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Crónica desde México

La travesía de la migración centroamericana a Estados Unidos

Fuentes: Rebelión

«La frontera de Estados Unidos para los centroamericanos no es Texas ni Arizona, es Chiapas», afirma el padre Flor Maria Rigoni, quien coordina un albergue para migrantes en una de las fronteras más transitadas por la emigración centroamericana, la ciudad de Tapachula, estado de Chiapas.  El paso de personas extranjeras por México tiene dos caras totalmente […]

«La frontera de Estados Unidos para los centroamericanos no es Texas ni Arizona, es Chiapas», afirma el padre Flor Maria Rigoni, quien coordina un albergue para migrantes en una de las fronteras más transitadas por la emigración centroamericana, la ciudad de Tapachula, estado de Chiapas. 

El paso de personas extranjeras por México tiene dos caras totalmente antagónicas por cuenta de lo que el gobierno les ofrece: por un lado, está la cara del «Vive México lindo y querido» [1] donde los turistas disfrutan de una amplia programación turística, cultural y de diversión segura que el gobierno garantiza gracias al Instituto de Turismo, siendo México el país de América Latina que más turistas atrae. No voy a ahondar más en esta cara pues muchos de ustedes que tienen la oportunidad de leer esta crónica habrán podido, al igual que yo, disfrutar de este gran privilegio. Además, a diferencia del México que viven las personas migrantes, la cara del México que vive el turismo tiene mucha difusión: los boletines emitidos por el gobierno de México, páginas de internet, libros, televisión, entre otros, dan cuenta de esto. 

Pero por otro lado, está la cara de la emigración procedente de centroamérica que se ven obligada a atravesar los más de 3.000 kilómetros del sur al norte México para alcanzar el «sueño americano». La travesía de estas personas comienza en el cruce de la frontera Guatemala-México atravesando el río Suchiate (una buena parte opta por esta frontera) y desde este lugar el México «lindo y querido» que el gobierno vende al turismo adquiere una connotación de calvario total para las personas migrantes, dadas las condiciones de ilegalidad en las que entran a México, pues este país les exige una visa que solo una estabilidad económica (ausente para la mayoría de los centroamericanos) puede proporcionarles. 

Al otro lado del río hay decenas de oficiales de migración esperándoles para pedirles su documentación, teniendo muchas de esas personas que tomar rutas alternas que les permita poner el pie en territorio mexicano. 

Al estar del lado mexicano, los migrantes tienen dos opciones principalmente: la primera, para quienes cuentan con algo de dinero, es tomar microbuses hasta Arriaga, pueblo costero al norte de Chiapas, aproximadamente a 300 km. de la frontera con Guatemala. Esta opción presenta una dificultad ineludible para quienes optan por ella: la presencia de aproximadamente 10 puestos del Instituto Nacional de Migración «la migra» como le llaman estos migrantes, en donde decenas de hombres pesquisan a las personas que llevan estos microbuses, valiéndose del aspecto físico con el cual dicen identificar a los centroamericanos (piel oscura y ropa sucia) a quienes piden sus documentos y los bajan de los microbuses. 

Para evitar esto, los migrantes han optado por lo que llaman «rodear la migra», que consiste en bajarse algunos metros antes de los parajes de la migración y tomar rutas alternas para caminar más adelante del puesto de migración y de esta forma evitarlo. A estas rutas alternativas se accede saliéndose de la carretera tomando camino en las montañas que rodean el estado de Chiapas. 

Estas rutas alternativas, a pocos metros de los puestos de la policía migratoria y de los soldados que kilómetro a kilómetro hacen de Chiapas el estado más militarizado de México, son demasiado peligrosas, ya que allí operan bandas de delincuentes (integradas no solamente por mexicanos sino también por centroamericanos que no pudieron llegar a Estados Unidos) que roban el poco dinero y pertenencias que llevan los migrantes, sometiéndolos a desnudos para registrar hasta el último bolsillo de su ropa y de paso violando a las mujeres migrantes que por allí transitan. A los más afortunados les permiten conservar su ropa. No conocí ningún migrante con el que tuve la oportunidad de conversar que no haya sido asaltado en este recorrido y son pocas las mujeres que se libran de que las violen, incluso aunque vayan acompañadas de familiares o amigos varones. 

Vale subrayar que dichos asaltos, violaciones y en ocasiones hasta secuestros, ocurren a pocos kilómetros de los numerosos controles migratorios que hay a lo largo y ancho de Chiapas, donde todos los migrantes y agrupaciones civiles que defienden sus derechos coinciden en afirmar que actúan con la total complicidad de las autoridades migratorias y militares, además de la garantía de impunidad por cuenta de la justicia mexicana, ante las miles de denuncias que han interpuesto dichos migrantes. Pero además, por si fuera poco, también tienen que vivir algunos de ellos extorsiones de la policía y los militares, quienes les quitan su dinero a cambio de no entregarlos a migración. Hay que recordar que la facultad de pedir papeles y retener migrantes, según la legislación mexicana, solamente la tienen las autoridades migratorias. 

