«El Che, dice N. Kohan y con razón, hace hincapié en tres requisitos fundamentales para el triunfo de la revolución que, añadimos nosotros, niegan frontalmente las tesis reformistas y revisionistas: Primero, la lucha contra el Estado capitalista y la lucha por la toma del poder por el proletariado; segundo, la recuperación del sujeto revolucionario, activo, […]
«El Che, dice N. Kohan y con razón, hace hincapié en tres requisitos fundamentales para el triunfo de la revolución que, añadimos nosotros, niegan frontalmente las tesis reformistas y revisionistas: Primero, la lucha contra el Estado capitalista y la lucha por la toma del poder por el proletariado; segundo, la recuperación del sujeto revolucionario, activo, consciente, ofensivo, que no se limita a esperar la llegada de las «condiciones objetivas», sino que además las impulse con su consciencia subjetiva de masas, creativa y por ello también objetiva; y tercero, que tanto el poder proletario como el sujeto colectivo luchen por un humanismo socialista, comunista, irreconciliable con la demagogia burguesa, que empiece a practicar una forma de vida cualitativamente superior a la alienada y fetichizada del capital».
Iñaki Gil De San Vicente
Andrés Manuel López Obrador y su movimiento aglutinado en lo que se ha autodenominado Morena, recibe calificativos como «izquierda» o «reformista» por parte de algunos académicos, estudiantes, obreros, etc. Aunque también la izquierda por sí misma es también cuestionable, pues es un «proyecto» que la realidad debe planteársela. El contexto la cuestiona, nada de lo que tenga que ver con lo que está pasando en los últimos días se relaciona con dicha afirmación, resulta totalmente falso. Algunos supuestos «militantes» y «simpatizantes» que conocí personalmente, y que ocupan cargos públicos ahora que está en la presidencia, con una pose presumidona y elitista, se autonombraban de izquierda y se consideraban revolucionarios (o consideran porque según ellos van a cambiar el mundo desde la presidencia). Este engaño es propio de los grupos de oportunistas pequeño burgueses instalados en espacios privilegiados (entre otros, instancias académicas y burocráticas), con un profundo desconocimiento [1] por lo que se vive en los lugares de explotación y empobrecimiento como las fábricas, el campo o tiendas de consumo de las elites donde la mayoría de los trabajadores sufre la explotación, discriminación a diario y consumo voraz para embrutecerlos, o en las calles de las zonas de sectores populares olvidados en las que domina la precariedad que se manifiesta en todos los sentidos, y que están a la deriva de ser cooptados por el narco y grupos armados; estos últimos directa o indirectamente coordinados por el Estado mexicano y los poderes empresariales mundiales.
Este grupo que predica un falso «reformismo» y falsa «izquierda», tiene su origen en los grupos de poder político que se divorciaron del PRI anterior al ascenso de los tecnócratas al poder y a la dirección del partido entre la década de 1970 y 1980, décadas de crisis económica, social y política que azotó no sólo en México, sino gran parte de América Latina. Otros fueron militantes de partidos de izquierda, que en periodos distintos apoyaron al Estado mexicano, algunos formaron filas en las guerrillas. No obstante, estos grupos tienen sus raíces en la revolución burguesa de 1910-1917, los cuales tuvieron el gobierno por décadas quienes construyeron un Estado corporativo y un rígido control sobre la mayor parte de los sectores sociales. La represión, cooptación, asesinatos, etc., para mantener la paz perfecta, no estuvieron ausentes. Estos grupos pequeños burgueses, que ahora podemos llamarle reciclados, casi siempre han defendido que los cambios sociales se pueden dar desde el Estado. La visión y concepción de dicho grupo es que el Estado es un órgano de conciliación de clases, es decir, que el fundamento del Estado es precisamente la conciliación de clases. En realidad es una concepción bastante vieja que los grupos de poder político en México experimentaron desde el gobierno de Lázaro Cárdenas, aunque esta experiencia se dio también en otras partes de América Latina. Dicha concepción se le ha denominado bajo el término populismo. Entre otras cosas el Estado pasaba también a ser regulador de la economía, etc. ¿Pero esta idea del Estado es creíble para la mayoría de los sectores sociales que experimentan una creciente violencia [2] estatal y empresarial privada?
