No nacer en el centro del mundo pero sentir honestamente que se pertenece a él, debe ser una de las grandes tragedias para una mente sobresaliente en su individualidad (más Arguedas que Mansilla, desde luego), solamente opacada por el desarraigo, lo que sin embargo no es poco pues le impide comprender adecuadamente su realidad, impeliéndole […]
No nacer en el centro del mundo pero sentir honestamente que se pertenece a él, debe ser una de las grandes tragedias para una mente sobresaliente en su individualidad (más Arguedas que Mansilla, desde luego), solamente opacada por el desarraigo, lo que sin embargo no es poco pues le impide comprender adecuadamente su realidad, impeliéndole al recurso a argumentos deshistorizados. Podría entenderse a estos autores como poseedores de una suerte de ‘conciencia desdichada’ que entra en contradicción de su ser, al menos aquel socialmente considerado.
Comencemos por Arguedas. En su obra cumbre, Pueblo enfermo, afirma que Bolivia es una construcción predominante de la raza mestiza, y luego de la india, opacando lo poco que quedaba de la raza blanca, aunque esta se haya hecho presente en su vertiente más abominable (la española). Según este criterio, el cholo carece de preocupaciones éticas o criterio moral, y el indio no tiene ni remota idea de la validez de la ley; [1] lo cual le lleva a lamentar la ausencia en Bolivia del «hidalgo español, el gentilhombre francés y el gentleman británico» (sic) (1979, p. 80), alineándose con un criterio tan anticientífico como pueda ser posible imaginar. Así, este autor dice que «[l]os elementos étnicos que en el país vegetan, son absolutamente heterogéneos y hasta antagónicos. No hay entre ellos esa estabilidad y armonía que exige todo progreso, pudiendo decirse que aún está en germen el carácter nacional propiamente dicho» (Arguedas, 1979, p. 29), logro imposibilitado tanto por el medio geográfico como por la raza, factores ambos que explicarían el gris destino de este país. En síntesis, para Arguedas en Bolivia la moral está descarriada, pues «[t]odo es inmenso en Bolivia, todo, menos el hombre» (1979, p. 135).
Explicitando aún más el sustrato racista de su pensamiento, en su Historia general de Bolivia sostiene que tras la fundación, en Bolivia «apenas se calculaba menos de un millón de habitantes, indios domesticados los más, sin domesticar y salvajes en muchos puntos» (Arguedas, 1980, p. 63).
Y, por si faltaran argumentos, en un escrito publicado en Piedras Libres, llega a afirmar que «las bestias y los indios (conste que no establezco diferencias entre ellos) no piden otra cosa que satisfacer sus necesidades orgánicas… justo es también no establecer gradaciones entre ellos y ofrecer los servicios de unos y otros en igual forma… el indio es bruto como cualesquiera de los brutos que pastan en la pradera» (cit. en Piñeiro, 2004, p. 121); pero además se anima a bosquejar la siguiente solución a tan acuciante problema: «en cierta época del año, cuando aumenta la corriente del río, es costumbre en la Municipalidad hacer servir a los canes bocaditos de pan con estricnina dentro, para de un modo fácil, cómodo, barato, higiénico y edificante, librarnos de la plaga dañosa e inútil. Propongo que con los indios se use igual procedimiento» (ídem 2004).
En una lectura bastante indulgente con estas ideas, Francovich afirma que «Arguedas hizo volver violentamente los ojos del país sobre su propia alma con un amargo pesimismo» (1984, p. 56); a diferencia de esta postura, Zavaleta se muestra mucho más crítico con Arguedas, llegando a describirle como «un hombre insignificante de mala prosa, con muchas pretensiones y con ideas inferiores a su propia elocución» (2008, p. 143).
