Sursiendo hilos sueltos El siglo XX fue el siglo de la conciencia de clase y el siglo XXI será el siglo de la conciencia de red (tuit de@isaachacksimov) Hay una ciudad no muy grande, en el sureste de México, donde podemos ir al médico homeópata y encontrarnos allí a jóvenes skaters, hombres de negocios, señoras […]
Sursiendo hilos sueltos
El siglo XX fue el siglo de la conciencia de clase y el siglo XXI será el siglo de la conciencia de red (tuit de@isaachacksimov)
Hay una ciudad no muy grande, en el sureste de México, donde podemos ir al médico homeópata y encontrarnos allí a jóvenes skaters, hombres de negocios, señoras de comunidades indígenas, ancianos de oficios artesanales; podemos concurrir a un ritual maya en una de las montañas cercanas y encontrarnos allí a rastas internacionales, activistas locales y parteras tradicionales; podemos asistir a un concierto de rock en tsotsil y encontrarnos allí a jóvenes de los barrios, viejos hippies, familias de otras latitudes, o simplemente pasear por el centro histórico y escuchar hablar en más de siete idiomas distintos en tan sólo un rato. Y nos preguntamos, ¿es esta una ciudad global?
El término ciudad global se le atribuye a la socióloga Saskia Sassen, cuando se refiere a las grandes ciudades que influyen de manera definitiva en el devenir del mundo actual, en las cuestiones culturales y políticas. Sería el caso de Nueva York, Londres, París o Tokyo, pero no el de San Cristóbal de Las Casas.
Con estos mimbres queremos repensar este tema, y para ello vamos a analizar otro concepto: el dealdea global, de Marshall McLuhan. Este sociólogo canadiense, cuando la utilizó allá por los años 60 hacía referencia a la manera en cómo las nuevas tecnologías de la comunicación transforman nuestra idea de distancia y nuestra relación con lugares y sociedades lejanas del mundo.
Antes eramos habitantes de un mundo construido desde nuestro hogar y donde a lo sumo leíamos sobre tiempos y lugares lejanos. Ahora vivimos en una aldea donde nos cruzamos permanentemente con todos los lugares y todos los tiempos, que muchas veces predominan sobre las personas y lugares con los que convivimos. El ancho mundo se ha convertido para nosotros en una pequeña aldea global, y las características de los medios vuelven a emerger en la sociedad comportamientos tribales (McLuhan, 1962)
Podemos entender esta expresión como una metáfora con la que quería ponernos delante una imagen que entendiéramos, que sirviera para imaginar en qué se estaba convirtiendo el mundo con los nuevos medios electrónicos. Así, con la aldea global McLuhan se refiere a la forma comola comunidad mundial va superando fronteras y barreras para integrarse en todos los aspectos, principalmente en cuestiones culturales, a causa de la innovación tecnológica; insinúa que habría un mayor interés o conocimiento por los vecinos o similares que viven en el otro lado del planeta. Y a raíz de ello se han ido tejiendo redes de dependencias mutuas, de solidaridad, de defensa de ideales compartidos, como pueden ser la ecología, los feminismos, los derechos humanos, la democracia real, etc.
Pero a lo largo de los años este término ha tenido muchas críticas desde la academia y desde distintos sectores de la sociedad, como exagerada, infantil, imprecisa… el mundo sigue siendo un vasto espacio conteniendo miles de millones de personas con diversas formas de ser y de relacionarse, sin conocerse apenas entre ellas. Lo que queremos rescatar de esta aportación de McLuhan es que ahora vivimos mucho más interconectados, más conocedores de lo que pasa en otras partes, influimos y nos sentimos influidos. Y también nos encontramos.
Así, a pesar de lo negativo que podemos atribuirle a la globalización (que sobre todo ha beneficiado a los poderes financieros) no está del todo claro que haya tenido éxito el intento de imposición sociocultural que pretendían las élites. El antropólogo indio Arjun Appadurai no cree tan tajantemente que con la globalización se dé una homogeneización cultural, sino que las culturas locales adaptan lo que les llega de afuera, ya que «la nueva economía cultural global tiene que ser pensada como un orden complejo, dislocado y repleto de yuxtaposiciones que ya no puede ser captado en los términos de los modelos basados en el binomio centro-periferia». Es decir, se conoce, se remezcla, se adapta y se construyen nuevas creaciones, nuevas formas de ver el mundo desde lo local.
