En julio de 2004, un amplio grupo de indígenas presos en el Centro de Readaptación Social número 14 «El Amante» en Cintalapa, Chiapas, se declaró en rebeldía y levantaron un plantón en el patio central del penal exigiendo mejores condiciones carcelarias y respeto a sus derechos como indígenas. La mayoría de ellos se encuentra privada […]
En julio de 2004, un amplio grupo de indígenas presos en el Centro de Readaptación Social número 14 «El Amante» en Cintalapa, Chiapas, se declaró en rebeldía y levantaron un plantón en el patio central del penal exigiendo mejores condiciones carcelarias y respeto a sus derechos como indígenas. La mayoría de ellos se encuentra privada de su libertad por conflictos de carácter político, por lo que se consideran como presos políticos y de conciencia.
Con la experiencia de la resistencia en las comunidades del estado más pobre del país, 40 personas se constituyeron en «La Voz de El Amate» promoviendo la lucha en los penales de la entidad chiapaneca. De esta primera iniciativa proliferaron las organizaciones de presos políticos tales como «La Voz de los Llanos» y los comités de familiares por la liberación de los presos.
Tras la convocatoria del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el 2005 para construir un programa nacional de lucha anticapitalista en el marco de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, los indígenas de la Voz de El Amate y de Los Llanos se adhirieron en el mes de diciembre a la propuesta y desde entonces resisten adentro de la cárcel. Aseguran aportar un modesto esfuerzo de «expandir la Voz» de que «se puede luchar y resistir en las condiciones más adversas».
En entrevista en las instalaciones de El AMATE, en el marco del Segundo Encuentro de los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo, los presos revelaron las condiciones por las que pasaron al ser trasladados del penal de Cerro Hueco al Cereso 14 y explicaron la forma en que adquirieron conciencia hasta su adhesión a la Otra Campaña.
I
— ¡Tienen 10 minutos para cambiarse! — la orden del custodio a cargo del operativo nocturno es terminante. Las 24 horas cuelgan de los relojes y esa noche del 30 de junio de 2004 es un caparazón asfixiante.
En cuestión de minutos, los guardias comienzan a sacar a gritos y golpes a los detenidos de sus celdas. Uno por uno, tratados como reos de alta peligrosidad, son sometidos por la fuerza, amordazados, esposados y llevados a la cancha principal del penal de Cerro Hueco, lugar emblemático de la represión y la detención de los prisioneros políticos en el Estado de Chiapas, México, sobre todo a partir del levantamiento indígena de 1994.
En rígidas filas los más de dos mil hombres son puestos a disposición de una valla humana de policías, quienes los vigilan celosamente para infundirles desconcierto. No hablan ni expresan guiños. Atienden con una mirada hiriente cada uno de los pequeños movimientos que realizan los presos por lo entumecido que provoca la postura estricta en la que los han dejado. Como perros de caza y al acecho, estudian a cada preso como esperando la oportunidad para el ataque intempestivo.
Una hora pasa como una eternidad, como si el tiempo se esfumara. Tras la tensión y confusión, puesto que la mayoría de los detenidos permanecía dormida antes del alboroto, son dirigidos a unos traileres y con más jaloneos y más golpes en la cabeza y patadas en las piernas son subidos y amontonados en la parte posterior para su eminente traslado… Con movimientos chillones por el metal de la cabina, los traileres son echados a andar, avanzan y se pierden, con la noche, entre la geografía montañosa del estado…
El día cae en cascadas de luces desde las 5:30 hasta las 7:00 de la mañana. Las montañas quedan atrás y el despejado camino a Cintalapa, Chiapas, comienza a ser visible. En media hora, es decir, a las 7:30, uno de los traileres es introducido a las instalaciones del Cereso 14 El Amate, sus rechinidos metálicos cesan de golpe que, entre todo, mantuvieron despiertos a los que trasladaban durante las largas horas de la madrugada.
Después de esperar dentro del gigante motorizado, agentes del Ministerio Público aparecen acompañados de hombres armados y vestidos de negro con chalecos antibalas. Corpulentos y apenas con el rostro visible por el casco y la cubierta transparente, los policías resguardan a los funcionarios del penal.
— ¡Van a estar ordenados, no hablen ni opongan resistencia!– indican.
— ¿Dónde estamos? –, pregunta alguno de los detenidos.
— Estamos en Cintalapa — la respuesta es furtiva pues aún no sabían que habían llegado a otro penal.
