Recomiendo:
0

La “rebelión popular” del 2001

Fuentes: Rebelión

A veinte años del estallido popular, repasamos el desenvolvimiento del mismo y los movimientos sociales que lo protagonizaron.

Diciembre del 2001, con el estallido social que fue rebelión popular, era previsible. Sin embargo, lo era con el “diario del lunes”. Ya pasadas esas jornadas de rebelión, podemos analizar que un conjunto de vectores confluía en una única línea de fuerza que generaría ese estallido en ese momento y de esa forma, y no en otro ni de otras características. Una cantidad destacada de organización sociales y políticas trabajaban con diversas ideas de futuro, pero era necesaria una rebelión popular que diera por tierra con el sistema neoliberal (esa variante tan descarnada e inhumana del ya poco humano sistema capitalista).

Sin embargo, a pesar de los antecedentes que parecerían darles a aquellas jornadas una idea de “dirección consciente”, hubo pocos elementos de la misma. En la coyuntura primó la “espontaneidad”. Y aquí radica la diferencia de por qué hablamos de “rebelión popular” y no de “insurrección” o de “estallido”. Estas categorías en ambos extremos indican o una planificación y dirección como elemento destacado; o una anarquía de violencia social sin objetivos del opuesto.

Los antecedentes

Si bien las raíces de la crisis periódica de la economía argentina se deben a la llamada “restricción” externa, producto de la imposibilidad “política” de saldar el proceso de industrialización, lo que hace que cíclicamente nuestra economía cruja; esta visión tan macro no nos explica la profundidad de las últimas crisis y especialmente la del 2001. Para explicarla hay que tomar dos cuestiones estructurales que han producido una profunda transformación negativa de nuestra sociedad y nuestra economía: una la “deuda externa” y otra el “modelo neoliberal”, ambos interrelacionados.

Estas cuestiones iniciadas conscientemente por el “Proceso de reorganización nacional”, tuvieron como consecuencia la transformación de la sociedad. Y el inicio de un deterioro de la estructura productiva, una casi total transnacionalización de la propiedad de las empresas claves, una retirada del estado de funciones empresarias y perdida de su capacidad de planificación, una pérdida de la densidad industrial y su eslabonamiento interno, una radicalización del rol exportador de bienes primarios y apenas elaborados, una hegemonía del sector financiero sobre el conjunto, con la consecuente libertad de exportación de capital, etc. En definitiva, la pérdida de la soberanía nacional, que se extiende también a los bienes comunes de nuestro mismo suelo. Este “proyecto de país” es muy claro, creo bases sólidas sociales, políticas y estructurales. Allí juega la deuda externa como factor determinante de la autonomía nacional, de la extracción de capital y de control de las políticas claves.

Esto produjo una, a veces lenta y otras rápida, transformación del paisaje y la estructura de clases. Como dijimos, en la cúspide de la burguesía se instalaron con solidez las transnacionales y el capital financiero, inclusive se asentaron como estructura interna organismos externos. Todo esto se hizo legalmente. Se “provincializó” la soberanía en aspecto claves, como lo es el constitucional. En las clases populares, la clase obrera se fragmentó; el “pueblo” dejo de ser un bloque sólido fuertemente estructurado, para dividirse y surgir una capa social de “pobres” desestructurados en forma masiva. El cambio de paisaje, en el campo y en la ciudad, la estructura agraria, las villas explotaron, los country se multiplicaron, los shoppings se instalaron, la obscenidad de la riqueza y la pobreza se hizo norma publicitaria.

En el corto plazo, el “menemismo” estructuró la profundización de este modelo con una estabilidad de varios años. Lo transformó en estructura, en “formación económico social”. Fueron suficientes años para desarmar, con una “Blitzkrieg” neoliberal, al ya muy golpeado estado peronista, e insertar a la argentina en el nuevo orden mundial de forma sólida. El llamado “uno a uno” (convertibilidad) fue brutal, no solo porque fue el pilar del proceso de desindustrialización del periodo, de la exportación de capital, de destrucción del estado y multiplicación de la deuda. Sino porque, por un lado, aumentó la masa de desocupados y por el otro, creo un consenso en la “clase media” con ingresos fijos por poder adquirir bienes de consumo importados (que a pasos acelerados desplazaban a los nacionales). Nada de esto podía frenar la enfermedad que carcomía el cuerpo de muestro país, era como querer curase consumiendo drogas duras. La sensación de placer coyuntural no afectará el deterioro y muerte.

