En el amanecer de una calurosa mañana de enero de 1989, más precisamente el día 23, un grupo de integrantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) irrumpió en el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 General Belgrano del Ejército argentino ubicado en la localidad de La Tablada, en la provincia de Buenos Aires. La intención […]
En el amanecer de una calurosa mañana de enero de 1989, más precisamente el día 23, un grupo de integrantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) irrumpió en el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 General Belgrano del Ejército argentino ubicado en la localidad de La Tablada, en la provincia de Buenos Aires. La intención de los guerrilleros era impedir un supuesto golpe de Estado contra el gobierno de Raúl Alfonsín, que habría sido pergeñado por Carlos Menem -que pocos meses después ganaría las elecciones presidenciales-, el militar carapintada Mohamed Alí Seineldín y el sindicalista peronista Lorenzo Miguel, el llamado «complot de los tres turcos».
De acuerdo al plan del grupo liderado por Enrique Gorriarán Merlo -quien había sido uno de los comandantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en los años 70 y dirigió desde afuera el copamiento del cuartel- la idea era llevar a cabo una acción rápida, tomar los tanques y con ellos dirigirse hacia la Plaza de Mayo, esperando que una reacción popular masiva legitimara su acción y dejara en evidencia el plan golpista. «En aquel momento el poder político estaba cada vez más condicionado, el pueblo se sentía cada vez más separado de ese poder político y los golpistas estaban cada vez más envalentonados. Con La Tablada intentábamos frenar ese proceso y ayudar a un cambio de rumbo que despejara el camino a la democracia […] La idea era ganar la iniciativa, parar el golpe, lograr la movilización popular y exigir al gobierno firmeza frente a los planteos militares». Esta es la explicación que dio Gorriarán Merlo sobre la acción en el libro Memorias de Enrique Gorriarán Merlo, de los setenta a La Tablada (2003).
Pero investigaciones posteriores, particularmente la realizada por la socióloga Claudia Hilb y también de los periodistas Felipe Celesia y Pablo Waisberg, plasmada en el libro La Tablada: A vencer o morir, la última batalla de la guerrilla argentina (2013), dejaron más que en duda el supuesto complot, planteando que lo que Gorriarán y su grupo pretendían era una insurrección popular que sobreviniera en una revolución.
Más allá de las versiones de unos y otros, el copamiento del cuartel de La Tablada resultó ser la última acción guerrillera en el Río de la Plata bajo el modelo de acción de las organizaciones surgidas en los años 60 y 70. La intentona guerrillera en La Tablada generó un enfrentamiento militar que se prolongó por más de 30 horas y finalizó con el saldo de 32 guerrilleros, nueve militares y dos policías muertos. Además, luego de la rendición de los guerrilleros, cuatro de ellos fueron desaparecidos por las fuerzas castrenses.
El resultado de la acción, además del costo humano, supuso un enorme desprestigio para la izquierda en general, que rápidamente y casi en bloque se desmarcó de la acción liderada por Gorriarán, quien logró salir de Argentina pocos días después del copamiento.
Una salida difícil
Aldo Marchesi, doctorado en Historia Latinoamericana por la Universidad de Nueva York, explicó a la diaria el contexto político que se vivía en el momento y en el que se dieron las acciones en el cuartel de La Tablada.
«Siempre cuando se habla de los procesos de transición hacia la democracia en Uruguay y Argentina se habla del caso bueno y el caso malo. Pero me parece que hay un elemento muy interesante que no ha sido muy enfatizado: si bien particularmente el sector de Gorriarán Merlo siempre tuvo una postura militarista y siempre creyó en que el foco militar era el desencadenante de todos los procesos, hay una cuestión que diferencia al proceso político uruguayo del argentino en relación a las organizaciones armadas de izquierda en el contexto de la transición democrática. En Uruguay en 1985 se votó la ley de amnistía de los presos políticos, que fue total e irrestricta para todos. No pasó nada con nadie, lo cual generó un ambiente muy propicio para que la gente que salía de la cárcel se incorporara a la vida democrática. Y eso pasó en Uruguay y pasó en Brasil, pero en Argentina pasó otra cosa», señaló.
El historiador recordó que el gobierno de Alfonsín, abonando a la teoría de los dos demonios, pidió, por un lado, la captura de los miembros de la Junta Militar, lo que desembocaría luego en el juicio, pero en otro decreto solicitó la captura de toda la dirigencia de Montoneros y del ERP.