Pero la interpretación que a estas páginas interesa es la de Medinaceli, que es precisamente quien le califica como ‘sociólogo-curandero’ (1972, p. 19). Medinaceli no descarta in toto su obra, pero reconociendo su carácter liberal-individualista impregnado de prejuicios raciales, afirma que sirve más para criticar el pasado que para construir el porvenir, para cuyo propósito prefiere a Tamayo y su ‘americanismo sustancial’. Rechaza, pues, ese europeísmo alienado propio de toda la escuela de la que también abrevó Arguedas, pero no propone rechazar la influencia europea, sino imprimirle un sello autóctono (Medinaceli, 1969).
Ya más recientemente, Mansilla reproduce todas las taras propias del arguedismo, sin heredar lo poco rescatable de su obra. Así, preso del mismo evolucionismo sostiene que «si existiera un esquema evolutivo histórico aceptado generalmente y si la corrección política lo permitiese, las sociedades musulmanas como gran parte del llamado Tercer Mundo estarían situadas en un estadio inferior con respecto a las naciones de Europa Occidental y América del Norte» (2009, p. 92).
De esta manera, para Mansilla, en Bolivia se contraponen dos grandes visiones del mundo: por un lado la tradición europea occidental, básicamente cristiana, racionalista y basada en el desarrollo de la ciencia y la tecnología; y por otro lado la cultura indígena de los modelos civilizatorios prehispánicos, basada en los saberes ancestrales de la población aborigen y relativamente estática desde el punto de vista evolutivo (2010, p. 87); viendo en los pueblos indígenas una masa autoritaria y carente de la racionalidad necesaria para construir un Estado, al menos el que cree encontrar en Occidente. Similar criterio tiene de los mestizos o cholos, en quienes encuentra todos los defectos atribuidos tanto a los indígenas como a los blancos locales, que no estarían a la altura de sus pares noroccidentales.
En síntesis, la anacrónica vigencia de esta ‘sociología curandera’ postula la adhesión a criterios científicos y racionales para entender las sociedades; pero en la medida en que esta adhesión no suele cumplirse con la deseada rigurosidad, parece más bien que se pretendiera exorcizar sus apesadumbrados espíritus y no tanto comprender aquellas sociedades no centrales. Y es que en su obra, la realidad no aparece tanto como un insumo para el análisis, sino como una traba que opaca lo esclarecido de su pensamiento.
Desde luego, no se pretende rechazar toda crítica social, necesaria ciertamente para emprender cualquier proyecto de transformación estructural de nuestras sociedades, sino que esta no se realice al amparo de un alienado y anacrónico evolucionismo cuya cientificidad debe ser seriamente puesta en duda, en la medida en que refleja una concepción que adolece cierto estancamiento que impide que sus postulados se enriquezcan paralelamente al devenir social.
Nota:
[1] Ciertamente Arguedas establece una diferencia entre quechuas y aymaras, siendo más condescendiente con los primeros que con los segundos, a quienes realmente repugnaba.
Referencias bibliográficas
Arguedas, A. (1979). Pueblo enfermo. La Paz: Ediciones Isla.
Arguedas, A. (1980). Historia general de Bolivia. La Paz: Gisbert & Cía.
Francovich, G. (1984). El pensamiento boliviano en el siglo XX (2nd ed.). Cochabamba: Los Amigos del Libro.
Mansilla, H. C. F. (2009). ¿Diferencias culturales incomparables o prácticas autoritarias indefendibles? Estudios Políticos, 1, 89-101.
Mansilla, H. C. F. (2010). El carácter conservador de la nación boliviana/Visiones de la sociedad en la Bolivia contemporánea: la controversia entre dos grandes concepciones. Santa Cruz de la Sierra: El País.
Medinaceli, C. (1969). Estudios críticos (2nd ed.). La Paz: Los Amigos del Libro.
Medinaceli, C. (1972). La inactualidad de Alcides Arguedas. La Paz: Los Amigos del Libro.
Piñeiro, C. (2004). Desde el corazón de América: el pensamiento boliviano en el siglo XX. La Paz: Plural.
Zavaleta, R. (2008). Lo nacional-popular en Bolivia. La Paz: Plural.
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