Con el desvelo y la tirantez de la mala noche, uno por uno son bajados del trailer. Comienzan los golpes y los señalamientos, insultos y quebrantos como una odiosa bienvenida al terrible penal de El Amate, actual muralla de la libertad y centro de detención de disidentes políticos y presos de conciencia en el estado de Chiapas.
— ¿Por qué Dios mío?– se pregunta en voz baja Antonio Díaz Ruiz, un joven indígena tzeltal de escasos 26 años y quien la mayor parte de su vida la dedicó a la predicación del evangelio en las montañas y a la lucha por el paraíso de justicia aquí en la tierra. Hoy es procesado por un supuesto delito de privación ilegal de la libertad.
«Esto es lo que pasa, ahora esta detención se convierte en un arma para enfrentar las injusticias», se responde él mismo y a partir de ese momento comienza, junto con los demás presos, a organizar la resistencia.
Las medidas contra ellos son estrictas. Durante los primeros cincos días extremas: se la pasan sin comer, sin agua y sin desagües.
Al segundo día comienzan al unísono a gritar por alimentos y agua y algunos experimentan desmayos, lo que obliga a las autoridades penales a enviar médicos, quienes tienen la orden de sólo medir el pulso de los afectados por el hambre, el cansancio y los golpes. Pero los reclamos persisten.
— No somos animales, tenemos derechos, estamos muriendo de hambre — son los consecuentes apuntes que cada hora pronuncian de sus gastadas gargantas.
Al tercer día, las autoridades penales, a cargo del director Amado Fabricio Maldonado Gómez, les dan un poco de alimento. Sólo chile, plátanos y una bolsa de agua componen la dieta carcelaria. Entre el calor y la desesperación, los detenidos resisten las horas, los minutos y los segundos.
Pero al quinto día, sucede algo insólito que se fue incubando en las horas aciagas. La resistencia aflora y se esparce por todo el penal hasta irrumpir en el primer amotinamiento después de la llegada de «los presos de Cerro Hueco». Comienzan a abrir reja por reja y apoyarse entre todos para demandar mejores condiciones carcelarias. Luego de horas crepitantes de insubordinación y rebeldía dentro del paredón y la represión como respuesta con tubos y golpes que se logran neutralizar, el efecto final es positivo.
— Tenemos coraje ahora sí, nos salen los derechos, varias organizaciones comienzan a movilizarse por lo que pasa dentro del penal — indica Antonio Díaz.
La movilización de los internos en El Amate genera conciencia entre ellos y acuerdan buscar las visitas de familiares y amigos. «Buscamos hacer la visita y reclamamos que somos presos políticos».
Una de las familiares de los presos se propone apoyar la insurgencia local de las rejas y se compromete a ir a la Junta de Buen Gobierno en Oventik, desarrollada por los zapatistas en un proceso de autonomía, a avisar de la lucha de los indígenas presos en El Amate, quienes en su mayoría expresaron su apoyo al movimiento zapatista desde el momento de su aparición.
«Nosotros como indígenas sólo tenemos un camino: luchar.»
II
Con la rebeldía desbordada, los internos se organizan para declarar el primer plantón de «El Amate» en julio del 2004. 600 personas de diferentes organizaciones que nacieron en el pesado espacio-tiempo de la cárcel, construyen con plásticos, pequeños maderos e hilos, una carpa que alberga a las comisiones de trabajo, limpieza, comida, salud, análisis y visitas. Comienza así otra etapa del desarrollo organizativo en plena cárcel.
Aún y con la presión política que significa el plantón en las inmediaciones del penal, la respuesta gubernamental es el silencio. Pasan cinco o seis días y los presos acuerdan generar una acción pacífica que posibilite romperlo y que la representación gubernamental se pronuncie al respecto.
— Nos quitamos la ropa, sin uniformes carcelarios para hacernos oír — retumba el reclamo en el extenso patio de El Amate, donde hay cachas de básquetbol y fútbol, pequeños sembradíos de maíz, una cocina económica, lugares techados para las visitas los martes o jueves, y una sensación paradójica de zozobra y rebeldía.
Los internos en insubordinación pasan las horas y los días desnudos. Llega el día que cae el cielo en pedazos y la lluvia moja las conciencias, pero con todo en contra de ellos, la voluntad de resistir se multiplica. Pasan así en la intemperie y tras más días de desnudar las injusticias que se producen en la cárcel, las autoridades ceden y firman un acuerdo con los presos.
