjugan para echar tierra sobre la investigación. Dos jueces sucesivos, la prensa encubridora y una comisión parlamentaria que parece avanzar resuelta y luego recula, constituyeron diversas expresiones de la vía libre para la impunidad.
Una pericia policial que aporta comprobaciones concluyentes es contradicha por otra sin bases firmes y a cargo de militares. La “justicia” elige esta última y los acusados como autores materiales “zafan” de su destino de prisión.
El resultado de la disputa fue al final la recuperación del diario por Peralta Ramos. Si bien a costa de convertirlo en un órgano obsecuente hacia las fuerzas armadas y los propios servicios de inteligencia. El dueño hacía su negocio mientras los militares tenían un medio que obraba como si fuera propio, y que poseía una circulación elevada. Un acuerdo conveniente para ambas partes.
La lupa de Walsh
En su investigación, el escritor se abalanza sobre un variopinto elenco de inspiradores y autores materiales del asesinato. Y se extiende a amigos y vecinos a los que adivina con alguna predisposición a brindar información.
Un racimo que va desde oficiales superiores del ejército y la armada a lúmpenes y delincuentes de poca monta, conchabados por el servicio de inteligencia para hacer el trabajo sucio. Todos lograrán escabullirse, ayudados por diferentes instituciones dispuestas a violar todas las reglas. Y a desvirtuar las posteriores denuncias en su contra con aire de dignidad ofendida.
Viajó a Paraguay para interrogar a uno de los matadores, complicado en una conspiración en aquel país que se mixtura con el homicidio cometido en Buenos Aires. Obtiene allí un testimonio fundamental en dirección a esclarecer hasta los detalles de la comisión del delito.
Como en sus demás trabajos, Rodolfo hurga en los documentos, hace un seguimiento minucioso de la prensa escrita y realiza entrevistas, incluso las más arduas de conseguir. Obra como detective, historiador del presente e indagador de lo que todos quieren ocultar. Y pone en acto su inclinación por las acciones de inteligencia, que jugaría luego un papel tan grande en su vida política, sobre todo cuando estuvo a cargo del tema en Montoneros.
Las virtudes de la escritura de Walsh son conocidas y se aprecian en esta obra. Prosa seca y precisa, utilización de la ironía y el sarcasmo sin menoscabar la gravedad del asunto tratado, acción sostenida que captura la atención del lector sin decaimientos.
Exhibe a quienes leen su propio rol en la búsqueda de información y la producción y evaluación de las pruebas. El que luego fuera director de la agencia clandestina ANCLA es un personaje del libro, quien lee sigue sus pasos con expectativa y suspenso.
El caso… es una muestra más de cómo, a partir de un solo hecho, se puede comprender el complejo mecanismo de dominación de clase, la multiplicidad y sustentación mutua de aparatos que garantizan el sostenimiento de la explotación y la opresión.
Walsh se anima a predecir el futuro cercano. Y acierta. La primera edición del libro aparece cuando ya el peronismo había vuelto al gobierno. Él percibe que la vocación asesina de los dueños del país continuaba en vigencia. Más aún, tendía a reforzarse. Advierte en el texto acerca de que están dispuestos a incrementar su nivel de agresión contra las clases populares.
Hoy, a décadas de distancia, se impone una elevada valoración de su lucidez premonitoria.
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