«Aquí seguimos en la lucha, mi hermano. Algunos jerarcas se han unido, siempre lo han estado, a la media luna (condominio geográfico de la oposición) para oponerse a la nueva Constitución Política votando por el NO, como defensa de su fe y de los valores cristianos. Horror de horrores. Les van a dar la […]
«Aquí seguimos en la lucha, mi hermano. Algunos jerarcas se han unido, siempre lo han estado, a la media luna (condominio geográfico de la oposición) para oponerse a la nueva Constitución Política votando por el NO, como defensa de su fe y de los valores cristianos. Horror de horrores. Les van a dar la misma paliza que les dieron en ECUADOR». Así reza un correo de un cura católico desde una de las zonas más empobrecidas de Bolivia.
La confrontación no es dentro de la Iglesia Católica boliviana. Lo que ocurre es que un sector de la jerarquía católica, encabezado por el Cardenal Julio Terrazas, y secundado por un reducido grupo de católicos enriquecidos y privilegiados por el viejo sistema político, se resisten de manera ciega a los cambios anunciados en el texto de la nueva Constitución Política que en unos días será aprobado por el pueblo boliviano. Y esta obstinada resistencia, sin explicación alguna, es lo que embronca al pueblo católico que votó y ratificará el histórico proceso boliviano.
Para nadie es desconocida la abierta cruzada liderada por SS Benedicto XVI para recuperar los espacios políticos y públicos que la Iglesia Católica fue perdiendo en los diferentes países. Y esta cruzada ha sido encomendada, en el caso boliviano, al Cardenal Julio, quien en sus tiempos mozos frecuentaba la Gólgota del Che (La Higuera).
En Bolivia, en los últimos años, el pueblo (que en su mayoría sigue siendo católico) echó del poder a los gobernantes seudo católicos, quienes en nombre de Cristo, y los Sagrados Evangelios en mano, robaron al pueblo por generaciones. Pero con los corruptos fueron echados también los ministros de la Iglesia Católica por haber socapado y sacramentado el podrido sistema político. Desde entonces ya no hay mitras en las ceremonias oficiales del gobierno actual, quien confiesa ser católico ecuménico.
Con la nueva Constitución las instituciones estatales ya no serán más monopolio de la Iglesia católica. Ni la educación religiosa en las escuelas será sinónimo de doctrina católica. Quizás el capitalismo ya no seguirá escribiéndose con la c de catolicismo. ¡Quién sabe! Lo cierto es que los prometidos cambios, de ser realidad, afectarán a privilegios concretos.
Es esta cruzada que libra el solitario Cardenal Julio. Cruzada en la que va perdiendo por el miope asesoramiento de sus acólitos, promotores del neoliberalismo. La batalla mayor que tiene que ganar es justamente el próximo 25 de enero, con el NO a la nueva Constitución. Pero llega a dicha batalla casi desarmado. Perdió en la primera etapa de la Asamblea Constituyente. Perdió en la segunda etapa (redacción del texto constitucional). Y está por perder en la aprobación del texto constitucional.
Como cuentas del rosario se fueron desvaneciendo en el olvido sus instrumentos de lucha en contra del gobierno actual. Primero fue la negación de la existencia de la esclavitud en el Chaco, o la defensa de los terratenientes esclavistas. Segundo fue su voto ejemplar en el referéndum autonómico de Santa Cruz, proceso inconstitucional y desconocido por el Ejecutivo. Tercero fue su informe sobredimensionado sobre la crisis boliviana ante el Papa Benedicto XVI. Cuarto fue la falsa alerta sobre el narco Estado boliviano ante la suspensión de las actividades de la DEA en el país.
En Bolivia, católicos o no, sabemos de la existencia de la esclavitud en el Oriente del país. Los pueblos indígenas desde el siglo XIX reclamamos nuestra autonomía, pero cruz y espada en mano degollaron a nuestros ancestros autonomistas. Durante una de las últimas peores crisis neoliberales en Bolivia (2003) la jerarquía católica, en lugar de denunciar, redactó un documento episcopal titulado «Reencuentro Nacional» y con este documento en mano el prófugo ex presidente Gonzalo Sánchez masacró al pueblo movilizado. En las épocas de las dictaduras el Estado se convirtió en un verdadero narco Estado, pero la jerarquía católica guardó silencio. ¿Don Julio creerá que hemos perdido la memoria?
Lo que preocupa no es tanto el anunciado fracaso de la cruzada del Cardenal y de sus solitarios y adinerados acólitos. Preocupa que un sector de la jerarquía católica obstinada enfrente a los mismos católicos bolivianos que sueñan con el bien común y la justicia social para todos. Preocupa que los señores cruzados desparramen lo que sus predecesores han sembrado. Un buen porcentaje de los que actualmente están en los espacios de poder político en Bolivia fueron formados en las parroquias, centros y ONGs de la Iglesia Católica. Los ateos y los no católicos (injustamente) siguen siendo minoría en las instituciones, movimientos y organizaciones sociales.
Aquí hay un dilema: o nos han mentido con eso de la Doctrina Social de la Iglesia, o el Cardenal está fuera de la sacra tradición de los Padres de la Iglesia. Si fuera el primer caso, pido libremente se me borre del libro de los bautizados en la fe católica. Si es el segundo, por cuestión de fe, la obediencia al Cardenal boliviano está en entredicho.