La otra opción de los migrantes centroamericanos al llegar a la frontera es caminar por la vía del tren, que desde 2005 debido a un huracán, no permite circular a los trenes de carga. Esta vía del tren garantiza que no encontrarán en su camino los tormentosos puestos de migración y que por lo menos hasta llegar a Arriaga no serán deportados a su país. 

Pero para ello deben caminar bajo el sol aproximadamente 300 Kilómetros, tardando hasta una semana en hacer este camino. Algunos han optado por usar la bicicleta. Pero si bien están a salvo de la policía migratoria no lo están de los asaltantes que roban su poco dinero y sus pertenencias. Y ¡Ay! de quien se oponga a dar el gusto a estos asaltantes de despojarlos de su poco dinero, pues serán cruelmente golpeados y en ocasiones hasta les quitan la vida. Pude conversar con dos migrantes que por oponerse a que los robaran a uno le cortaron un dedo y al otro casi le sacan un ojo. Las mujeres por este camino, al igual que la primera opción, la de «rodear la migra», tampoco se libran de los violadores. 

Al llegar a Arriaga, luego de caminar casi una semana, los migrantes encuentran un albergue que les dará hospedaje y alimentación hasta tres días, además de orientación migratoria y la posibilidad de denunciar los constantes atropellos que han tenido que vivir en solo una décima parte del largo camino que les espera hasta la frontera de Estados Unidos; por ello mucha razón tenía el padre Rigoni al afirmar que la verdadera frontera de Estados Unidos está en Chiapas. 

En ese albergue los trabajadores y voluntarios también se ofrecen a curar las llagas, callos, infecciones y heridas de los pies de los migrantes que han caminado cientos de kilómetros y parece que hubieran caminado por encima de piedras y espinas y que se hubieran tropezado cada kilómetro, es demasiado impresionante. 

Sin embargo, pese a las dificultades que viven en esta parte del camino, la gran mayoría llega animada y dispuesta a dar la batalla hasta llegar a la frontera de Estados Unidos, además, para su fortuna, podrán tener el primer contacto con el tren, al que le llaman «La Bestia» librarándose de esta cruel y peligrosa caminata. 

Sin embargo, no viajan en las condiciones de seguridad que ofrece un tren de viajeros, es decir, dentro de un vagón con sillas, cinturón de seguridad y una ventana para observar los paisajes del camino. Deben subir en las condiciones de inseguridad más absurdas, en el techo de estos vagones, donde algunas veces no tienen ni adonde agarrarse. Este tren que sale de Arriaga se dirige hacia Ixtepec, pueblo ubicado en la costa de Oaxaca y tarda aproximadamente 15 horas en hacer este recorrido. 

En dicho recorrido, los migrantes deben aguantar una temperatura bastante alta en el día y un fuerte viento friolento en las noches, además del ataque de numerosas abejas revoloteando por encima de ellos. «Pensar que no va a aparecer la migra en este trayecto me da fuerzas y me permite aguantar las altas temperaturas del día, el viento de la noche y el ataque de las abejas», me contaba un migrante hondureño con el que conversé. 

Para las mujeres, gays, lesbianas y transexuales el viaje en «La Bestia» además del constante peligro de que los arrolle viene acompañado del acoso sexual de algunos migrantes machistas, además de la violencia homófoba hacia gays, lesbianas y transexuales. Francis, un transexual de Honduras que intenta cruzar a Estados Unidos por segunda vez me contaba que en vez de solidaridad entre los migrantes, tanto en La Bestia como en los albergues se encuentra constantes pitidos, tirones de pelo, insultos, burlas y empujones y que algunas veces le nombran como «mujer» y que le han querido violar. 

Francis viene huyendo por segunda vez de la violencia homófoba que sufre en su país, con la esperanza de que en Estados Unidos (que según ella tiene cierta fama de ser incluyente con la población homosexual) pueda tener un mejor trato, aunque se le haya dado la oportunidad hace dos años de residir allá por su condición de perseguida en Honduras, pero que después de seis meses de residir en el país que se jacta de «diverso e incluyente» fue expulsada al responder con algunos rasguños leves hacia una compañera de trabajo que la violentaba por ser transexual. 

Sin embargo, para algunos migrantes el final de su travesía a Estados Unidos termina en el trayecto de este tren, pues algunos han sido arrojados desde el techo al quedarse dormidos o al más mínimo descuido (¡hasta meterse la mano en un bolsillo o querer rascarse la naríz ya implica un gran peligro!). A algunos las ruedad de La Bestia les ha arrancado las manos, a otros los pies y a otros les ha pasado por encima quitándoles la vida y dejando su suerpo triturado. 

Al llegar a Ixtepec podrán también hospedarse en el albergue del padre Solalinde «Hermanos en el camino», donde cuentan también con alimentación, servicio médico y psicológico gratuito de la organización Médicos Sin Fronteras, y asesoría migratoria y jurídica para las denuncias que interponen la mayoría de migrantes que han hecho este trayecto. 

Buena parte de las personas migrantes ante el inminente peligro que implica viajar en «La Bestia» optan por parar su trayecto hacia Estados Unidos por tres meses, al pedir que se legalice su situación en México, derecho que tienen si ponen una denuncia por los diferentes delitos de los que fueron víctimas, siempre y cuando, después de un largo proceso burocrático de tres meses las autoridades califiquen el delito de «grave». 

