¿Podrá, el kirchnerismo, terminar con la nuevas organizaciones obreras, disciplinando y encarrilando a los trabajadores detrás de las centrales sindicales adictas a sus políticas? Esta es la pregunta que se realiza la burguesía argentina, que se declara en estado de emergencia social y que ha comenzado una campaña «dispuesta a liberar las calles y las […]
¿Podrá, el kirchnerismo, terminar con la nuevas organizaciones obreras, disciplinando y encarrilando a los trabajadores detrás de las centrales sindicales adictas a sus políticas? Esta es la pregunta que se realiza la burguesía argentina, que se declara en estado de emergencia social y que ha comenzado una campaña «dispuesta a liberar las calles y las fábricas de la molesta protesta social, que coloca como rehenes de una minoría, al conjunto de la sociedad».
Esta consigna burguesa, no es otra cosa que el viejo y repetido llamado al orden, que vuelve a encontrar unidos al más amplio espectro de explotadores, abarcando desde la centrales empresarias que en su discurso mediado por las corporaciones mediáticas, incluye al kirchnerismo y al propio gobierno de EE.UU.
Establecer un poder «fuerte», que en última instancia sólo significa disciplinar las luchas populares, es la divisa que unifica a oficialismo y oposición. La burguesía argentina está dispuesta a la ejecución de la violencia en contra de las luchas obreras, como tantas otras veces en la historia, pero la experiencia acumulada le hace dudar sobre como hacerlo.
Macri y Cristina Kirchner
El macrismo ha avanzado en esta política en forma desembozada y brutal al poner en funcionamiento un cuerpo especial antipiquetes; claro, para el macrismo es fácil, ya que limita su poder a una intendencia y esto le da ciertas licencias para improvisar en función del dialogo que sostiene con los sectores más reaccionarios del municipio porteño.
Para el kirchnerismo en cambio, pese a que, simplemente, ha ejecutado una represión abierta y feroz en contra de los trabajadores de Kraft-Terrabusi confiando en las propias fuerzas de seguridad del estado, la solución represiva no se le aparece tan viable; desconfía de la reacción popular que puede despertar maximizar la represión y de un final a lo Duhalde. Para la burguesía, convertir a las luchas obreras en una cuestión de policía no siempre da resultados favorables para los gobiernos y, a veces, es peor el remedio que la enfermedad.
Aquí encontramos la paradoja de toda esta situación: si el macrismo reprime, su acción va al fracaso por la falta de una dimensión nacional en la política represiva, que nunca encuentra éxito mientras se refiera a una municipalidad; al contrario, lo más probable es que los sectores progresistas y opositores al macrismo utilicen la represión como argumento electoral y que las bandas armadas antipiquetes comiencen a ser repudiadas por los propios vecinos.
Lo del kirchnerismo es distinto. La acción represiva en Terrabusi adquirió de inmediato un carácter nacional porque la autoridad de aplicación no fue otro que el gobierno nacional, de ser honesto el ministro Tomada debería reconocer que es aquí donde se encuentra «la actividad coordinada» que denuncia como conspirativa.
No hay aura «progre» que pueda cubrir al kirchnerismo de los efectos de las balas de goma, los gases, los palos y los perros en contra los despedidos que luchan por su fuente de trabajo. De hecho, el debate se ha extendido y ha logrado devaluar figuras que han ocupado un rol distinto en la historia reciente de nuestro país, hasta el punto de lograr desconcertar todo un sector del progresismo; es que es intragable que en la coordinación de las labores represivas de la policía y la gendarmería, del último viernes, estuviera presente la secretaría de DD.HH provincial, dirigida por una ex detenida-desaparecida cuyos hijos continúan en situación de desaparecidos, la sciolista Sara Covacho.
«El trabajo os hará libres»
A la Kraft-Terrabusi le falta un gran cartel en la puerta con la leyenda «el trabajo os hará libres» para parecerse a un centro de concentración. Púas, perros, caballería, infantes armados hasta los dientes, no hacen más que recordar las épocas en que la dictadura militarizaba las fábricas. La complicidad de la burocracia sindical con todo este operativo es otro elemento a tener en cuenta. Tras las declaraciones de Moyano y Daer se comprueba que el fenómeno de la «nueva clase obrera» no solo angustia a la patronal, preocupa a clases y castas.
El experimento represivo al que apeló la gran burguesía es puramente represivo y mantiene todavía la esperanza de de que no tenga que ir más lejos en el derramamiento de sangre; esta no es una actitud bondadosa, es pura especulación política de que las cosas se le vuelvan en contra. La derecha reaccionaria demanda mayor represión, pero es inconsistente en su planteo, dado que el reclamo de violencia para enfrentar las luchas populares está dirigido a un gobierno del cual dice renegar. De todas maneras, la lucha ideológica para ganar a la clase media para una postura fascista, se ha vuelto insoportable.
La centro izquierda por su lado reclama profundizar la democracia, desconociendo que en épocas de dominación financiera y de relaciones – si no ya carnales- «cariñosas» la democracia carece de la capacidad de ser «pura»; la patronal de Kraft-Terrabusi entiende esto mejor que varios legisladores del «campo popular», por eso viola las leyes argentinas en forma desvergonzada.
Los métodos piqueteros
En los cortes de ruta existen: los cortadores y los cortados. El esfuerzo mediático burgués se basa en dotar de ideología a estos últimos, para lograr un enfrentamiento mayor y organizado en contra de los primeros. «Tu derecho termina donde empieza el mío» es la apelación al código penal para poner en funcionamiento la ideología antipiquetera. Sin embargo, hasta ahora, la psicología del cortado no ha evolucionado más allá del pensamiento común del peatón que putea al automovilista, hasta el mismo momento en que él se sube al auto y entonces putea al peatón.
Es que con los tarifazos al alcance de la mano y un 300% de aumento en la luz y el gas los vecinos se colocan en situación de volverse piqueteros antes que indignados ciudadanos.
El palo y el gas lacrimógeno no son por sí mismos un programa político, son apenas instrumentos del «orden» y los sectores medios empobrecidos temen sufrir en sus propias cabezas el rigor del «orden» que la derecha le reclama defender. Es decir: la movilización política de la pequeña burguesía contra los trabajadores esta armada de demagogia antiobrera, pero la burguesía sabe que jugar con fuego no es lo más conveniente
Diferente es lo que sucede con los escribas K, estos sectores defienden su billetera y para eso los mueve su gusto por la certeza y su temor a un cambio que descoloque a sus patrones. La pequeña clase media progresista, en el sentido del progreso de sus ahorros, encuentra así en las divisas de orden y progreso un refugio seguro para su extremo temor al desenlace de la lucha entre los trabajadores y sus patrones.
Esta clase media «progre», que ha bebido inveteradamente de la fuente del individualismo cínico, junto a todos sus referentes sociales y académicos hacen del derecho burgués una inagotable fuente de creencias. El recurrente fracaso que han logrado con esta manía de adhesión a los postulados de las diferentes variables de la burguesía y su propia inconsistencia política, está basada en el cálculo y en el conservadorismo individual de sus privilegios.
El pillaje de los recursos naturales, la represión a luchadores, le justificación en el desacuerdo con los métodos «violentos», tiene sentido propio, siempre y cuando las migajas del reparto lleguen a su mesa. Es importante alertar sobre el rol del progresismo y su complicidad con el gobierno y la burocracia sindical, sobre todo en momentos como los actuales, en que la burguesía recurre a la represión y a la maniobra para frenar las lucha obreras.
Kirchnerismo y represión
La evaluación que el kirchnerismo haga sobre las luchas obreras es un motivo de mayor preocupación por parte de las patronales y el imperialismo. La radicalización de las mismas; los métodos de democracia obrera basados en la toma de decisiones en medio de asambleas; la aparición de nuevos delegados más dispuestos a la acción directa que a la negociación sindical en términos tradicionales; la disposición al enfrentamiento con las fuerzas de seguridad en la defensa de sus piquetes; el carácter indeterminado de los planes de lucha, etc. tienen para la burguesía un dramatismo sorprendente.
La mayoría de los conflictos que se vienen desarrollando van en contra de las políticas de conciliación burocrática de las centrales obreras. La burguesía es consciente que esta disposición a la lucha «intransigente» por parte del movimiento obrero, en momentos en que se hace necesario un incremento de las tarifas y en medio de una situación inflacionaria, puede transformarse en explosiva a corto plazo. La patronal, reclama que en épocas de crisis los trabajadores deben ponerse la camiseta de la empresa; pero ya son 260 mil los trabajadores que en el último año han quedado descamisados.
La gran preocupación es que los popes sindicales se han vuelto demasiado ricos y aparecen despreocupados de lo que pasa entre las bases.¿Cómo se le pudo escapar a Daer que en Terrabusi se estaba gestando semejante situación explosiva? ¿Es que la burocracia sindical de tanto enriquecerse, dándole agua por medicamentos oncológicos a sus afiliados, se ha vuelto distraída?
Las patronales están determinadas a no ceder en la lucha de Terrabusi. Piensan que este caso testigo arreglará los problemas a futuro. Si en Terrabusi gana la patronal se acaba gran parte de los problemas y los trabajadores volverán a recuperar «la cultura del trabajo». La reacción de los Daer y Moyano, es una reacción nerviosa de aquel que se dio cuenta tarde de lo que pasa en la base.
Con la CTA pasa algo parecido; condena de palabra a los popes sindicales que se transforman en millonarios a expensas de sus trabajadores. Pero, basta con que los trabajadores salgan a la lucha para condenar la «violencia de cualquier signo». El «progre» ha aprendido a moverse en medio de la lucha de clases, más dedicado a la semántica y a la condena moral que a ensuciarse las manos con el tizne del piquete.
La CTA, como el ciudadano medio, ha asimilado la afirmación de que el derecho del individuo en democracia lo es todo, con lo cual justifica su persistente política de apoyo al gobierno y se sostiene como un intermediario ministerial que pretende discutirle a la clase obrera sobre sus derechos a usar métodos no convalidados con la patronal. Sin duda, la nueva clase obrera esta muy lejos de la «cultura del trabajo» y de los métodos racionales que reclaman burócratas, curas e intelectuales; quizá sea esa la razón que ha llevado al triunfo a los últimos conflictos gremiales.
Las políticas de ajuste, reclamadas por la UIA; las relaciones «cariñosas» reclamadas por la embajadora de EE.UU y su representante a cargo del Ministerio de Economía, están centradas en que los trabajadores moderen sus reclamos salariales y que el ajuste se soporte sin chistar. Enfrente encontramos a una clase obrera dinámica, joven que considera a las direcciones gremiales como empresarios recaudadores de sus aportes mensuales. Una clase obrera, que se acostumbra a los piquetes y no a las oficinas alfombradas de las gerencias de personal.
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