«Son dos decretos que se hicieron en dos días y que llevaron a que mucha gente que había formado parte de agrupaciones guerrilleras en Argentina tuviera miedo de volver al país. Además, durante el gobierno de Alfonsín siguió habiendo presos políticos, un tema del cual se habla muy poco. Entonces, para cierto sector de los movimientos de izquierda armada en Argentina la reinserción tampoco era una cuestión sencilla. De hecho, una de las figuras claves del MTP y el gran impulsor del copamiento de La Tablada, que fue Gorriarán Merlo, no pudo volver a Argentina legalmente, sino que siempre entró y salió del país en forma clandestina», explica Marchesi.
Luego de su militancia en el ERP en los años 70, Gorriarán Merlo, artífice de la acción en La Tablada, se fue a Cuba y posteriormente a Nicaragua, donde combatió con el ejército sandinista. En 1980 ganó notoriedad porque fue uno de los que comandaron el asesinato del ex dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle, hecho ocurrido en Asunción, la capital paraguaya, donde Somoza se había asilado bajo la protección de Alfredo Stroessner luego del triunfo de la Revolución sandinista en 1979.
Luego del final de la última dictadura argentina (1976-1983), Gorriarán retornó en forma clandestina a su país y comenzó a tener actividad política, contribuyendo a crear el MTP, que oficialmente se fundó en Managua en 1986. En el evento estuvo presente y dio un emotivo discurso Raúl Sendic, quien siempre tuvo una relación de amistad y mutuo respeto con Gorriarán (ver recuadro).
El espectro del MTP era muy amplio; agrupaba gente que provenía de diferentes sectores de la izquierda argentina y tuvo una participación decisiva en la fundación del diario Página 12, en 1987.
«En realidad el MTP, que provenía de lo que había sido en los 70 el ERP, tuvo un problema por el que pasaron todas las organizaciones guerrilleras del Cono Sur: la cuestión de la transición hacia la democracia, de cómo reinsertarse en el sistema democrático», dice Marchesi.
Enfatiza además en que los procesos no fueron iguales en todos los países, aunque pueden encontrarse algunos elementos en común. «La tensión entre las fracciones más militaristas y los sectores más políticos se dio en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile, existió en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) y también en los movimientos guerrilleros argentinos. Porque si comparás lo que pasa en Uruguay y en Argentina en todo el proceso del inicio de la transición, se ven muchas similitudes entre la propuesta del MTP en Argentina y lo que estaban haciendo los Tupamaros acá. Se ve un discurso en el que hay muchas coincidencias. En los 80 los grupos de la izquierda armada tuvieron un proceso de renovación que implicó una mayor apuesta hacia el trabajo social, hacia las tareas más de base, muy a tono con el Frente Sandinista de Liberación Nacional, que en ese momento era un movimiento muy prestigioso y una referencia. Esa idea estaba muy presente, la de un frente que incorporaba elementos cristianos, las culturas y las tradiciones populares, una apuesta muy fuerte a proyectos culturales, muy a tono con los nuevos movimientos sociales, de corte más territorial, barrial. O sea, los tipos no se habían quedado estancados en su discurso de los años 70, no quedaron automatizados en eso. Por un lado veían que había un escenario político diferente, que había cosas que estaban pasando. El MTP tuvo una fuerte inserción social, mucho diálogo con el movimiento de derechos humanos, y de hecho una de las personas que terminó muriendo en el copamiento de La Tablada fue Jorge Baños, un abogado joven integrante del Centro de Estudios Legales y Sociales», cuenta a la diaria Marchesi, y agrega otro factor muy importante para entender el contexto en el que se dio el copamiento de La Tablada.
«Hay otro elemento a tener en cuenta -no para justificar, ni mucho menos, lo de La Tablada, que fue un desastre, pero que sirve para entender el contexto en el que se produjo esta acción-, que son los tres alzamientos de los carapintadas, que sucedieron uno en 1987 y dos en 1988. En Argentina en esos años había una gran inestabilidad, por lo que la idea de que se pudiera producir un nuevo golpe militar tampoco era algo tan impensable», explica el historiador.
El MTP comenzó a tener divergencias internas y así fue que entre 1987 y 1989 muchos militantes abandonaron la organización. En ese marco fue ganando cada vez más peso la figura de Gorriarán, alguien que siempre tuvo un perfil más militarista que político. Al respecto cuenta Marchesi: «Los tipos en este contexto piensan que tienen que hacer algo para frenar el golpe, y ahí hay que analizar algunos elementos. Uno de ellos es el sector del MTP más próximo a Gorriarán Merlo, que es un grupo con historia propia. Cuando el ERP se divide durante el exilio, luego de la dictadura, el grupo de Gorriarán pasa por Cuba y después termina participando en la revolución sandinista en Nicaragua, y más tarde tiene un peso importante dentro del gobierno nicaragüense. Este grupo fue una de las grandes patas sobre las que se fundó el MTP, y el que terminó protagonizando lo que pasó en La Tablada. Ahí jugó muy fuertemente la lealtad que tenía este grupo hacia Gorriarán Merlo».
Armas en la mano
46 fueron los guerrilleros que irrumpieron a las 6.00 el 23 de enero de 1989 en el cuartel de La Tablada.
Utilizando como ariete un camión de Coca-Cola -la guardia interpretó que venía a dejar las bebidas, tal como se hacía usualmente- seis autos ingresaron con todos los integrantes del MTP que participaron en el operativo. Munidos de armas y walkie-talkies para comunicarse entre sí, la idea era llegar hasta el sector de tanques y dejar el cuartel entre las 8.30 y las 9.30. Si llegado ese plazo la acción no había tenido éxito, la orden era de retirarse. Pero los hechos condujeron a otra cosa. Ni bien entraron en La Tablada al grito de «¡Viva Rico! ¡Viva Seineldín! ¡Mueran los generales hijos de puta!», para intentar dar la idea de que se trataba de un nuevo alzamiento carapintada, comenzaron los intercambios de tiros entre los guerrilleros y los militares, algunos de ellos jóvenes conscriptos que se encontraban haciendo el servicio militar obligatorio.
Al principio reinó la confusión entre los militares, que no sabían a ciencia cierta lo que estaba pasando. Recién con el correr de las horas y al ver que en el grupo que atacó el cuartel había mujeres, se dieron cuenta de que no se trataba de una acción carapintada, sino que se estaban enfrentando a un grupo guerrillero de izquierda. La desinformación fue la nota predominante en esas primeras horas de combate, mientras se sumaban las bajas de uno y otro lado. Ante la magnitud de la acción, desde el cuartel de La Tablada rápidamente se pidió ayuda a otras dependencias militares y también entraron en acción policías, así como particulares autoconvocados que pretendían combatir la acción guerrillera. El jefe del Ejército argentino, Francisco Gassino se mantenía en permanente contacto con el presidente Alfonsín, informándole sobre lo que estaba aconteciendo.
Pasadas las 9.30, los guerrilleros no habían logrado su objetivo de llegar a la zona de tanques, pero, contrariando el plan inicial, decidieron no retirarse del cuartel, debido a que muchos de ellos estaban heridos y no querían dejarlos en manos de los militares. Esta situación generó que el combate se extendiera y se volviera cada vez más violento. Los militares utilizaron todo su poder de fuego para repeler a los guerrilleros -cañones, tanques y todo tipo de armas largas- y recién cuando llegó la noche la situación se calmó. La mayor parte de los guerrilleros que aún estaban con vida, 19, se atrincheraron en el casino de suboficiales del cuartel, manteniendo como rehenes a algunos militares y conscriptos.
En el amanecer del nuevo día, el 24 de enero, hubo algunos movimientos pero prácticamente ningún disparo, y sobre las 9.00, el militar a cargo de la recuperación del cuartel, el general Alfredo Arrillaga, intimó a la rendición de los guerrilleros.
Estos accedieron luego de que los militares les aseguraran ciertas garantías, según explican en su libro Celesia y Waisberg, pero los uniformados no cumplieron con su palabra. Inmediatamente luego de rendirse, los guerrilleros fueron trasladados hacia el fondo del cuartel, lejos de la prensa, que estaba apostada en la puerta del establecimiento, y comenzaron a ser torturados. En el correr de la mañana dos guerrilleros, Francisco Pancho Provenzano y Carlos Samojedny, fueron separados del resto y hasta hoy siguen desaparecidos. Una de las mujeres que integraba el grupo, Berta Calvo, que estaba herida, fue asfixiada con una bolsa.
Según cuenta Gorriarán Merlo en sus memorias, «de los cinco emblemas del terrorismo de Estado -la tortura, el asesinato de los prisioneros, la desaparición de personas, la explosión de cadáveres y el robo de niños-, los represores de La Tablada practicaron cuatro. No había ninguna compañera embarazada, quizá por eso faltó la quinta técnica: el robo de niños».