Lenin, siguiendo a Engels, afirmaba, en un texto de gran actualidad en nuestros días, [3] que el Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge, decía, en el sitio, momento y grado en que las contradicciones de clase no pueden conciliarse. Afirmaba, en otro sentido, que la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clases son irreconciliables. Y en algunas líneas de la obra de Marx hablaba de que el Estado es un órgano de dominación de clase, de opresión de una clase hacia otra. El Estado es, decía, la representación que crea un orden que legaliza la opresión y amortigua el choque entre las clases. En ese sentido, el Estado no es un ente abstracto, se caracteriza por una agrupación de súbditos que se agrupan bajo este ente; sin embargo, no sería comprensible sin la instauración de un Poder público que se materializa no solo en instituciones de todo tipo, cárceles, etc. sino también de grupos armados castrenses que tienen a su disposición todo tipo de elementos materiales para mantener un orden. Las clases irreconciliables y las contradicciones en su totalidad que surgen de ellas, vuelven necesario al Estado mantener un ejército y policía permanentes para mantener dicho orden, que son en todo caso instrumentos fundamentales de la fuerza del poder del Estado. Dicha concepción experimenta el México de la demagógicamente llamada cuarta transformación.
La función del Estado a partir del uso de los ejércitos o grupos coercitivos para mantener a raya a la población es la práctica común de los grupos conservadores y retrógrados y del supuesto gobierno de «izquierda». El grupo de pequeños burgueses, mediocres y oportunistas, alrededor de un presidente sumamente contradictorio en la práctica y en el discurso, un demagogo muy superior a sus antecesores, que demuestra su tradición y antigua militancia en el PRI, se instala en el gobierno despreciando históricamente a los sectores sociales que viene luchando por un cambio real y profundo. No es casual que antes de asumir el gobierno, López Obrador se apoyaba en los militares, es decir, luego de saber que había ganado presidencia. Y una vez instalado en el gobierno, promovió un ejército más avanzado para los propósitos que persiguen los grupos dominantes, e impulsa la creación de la Guardia Nacional. Institución castrense tiene varios propósitos. En primer lugar, su despliegue en el sur tiene como objetivo contener la migración de nuestros hermanos centroamericanos, cubanos, africanos y haitianos que huyen de la violencia (en su generalidad) en sus países de origen. El gobierno también ha tomado esta decisión para mantener contento a su amo imperial. La subordinación se mantiene al día. Cabe decir, que esta supuesta «izquierda», nunca ha reclamado los territorios arrebatos por los imperialistas estadunidenses en el siglo XIX. Otro objetivo, y quizá el más importante, es que el sur, sobre todo estados como Chiapas, Oaxaca y Guerrero tienen una historia de movilización social que se ha organizado contra el olvido, explotación y miseria que promueve el Estado mexicano. Recordemos, por ejemplo, el estado de Guerrero que a partir de la década de 1960 surgieron organizaciones guerrilleras rurales que pusieron en jaque al Estado y desde entonces promueve un hostigamiento constante que no ha parado con el gobierno de «izquierda». No se diga de Chiapas, que grupos de paramilitares siguen violentando las bases zapatistas, con la indiferencia o quizá con la complicidad de un gobernador demagogo salido de las filas de Morena. Pero el sur está también a la vista de las ambiciones de los grupos de poder económico nacional y mundial con el jugoso negocio que generaría la construcción del tren maya.
Hace algunos días el gobierno ordenó el despliegue de la Guardia Nacional hacia el norte del país y poco después en la Ciudad de México, capital del país, con la justificación de combatir la supuesta «delincuencia». La idea de «delincuencia» que promueven las elites políticas muestra como gobierna la parte más ignorante y agresiva de la población, porque los realmente delincuentes son protegidos por el gobierno izquierdista como los casos de Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego, entre otros. Esta política es propio de la militarización que tanto abogaron los tecnócratas y neoliberales en el pasado y que ahora bajo otro nombre lo practica la nueva administración. Lo que vemos es más del pan de cada día.
En el momento en que se redacta este artículo, el gobierno López Obrador enfrenta el descontento de la Policía Federal, pues en su idea de construir una institución castrense, lejos de la ineptitud y corrupción como las practicó la policía federal, encontró resistencia. Los cambios, aunque superficiales, también se dan descontentos. Lo que demuestra que no todos los grupos de poder que conforma las instituciones castrenses y a su vez al Estado, son iguales.
Algunos ingenuos hablan de que la Guardia Nacional va a servir para la recuperación de la (sagrada) «soberanía territorial», debido a que consideran que otras instituciones castrenses, como la policía estatal y federal, se encuentran en descomposición para cumplir sus funciones. Pero esta idea muestra una profunda superficialidad, pues como hemos comentado, la Guardia Civil no tiene ese objetivo, aunque esa es su apariencia para justificarla. Además, consideran que la Guardia Nacional tiene el objetico de hacer cumplir también la (sagrada) ley, pero de qué ley hablamos, diría que es la ley y el orden que tanto abogan los grupos de poder burgueses dominantes, en su momento de crisis y en su desesperación por no poder continuar acumulado a gusto.
Notas:
[1] Me refiero a la práctica, ya que nunca vivieron precariedades, ni explotación del patrón.
[2] La violencia en todas sus dimensiones: desde la explotación material hasta la psíquico-ideológica.
[3] V. I. Lenin, El Estado y la revolución.
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