La resistencia

Debemos recordar que no fue todo un mar de calma cuando se aplicó el proyecto neoliberal. Sino pareciera que el 2001 surgió de “un repollo” o, como Dios creo las cosas, por simple enunciación. No hablaremos de las luchas contra la dictadura, el protagonismo del Movimiento obrero, ni de los veintiséis puntos de la CGT contra la claudicación alfonsinista. Mencionemos el menemismo y quienes se le opusieron haciendo que ese mar de consenso no fuera tal. A pesar de las derrotas y traiciones sobre las cuales nació este “peronismo neoliberal”, lo cierto es que nuevos actores se pusieron a la cabeza de la resistencia. Surgieron el MTA de Moyano y Palacios (con principalmente gremios del transporte), la CTA de Víctor De Genaro (con centralmente docentes y estatales); los Jubilados con la transgresión permanente de Norma Plá; organizaciones de Lucha como Quebracho y Patria Libre que rompían con la calma derrotista y las puebladas de Jujuy con el “Perro” Santillán (de donde surgió Milagro Sala). Las demás puebladas de numerosas provincias y pueblos, volteaban gobiernos e incendiaban edificios públicos. Los extrabajadores ocupados sometidos a la miseria comenzaron a crear los primeros movimientos piqueteros en Salta y Neuquén, con luchas que dejaron varios muertos, pero lograron instalar la resistencia y la multiplicación del ejemplo, hasta llegar al gran Buenos Aires; hacia el final con el derrumbe de la estructura económica, aparecieron las fabricas recuperadas.

Todos estos movimientos de resistencia mostraban que el pueblo no estaba en silencio, ni aceptaba sin más el “dolor social” que implicaba (e implica) el tránsito hacia una estructura socioeconómica acorde a las necesidades del mercado. En su conjunto marcaban un camino, el cual era confuso, sin un proyecto unificado, dado que el peronismo, identidad natural de todos, estaba en el campo enemigo en ese momento. Pero la resistencia es eso: frenar, poner trabas, hacer ruidos y esperar la maduración de la alternativa.

Las tensiones del modelo menemista se notaron desde mediados de su gobierno. Pero fue con el gobierno de la Alianza, cuyo diagnóstico de los problemas del país era menos que malo, digamos que “estúpido”, que las tensiones del modelo empezaron a estallar. Las resistencias se cobraron vidas desde el mismo día de asunción del conservador De la Rúa y el progresista “Chacho” Álvarez. Corrientes dejo algunos muertos y herido de bala en el puente. Las huelgas se multiplicaron, los cortes de calle se hicieron cotidianos. La deuda externa se volvió inmanejable y el gobierno recurrió a acuerdos con el FMI, uno tras otros, que exigían más ajustes y más disciplina fiscal. Además de “fracasar” uno tras otro. Hasta los empresarios se comenzaron asustar y creció la indigencia.

Argentina se aproximaba a paramentos sociales de otros países de Latinoamérica, o peor, de África. Allí comenzamos a ver multitudes de personas revolviendo la basura, pidiendo comida en las puertas de los comercios. Surgieron los “Cartoneros”, hoy llamados “recicladoras urbanas”, que vinieron para quedarse. Los enfrentamientos con la policía eran el desenlace común de las protestas, o al menos una “alta tensión”. Todo esto es lógico, ya que era un sistema que no podía canalizar de ninguna manera los reclamos. Ellos implicaban cambios que “La Alianza” no alanzaba a reconocer, como la salida de la convertibilidad y el freno de la espiral de la deuda.

El 2001

El 2001 fue un año muy duro. La Alianza de gobierno estalló: el “menemismo sin corrupción” era también corrupto. El MO se lanzó a varias acciones de protesta muy contundentes, los movimientos sociales estaban casi diariamente en la calle. La pobreza se extendía de forma desconocida e inimaginable en el país. Hacia mediados de año hubo elecciones y los candidatos del gobierno perdieron estrepitosamente. Pero no surgió una alternativa, sino que se expandió el abstencionismo, el voto en blanco y el voto a la izquierda, síntomas claros de una crisis de hegemonía. La política estaba perdiendo en su conjunto la representación de la población, el sistema económico se deterioraba en forma catastrófica y la miseria se hacía un panorama desesperante llegando a hogares de clase media y hasta amenazando el comercio.