De este forma, la aldea global podemos mirarla ahora como redes de aldeas, interconectadas, que influyen y son influidas por las demás, que no son idénticas pero sí tienen mucho en común y, sobre todo, están más relacionadas. Por lo que nos lleva a la teoría de la Sociedad Red, desarrollada porManuel Castells, donde los intermediarios cada vez cuentan menos y existe la posibilidad de que cada quien tenga en sus manos cómo mostrarse al mundo, cómo relacionarse con él, mezclándose con las demás.
Al hilo de esto, es importante destacar el reciente desarrollo del concepto de tecnopolítica, «que es la capacidad organizativa masiva mediada por la red, es patrón de autoorganización política en la sociedad red, construcción de estados de ánimos empoderados y superación de bloqueos mediáticos», es «una subjetivización política subterránea que recorre la sociedad y se va conformando y creciendo a lo largo de un planeta cada vez más interconectado» (Toret, 2013).
Las redes de comunicación y el desarrollo de los medios de transporte, entre otras cosas, han cambiado el mundo. Con ellas se han saltado barreras y dan la posibilidad de participar de otras formas, con otras gentes. Es claro que el mundo se ha transformado mucho en los últimos 60 añosponiendo en cuestión los pilares que sustentaban la Modernidad. Algunos autores hablan de que en la actualidad estamos en una etapa de modernidad líquida (Bauman), de sobremodernidad (Augé), de segunda modernidad (Beck), de modernidad desbordada (Appadurai) y muchos otros de postmodernidad, cada quien con sus peculiaridades.
A parte de ponerle un nombre u otro a la época actual, lo importante es que surgen voces que abogan por pensar y analizar lo que vivimos desde otros paradigmas. Es lo que plantea por ejemplola teoría del actor-red, fundamentada por Bruno Latour en los años 80: sostiene que todo objeto intermediario es una entidad con estatus ontológico propio, así todos los actantes que forman parte de un proceso son importantes, es decir, no estudiar solamente el producto terminado sino también el cómo se ha llegado hasta él. De ahí que sostenga que la estructura social no es independiente de la sociedad que sustenta y «ninguna versión del orden social, ninguna organización y ningún agente resulta jamás completo, autónomo y final«, por lo que hay que examinar a los diversos actores en el momento mismo de sus acciones. La teoría del actor-red, también conocida ahora como Ontología del Actante-Rizoma, propone que la sociedad es producto de un entramado de relaciones heterogéneas, que se entrecruzan, rompiendo la dicotomía micro y macro.
Es importante destacar la noción de red, que ha sustituido a la de sistema: un sistema se interesaría en delimitar y poner en relación elementos de una parte de la realidad con una jerarquía precisa, mientras que una red consideraría que los elementos se encuentran interrelacionados por medio de circulación de información.
Las tribus de Maffesoli
Por ello, y enlazando con la idea del inicio de la aldea global, o las redes globales de aldeas, podemos atraernos otro concepto que nos parece útil e interesante: el de tribu, del francés Michel Maffesoli.
Con la progresiva caída de los grandes paradigmas de pensamiento, racionalistas, universalistas y fundacionistas, los mitos únicos o dominantes de la filosofía, la religión y la ciencia, se dispersan en multitud de mitos, de verdades y concepciones posibles del mundo. La experiencia del ser humano se transforma radicalmente y con ello, las maneras en las que se piensan y configuran a sí y a sus sociedades. Así, el tribalismo, para Maffesoli, es la expresión social dominante de las sociedades actuales.
«Es un fenómeno cultural, antes que político, económico o social. Es una auténtica revolución espiritual; es una revolución de los sentimientos que pone énfasis en la alegría de la vida primitiva, de la vida nativa». El tribalismo va contra la antigua lógica que regía el mundo de las ideas y que justificaba ciertas prácticas de dominio entre los humanos: la lógica del principio de la identidad, que forjó al individuo moderno, el individuo autónomo que adquiere su fisonomía más clara con el ego cogito cartesiano. Un sujeto capaz de todo con el sólo poder de su razón.