Sobre el mediodía del 24 de enero, el presidente Alfonsín aterrizó en un helicóptero en la plaza de armas del cuartel junto al general Gassino y el ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, entre otros integrantes del gobierno.
De acuerdo al relato de los periodistas Celesia y Waisberg, «el presidente, de traje claro de verano, recorre con Gassino y Arrillaga los escenarios de los combates y contempla, en silencio, con cierta actitud de recogimiento, los cuerpos destrozados de atacantes y militares».
La acción de La Tablada fue un golpe duro para la izquierda argentina, y las reacciones condenando el hecho no demoraron en llegar. Horacio Verbitsky consideró el asalto al cuartel «un disparo por la espalda a la conveniencia democrática», y Eduardo Luis Duhalde, que había sido fundador e integrante del MTP, calificó la acción de «un operativo contrarrevolucionario».
De los 46 guerrilleros que ingresaron al cuartel sólo sobrevivieron 13. Todos ellos fueron juzgados, junto a otras siete personas detenidas posteriormente a quienes se vinculó con el grupo armado.
Tras vivir largos años en la clandestinidad, Gorriarán Merlo fue detenido en México en 1995, en un operativo coordinado por los gobiernos del argentino Carlos Menem y el mexicano Ernesto Zedillo. Fue enjuiciado y encarcelado, pero en 2003 recuperó la libertad luego de un indulto dictado por el entonces mandatario argentino Eduardo Duhalde.
Liberado y legalizado después de décadas de clandestinidad, Gorriarán Merlo retomó la actividad política, declaró su renuncia a la lucha armada y en 2006 fundó la agrupación Partido para el Trabajo y el Desarrollo, con la intención de presentarse en las elecciones de 2007; no obstante, un infarto fulminante terminó con su vida el 22 de setiembre de 2006 en la ciudad de Buenos Aires. Tenía 64 años.
Raúl Sendic y La Tablada
Ni bien conocidos los hechos que estaban sucediendo en La Tablada, desde toda la izquierda se expresó un rotundo rechazo a la acción que habían emprendido Gorriarán Merlo y sus seguidores.
Una de las pocas voces disonantes fue la de Raúl Sendic, un viejo amigo del guerrillero argentino. «Podrán haberse equivocado en sus previsiones, pero no es hora de cobrar errores, sino del abrazo fraterno a quienes combatieron con coraje», dijo el histórico líder tupamaro, a quien, como era de esperar, le cayeron con todo. Pero a él no le importaba. Ya enfermo del cáncer que terminaría con su vida tres meses después en París, Sendic reflexionó acerca de los hechos de La Tablada en dos columnas publicadas en el semanario Mate amargo (semanario de los tupamaros) en enero y febrero de 1989.
En una de ellas Sendic dijo: «Hay que esperar un tiempo para ver cómo repercute esta acción en el pueblo argentino o si no tiene repercusión incluso. Lo que ahora tenemos es sólo la repercusión sobre la clase política, dada en medio de una histeria informativa. Los terroristas de la palabra no escatimaron epítetos: ‘delincuentes’, ‘ratas’ se hicieron términos comunes en esos días en los medios de difusión, y por cierto lograron su objetivo de sembrar terror aun a costa de la honestidad en la información».
Por otra parte, el líder tupamaro criticó duramente la dualidad con la que actuó Alfonsín ante los levantamientos carapintadas y con los guerrilleros encabezados por Gorriarán, y tampoco escatimó valorizaciones sobre los militares argentinos. De ellos dijo: «Que los que vieron y ocultaron el asesinato de prisioneros en La Tablada no nos vengan a decir que nunca participaron de la violencia. Ellos tendieron la cortina de humo de su terrorismo verbal sobre los prisioneros para justificar ante el pueblo, esos asesinatos. Ellos colaboraron y encubrieron la violencia en su forma más cobarde».
Tras los hechos de La Tablada, el MLN (Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros) brindó cobertura a muchos militantes del MTP que salieron de Argentina y vía Uruguay terminaron mayoritariamente en Brasil, Cuba y Nicaragua. El afecto mutuo entre Sendic y Gorriarán sin duda tuvo mucho que ver en la colaboración entre las dos organizaciones. En sus memorias, Gorriarán le dedicó más de un párrafo al líder uruguayo.