Los últimos meses del gobierno de De la Rúa fueron un error tras otro. Negociaciones con el FMI con la consecuencia de tener que acordar planes económicos que solo pueden ser impuestos por gobiernos que garanticen consenso, o por la fuerza de las armas. Y el presidente estaba vaciado de conceso y de poder. El último gran desacierto de los restos de la Alianza se produjo cuando, ante la crisis, los eternos fugadores de capital comenzaron a llevarse los dólares al exterior, y el FMI le cortó el apoyo al gobierno hasta que no pudiera desarrollar el plan económico (y este tuviera éxito, cosa que nunca sucedió, ni sucede). La gente de clase media con algún ahorro comenzó a asustarse y a pedir retirar sus depósitos al “uno a uno”. Allí ante la recomendación el líder progresista “Chacho” Álvarez, De la Rúa llamó como ministro de economía a Domingo Cavallo, “creador” de la “convertibilidad”, para que la salvara y poder continuar con el sistema.

El 3 de diciembre, Cavallo estableció “El Corralito”, que restringía la posibilidad de retirar dinero de los bancos. Buscaba evitar la imposibilidad de responder con dólares a los pesos reclamados, pilar de la convertibilidad (inexistente desde hacía tiempo). Si bien los poderosos nunca tuvieron ese problema, ya que como sabemos los bancos y los grandes empresarios son parte de un todo, lo cierto es que la medida paralizo el comercio y la producción que quedaba. Esto llevo a sectores medios, inclusive acomodados, a la oposición activa. Una mayor parálisis de la economía hizo que el hambre se multiplicara aún más y que los sectores obreros miraran con temor caer en la indigencia. Pocos días después comenzaron los saqueos de supermercados en el interior del país. Las imágenes de familias robando comida en diversas poblaciones oficiaron de elemento multiplicador. Sumado al clima de agitación que llegaba a barrios acomodados como Caballito donde asociaciones de comerciantes hacían cortes de calle en protesta.

El gobierno, inconsciente del problema, respondió con represión. En ese momento la crisis de representatividad era total y paralelamente el bloque dominante estaba dividido, sin acuerdos de mínima, lo que se manifestaba con las alternativas “devaluación” vs. “dolarización”; ambas muy difíciles de tomar, pero sin salidas que en el momento permitieran aliviar la situación de la población. Esto solo llevo a más protestas, más saqueos y las primeras muertes. Con la oleada de saqueos instalada en el GBA y la Capital, con tiroteos y muertes, la situación era de desaparición de toda autoridad. El presidente De la Rúa respondió con una cadena de televisión en la que anunciaba el “estado de sitio en todo el país” y acusaba las protestas de ser promovidas por agitadores.

Allí se produjo el hecho que marcó esas jornadas: el “cacerolazo”. Ante la declaración del estado de sitio, las más amplias masas de la población respondieron saliendo a la calle bajo la consigna “el estado de sitio de los meten en el culo” y “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Quienes vivimos esa situación no podemos más que estar aún hoy asombrados. Sin plan alguno, sin dirección alguna, ese hecho marcó la respuesta a décadas de engaños que en ese momento se descubrieron ante diferentes capas de la población que, aunque fuera por un tiempo, tomaron conciencia de lo que le estaba pasando al país. Simbolizado en una consigna pintada en la pared en aerosol: “nos mean y los medios dicen que llueve”, las masas dejaron de creer y pensaron por sí mismas. No hubo miedo a romper el estado de sitio, los agitadores y tirapiedras fueron todos. Hubo alegría y bronca, sabiendo que la represión podía ser dura. Pero esa inmensidad interminable de personas (millones) en las calles por todos lados eran un escudo suficiente.

No nos detendremos en los relatos de los dos días de lucha callejera en el centro de la ciudad que terminaron con la renuncia de Domingo Cavallo y la caída de Fernando De la Rúa, con un vacío de poder que tardó meses en volverse a llenar. El gobierno nacional desapareció por un tiempo, sin poder estabilizarse. La crisis orgánica estaba en su punto máximo, y eso abría el lugar para múltiples opciones de salida: reaccionarias, revolucionarias, y un abanico intermedio, pero por sobre todo la imposibilidad de una continuidad. Hoy es fácil ver que con las masas en las calles y amplios niveles de organización social la salida reaccionaria era muy difícil, como se mostró con la conspiración que se intentó desde el Duhaldismo, con el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán el 26 de junio del año siguiente.