«Se firma un acuerdo donde las organizaciones piden que se respeten sus derechos como indígenas, se ubique el lugar donde los tienen internos y que nadie nos mande», versa la redacción del documento.
El 17 de noviembre de 2004 se levanta el plantón, pero queda la indignación de la gente y la lucha continúa por otros medios.
–Vamos a seguir adelante. Hay mucho trabajo, pero no importa el tiempo, nos organizamos fuerte — propone Antonio y es secundado por los demás.
Mientras la resistencia se organiza, en las montañas del sureste mexicano se desarrollan reuniones y asambleas comunitarias. Esta a punto de entrar en año electoral a nivel nacional y las condiciones económicas y políticas de los pueblos indígenas sigue siendo adversa, aún y con el estallido social y la rebeldía que está a punto de cumplir 11 años.
III
Habían corrido seis meses del año 2005. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) convoca por medio de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona a la creación de un Plan Nacional de Lucha contra el capitalismo. «A partir del mes de julio se juntaron y el plan de lucha es este, nada de 12 apóstoles, todos salen al mismo tiempo», recuerda Antonio Díaz.
«Lo que hay y lo que pueda pasar» dicen los indígenas presos y se organizan en torno a la Otra Campaña sumando 40 simpatizantes y 12 de ellos instalan el «Otro Plantón», un número considerable de hombres que en el mes de diciembre votan adherirse a la construcción del Plan Nacional de Lucha. El 26 de diciembre se presenta la última reunión para afinar la estrategia.
«Faltaban escasas horas para declararse y ser parte de la Otra Campaña. Discutimos si nos declaramos en plantón o en huelga de hambre», y luego de las deliberaciones, el 31 de diciembre confluyen en una sola estrategia: declarar un plantón indefinido a partir de las primeras horas del 5 de enero y llegado el día «como a las 4 de la tarde la instalación del plantón de la Voz de El Amate, colectivo de presos políticos adherentes a la Sexta».
«Pueden haber consecuencias», reflexiona Antonio y las hubo, pero sin mermar la conciencia organizada. En la asamblea para decidir su adherencia a la nueva iniciativa zapatista las palabras fueron pocas y las acciones se planificaron de inmediato ante la eminente ofensiva gubernamental. «Cuántas experiencias tenemos, qué queremos, lo que sé es reclamar, aquí hay que ser concientes aunque haya amenazas, no hay que caer en sus juegos del gobierno.»
— Tú no eres preso político y te vamos a madrear, cabrón — le cuestionan los custodios a Antonio y le proponen «quiero que desmientan lo que hacen», pero la respuesta fue contundente: «hoy jamás nos faltan nuestros valores de dignidad como indígenas».
–Hay dos cosas: Treinta mil pesos o un tubo, es decir, en cualquier rato te desaparecemos — pero él resistió a quebrarse y «los mande a la chingada».
La gente le decía «confiamos en ti y vamos a ver como es importante no retroceder, no dar un paso atrás, sino adelante y hay que resistir». Y al mostrar afecto de sus compañeros que le afirmaron «lo que has decidido es bueno, lo que queremos es decirte algo, queremos despertar a los demás, el compromiso no es sólo darle la lucha a los demás queremos despertar a los demás compañeros, no sólo se hace la lucha afuera, sino adentro».
Tuvieron el sentimiento de estar juntos y hacerlo en comunidad reclamando justicia. «Los internos cómo lo hicimos, pues a través de la conciencia, con compañerismo, lo han vivido, y aquí es el cómo lo luchan».
Desde ese momento todo cambió para El Amate. En las entrañas de la bestia se puede luchar y cambiar las cosas, dicen quienes en carne propia lo viven, «o sea es la resistencia, aquí todos mandamos y aquí mandamos todos obedeciendo», es la única garantía «para no caer y que no muera rápido lo que estamos construyendo».
Desde entonces son la Voz del Amate, grande y floreciente desde las rejas del penal de Cintalapa. «De aquí sale la voz, porque de aquí sale lo que se puede hacer y lo que se reclama. Otra voz que se reproduce desde La Voz de El Amate, se reclama justicia, se da vida de aquí para allá afuera» y esa es la enseñanza que quiere trasmitir Antonio y los otros presos políticos «porque si nos rendimos, nunca nos van a respetar.»