Para Maffesoli, las sociedades y las formas societales de tipo moderno -con los individuos autónomos como elementos constitutivos de las mismas-, han llegado al hartazgo de sí, están profundamente aburridas. Así, las sociedades actuales viven un regreso paulatino a las formas arcaicas de cultura. Es un proceso lento, pero que se puede ya observar y puede significar para las sociedades actuales un proceso de revitalización, de gestación de nuevas formas de vínculos entre personas, un momento ético. Las ideas paradigmáticas de los siglos anteriores despreciaron profundamente todo rasgo lúdico, sensual, salvaje. Condenaron como «irracional», como «incivilizado» todo aquello que no se ajustaba a los estándares de su cultura. Las sociedades del espíritu moderno son sociedades individualistas, aislantes, segregativas. Los individuos reprimen su deseo de fundirse con otros sujetos, reprimen sus tendencias lúdicas y creativas.
Se trata, en otros términos, del enfrentamiento -un enfrentamiento que por cierto siempre ha existido y funciona siempre- entre el poder instituido y el poder instituyente. El primero está constituido por una minoría, la élite que impone o trata de imponer sus formas de cultura; el segundo por la mayoría, que construye de manera paralela nuevas formas de cultura que eventualmente se tocan con las del poder instituido. El tribalismo pertenece a esta última forma de poder. Y posee una «dimensión comunitaria» que «pone en evidencia la saturación del concepto de individuo, así como de la lógica de identidad», dentro de las formas de sociedad tribales se privilegia estructuras horizontales y fraternales de poder, frente a las estructuras verticales y patriarcales que predominan en las sociedades individualistas modernas. La vuelta de lo arcaico busca la «pérdida de sí en el otro». (Maffesoli, 2001)
Ser persona es representar un rol, y no una esencia o una sustancia. Ser persona y no sólo individuo es un rasgo característico de los miembros de las tribus actuales. El tribalismo supone «un desplazamiento que va del individuo con una identidad estable, que ejerce su función dentro de conjuntos contractuales, hacia la persona, con identificaciones múltiples, que desempeña papeles en tribus determinadas por sus elementos afectivos». Algo que es importante resaltar es que este nuevo tribalismo implica nomadismo, que es «el rechazo a la asignación de residencia», pero también el rechazo a las «identidades únicas».
Con todo esto, y volviendo al tema de las ciudades globales, pensamos que en muchas de las urbes actuales se dan procesos tribalistas de nuevo cuño, de formación de aldeas globales, pero vistos como procesos de hibridación, de mestizaje cultural, que enriquecen las relaciones y potencian el abrirse a otras formas distintas de ver el mundo y de vivirlo. Defender una esencia va quedando en el pasado, y experimentar esos nuevos procesos, cuando se están dando, puede encaminarnos a construir esos otros mundos necesarios.
En el pequeño texto titulado Ocho puntos y a parte y un punto suspensivo para un activismo estratégico en tiempos de cólera, de La Red-Acción #132, queremos destacar el punto en el que proponían: «El pensamiento clásico es esperado y ellos saben cómo desactivarlo. Distribuyamos, innovemos, atrevámonos a escuchar esa voz dentro de nosotros que sugiere variables insospechadas. Cuando saquemos de quicio, cuando no lo esperen, apliquemos lo que nos ha funcionado para dar Jaque Mate a la partida». En él se puede denotar el empuje por hacer cosas distintas e inesperadas, proponer otras formas de estar el mundo, que pueden ser tan válidas como las establecidas.
La cuestión es no desechar todo lo que significa la Modernidad, pero sí atrevernos a repensarla, deconstruirla y crear nuevas formas de funcionar, de relacionarnos, de ser sociedades responsables, el futuro nos va en ello. ¿Nos ponemos manos a la obra?
*Este texto es un remix y reformulación de un ensayo académico, presentado en diciembre de 2013.