Pero también era imposible una salida revolucionaria. La resistencia no pare proyectos revolucionarios, como señalaba Walsh: “no se cuestiona el poder”. O sea, ni revolución, ni acceso al gobierno. Es posible ver que, por ejemplo, “los piqueteros”, hoy “movimientos sociales”, eran organismos de autoorganización de las bases más pobres para afrontar una situación extrema. Otros eran movimientos de características sindicales económicas, y en otros diferentes casos se planteaban a sí mismos como organizaciones autónomas imbuidas en la ideología posmoderna de la construcción alejada del estado (aunque todos los movimientos tenían y tienen su sustento en subsidios estatales, por los cuales realzaron prolongadas confrontaciones o negociaciones).

Las organizaciones políticas que habían sido oposición en el 90, se dividieron en dos grupos; los que pensaron en formas de reordenar y conseguir una nueva gobernabilidad, especialmente las organizaciones sindicales MTA y CTA, que en parte parecieron temerosos cuando la movilización mostraba rasgos de violencia y continuidad poco acostumbrada, y sobre la que se podía tener poca influencia. Y otras de izquierda, del peronismo revolucionario, o similares, que pensaron en poder conducir eso hacia una salida revolucionaria en la prolongación de la crisis.

Sin dudas, los primeros tuvieron más éxito en el mediano plazo. Mientras que los segundos no pudieron conducir un movimiento de masas del cual podían participar pero que era esquivo a cualquier dirección, más aun viniendo de una diversidad de grupos contradictorios y débiles. El 2001 era un movimiento que en general era ajeno, inclusive a los movimientos sociales. Estos mismos movimientos quedaron semiparalizados ante la rebelión, aportando en algunos casos como hombres y mujeres en la lucha de calle, pero sin una idea clara de que hacer.

Quienes en ese momento pretendíamos que el 2001 fuera la base de un camino revolucionario, además de corto plazo, confundimos una rebelión popular cuyos aportes de masas eran muy diversos, con un sujeto revolucionario, organización, y estrategia de poder. Desconocimos una enseñanza básica de la historia, no hay revoluciones sin una conducción; ni sin una organización política y social que vaya en ese sentido; sin un proyecto de país que entusiasme e interpele a sectores de masas que sean el sustento, etc. Y eso no se crea en el momento, ni de la cabeza de pequeños grupos se transforma en maternidad social y política. La praxis de resistencia, no se sublima en un camino hacia el poder, eso es pensamiento mágico.

Por ello durante el 2002 el personal político clásico, repudiado en gran parte, se reconstituyó. Y del mismo, un nuevo grupo casi marginal hasta entonces, el que hoy conocemos como Kirchnerista, apareció con una lectura más democrática de la salida a la crisis, el cual llegó al gobierno en el 2003. Vale recordar dos cosas; la elección la ganó Carlos Menem y Néstor Kirchner logró un muy cercano segundo puesto. Y hubo una recomposición de la participación electoral bajando mucho la abstención, volviendo a guarismos normales el voto en blanco como la izquierda. O sea que una recomposición de las instituciones había comenzado.

Una breve caracterización social de la rebelión

Debemos destacar que la rebelión no tuvo como protagonistas centrales a los movimientos populares organizados. Ni políticos, ni sociales, ni sindicales. Esto no significa que muchas organizaciones se hayan ido sumando, o hayan participado de la misma. Pero en sí mismas fueron aporte de poca significación coyuntural. Sin embargo, esto no debe dar lugar a una confusión, la rebelión de 19 y 20 de diciembre no fue un hecho aislado. Remarcamos que fue parte y consecuencia de un ciclo, tanto estructural como de resistencia y lucha que tuvo protagonistas concretos en “ambos bandos”. También es de atender que las prácticas de los diversos grupos resistentes o de los piqueteros fueron parte del ideario de acción de esas masas en las calles. Barricadas, tirar piedras, asambleas, recuperar fabricas cerradas, etc. eran parte tanto del acervo histórico del pueblo en luchas anteriores, como de las luchas de los años inmediatos. Quizás se pueda ver en esa simpatía tan efímera que la “clase media” brindo durante unos meses a los movimientos piqueteros.

Sin dudas ese diciembre confluyeron varias protestas que conformaban varios “sujetos”. Los “hambrientos” que más que nada saquearon supermercados y hasta pequeños negocios en muchos lugares del país. Este no fue un “movimiento”, sino algo parecido al “gran terror” de la revolución francesa; temor a masas de hambrientos y saqueadores. Fueron el telón de fondo de esos días. En estas acciones cayeron muertos la mayoría de los caídos esas jornadas. Unos treinta murieron buscado comida.

