Este verano -contradiciendo aquello de que son meses en los que nunca ocurre nada- está lleno de sucesos que no pueden pasarse por alto. En primer lugar, Cromañón, que se nos impone con la fuerza del dolor y la bronca. Entre otros testimonios conmovedores, una madre cuenta que su hijo ya había logrado salir, pero […]
Este verano -contradiciendo aquello de que son meses en los que nunca ocurre nada- está lleno de sucesos que no pueden pasarse por alto. En primer lugar, Cromañón, que se nos impone con la fuerza del dolor y la bronca. Entre otros testimonios conmovedores, una madre cuenta que su hijo ya había logrado salir, pero regresó a buscar a su novia. «Yo le enseñé a ser solidario» -dice- «¿acaso podía hacer otra cosa?». Una solidaridad que sólo puede surgir desde abajo y que se manifestó en numerosos actos que los sobrevivientes relatan. El silencio de los medios, que prefirieron usar página tras página para resaltar -entre frías estadísticas de muertos y heridos- la abnegación de… una perrita acompañando a un muchacho perdido en Bariloche, nos está indicando con su silencio cómplice -además de pretender culpabilizar a las propias víctimas- que esta solidaridad puede ser una pieza basal para construir una salida de los sectores populares.
Otra madre, mientras le enrostraba a Ibarra en la legislatura su culpabilidad, le señaló que él no era más que una circunstancia, que el problema era el sistema. Y tiene razón, porque Cromañón no fue un accidente ni una calamidad, como tampoco lo sucedido en Río Turbio, con el saldo de 14 mineros muertos, ni la inundación de Santa Fe, con muertos, desaparecidos y miles de familias en la ruina y tantos otros casos. Es la voracidad insaciable de un sistema que, colocando la búsqueda de ganancia por sobre cualquier otra consideración, fue destruyendo el país. ¿Qué les pueden importar, entonces, algunos matafuegos menos y una puerta de emergencia cerrada?
A cada uno de estos hechos se los presenta aislados, tapando cada uno, con su horror, al anterior. Pero todos son casos extremos, cada vez más numerosos y reveladores de una realidad cotidiana, el de un gobierno y un Estado que -mientras su fachada de bregar por él «bien común» cae a jirones- se revela ineficaz para ocuparse de las necesidades ciudadanas, al tiempo que se muestra eficiente en el cuidado de las ganancias empresarias y la permanencia de los viejos políticos. La impunidad con que se mueven los Chaban o la falta de ambulancias o tubos de oxígeno, son dramáticas muestras de esta mutación.
¿Justicia o «Consulta»? Una manera de votar para «decidir» que no habrá justicia
La tragedia de Cromañón volvió a replantear la crisis de todas las instituciones y fue una nueva señal de que perdura la desconfianza y bronca hacia todas ellas, la que había emergido a la luz -con empuje arrollador- a fines del 2001. El pedido de renuncia y/o cárcel para Ibarra se colocó a la orden del día, por su responsabilidad innegable y no sólo el castigo a Chaban. Los familiares en la legislatura, acusando y dando la espalda al conjunto de los legisladores, el método asambleario y la movilización callejera impulsadas por familiares y jóvenes, son muestra viva de que las heridas no han cerrado, a pesar de todos los intentos gubernamentales por demostrar que se está construyendo un país distinto, lejos de las causas que llevaron a las rebeliones del 2001 y 2002.
La irritativa consulta propuesta por Ibarra no ha hecho otra cosa que tirar más leña al fuego, no sólo porque es un recurso para salvarse, como para mantener en pié las podridas instituciones. Así, Ibarra se asegura la victoria porque sea cual sea la decisión de la población porteña, los mecanismos para evaluar los resultados exigen más de 80% de votos en contra para que se retire del gobierno.
