Con motivo de la proximidad del bicentenario de la Guerra de Independencia (1810) y del centenario de la Revolución Mexicana (1910) y, sobre todo, debido al pánico desatado por los resultados electorales obtenidos por la izquierda socialdemócrata en las elecciones federales del 5 de julio de 2009, ha caído sobre la población mexicana un diluvio de llamamientos al debate nacional desde el Congreso, suscritos por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Partido del Trabajo (PT) y Convergencia, con el objetivo primordial de estimular la lucha por las Presidencia de la República en 2012 y, dicen, modificar la política económica del gobierno panista y lograr algunas reformas democráticas del Estado. Prototipo de dichos llamamientos es el que lanzó el PRD, el 15 de septiembre próximo pasado, en el que se convoca a la unidad en torno a lo que llama «un nuevo proyecto alternativo de nación».
En el debate previo a dicha publicación, llegó a proponerse para el nuevo programa de lucha del frente parlamentario de las izquierdas el «cambio de régimen político» que incluía el derecho de revocación de los funcionarios en todo momento, la democracia participativa, el plebiscito, el referendo, una ley general de participación ciudadana y la inevitable lucha contra la pobreza. No obstante, casi todas estas propuestas fueron archivadas por «excesivas» y quedó en el documento suscrito por la Comisión Especial para la Unidad de las Izquierdas la oferta minimalista adecuada para una «república soberana, libre, democrática, digna, justa, equitativa, igualitaria y laica». Más de la misma sopa eisenachiana.
La fórmula para el debate nacional desde el Congreso, por lo tanto, excluyó cualquier propuesta que pudiera afectar a la propiedad capitalista y/o a su férreo aparato de dominación de clase, y, por consiguiente, fuera digna del apoyo de las clases trabajadoras del siglo XXI, es decir de la multitud. Sus gestores ex priístas, ex socialistas, ex comunistas, ex trotskistas, etc., no consideraron que el «pueblo» mexicano de hoy no sea el mismo de ayer, compuesto mayoritariamente por los campesinos sin tierra que barrieron el porfiriato, no comprenden que ahora su masa mayoritaria es de trabajadores asalariados explotados por el capital, por lo que, la república burguesa, cualquiera que sea su forma, ya no es su necesidad histórica. ¡El desarrollo social y político de México exige la república social! Por ello, ningún agrupamiento político que llame a la unidad de las izquierdas podrá lograrla con un programa minimalista.
La acentuación del proceso de desintegración y las deserciones en masa de la centro-izquierda política parlamentaria así lo sugieren. Aparentemente nada puede detener dicho proceso de descomposición, pese a que algunos núcleos de esta corriente se aferran desesperadamente a los movimientos sociales para mantener sus posiciones y fortalecer sus cabildeos reformistas frente al Poder. Por desgracia entre la socialdemocracia eisenachiana no predomina todavía el convencimiento sobre su incapacidad para conducir el movimiento revolucionario y mucho menos para aliarse, como fuerza subordinada al nuevo proletariado, en su tarea de derribar la vieja sociedad capitalista.
La experiencia histórica mexicana demuestra que todos los pactos de unidad que ha suscrito el movimiento obrero, estudiantil y campesino con la izquierda pequeñoburguesa, desembocaron en la capitulación política; verbigracia cuando la formación del Partido Nacional Revolucionario (1929), Partido Popular (lombardista) (1948), Movimiento de Liberación Nacional (1961), Partido Socialista Unificado de México (1981), Partido Mexicano Socialista (1987), Frente Democrático Nacional (1988) y Partido de la Revolución Democrática (1989).
Más recientemente, en septiembre de 2008, un grupo de de organizaciones de la izquierda tradicional mexicana reeditó al antiguo y fracasado Movimiento de Liberación Nacional. ¿Y qué sucedió con esta resurrección? justo ahora, una año después, ni siquiera respira.
Es tiempo pues, de decir lo que a nuestro juicio explica la parálisis galopante del centro- izquierda. Lo que realmente demostraron los resultados de las elecciones federales pasadas, no fue sólo el rechazo de la politiquería propia de las organizaciones de esta tendencia, sino fundamentalmente el repudio al vacío de propuestas clasistas en sus plataformas electorales
Otra objeción importante a los cantos de las sirenas unionistas es la forma orgánica «partido político», porque se ha visto como ésta ha funcionado hasta ahora en México. Se trata de una estructura ad hoc para incubar el desclasamiento y la corrupción material e ideológica del proletariado. Tal cosa dice la historia.
Y finalmente, el no menos crucial problema de la auto descalificación de los actuales líderes partidarios y de casi todas las corporaciones sindicales obreras, es decir, de los mismos que suelen suscribir los llamamientos a la unidad: ¿Quiénes son los demócratas, colaboracionistas y unitaristas de la izquierda de hoy? Son la reproducción de los viejos políticos oportunistas devenidos en conservadores y reaccionarios posmodernos. La izquierda parlamentaria de hoy en su conjunto no representa siquiera a los nuevos elementos sociales recientemente proletarizados por el proceso incesante de la concentración del capital, sino al pequeñoburgués tradicional que quiere mantener vigentes las viejas relaciones sociales que, en el pasado, le otorgaron privilegios; no a la población integrada por los campesinos, artesanos y pequeños propietarios que derribaron al porfirismo, sino a la que, por el contrario, quiere salvarse de las consecuencias del desarrollo capitalista junto con su changarro; no a la acción revolucionaria, sino al acomodo oportunista. Lo que pasa es que cuando los parlamentarios clasmedieros se ve defraudados por los grandes burgueses o simplemente siente que su influencia sobre las masas se desgasta, entonces se acerca a los jodidos para ganar su voto y recuperar canonjías, al mismo tiempo que trata de asustar a sus patronos con el petate de los «estallidos sociales». Por eso los grandes banqueros y empresarios se ríen de esta «oposición».
Las diversas corrientes sociales de izquierda revolucionaria, más temprano que tarde, se unificarán, no cabe duda, pero en derredor de un programa proletario internacionalista y lejos de cualquier caudillaje clasemediero.
Todo ello ha motivado a los movimientos sociales contemporáneos a inventar nuevas formas orgánicas de lucha no partidarias ni parlamentarias, estructuras ejecutivas y legislativas al mismo tiempo, con activistas removibles en cualquier momento y acciones acordes con la correlación de fuerzas existente. Este sería el embrión orgánico y funcional del contrapoder social.
Ahora bien, para terminar, sólo falta explicar que el esbozar propuestas sobre el programa y las formas de las organización revolucionarias para el presente y el futuro, no quiere decir que la revolución social esté a la vuelta de la esquina aquí en México, ni tampoco que las posibilidades de cierta mejoría del actual sistema se hayan cancelado; únicamente queremos decir que las fuerzas sociales que pueden conducir esos cambios, grandes o pequeños, son el nuevo proletariado revolucionario organizado y/o la gran burguesía (si tuviese voluntad política). No obstante, desde ahora deben ir forjándose las ideas principales que darán cuerpo a la plataforma política del futuro contrapoder social revolucionario. Esta no es una tarea que debe posponerse, como dicen algunos socialdemócratas y ex comunistas, «hasta que haya democracia», sino incorporarse desde ya a la conciencia de clase de. Las diversas corrientes sociales de izquierda revolucionaria más temprano que tarde se unificarán, no cabe duda, pero en derredor de un programa proletario internacionalista, lejos de cualquier caudillaje clasemediero y representándose a sí misma.