Recién en el siglo XXI las noticias de una Bolivia invisible está dándose a conocer en las tribunas internacionales. Con la llegada al poder de una persona con rasgos supuestamente diferentes al sector privilegiado que se ha mantenido históricamente como la élite dirigente, Bolivia está mostrando la cara real de Iberoamérica. Evo Morales por su […]
Recién en el siglo XXI las noticias de una Bolivia invisible está dándose a conocer en las tribunas internacionales. Con la llegada al poder de una persona con rasgos supuestamente diferentes al sector privilegiado que se ha mantenido históricamente como la élite dirigente, Bolivia está mostrando la cara real de Iberoamérica. Evo Morales por su fenotipo no es considerado un gobernante capaz para la minoría liberal boliviana. La discriminación racial profundamente arraigada en esa élite ha puesto en cuestión la legitimidad del gobierno de Morales. Esta discriminación le ha servido al pequeño sector «no blanco» y que se autoproclama como no «indígena» para mantener sus privilegios. Añadido a su fenotipo, los liberales no están de acuerdo con la política social de Morales porque les recortaría su poder y les igualaría al resto de la población que ellos desprecian. En estos días de septiembre de 2008, en pleno siglo XXI, la crisis política en Bolivia se agrava. A pesar de ello, el presidente de Bolivia, Evo Morales, prometió continuar con sus reformas socialistas a pesar de la violenta ola de protestas de la oposición, en las que han muerto al menos 16 personas. Así, este país resulta siendo para la politología, para el derecho constitucional y la ciencia económica occidental una «rareza», un Estado complejo le llama la ciencia social occidental. En la realidad boliviana perviven todos los todos los modos de producción que Occidente universalizó e impuso: los supuestamente ya superados esclavismo y feudalismo y junto con ello se mantiene el capitalismo. Todos ellos continúan determinando las relaciones económicas, sociales y políticas en ese pequeño territorio a lo que hay que agregar algo que los estudiosos de la economía política «globalizante» se olvidaron: el sistema de dominación patriarcal. El más visible es el capitalismo junto con su constitucionalismo liberal. Así se ha mantenido y se ha desarrollado el constitucionalismo liberal boliviano, intimando y cohabitando con la esclavitud, el feudalismo y el patriarcado. Así también sucede en muchos otros países de la región iberoamericana. Las bases de este sistema, democrático en su forma y; capitalista, esclavista y feudal en su fondo, reposan en el racismo. En este contexto, democracia y soberanía acaban siendo mera retórica y, en todo caso útil para un minoritario sector privilegiado.
En el ámbito público «indios» o «collas» pobres, sin propiedad frente a mestizos, «blanqueados», es decir, los supuestamente blancos y propietarios bolivianos se enfrentan por el poder. Los primeros en la búsqueda de una justa repartición de la riqueza y los segundos con el afán de mantener sus privilegios en tanto que, su autodenominación como «blancos» y «superiores» les hace creer que sus privilegios son reivindicaciones legítimas. En el ámbito privado donde están marginadas las mujeres la discriminación es doble, las mujeres vinculadas al hombre propietario mestizo o casi blanquedo discrimina a las «indias». Obviamente todo el sistema discrimina a ambas. Lo que haya dicho Sieyés sobre los privilegios en la construcción de un nuevo Estado no les importa a los liberales bolivianos, sólo les interesa proteger sus propiedades y privilegios sobre una base: la discriminación racial contra su igual, con la diferencia de que el sector discriminado es de piel un poco más oscura que la de ellos. En este aspecto, dichos liberales, sí que son fieles a Rousseau y sus colegas ilustrados que defendieron un nuevo Estado sobre la base de la superioridad del hombre blanco y propietario. La cruda herencia de la Ilustración se muestra aquí en las ideas de los privilegiados bolivianos.
Si recreamos lo político occidental en Bolivia, se puede constatar que a día de hoy ese famoso Antiguo Régimen se ha prolongado después de la Independencia en el sector privilegiado de hombres bolivianos mestizos y blanqueados propietarios que violan derechos y libertades del resto de la población para mantener un sistema socioeconómico desigual y sobre la base de un razonamiento: no consideran que el resto de la población tiene dignidad. Así es esta realidad, lo mismo sucede en el Perú con sus diferencias circunstanciales. Este grupo de privilegiados se nutre de un sistema externo que le apoya: el sistema político económico estadounidense. Así la soberanía también es mera formalidad.