Pero tan o más importante, es que aún si existiera una remota posibilidad de que Ibarra pierda, este mecanismo aleja irremediablemente a los familiares y a la sociedad toda de lograr Justicia y evitar nuevos Cromañón. Porque hace décadas que se viene formando y consolidando en el país una burocracia estatal y de los principales partidos, a todos los niveles, electivos o no, que garantizando los negocios y ganancias empresarias, fue forjando una red de negociados, prebendas, corrupción y clientelismo que no dejará sus negocios a menos que la mayoría social decida ponerle fin. Una consulta sólo para decidir si Ibarra sigue o no, deja a salvo este aparato que hay que desmantelar y que frente a cualquier elección, perdura y sólo va reajustando sus cuotas de poder. Parafraseando una frase famosa, «parece que se están peleando, pero se están reproduciendo», lo que da lugar a las mutuas lealtades por las que el aparato del PJ Kirchner o-Duhaldista salió a sostener al gobierno de la capital o andan libres Menem y De La Rúa.
La reciente reforma penal, por la que prescribieron ya importantes causas como las de IBM-Banco Nación y otras, es una nueva muestra de ello. Los cuatro mil procesados y los más de veinte detenidos por luchar y reclamar son su contracara.
Hoy corren a controlar boliches pero… ¿dónde saltará la próxima «tragedia»? Nuevas muertes en geriátricos… ¿Alimentos o medicinas adulteradas? ¿Algún colegio convertido en trampa mortal? ¿La sangría cotidiana de trabajadores muertos en accidentes laborales en un nuevo Río Turbio? ¿O serán los trenes destruidos con la privatización? No es de ellos y sus «controles» que podemos esperar una salida. No habrá entonces seguridad, justicia ni una real democracia mientras no seamos los propios interesados quienes vayamos tomando en nuestras manos el control de la vida económica y social: Las organizaciones de familiares movilizando e investigando hasta el fondo las culpabilidades emergentes de Cromañón; las organizaciones de jóvenes controlando los locales de diversión; los docentes y estudiantes la educación, y así en todas las cuestiones.
La consulta de Ibarra apunta -al tiempo que a salvar su cabeza- a desmovilizar a los sectores más activos de la sociedad, y especialmente a los afectados directos de la tragedia. De allí que todos los sectores políticos representantes del establishment, más allá de la posición política que terminen adoptando respecto al referéndum (por sí o por no), coinciden en sacar los reclamos de la calle para llevarlo al terreno electoral e institucional, en sintonía con lo que viene haciendo Kirchner desde el gobierno nacional.
Los familiares y amigos de los chicos muertos en Cromañón ya han repudiado la maniobra y rechazan la juntada de firmas y la consulta. Desde Cimientos nos solidarizamos con sus propuestas y seguimos con ellos en el reclamo de justicia.
Plan canje: permuto bonos a cambio del futuro de varias generaciones
Hay recursos dramáticos que al igual que en las series televisivas, parecen servir también en la política. La existencia del villano, en toda telenovela que se precie, sirve para resaltar las cualidades del héroe o heroína de turno. En este caso, la existencia de los bonistas italianos y de los fondos buitres, son marco propicio para resaltar la firmeza en las negociaciones por el canje de la deuda. Quedan opacados entonces, los verdaderos resultados. Suponiendo un resultado exitoso del Plan Canje (muy lejos de la quita del 75% prometida), la Argentina quedará con una deuda pública de 130 mil millones de dólares, lo cual equivale al 85% del Producto Bruto Interno. Vale, para comparar, que en el 2001, ésta representaba un 57% del PBI, lo que ya se consideraba impagable. Las consecuencias inmediatas son que los 12.200 millones de dólares que vencen en el 2005 se pagarán -no hay nada nuevo bajo el sol- con «el hambre de los argentinos». Las consecuencias a más largo plazo: la nu eva deuda se reestructuró hasta el 2046, por lo que el hambre será (si no lo impedimos) también de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. Por lo pronto, persiste un desempleo del 17,6% a pesar (¿o a causa?) del actual crecimiento económico y un 80% de los hogares que no puede adquirir una canasta de consumo completa. Pero seamos claros: decir que la deuda la pagamos los argentinos es un eufemismo. Sólo la pagamos algunos: la distancia entre los más ricos y los más pobres pasó de ser de 12 veces en 1974 a ser de 31 veces en la actualidad, por lo que cada vez es más cierto que el problema no es la pobreza sino la tremenda desigualdad, por la que algunos pocos se llevan lo que a tantos les falta.