Un segundo grupo fue la clase media urbana. También sectores obreros y asalariados asimilables a esa esquiva categoría. Aquí la reivindicación es diversa. Sin dudas inicialmente el componente antiautoritario con el rechazo al estado de sitio es un dato a tener en cuenta. Pero esto no basta. En esa clase media estaba los “ahorristas” pequeños y medianos, a los cuales el corralito les expropió sus dólares. Y que en muchos casos acusaban a los ministros que se negaban a devolver los ahorros de “comunistas”. Se vieron autos de alta gama con personas de evidente alto estatus caceroleando en el centro y esquivando gases lacrimógenos. Sin embargo, esa amplitud también puede ser vista como un emergente de esa “crisis orgánica” y como una “oportunidad”. La principal expresión fueron las llamadas “asambleas populares” cuyo origen es el “cacerolazo” del 19 de diciembre a la noche, cuando las multitudes en las esquinas comenzaron a preguntarse ¿qué hacer? y algunos dijeron marchemos al centro, pero veámonos mañana de nuevo en esta esquina hasta tanto “se vayan todos”.

Si bien las asambleas no son una metodología de la clase media, lo cierto es que las asambleas que surgieron como hongos desde el 19 de diciembre y caracterizaron el 2002, se refieren a este grupo. Se desgastaron rápido en discusiones bizantinas, en intervenciones de militares de asamblea universitaria, y en ese endémico rechazo de la clase media a la definición de un proyecto político colectivo al que deba limitar su individualidad. Por ello eran tan aplaudidos los “Piqueteros autónomos” que rechazaban “todo tipo de organización política o sindical y cualquier delegación del poder”.

Otro actor fueron los movimientos sociales y sindicales. En esto insistimos lo que ya señalamos, muchos llamaron a quedarse en sus casas, otros se atrincheraron en sus barrios victimas del “gran miedo”, otros confluyeron en donde estuviera el enfrentamiento para aportar a los jóvenes más decididos a la lucha. Y allí es donde se formó el último sujeto, que es difícil de definir. Una gran masa de jóvenes y no tan jóvenes que se decidió a quedarse en las calles en pleno centro y enfrentar durante muchas horas la las fuerzas policiales con el claro objetivo de voltear al gobierno. Unos cuantos miles, suficientes para poblar de barricadas y enfrentamiento activo todas las esquinas y calles de la zona, sin organización, salvo la memoria colectiva y lo acumulado en los años anteriores. Con el apoyo de la gente, los vecinos, que desde sus casas bajaba agua y ayudaba a los lastimados, eran la vanguardia que permitió el éxito de esas jornadas. Allí quedaron cinco muertos, asesinados cuatro por un grupo parapolicial y uno por la seguridad de la embajada de Israel. Además de los cientos de heridos.

Epilogo

Las jornadas de diciembre alteraron el curso de la historia, impusieron temor en el poder y abrieron el camino para una serie de políticas que permitieron recuperar la gobernabilidad con conceso y la economía sin mayor entrega, todo con un sentido más democrático. El miedo de las clases dominantes, la sensación de los políticos que “flotaban en el aire”, permitió por ejemplo el muy necesario no pago de la deuda externa, anunciado por Rodríguez Saa, lo que a su vez fue condición sine qua non para la recomposición de la economía. Permitió una política de DDHH que no pasará al olvido en forma vergonzosa. Abrió el lugar para que el gobierno tuviera que negociar con los movimientos populares mejores condiciones y a muchos los sumara. Y para que se impusiera un programa que permitiera recuperar el empleo y reactivar la producción, que además tuviera en cuenta la redistribución. No se impuso un programa de liberación, ciertamente. Muchas cuestiones estructurales claves continuaron. Pero sí, gracias a esas luchas hijas de la resistencia de los noventas hubo un cambio de la correlación de fuerzas favorable a las masas populares que abrió la oportunidad. La expresión concreta de ello fue el kirchnerismo, hijo del 2001 aunque no haya sido parte de él.

Las jornadas de ese periodo fueron vividas con alegría. Muchos se quedarán atónitos, porque la crisis económica brutal y la muerte de decenas de personas deberían hacer pensar que es mejor enterrar ese pasado. Sin embargo, no es la crisis lo que se festeja, ni la muerte, sino la esperanza que nació esas jornadas, la esperanza de un país mejor, y quienes conocemos la historia de la humanidad sabemos que un país mejor no se obtiene por regalo de Dios. Sino con sacrificios. Y de los sacrificios nace lo nuevo, lo más justo y lo mejor.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.