Entre la juventud universitaria de México ser #YoSoy132 es lo de hoy. De allí su potencia y su vigor. El movimiento se ha convertido en la seña de identidad principal de una generación. Adscribirse a él es una forma distinguida, original e inédita de relacionarse con la política, la sociedad y la cultura, que rompe […]
Entre la juventud universitaria de México ser #YoSoy132 es lo de hoy. De allí su potencia y su vigor. El movimiento se ha convertido en la seña de identidad principal de una generación. Adscribirse a él es una forma distinguida, original e inédita de relacionarse con la política, la sociedad y la cultura, que rompe con el pasado e inaugura un nuevo tiempo.
Ser #YoSoy132 es una manera de ser contemporáneo de la juventud que en el último año ha protagonizado cambios relevantes en países tan distintos como Túnez, Egipto, Grecia, España, Chile o Estados Unidos. Es un medio para reclamar un lugar en la historia presente en una era de revueltas. Es un sello similar e intercambiable al de los indignados de la #SpanishRevolution, los Aganaktismeni helenos de la Plaza de Syntagma, los sindicalistas estudiantiles chilenos o los Occupy Wall Street de Estados Unidos. Es un modo de ser, al mismo tiempo, mexicano y cosmopolita.
La ola de la rebelión estudiantil de 1968 fue resultado de un tejido invisible que unió, más allá de sus diferencias, al mayo francés, el otoño italiano, la primavera de Praga, las revueltas estudiantiles contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos, las protestas en Alemania y la lucha de los jóvenes universitarios en México.
De igual manera, #YoSoy132 es parte de una movilización que abre -como Marcos Roitman la ha caracterizado- una era de rescate de la política, y que expresa, más allá de las particularidades nacionales, una nueva sensibilidad planetaria.
Como en 1968, se acusa al movimiento de haber sido incubado o estar manipulado por fuerzas extrañas
. En ese entonces se responsabilizó a los comunistas, los agentes cubanos o los soviéticos de organizar la conjura contra la patria. Ahora, sin pruebas, se acusa a Andrés Manuel López Obrador, el PRD o Manuel Camacho de orquestar el descontento. Lo cierto es que un movimiento así no puede ser organizado por ninguna fuerza política en general o por algún político en particular.
Quienes forman parte de #YoSoy132 se sienten orgullosos de su compromiso con el movimiento, de su impacto en la sociedad y de sus logros. A pesar de la campaña en su contra desatada en diversos medios de comunicación, alimentada por los servicios de inteligencia y los personeros del PRI, y reproducida por periodistas inescrupulosos, los universitarios están satisfechos de formar parte de una causa noble y virtuosa.
Como muchos jóvenes en distintas partes del mundo, los mexicanos han hecho de las redes sociales una herramienta eficaz de contrainformación, convocatoria y movilización. Si hasta hace unas 10 semanas esas redes sociales eran un vehículo para ensalzar la vanidad personal y la fama efímera de los cinco minutos de notoriedad, a partir de ahora se han transformado en vehículo de comunicación alternativo. El prestigio asociado al uso de esos medios se ha trasladado al movimiento.
El movimiento estudiantil de 1968 en México se desplegó durante apenas poco más de dos meses: entre el 26 de julio y el 2 de octubre. Formalmente demandó la solución de un pliego petitorio de seis puntos que pudo tener una solución inmediata. Sin embargo, tuvo efectos muy profundos en la política, la sociedad, la familia y los medios de comunicación, que perduran hoy día.
La movilización de #YoSoy132 no ha llegado aún a su máximo nivel de ascenso y ya ha provocado cambios muy importantes en la política nacional. De entrada, descarriló el proyecto de presidencia imperial de Enrique Peña Nieto, hizo abortar su pretensión de aprobar un paquete de reformas estructurales en un periodo extraordinario del Congreso de la Unión y en el periodo inaugural de la nueva legislatura entre septiembre y diciembre de este año. Reposicionó la fuerza de la izquierda electoral. Jaqueó a la telecracia y desnudó el poder fáctico no regulado del Canal de las Estrellas. Colocó en el centro de la agenda nacional el debate de una reforma profunda de los medios de comunicación.
Sin embargo, como sucedió en 68, estos logros iniciales e incipientes no son más que un primer paso de conquistas mucho más significativas y profundas. Por lo pronto, cuando dentro de unas cuantas semanas los estudiantes retornen a clases, la protesta crecerá. Cara a cara, en la convivencia en las aulas, los jóvenes encontrarán el momento para deliberar sobre su horizonte inmediato en mucho mejores condiciones que las actuales.
El funcionamiento del movimiento, basado en la toma de decisiones en asambleas de base y aprobación de acuerdos no vinculatorios para quienes no los comparten, la rotatividad de sus representantes y voceros, la ausencia de líderes visibles y el uso de un lenguaje fresco y no doctrinario, le ha proporcionado una liquidez y una autenticidad inusitada en las luchas recientes.
La movilización tiene en la experiencia de Atenco tanto un emblema como un punto de observación privilegiado para asomarse al futuro que le espera al país en caso de que Enrique Peña Nieto asuma la Presidencia. La justificación de la represión que hizo el mexiquense ha sido escuchada por los jóvenes como una advertencia de lo que será su gobierno: el regreso al gorilato de Gustavo Díaz Ordaz. De allí la ola de indignación y malestar que brotó entre los estudiantes y que, conforme pasa el tiempo, en lugar de disminuir crece.
El movimiento #YoSoy132 es un actor político no partidario que no se sujeta ni a las reglas del juego de la política mexicana. Se mueve de acuerdo con su lógica, sus tiempos y sus ritmos. Es una fuerza autónoma. Es un factor de descontrol e incertidumbre en la coyuntura. El equipo de Peña Nieto no tiene ni la experiencia, ni la visión ni los cuadros para tratar con expresiones de descontento social de esta naturaleza. Nada está completamente escrito en el futuro inmediato. Los meses que vienen serán de pronóstico reservado.
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