El modelo gubernamental para salir del default trae otras consecuencias. Por un lado da vía libre a la «reforma estructural» que exige el FMI ante las obligadas y sucesivas refinanciaciones: mantener un alto superávit fiscal, renegociar con las privatizadas el aumento de tarifas, reformar los bancos públicos y mayor flexibilización laboral. Por otro lado, las actuales «firmes» y «valientes» negociaciones implementadas por el gobierno han convalidado el conjunto de la deuda, a pesar de que es por todos reconocido el origen fraudulento de la misma y que los buitres aprovecharon la crisis terminal de nuestro país para comprar bonos baratos esperando esta oportunidad de enriquecerse. Lo peor es que lo lograron.
En este rumbo, aquella Argentina en la que se creía posible la perspectiva de mejoramiento económico, social y cultural, se fue para no volver. Y es mejor mirar esta realidad de frente, por más discursos que desde el poder alienten las expectativas populares en un mítico empresariado nacional o un regreso al Estado benefactor.
El triunfo en subterráneos abre nuevos caminos
Parte importante del crecimiento de las ganancias empresarias se debe a la pérdida del 20% que sufrieron los salarios desde la devaluación. Y eso si pensamos sólo en el 50% que está en blanco, ya que en el resto la pérdida es mucho mayor aún. Y ni hablar de quienes deben sobrevivir con un miserable plan de $150.
El gobierno K -representante de la «nueva» política- despertó de su letargo a los viejos gordos de la CGT para sostener esta «distribución del ingreso» al revés, apuntalándola con algunas migajas aquí o allá.
La huelga y el triunfo en el subte resquebrajó y amenaza -de propagarse a otros sectores- con tirar abajo tal andamiaje. Por lo pronto, el gobierno, que mientras los reclamos no pasaban a mayores se llenaba la boca con la «recuperación» del salario, sale ahora a pedir topes a los mismos. Y se «horroriza», en consonancia con la UIA, de pedidos del 53% como el de los trabajadores del subte, lo que por otra parte no cubre más que el aumento del costo de vida. Era esperable tal reacción.
Lo que no resultaba esperable es que hubiera usuarios enojados que también consideraran excesivo el pedido, lo que indica que hay sectores populares que comparten la visión del mundo empresarial y devela un espíritu de sumisión que impide ver que para acceder a un mínimo de alimentación, vivienda, salud, educación y cultura, es necesario independizar los reclamos de lo que el empresariado y el gobierno determinan como «posible». Es una discusión a llevar al conjunto de los trabajadores y sectores populares.
La preocupación y el giro discursivo del gobierno indican que puede haber sectores de trabajadores a los que el triunfo en subtes los anime a tomar su ejemplo. Ya se empiezan a escuchar compañeros que dicen: «hagamos como ellos.» El papelón de Palacios, dirigente de la UTA, levantando el paro por televisión con nulos resultados, es otro aliciente para salir a luchar por fuera de las viejas estructuras sindicales y recolocando la cuestión de la democracia de base, a través de asambleas donde todo se discute y resuelve.
En estas peleas, algunas resonantes y otras seguramente más subterráneas, podrá avanzar una recomposición del tejido social que desde las alturas se intenta mantener fragmentado. Junto a ellas, la masacre de Cromañón relanza la necesidad impostergable de una real transformación social. El grito que recorrió el país hace 3 años: «que se vayan todos», si bien menguó su fuerza, no es por haber perdido vigencia, sino porque la rebeldía popular no avanzó hacia la conformación de una alternativa, la que requiere de una construcción social, política, moral y cultural complejas, diversa y prolongada en el tiempo. La pluralidad de sectores y movimientos que deberíamos confluir para ello, no se condice con las proyecciones políticas monolíticas, construidas de arriba hacia abajo, pero tampoco con aquellas que parecen reservar del mundo sólo un rincón aislado carente de proyección global. Hacia ese proyecto político transformador -confluyente con muchos otros compañeros-, queremos aport ar desde Cimientos.