Quien ha vivido en realidades como la peruana, boliviana y del resto de la región iberoamericana, se habrá dado cuenta -desde un punto de vista crítico o no- de la «normal» intervención de los gobiernos de Estados Unidos en la política, en la economía y en la educación pública. Siempre se ha visto, acaso dentro de la normalidad, que las manifestaciones sobre la política interna de un Embajador de Estados Unidos resultan determinantes para el desarrollo político de cualquier Estado iberoamericano. Algunos politólogos europeos lo denominan «la tradicional intervención americana»1. La academia occidental considera acríticamente que es una tradición el intervencionismo externo de Estados Unidos en el resto de América. La tradición suele ser un argumento fácil para justificar las desigualdades. Las directrices del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial son determinantes también para la configuración del régimen económico constitucional de Iberoamérica. Estos entes internacionales intervienen activamente en lo que se llama allí Estado de Derecho, con lo cual, no tiene nada que ver con la estructura jurídico-política de los Estado occidentales. En la América pobre, los gobiernos de los Estados Unidos de Norteamérica deciden también las continuidades de los Estados democráticos o no democráticos. Para el derecho constitucional propiamente iberoamericano estos aspectos son tareas pendientes de desarrollo crítico. ¿Se ha preguntado el constitucionalismo iberoamericano actual sobre el valor jurídico-político y la repercusión académica de los documentos desclasificados de Estados Unidos sobre su intervención en el Cono Sur? Con dicha intervención y con la pervivencia de la discriminación racial se desarrolla aquello que se ha venido a denominar hoy por hoy, el constitucionalismo iberoamericano. Con Evo Morales, defectos latentes como éstos se han desvelado. Con sus ideas sociales se está intentando, por lo menos, incorporar dichos defectos en el debate constitucional y, tal vez, más adelante tomarlos en serio para corregirlos realmente. Por ello, más que nunca, hoy sale a la luz la necesidad de coadyuvar, desde abajo, en la creación y consolidación de ideas sociales.
El liberalismo boliviano al igual que el peruano sustentados en la discriminación por raza y sexo han hecho de sus constituciones textos ajenos y lejanos a su realidad. Una sociedad fragmentada por la creencia de la superioridad de una raza y un sexo frente a la supuesta inferioridad del resto de la población hace que las constituciones liberales acaben poniéndose en evidencia: son el maquillaje del capitalismo. De allí la necesidad de crear las bases del socialismo propiamente iberoamericano y cimentar así su constitucionalismo. Si ello no ocurre las constituciones actuales no serán nunca de utilidad para las mayorías marginadas, es más, continuarán siendo la herramienta eficaz para constitucionalizar las profundas desigualdades y la ausencia de soberanía frente al exterior.
Lo que está pasando en Bolivia puede ser entendida desde una perspectiva optimista: al parecer se está construyendo una democracia propia desde abajo: erradicando las discriminaciones estructurales como la racial para crear un Estado constitucional social. Es una etapa de transición diferente a las transiciones políticas occidentales. Con las ideas sociales de Morales; con el ejercicio soberano histórico de su gobierno ponerle límites al abuso de poder de un Estado extranjero e imperialista como los Estados Unidos (se incluye aquí la exigencia legítima de igual soberanía realizado también por el gobierno venezolano de Chávez); con el planteamiento de reformas agrarias sociales dentro de la hegemonía neoliberal que impera en la región iberoamericana; con el intento de un uso de poder efectivo frente a la potente discriminación racial estructural e histórica que existe en la sociedad; con el deseo de erradicar prejuicios basados en el fenotipo de personas como el Presidente Morales, se estarían sembrando la bases de un futuro constitucionalismo social para la región iberoamericana. Morales está haciendo historia y sus intentos seguramente marcarán para siempre el deseo de los pueblos marginados en Iberoamérica por conseguir la igualdad real, esa igualdad que reconociendo las diferencias, insta a los poderes públicos y les obliga a que dote de herramientas jurídico-políticas al sector marginado para alcanzar un trato realmente igualitario y acceda al poder. Esa igualdad tiene su base en las ideas sociales y seguramente que desde esta Bolivia aprenderemos que la construcción de un constitucionalismo social iberoamericano es posible. Lo que se afirma aquí, sobre el ejemplo del Estado Boliviano de Evo Morales puede ser considerado como una utopía, pero, como dice Ferrajoli, la historia del derecho es un historia de utopías (mejor o peor) convertidas en realidad. No menos real ni ambicioso, por lo demás, debió parecer hace [tres] siglos el desafío a las desigualdades del Ancien Régime contenido en las primeras Declaraciones de derechos. (Luigi Ferrajoli. Derechos y garantías. La ley del más débil. Madrid, Trotta, 1999, p. 119). La utopía Boliviana de Morales, en todo caso, es el germen para la creación una doctrina social que tanto necesita el constitucionalismo de Iberoamérica.