Los que se deciden por esta opción tienen la posibilidad de hospedarse en el albergue y trabajar en la construcción, lavando platos o preparando comida en restaurantes a cambio de un salario por debajo del mínimo, pues los patronos se aprovechan de su situación de ilegalidad. El salario diario, por una jornada de aproximadamente 8 horas es de 80 pesos mexicanos (unos seis dólares). Trabajando diariamente pueden lograr reunir algo de dinero para enviar a sus familiares en su país de origen (principalmente provienen de El Salvador, Honduras y Guatemala) y reunir una parte del dinero que les exigen los coyotes o «polleros» para cruzar a Estados Unidos (aproximadamente 2.000 dólares); la otra parte la obtienen prestada de sus familiares o amigos que residen en Estados Unidos. 

Esta opción también les permitirá dejar a un lado la terrible Bestia y tomar autobuses hasta la frontera con Estados Unidos. Algunos desisten de cruzar hacia Estados Unidos y se quedan en México trabajando. 

Pero otros migrantes, aún habiendo sido también víctimas de los atropellos de las autoridades mexicanas y del crímen organizado, tres meses es demasiada espera tanto para obtener un permiso de un año para estar en México como para esperar por una supuesta justicia poco probable por los atropellos que se han encontrado en el camino y prefieren continuar en su situación de ilegalidad hasta llegar a la frontera de Estados Unidos y jugársela en los techos de «La Bestia». 

Descansan una o dos noches en el albergue de Ixtepec y se preparan para tomar La Bestia hacia Piedras Negras, Veracruz, parada del tren bastante peligrosa por la entrada del temible grupo de «Los Zetas» y de grupos de narcotraficantes, quienes con la complicidad de las autoridades continúan extorsionando y secuestrando migrantes, exigiendo sumas de hasta 10.000 dólares a sus familiares a cambio de dejarlos en libertad. El tráfico de mujeres y las violaciones también son pan de cada día en esta parte del tren, que luego se dirigirá hacia Puebla para que posteriormente arribe a la Ciudad de México, que es un poco menos de la mitad del camino, pero que para los migrantes casi es un triunfo, pues es un poco más fácil llegar hacia la frontera de Estados Unidos, ya que hay un menor número de autoridades migratorias y el tren hace recorridos mucho más largos. 

En el estado de Veracruz el ambiente de la migración, al pasar el tren, ve también una de las pocas caras no violentas, reflejada en la solidaridad de «Las Patronas», un grupo de más de 20 mujeres que desde hace 17 años lanza comida a los migrantes que pasan en el veloz tren de La Bestia. 

Estas mujeres, sin esperar nada a cambio, han podido construir una red de solidaridad a nivel nacional que les permite preparar 20 kilos diarios de arroz y frijol, además de algunas conservas, tortillas, frutas y pasteles para alimentar a las personas migrantes hambrientas y sedientas que no han podido comer y beber durante días.

Por fortuna, los migrantes también se topan con muestras de solidaridad en su camino, pero aunque estas muestras existan, la criminalización de la migración y la utilización de México como títere de Estados Unidos para frenar aún más la migración cada día se fortalece más y la xenofobia y el racismo respecto a la población centroamericana, tanto en Estados Unidos como en México, cada días se fomenta más. Esa discriminación que, curiosamente, tienen que aguantar los mexicanos que todos los días son expulsados de su país en dirección a Estados Unidos por las precarias condiciones de vida que atraviesa una considerable parte de su población. 

Parece que además de esta solidaridad y de algunas peleas legales que pueden menguar esta violencia a corto plazo y en muy corto alcance necesitamos remitirnos a la crítica radical de la construcción y existencia de los Estados-naciones del mundo, donde las naciones ubicadas al norte, o más al norte, como en el caso de México se valen de una sistemática violencia para reprimir a la población que quiere migrar hacia sus países, pues los privilegios económicos de las naciones del norte que no llevan a migrar a sus ciudadanos y que les permite pasearse como turistas libremente por todas las naciones del mundo pueden sostenerse gracias al aplastamiento de las economías de los países del sur, que desplaza a las personas de sus países y a la vez se les impide conseguir unas mejores condiciones de vida en los países del norte. 

La migración centroamericana está en la frontera: ni en sus países ni en Estados Unidos, pues en El Salvador, Guatemala y Honduras solo tienen la opción de morir de hambre o de vender su mano de obra por poco dinero, y en Estados Unidos se hace cada día más imposible su entrada, y en el caso que logren entrar, en cuestión de meses o pocos años son deportados al país de origen que los desplazó, país que les permite vivir sin el acoso de una autoridad de migración, pero en medio del acoso del hambre, la necesidad de un techo y de un mejor futuro para sus familias; acoso tanto o más poderoso que el que despliegan las miles de autoridades migratorias tanto en México como en Estados Unidos.

Nota: 

[1] Este es el lema que el gobierno de México utiliza en sus campañas para atraer turistas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR